Aquella noche, Jared y Rossie hablaron de todo lo que se les pasó por la cabeza. Ella le contó sobre su sueño de ser periodista y trabajar para la televisión. El Emperador le recordó lo bien que fotografiaba en cámaras y las reales posibilidades de alcanzar su sueño.
Él le habló de sus planes a futuro, de su deseo de establecer una familia y tener hijos, a pesar de que nunca había considerado con seriedad contraer matrimonio.
–Cuando todo esto se acabe –le dijo–, me gustaría contar con una chica que me siga queriendo, aunque la fama se desvanezca.
Rossie opinó que aquel era un anhelo legítimo, y que ojalá se realizara tal y como él lo había proyectado.
Y, por un par de segundos, deseó formar parte de aquel sueño.
Luego, se le pasó. Se necesitaba mantener los pies sobre la tierra, aún cuando se encontraba caminando entre nubes en aquel preciso momento.
–Estoy demasiad
–Qué bonita eres, pequeña –recostado junto a Rossie en la King Size, Jared Cavalier acarició la mejilla de la muchacha con la mano que tenía libre. –¿Tan bonita como Ali Milá? –se atrevió a preguntar Ro, a riesgo de que a Jared le cambiara la cara. –¿Qué? –a Jared se le escapó una sonrisa que se convirtió en risa al cabo de unos segundos–. ¿Por qué todos me molestan con Ali Milá? –Porque ella es tu celebrity crush, ¿no? –Sep –dijo Jared–. Las estrellas del pop también tenemos nuestras respectivas crushes. –¿Sales con ella? –Ni siquiera la conozco, Rossie –al contrario de lo que Ro creía, Jared no se molestó–. ¿Acaso estás celosa? –¡No! –era cierto–. Solo tenía curiosidad… por saber si ella era tu novia. Jared sonrió con simpatía y siguió acariciando la mejilla de Ro con el dorso de la mano. –No me puedo permitir tener novia, pequeña –le confesó–. Tú sabes perfectamente lo que pasaría.<
Rossana despertó sobresaltada, como si se hubiese olvidado de poner el despertador. El Goodboy permanecía a su lado, tan dormido que su aliento acompasado parecía estar sincronizado con el tic tac del reloj de pared que adornaba el living de la suite y que marcaba las dos y media de la mañana. «Estoy frita», pensó Rossana. «¿Cómo carajos voy a regresar a mi casa a esta hora?». La opción era amanecer con Jared y, a las seis de la mañana, escabullirse hasta la salida del hotel para que algún taxi la dejase en la puerta de su hogar antes de que su padre despertara. «Si no me matan en la calle, lo harán en la casa». Prefirió lo segundo. Al menos así, su cadáver no corría riesgo de acabar abandonado en una zanja. Ro permaneció recostada en el pecho de El Emperador. Olía a una mezcla de Eau d’ Hermès y ligera transpiración. Estaba tan noqueado que ella acarició su pecho y él ni siquiera se
Cuando Rossana se despertó aquella mañana en la suite de lujo ubicada en el Hotel Marriot, se hallaba completamente sola. Encontró una nota en su mesita de noche. «Fue un placer conocerte, pequeña. Espero que nos volvamos a ver… muy pronto». «No lo volveré a ver nunca más en persona», fue la respuesta mental que se dio Rossie a sí misma. «Bueno, supongo que es mejor así», reflexionó, considerando que, de otro modo, su relación con Annelise se habría puesto en serio peligro. La nota no terminaba ahí, por cierto. «PD. Pide el desayuno al servicio a la habitación, ya está pagado». Y, para finalizar, la despedida: «Kisses and hugs, Jared Cavalier». Esa letra manuscrita era tan reconocible a primera vista. Las paredes de la habitación de Annelise estaban repletas de posters que tenían su firma estampada en la impresión. Podría reconocer esa caligrafía a un kilómetro de distancia. Rossie no tenía tiempo para desayuna
