«Enamórate de mí, Kaoh Leod. Enamórate de mí».
Se trataba del mantra que repetía Rossana Regiés para sí misma, frente al espejo de la sala de maquillaje del estudio de grabación de ShowVideo, el programa musical juvenil en el que, en tan solo unos minutos, ella tendría el honor de aparecer como entrevistadora invitada de The Boyz in the Band, las estrellas del pop más aclamadas de la nueva década.
«Si no te enamoro con esta pintaza, Kaoh, no te enamoraré con nada».
Contemplaba su slip dress negro por encima de la rodilla con camisa blanca de manga corta, sus medias oscuras y sus Dr. Martens recién estrenadas, que le daban ese toquecito cool a un look más bien aniñado, que era la característica principal de Rossie.
«¿Y si no le gustan las flacas?», se atormentaba Ro, mientras recordaba que Kaoh en ningún momento había hecho mención a sus gustos en materia de mujeres, en reportaje alguno que ella pudiera recordar.
–The Boyz ya están aquí, nena –una voz femenina y muy conocida de la televisión local, la de Erika de Sousa, anfitriona del programa, sacó a Rossie de sus pensamientos irracionales y la devolvió a la Tierra–. Debes salir a presentarte para que te familiarices con ellos antes de la hora de la verdad.
«¡Qué! ¿Tan pronto?». Su corazón se aceleró, su frente se perló de gotitas de sudor, como cuando tuvo que subir corriendo cuatro pisos hasta llegar al estudio de ShowVideo. Inhaló con dificultad, contó hasta tres y exhaló a la cuenta de cinco. Repitió el proceso una vez más.
«La hora de la verdad es justo ahora».
Se acomodó la falda, enderezó el cuello de su camisa, retiró las perlitas de sudor de su frente y retocó su flequillo. Se dio un par de cachetadas suavecitas para espabilarse, y salió hacia la sala de espera, en donde ya estaban aguardándola The Boyz in the Band.
–¡Llegó la ganadora! –dijo en inglés una voz rotunda, como la de un oboe, que retumbó como salida de un parlante. Se trataba de Oscar Moon, el imponente productor de la banda–. ¡Es un gusto conocer a una fan tan comprometida!
Abrazó con sus dos metros de estatura y ciento diez kilos de peso a Rossie, como si esta fuera una muñequita de trapo. Ella no tuvo más remedio que permitirlo.
–Te presentaría a los muchachos, pero creo que ya los conoces –Oscar rio con tantas ganas que parecía que la tierra estaba a punto de temblar con las ondas graves de su vozarrón.
–Toby Dammer –se adelantó The Commander, para tomar la mano de Ro y besársela, en gesto teatral, que tomó por sorpresa a la muchacha–. Encantado de conocerte.
Niko Bass torció los ojos, en señal de profundo hastío. Ni siquiera se molestó en presentarse. ¿Para qué? Era obvio que lo conocía.
–Soy Jared Cavalier –obviamente, El Emperador no iba a dejar que una estúpida moneda de cincuenta centavos le dijera a quién debía cortejar y a quién no. Y mucho menos, Toby Dammer–. Me encanta tu look, pequeña. Te ves súper cool.
Su cumplido hizo que Rossana se sonrojara en serio. Jared no lo dejó pasar. Enseguida tomó su mano y la levantó, para que la chica diera una vuelta de trescientos sesenta grados y modelara su look completo… para él, por supuesto.
–Gracias –dijo ella, sin poder mirar a El Emperador a la cara.
A Tob se le borró la sonrisa, como por una fracción de segundo. Si Jared quería batirse a duelo, había elegido el campo de batalla equivocado. Ya se lo haría saber en el transcurso de la entrevista.
Mientras, Rossie esperaba con ansias algún gesto, el que fuera, por parte de su amor verdadero, su futuro esposo, el hipotético padre de sus hijos: Mr. Kaoh Leod.
–Qué tal… –dijo este, sin quitar su vista del gameboy. Parecía que estaba a punto de romper su récord personal de Tetris, o algo así.
–¡Saluda bien, imbécil! –Toby arrebató, de un manotazo, el gameboy a Kaoh. Este clavó sus profundos ojos azules en el el líder de la banda. Pero para el Babyboy no era momento de pelear, al menos, no todavía.
