Cuando Rossana Regiés se percató de que la segunda raya violeta tomaba fuerza en la prueba de embarazo casera que se había comprado para salir de dudas, de una vez por todas, supo que todo había terminado.
–No puedo creerlo –dijo en voz alta y al vacío, porque estaba sola en el baño de su casa: en el baño de su familia–. Estoy embarazada de Jared Cavalier.
–¡Rossie! –gritó su hermana, Annelise, desde la habitación de al lado–. ¡Tienes que venir a ver esto! ¡Rossie!
«Dos meses contados», pensó Rossana, al recordar la fecha exacta en la que ocurrieron los hechos. «Y, en todo este tiempo, ni siquiera me di cuenta».
Tiró la prueba del delito en la basura y la tapó con papel de tocador. Nadie debía sospechar, por el momento.
–¡Rossie! ¡Te lo estás perdiendo! –esa era Annelise, otra vez. Más valía atender su llamado, antes de que llamase a la puerta.
Salió corriendo del baño y se dirigió expectante hacia la habitación de su hermana. Era necesario fingir un mínimo de interés en el llamado de Annelise.
–¿Qué pasa? –preguntó Ro, casi gritando.
–¡Mira! –Annelise señaló a la tele.
Se trataba de Pop-e-tears, el programa musical de pop más visto de MTv. Y, en esa ocasión, el invitado estrella era el padre de su futuro hijo. A Rossana se le erizaron los vellos de la nuca. Se sentó al filo de la cama como embobada.
–Dicen que Jared va a hacer un anuncio especial esta noche –dijo su hermana.
–Shh… –le calló la boca Rossana.
Jared tomó la palabra, al otro lado de la pantalla.
–Bien, creo que llegó el momento de participar a mis fans de una gran noticia –dijo él, mirando hacia la cámara. Detrás de él y la VJ del programa, se encontraba una pantalla gigante que se encendió para mostrar una fotografía a todo color. Se trataba de un par de bebés recién nacidos, idénticos, vestidos cada uno con un monito de diferente color: celeste para el niño y rosa para la niña, como era de suponer.
–¡Qué! –gritó su hermana, pero no parecía muy contenta que digamos.
–¡Cómo! –Rossana se levantó de la cama, como un resorte y con las manos en la cara. Y, enseguida, sintió una punzada aguda en el bajo vientre.
–Les presento a mis mellizos –dijo Jared, mientras señalaba a la pantalla con las dos manos, en gesto teatral–: Nathan y Nathie.
La conductora del programa lo abrazó efusivamente y le dio sus felicitaciones. Jared Cavalier sonreía y se dejaba abrazar, cosa muy rara en él.
–¡Esto es imposible! –las lágrimas rodaban de sus mejillas cuando lo decía. Pero no se trataba de Ro, sino de Annelise.
–Pero, ¿cómo?, ¿cuándo?, ¿por qué? –es todo lo que se preguntaba Rossana, en voz bajita y mientras se sostenía el vientre, que ya comenzaba a dolerle en serio.
–¿Y se puede saber quién es la afortunada madre de este par de bellezas? –preguntó la VJ, luego de tomar asiento, de nuevo, en el plató de entrevistas.
–Su nombre es Adalyn Fernández. Mi esposa.
–¡¿Esposa?! –gritaron, al unísono, las hermanas.
–Ya iba siendo hora de sacarlo a la luz –continuó Jared–. Tanto mis fans como yo hemos madurado con los años. No tenía caso seguir escondiéndolo.
Mientras Annelise lloraba y dirigía maldiciones hacia la mujer de su amor-platónico-crush-de-la-adolescencia-pop-star-favorito, Rossana se contrajo en un gesto de dolor que ya le fue imposible de disimular.
–¡Llévame al hospital! –fue lo único que avanzó a decir a su hermana, antes de casi perder el conocimiento.
Siete años antes Desde la limusina negra de vidrios polarizados, The Boyz in the Band esperaban la señal que la policía les haría para poder bajar del vehículo e ingresar al edificio de CapitalTV. Había jovencitas por todas partes: en los alrededores del canal de televisión, en calles aledañas, o apiladas en los balcones y terrazas de los edificios contiguos. Protegido dentro de la seguridad del lujoso automóvil, Jared Cavalier, bautizado por sus fans como El Emperador, y vocalista principal del grupo, observaba con atención –tal como era su costumbre– a las asistentes al programa que aguardaban en fila, a las puertas de la entrada principal, con sus pases en mano, sus posters, discos y carteles de bienvenida, detenidas por una cadena humana de policías, guardias de seguridad y guardaespaldas, que impedían que se aproximaran –y rodearan– a los integrantes de la banda, desde todos los ángulos posibles. La mu
«Enamórate de mí, Kaoh Leod. Enamórate de mí».Se trataba del mantra que repetía Rossana Regiés para sí misma, frente al espejo de la sala de maquillaje del estudio de grabación de ShowVideo, el programa musical juvenil en el que, en tan solo unos minutos, ella tendría el honor de aparecer como entrevistadora invitada de The Boyz in the Band, las estrellas del pop más aclamadas de la nueva década.«Si no te enamoro con esta pintaza, Kaoh, no te enamoraré con nada».Contemplaba su slip dress negro por encima de la rodilla con camisa blanca de manga corta, sus medias oscuras y sus Dr. Martens recién estrenadas, que le daban ese toquecito cool a un look más bien aniñado, que era la característica principal de Rossie.«¿Y si no le gustan las flacas?», se atorment