Exactamente una semana después del primer regalo que Rossie recibió de manos de un mensajero anónimo, llegó a su poder, por correo regular, un sobre de terciopelo negro sin marca alguna, que camuflaba, en su interior, dos boletos: uno de ida y otro de regreso hacia las Islas Galápagos. Se encontraban fechados para el fin de semana siguiente. Acompañaba al presente, como era usual, una nota escrita a mano por Jared Cavalier. «Pequeña, sé que es mucho pedir, pero necesito verte ya. Tienes siete días para inventar una historia lo suficientemente convincente como para que nadie de tu familia sospeche el verdadero porqué de tu ausencia el próximo fin de semana. Confío en tu talento para el engaño. Y recuerda: es por una buena causa. Kisses and hugs, Jared Cavalier». Todo cuadraba: el neceser de viaje, el traje de baño, los amenities. El tiempo corría, se hacía necesario pensar en un plan. A Rossie se le ocurrió lo obvio, la noche antes del viaje. Había p
Sin siquiera imaginarlo, Rossie se vio elevada por los aires. Jared la cargó desde la puerta de su camarote hacia el interior. Cerró la puerta con su espalda y, sin esperar asegurarla, condujo a Ro hacia la enorme cama de sábanas blancas y cobertor rojo rubí. Rossie se quedó recostada ahí, sin saber si moverse, ni cómo. El Emperador devolvió sus pasos para asegurar el camarote, dio media vuelta y se acercó a ella. Se subió a la cama y se acercó con brazos y piernas hasta colocarse sobre Ro, sin tocarla, siquiera. Jared observó el rostro de la chica con detenimiento y con media sonrisa. –¿Has esperado este momento tanto como yo? –le dijo él, mientras con el dorso de su mano izquierda acariciaba la mejilla de Rossana. Ella bien pudo haber muerto de un infarto en ese instante. La respuesta a esa pregunta era confusa. No era sí, pero tampoco era no. Simplemente, no se lo esperaba. No, en el estricto sentido de la palabra. Se limitó a asentir con
Con el último arribo de Rossana a la Isla Baltra, se cumplía la sexta semana en la que ella y Jared Cavalier se habían encontrado –a escondidas de los padres de ambos, de sus familias, de sus compañeros y de la prensa–, para pasar el fin de semana juntos en el GoodGirl, el yate propiedad del Goodboy, bautizado así en honor a sí mismo y a su chica, Rossie. Eran las once de la mañana y los muchachos habían acabado ya de hacer el amor. Ambos se metieron a la ducha para salir luego a hacer snorkeling en las tranquilas y transparentes aguas del archipiélago. Jared salió de la ducha primero, mientras Rossie intentaba secar su cabello con la toalla para detener el frizz, acción imposible de llevar a cabo en un clima como aquel. Mientras el Goodboy se cambiaba, escuchó a lo lejos aproximarse lo que parecía ser el motor de una lancha. «Debe ser el despacho de combustible», pensó, enseguida, sin darle mucha importancia.
–¿Acaso has perdido la cabeza? –fue lo primero que Oscar Moon preguntó a Jared Cavalier cuando lo sacó de su camarote y lo llevó a la cubierta del GoodGirl, casi a rastras, aquel sábado a las once y un poco más de la mañana.Por supuesto, se trataba de una pregunta retórica. De modo que el productor de los Boyz nunca esperó respuesta. Sin embargo, la obtuvo.–¿Qué quieres que te diga, Oscar? –le contestó el Goodboy–. Estoy loco por ella.Moon no daba crédito a lo que acababa de oír. De modo que rompió en carcajadas, tan sonoras que retumbaron por los cuatro costados de la embarcación.–Baja la voz, Oscar –le dijo Jared, molesto–. ¿Quieres que Rossie te oiga?Moon intentó contener, en vano, la risa que alborotaba hasta su cabello engominado. Al fin, lu
Jared permaneció en cubierta por varios minutos luego de que Oscar dejara el GoodGirl con destino a Isla Baltra. El productor de The Boyz in the Band había prometido no irse de Galápagos sin su cantante estrella. Era necesario barajar las posibilidades: quedarse sin dinero e imposibilitado de ver a Rossie, o contar con todo el efectivo que la fama le permitía manejar, pero también impedido de encontrarse con Ro. La elección era obvia, de modo que Jared regresó, por fin, al camarote, con la cabeza gacha y una cara de preocupación que se revelaba en su entrecejo. Rossie lo seguía esperando sentadita en la cama. –¿Y bien? –le preguntó ella, en el momento en el que el Goodboy atravesó la puerta. Jared fingió una sonrisa, inspiró profundo y se acercó a abrazarla. –Vamos a nadar, pequeña, antes de que el sol se ponga más fuerte –quiso disimular su tristeza. Pero no pudo. –Oscar vino a sacarte de aquí, ¿verdad? –fue todo lo