–¡Qué tal! –le dijo a Rossie, con marcada ironía y una fingida sorpresa, mientras le estrechaba la mano con una efusividad que, por obvias razones, no sentía en absoluto–. ¡Encantado de conocerte!
Rossana se quiso morir.
–¿Estás contento, Tob, o quieres que lo repita? –esta vez, a Kaoh se le borró cualquier gesto de amabilidad fingida que hubiese actuado hace un segundo atrás.
The Commander acercó el gameboy a las manos de Kaoh, y este se lo arrebató con la misma violencia con la que, un minuto antes, Toby se lo había quitado de las manos. El Babyboy tomó asiento en uno de los sofás de la sala de espera y se dispuso a jugar otra partida, sin hacer caso a lo que ocurría fuera de su minúsculo universo personal.
Rossana quiso morir, por segunda y definitiva vez. Tuvo que respirar en profundidad para que no se le saltaran las lágrimas. Hubo alguien que notó la alarma de llanto: Jared, cuyo nickname dentro de la banda era The Goodboy, por alguna razón.
Aunque, quizás, no necesariamente por la correcta.
–Kaoh es un junkie de los videojuegos, pequeña. No es nada personal –el Goodboy se acercó enseguida a Rossie, posó su brazo izquierdo al hombro de ella y la alejó a unos pasos del resto de la banda. Sacó un pañuelo del bolsillo de su camisa, y se lo ofreció.
–Está limpio, pequeña –bromeó–. Dale, con confianza.
Rossie rio en medio del primer lagrimeo. Le temblaban las manos. Fue Jared quien secó sus lágrimas, no ella. Ella no pudo hacerlo por sí sola.
–Ya, ya –el Goodboy la abrazó con ternura y la arrulló de derecha a izquierda–. Ese imbécil me va a oír. Hacer llorar a una fan…
Niko, que contemplaba la escena a una distancia prudencial, resopló, una vez más, en señal de fastidio.
Mientras tanto, se podía oír a lo lejos, cómo Toby y Oscar echaban una buena reprimenda a Kaoh, quien los ignoraba como lo haría con un par de mosquitos que le zumbaban en el oído.
–¿Ya estás mejor? –preguntó Jared a Rossie, sin dejar de abrazarla.
Rossie negó con la cabeza.
«Mi maquillaje se ha arruinado. Mi vida se ha arruinado», era en lo único que podía pensar, pero no decir en voz alta.
«Pero, ¡qué bien huele Jared!», ese nuevo pensamiento también se coló en su mente, sin que ella lo hubiese previsto, siquiera.
–¿Qué hacemos? –preguntó el Goodboy, en voz alta, para que Toby y Oscar lo oyeran–. ¿Cancelamos la entrevista?
–Alguien dele un calmante a esta chica y acabemos con esto –dijo Niko, molesto–. El jet lag me está matando.
–No, no –gritó Ro, como si alguna fuerza desconocida le hubiera devuelto a la vida–. No es necesario, puedo hacer la entrevista sin problemas.
Si a alguien se le ocurriera darle un calmante, seguramente la noquearía. No había manera de que algo así pasara. Esa era la oportunidad de su emergente carrera. No iba a dejar que un estúpido popstar con mala actitud la arruinase. Ni aunque se tratara del mismísimo Kaoh Leod, el desde aquel preciso momento ex-amor-de-su-vida.
–¡Salimos al aire en cinco minutos! –la voz de Erika de Sousa timbró dentro de la sala de espera. Se quedó mirando la cara de acontecimiento de los participantes–. ¿Está todo en orden?
–Todo en orden –dijo Oscar Moon, con su voz de bajo–. ¡Que comience el show!
–Tienes cinco minutos para corregir tu maquillaje, pequeña –el Goodboy secó con sus pulgares lo que quedaba de lágrimas en las mejillas de Rossana.
–No sé cómo agradecerte por todo lo que has hecho, Jared –dijo ella, y quiso llorar de nuevo–. En serio.
–Solo rómpete una pierna –bromeó él–. Te veo en el estudio.
