Jared permaneció en cubierta por varios minutos luego de que Oscar dejara el GoodGirl con destino a Isla Baltra. El productor de The Boyz in the Band había prometido no irse de Galápagos sin su cantante estrella. Era necesario barajar las posibilidades: quedarse sin dinero e imposibilitado de ver a Rossie, o contar con todo el efectivo que la fama le permitía manejar, pero también impedido de encontrarse con Ro.
La elección era obvia, de modo que Jared regresó, por fin, al camarote, con la cabeza gacha y una cara de preocupación que se revelaba en su entrecejo. Rossie lo seguía esperando sentadita en la cama.
–¿Y bien? –le preguntó ella, en el momento en el que el Goodboy atravesó la puerta.
Jared fingió una sonrisa, inspiró profundo y se acercó a abrazarla.
–Vamos a nadar, pequeña, antes de que el sol se ponga más fuerte –quiso disimular su tristeza. Pero no pudo.
–Oscar vino a sacarte de aquí, ¿verdad? –fue todo lo
Cuando el GoodGirl atracó en el puerto principal de la Isla Santa Cruz, Jared Cavalier se acercó a la cama que había compartido con Rossie por las últimas seis semanas, de forma intermitente. –Pequeña –le dijo al oído, mientras le acariciaba el cabello–. Es hora de levantarse. Despierta. Rossie suspiró e hizo un ademán de desperezarse. Se volteó y lo primero que alcanzaron a ver sus ojos al abrirse fue el hermoso rostro de su Jared. No pudo evitar sonreír y abrazarlo cuando lo hizo. –Llegó el gran día, pequeña –la apuró el Goodboy–. Apúrate, que no tenemos tiempo que perder. –¿El gran día? –se extrañó Rossie, en cuanto Jared le quitó las sábanas de encima y le extendía los brazos para ayudarla a incorporarse. –¿Te gustaría hacer un viaje, pequeña? –le preguntó Jared, quien ya había decidido el destino de ambos desde hace un par de horas, por lo menos–. Un viaje conmigo, claro. –Pero tengo que ir al colegio mañana, amo
Unos días antes Desde su estudio de grabación, ubicado en Manhattan, Oscar Moon, productor de The Boyz in the Band, observaba horrorizado un documento que contenía datos numéricos impresos en columnas simétricas y ordenadas, tal y como correspondía a los estados de cuenta que trimestralmente eran entregados a los apoderados de cada uno de los chicos que integraban la banda.–¡Un yate cuyo valor asciende a…! Oh, Dios, es que ni siquiera me atrevo a decir la cifra en voz alta –se trataba nada más y nada menos que de Nora Cavalier, la madre de Jared quien hacía el reclamo en persona. Algo nada habitual en ella, por cierto.–¡Alquiler semanal de un jet privado! –continuaba la atractiva mujer que, a sus cuarenta y tantos, dejaba claro que la belleza embriagante de su hijo la había heredado de ella&ndas
Siete años después –Eres la única que puede hacerlo, Rossie –dijo Erika de Sousa con su voz de locutora, mientras sermoneaba a su subalterna, Rossana Regiés, durante la hora del almuerzo–. Tu remake de la entrevista con Jared Cavalier es la única esperanza que me queda para salvar a mi show. Rossie no había visto a El Emperador en los últimos siete años. Ni había recibido una carta, o una postal. Tampoco las llamadas a larga distancia que le había prometido que tendrían, cada semana, hasta poder encontrarse. ¿Por qué rayos el former Goodboy de The Boyz in the Band querría charlar con ella en televisión abierta, si en su vida privada se había dedicado a borrarse del mapa? Por supuesto, nadie conocía este hecho. Y su jefa, menos. Por lo que tuvo que inventar alguna excusa sacada de la manga para evitar, a toda costa, un encuentro pactado con el hombre que la había abandonado sin explicación d
Por orden de la Administración, el jet privado se dirigió al hangar más alejado del Aeropuerto Internacional de La Capital, con el objetivo de evitar que se supiera que Jared Cavalier había llegado a la ciudad con dos días de anticipación, para así prevenir el tumulto de fans que inundaría el arribo internacional de forma inevitable. El Emperador fue recibido por el Embajador de los Estados Unidos en persona, quien lo condujo, en un auto blindado, hasta el Hotel Marriot, en el que se hospedaría durante los siguientes siete días, en la que se convertiría la estancia más larga del Goodboy en un país extranjero, en medio de su primera gira mundial como solista. Cuando Jared ingresó a la misma suite del penthouse del hotel en la que se había hospedado siete años antes –y que había sido reservada para él como única condición para hospedarse en el Marriot–, la encontró totalmente diferente. Había sido remodelada y poco quedaba ya de la d