Rossie salió de la sala de maquillaje como nueva: sus ojos brillaban y su corazón latía todavía con más fuerza que minutos antes. Había llegado la hora de la verdad. The Boyz in the Band ya no se hallaban en la sala de espera. Se escucharon gritos agudos de las fans en el estudio. Con seguridad ya se encontraban en el plató. En treinta segundos más, el turno sería de ella. La seductora voz de Erika de Sousa resonó como una campanilla que puso a la multitud en silencio, como por arte de magia. –Nuestra siguiente invitada fue elegida de entre más de trescientas aspirantes. Su inteligencia, gracia y dominio del idioma inglés le hizo acreedora al primer lugar en el concurso para convertirse en la entrevistadora estrella de esta noche. A sus dieciocho años, es presidenta del Club de Periodismo de su colegio, el Sagrado Corazón de La Capital. Esta tarde tendrá el honor de conducir la charla con la boyband más popular del momento, en vivo y en dir
–¡Mentira! ¡Mentira! ¡Mentira! ¡Mentira! –los gritos del auditorio obligaron a Rossie a carraspear, para evitar contestar lo que Jared le había preguntado unos segundos antes.–Contesta la pregunta, Rossie –esta vez fue Toby quien habló–. Y más te vale que sea verdad: ¿Quién es tu Boy favorito?Rossana bailó en el asiento. Se sentía acorralada.«Es todo. Voy a hacer el papelón de mi vida». Resignada ya a su destino, lo soltó:–Mi favorito siempre ha sido… –su pausa dramática no fue impostada, sino que, en verdad, se resistía a decir su nombre–… Kaoh Leod.Con la cabeza hacia abajo, Ro no pudo ver que el susodicho casi se cae del asiento cuando mencionó su nombre, mientras que Niko reía a carcajadas, aplaudía y le palmoteaba la espalda. Toby
La noche siguiente, y luego de haber disfrutado del espectacular concierto de The Boyz in the Band, Rossie esperó a Jared en el pasillo de los camerinos. No estaba sola, por supuesto. Annelise estaba con ella. –Tienes que ayudarme a conseguir un autógrafo de Jared, hermanita, please –rogó la hermana mayor a la menor, quizás por primera vez en su vida. Rossana tenía que disimular, de alguna manera, su cercanía con el Goodboy. –A estas alturas –le dijo–, tal vez ni se acuerde de mí. Pero lo intentaré. No pasó ni un par de segundos para que The Boyz ingresaran, corriendo, en dirección a los vestidores, con Jared a la cabeza, protegido por cuatro guardaespaldas que impedían que las fans se le vinieran encima. Llovían, eso sí, los flashes de las cámaras fotográficas y los alaridos de emoción al ver en vivo, en directo y a menos de un metro de distancia a El Emperador. Annelise se habría desmayado a
Jared hizo una señal a Rossie para que se aproximara hacia él. Ella, que estaba como a unos cinco metros de distancia, corrió en dirección hacia el chico. Y este, ni corto ni perezoso, la tomó del brazo y la jaló hacia dentro del camerino. Cerró la puerta de inmediato y la aseguró. –¡Vaya! –Jared abrazó a Rossie y la zarandeó con ternura–. Me alegro de que hayas venido. –Pero si yo estaba en el pasillo cuando bajaste del escenario –le dijo Rossie con la voz un poco quebrada. No supo si por la emoción o por el llanto de hacía unos minutos–. Te saludé y tú ni siquiera me regresaste a ver. Jared, que la tenía en sus brazos, la miraba desde la altura de su metro con ochenta y ocho centímetros, sonriente. –The Boyz tenemos algunas reglas que cumplir, pequeña –le dijo, y la besó en la frente–. No confraternizar con las fans es una de ellas. «Pero estás confraternizando conmigo justo ahora, Jared», es lo que pensó Rossie, pero no dijo.
Rossana había elegido su outfit con anticipación, porque asistir al after party del concierto de The Boyz in the Band no podía tener nada de improvisado. Seleccionó una falda oscura de tul a cuatro capas, justo por encima de la rodilla; un body de terciopelo concha de vino, gargantilla con dije de chupón y aretitos a juego. Remató su look con unos botines burdeos de tacón grueso y medias negras de encaje hasta los tobillos. Había comprado la lencería a escondidas de su padre: cheeky panties de encaje y un brasier a juego cuyas transparencias dejaban a la imaginación solo aquellas partes que lo ameritaban por fuerza. «Vestida así, nada puede salir mal», pensó Rossana, mientras abría el enorme ventanal de su habitación que daba hacia el patio y atravesaba la improvisada salida con el mínimo ruido que se puede llevar a cabo un viernes a las nueve de la noche en un barrio residencial de La Capital, q
Rossie no había cenado y el Hotel Marriot era famoso por sus bocadillos gourmet. Ella no perdería la oportunidad de hincarles el diente. Ya frente al mesón y tentada a elegir de entre una gran variedad de canapés, se dispuso a tomar uno de champiñones, de esos que el padre de Mae, gerente de eventos del Marriot, acostumbraba ordenar al chef del hotel cada vez que se le antojaba y para cualquier evento. –¡Están bajando!, ¡están bajando! –gritó una voz femenina, y el resto de la gente se acercó hacia las escaleras de la sala VIP, que se encontraban justo al lado opuesto del buffet. Rossana tenía, por lo tanto, una vista privilegiada de lo que ocurriría a continuación, pero prefirió no mirar. Se le caía la cara de la timidez. Si hubiese podido esconderse bajo la mesa y tapar su cuerpo con el mantel, lo habría hecho, sin duda. Pero mejor optó por disimular su deseo de no ser vista por ninguno de los miembros de la banda. Dio las espaldas al espectáculo, p