Rossie sonrió y, en un gesto automático, se puso de puntillas para abrazar efusivamente al Goodboy, quien le correspondió con toda la honestidad de la que fue capaz.
Y que era mucha, por cierto.
Ella se perdió en la sala de maquillaje, mientras Jared la veía alejarse, de espaldas, con una ligera sonrisa en los labios que no sabía que una chica fuese capaz de arrancársela de forma tan… intuitiva.
Ese gesto preocupó un poco al Goodboy, pero no lo suficiente como para disuadirlo de lo que se traía entre manos desde que puso el ojo encima a Rossana Regiés, afuera del estudio, mientras ella corría desesperada hacia el que sería el primer encuentro con el destino de ambos.
Rossie salió de la sala de maquillaje como nueva: sus ojos brillaban y su corazón latía todavía con más fuerza que minutos antes. Había llegado la hora de la verdad. The Boyz in the Band ya no se hallaban en la sala de espera. Se escucharon gritos agudos de las fans en el estudio. Con seguridad ya se encontraban en el plató. En treinta segundos más, el turno sería de ella. La seductora voz de Erika de Sousa resonó como una campanilla que puso a la multitud en silencio, como por arte de magia. –Nuestra siguiente invitada fue elegida de entre más de trescientas aspirantes. Su inteligencia, gracia y dominio del idioma inglés le hizo acreedora al primer lugar en el concurso para convertirse en la entrevistadora estrella de esta noche. A sus dieciocho años, es presidenta del Club de Periodismo de su colegio, el Sagrado Corazón de La Capital. Esta tarde tendrá el honor de conducir la charla con la boyband más popular del momento, en vivo y en dir
–¡Mentira! ¡Mentira! ¡Mentira! ¡Mentira! –los gritos del auditorio obligaron a Rossie a carraspear, para evitar contestar lo que Jared le había preguntado unos segundos antes.–Contesta la pregunta, Rossie –esta vez fue Toby quien habló–. Y más te vale que sea verdad: ¿Quién es tu Boy favorito?Rossana bailó en el asiento. Se sentía acorralada.«Es todo. Voy a hacer el papelón de mi vida». Resignada ya a su destino, lo soltó:–Mi favorito siempre ha sido… –su pausa dramática no fue impostada, sino que, en verdad, se resistía a decir su nombre–… Kaoh Leod.Con la cabeza hacia abajo, Ro no pudo ver que el susodicho casi se cae del asiento cuando mencionó su nombre, mientras que Niko reía a carcajadas, aplaudía y le palmoteaba la espalda. Toby
La noche siguiente, y luego de haber disfrutado del espectacular concierto de The Boyz in the Band, Rossie esperó a Jared en el pasillo de los camerinos. No estaba sola, por supuesto. Annelise estaba con ella. –Tienes que ayudarme a conseguir un autógrafo de Jared, hermanita, please –rogó la hermana mayor a la menor, quizás por primera vez en su vida. Rossana tenía que disimular, de alguna manera, su cercanía con el Goodboy. –A estas alturas –le dijo–, tal vez ni se acuerde de mí. Pero lo intentaré. No pasó ni un par de segundos para que The Boyz ingresaran, corriendo, en dirección a los vestidores, con Jared a la cabeza, protegido por cuatro guardaespaldas que impedían que las fans se le vinieran encima. Llovían, eso sí, los flashes de las cámaras fotográficas y los alaridos de emoción al ver en vivo, en directo y a menos de un metro de distancia a El Emperador. Annelise se habría desmayado a
Jared hizo una señal a Rossie para que se aproximara hacia él. Ella, que estaba como a unos cinco metros de distancia, corrió en dirección hacia el chico. Y este, ni corto ni perezoso, la tomó del brazo y la jaló hacia dentro del camerino. Cerró la puerta de inmediato y la aseguró. –¡Vaya! –Jared abrazó a Rossie y la zarandeó con ternura–. Me alegro de que hayas venido. –Pero si yo estaba en el pasillo cuando bajaste del escenario –le dijo Rossie con la voz un poco quebrada. No supo si por la emoción o por el llanto de hacía unos minutos–. Te saludé y tú ni siquiera me regresaste a ver. Jared, que la tenía en sus brazos, la miraba desde la altura de su metro con ochenta y ocho centímetros, sonriente. –The Boyz tenemos algunas reglas que cumplir, pequeña –le dijo, y la besó en la frente–. No confraternizar con las fans es una de ellas. «Pero estás confraternizando conmigo justo ahora, Jared», es lo que pensó Rossie, pero no dijo.