Esta vez sería diferente. Esta vez a Rossana no la tomarían por sorpresa. Esta vez, ella tendría la sartén por el mango. Esta vez no dejaría que ningún popstar con menos de cuatro dedos de frente la embaucara como en la primera ocasión. «Esta vez, Rossana Regiés llevará las riendas del asunto», se decía ella, mientras se acicalaba como si hubiese sido invitada a la ceremonia de los Oscar, frente al espejo iluminado de su camerino. «Esta vez, Jared Cavalier no podrá doblegarme». Pero ni ella era capaz de creer sus propios mantras. Lo cierto es que, mientras repetía mecánicamente sus afirmaciones para resistir la tentación de caer, una vez más, en las garras de El Emperador, a Rossie le temblaban las rodillas y se le mojaba la entrepierna solo de pensar en que, en unos cuantos minutos más, escucharía la voz de soprano de Erika, anunciándole que Jared Cavalier se encontraba ya en el estudio. Tal como pintaban las cosas, su cuerpo –y en
Al ver a Rossana Regiés caminar hacia él, Jared Cavalier juró, por un par de segundos, que no se trataba ella. Se veía tan Rossie pero, al mismo tiempo, tan distinta a la última vez que la había dejado (sentadita en el asiento del avión que los separaría por tantos años), con la piel tostada por el sol, sus cabellos peinados a medias por una coleta mal hecha y abrazada a la maletita azul con la que, seguramente, había pagado la carrera de Comunicación Social que le permitió obtener el empleo con el que ahora, en ese preciso momento, propiciaría de nuevo un encuentro que, en otras circunstancias, habría sido poco menos que imposible. El Emperador, en un gesto automático, abrió los brazos al tenerla a menos de un paso de él. Necesitaba abrazarla, estrecharla contra su pecho y besarle la frente, a tiempo que aspiraba el aroma de su cabello recién peinado con fijador. En lugar de ello, recibió un gélido beso en la mejilla, acompañado de una sonrisa de programa d
La entrevista había llegado a su fin. Rossana, ya con un par de años de experiencia encima, lo hizo incluso mucho mejor que la primera vez. Solo quedaba pendiente la despedida en el escenario, antes de que todo aquel teatrito de Goodboy-Goodgirl se desvaneciera y sobreviniera lo siguiente. –Haz el favor de despedirte como Dios manda, Ro –susurró Erika antes del acto final, para recordarle que, esta vez, sus salidas de tono ya no serían consideradas una opción, sino una invitación a quedarse sin empleo. Rossie ni siquiera regresó a ver a Erika cuando recibió el consejo. Tan solo sonrió de forma maquinal a El Emperador, para darle sus palabras finales de despedida, memorizadas con anticipación: –Ha sido un honor volver a entrevistarte de nuevo, Jared –dijo Rossie, mirándolo a los ojos, como rezaba el libreto–. Y recuerda que La Capital será siempre tu segunda casa. Pero, esta vez, no se le quebró la voz ni se emocionó cuando lo dijo. S
Las luces de La Casa de la Música se apagaron, de a poco, para dejar en penumbra el escenario. Una tenue iluminación apuntó hacia el centro del plató, en donde se hallaba un precioso piano de cola Steinway y, sentado frente a él, Jared Cavalier, ataviado con un traje Ermenegildo en total black, emitió los primeros acordes de una melodía totalmente desconocida para sus fans, que permanecían en silencio, guardando la compostura debido a la solemnidad que demandaba un recital de primera categoría, como el que les había convocado aquella fría noche capitalina. –Este tema lo escribí para una chica que me gustaba cuando era muy joven –el Goodboy jugueteaba con las teclas del piano mientras se dirigía a su auditorio. A Rossie le saltó el corazón cuando escuchó aquellas palabras. –La conocí en el metro de New York, cuando yo tenía catorce años. Esa confesión solo hizo que la tirria que Rossana experimentaba por El Emperador se desat