Rossana había elegido su outfit con anticipación, porque asistir al after party del concierto de The Boyz in the Band no podía tener nada de improvisado. Seleccionó una falda oscura de tul a cuatro capas, justo por encima de la rodilla; un body de terciopelo concha de vino, gargantilla con dije de chupón y aretitos a juego. Remató su look con unos botines burdeos de tacón grueso y medias negras de encaje hasta los tobillos. Había comprado la lencería a escondidas de su padre: cheeky panties de encaje y un brasier a juego cuyas transparencias dejaban a la imaginación solo aquellas partes que lo ameritaban por fuerza. «Vestida así, nada puede salir mal», pensó Rossana, mientras abría el enorme ventanal de su habitación que daba hacia el patio y atravesaba la improvisada salida con el mínimo ruido que se puede llevar a cabo un viernes a las nueve de la noche en un barrio residencial de La Capital, q
Rossie no había cenado y el Hotel Marriot era famoso por sus bocadillos gourmet. Ella no perdería la oportunidad de hincarles el diente. Ya frente al mesón y tentada a elegir de entre una gran variedad de canapés, se dispuso a tomar uno de champiñones, de esos que el padre de Mae, gerente de eventos del Marriot, acostumbraba ordenar al chef del hotel cada vez que se le antojaba y para cualquier evento. –¡Están bajando!, ¡están bajando! –gritó una voz femenina, y el resto de la gente se acercó hacia las escaleras de la sala VIP, que se encontraban justo al lado opuesto del buffet. Rossana tenía, por lo tanto, una vista privilegiada de lo que ocurriría a continuación, pero prefirió no mirar. Se le caía la cara de la timidez. Si hubiese podido esconderse bajo la mesa y tapar su cuerpo con el mantel, lo habría hecho, sin duda. Pero mejor optó por disimular su deseo de no ser vista por ninguno de los miembros de la banda. Dio las espaldas al espectáculo, p
Aquella noche, Jared y Rossie hablaron de todo lo que se les pasó por la cabeza. Ella le contó sobre su sueño de ser periodista y trabajar para la televisión. El Emperador le recordó lo bien que fotografiaba en cámaras y las reales posibilidades de alcanzar su sueño. Él le habló de sus planes a futuro, de su deseo de establecer una familia y tener hijos, a pesar de que nunca había considerado con seriedad contraer matrimonio. –Cuando todo esto se acabe –le dijo–, me gustaría contar con una chica que me siga queriendo, aunque la fama se desvanezca. Rossie opinó que aquel era un anhelo legítimo, y que ojalá se realizara tal y como él lo había proyectado. Y, por un par de segundos, deseó formar parte de aquel sueño. Luego, se le pasó. Se necesitaba mantener los pies sobre la tierra, aún cuando se encontraba caminando entre nubes en aquel preciso momento. –Estoy demasiad
–Qué bonita eres, pequeña –recostado junto a Rossie en la King Size, Jared Cavalier acarició la mejilla de la muchacha con la mano que tenía libre. –¿Tan bonita como Ali Milá? –se atrevió a preguntar Ro, a riesgo de que a Jared le cambiara la cara. –¿Qué? –a Jared se le escapó una sonrisa que se convirtió en risa al cabo de unos segundos–. ¿Por qué todos me molestan con Ali Milá? –Porque ella es tu celebrity crush, ¿no? –Sep –dijo Jared–. Las estrellas del pop también tenemos nuestras respectivas crushes. –¿Sales con ella? –Ni siquiera la conozco, Rossie –al contrario de lo que Ro creía, Jared no se molestó–. ¿Acaso estás celosa? –¡No! –era cierto–. Solo tenía curiosidad… por saber si ella era tu novia. Jared sonrió con simpatía y siguió acariciando la mejilla de Ro con el dorso de la mano. –No me puedo permitir tener novia, pequeña –le confesó–. Tú sabes perfectamente lo que pasaría.<