Exactamente una semana después del primer regalo que Rossie recibió de manos de un mensajero anónimo, llegó a su poder, por correo regular, un sobre de terciopelo negro sin marca alguna, que camuflaba, en su interior, dos boletos: uno de ida y otro de regreso hacia las Islas Galápagos. Se encontraban fechados para el fin de semana siguiente. Acompañaba al presente, como era usual, una nota escrita a mano por Jared Cavalier.
«Pequeña, sé que es mucho pedir, pero necesito verte ya. Tienes siete días para inventar una historia lo suficientemente convincente como para que nadie de tu familia sospeche el verdadero porqué de tu ausencia el próximo fin de semana. Confío en tu talento para el engaño. Y recuerda: es por una buena causa. Kisses and hugs, Jared Cavalier».
Todo cuadraba: el neceser de viaje, el traje de baño, los amenities. El tiempo corría, se hacía necesario pensar en un plan. A Rossie se le ocurrió lo obvio, la noche antes del viaje. Había p
Sin siquiera imaginarlo, Rossie se vio elevada por los aires. Jared la cargó desde la puerta de su camarote hacia el interior. Cerró la puerta con su espalda y, sin esperar asegurarla, condujo a Ro hacia la enorme cama de sábanas blancas y cobertor rojo rubí. Rossie se quedó recostada ahí, sin saber si moverse, ni cómo. El Emperador devolvió sus pasos para asegurar el camarote, dio media vuelta y se acercó a ella. Se subió a la cama y se acercó con brazos y piernas hasta colocarse sobre Ro, sin tocarla, siquiera. Jared observó el rostro de la chica con detenimiento y con media sonrisa. –¿Has esperado este momento tanto como yo? –le dijo él, mientras con el dorso de su mano izquierda acariciaba la mejilla de Rossana. Ella bien pudo haber muerto de un infarto en ese instante. La respuesta a esa pregunta era confusa. No era sí, pero tampoco era no. Simplemente, no se lo esperaba. No, en el estricto sentido de la palabra. Se limitó a asentir con
Con el último arribo de Rossana a la Isla Baltra, se cumplía la sexta semana en la que ella y Jared Cavalier se habían encontrado –a escondidas de los padres de ambos, de sus familias, de sus compañeros y de la prensa–, para pasar el fin de semana juntos en el GoodGirl, el yate propiedad del Goodboy, bautizado así en honor a sí mismo y a su chica, Rossie. Eran las once de la mañana y los muchachos habían acabado ya de hacer el amor. Ambos se metieron a la ducha para salir luego a hacer snorkeling en las tranquilas y transparentes aguas del archipiélago. Jared salió de la ducha primero, mientras Rossie intentaba secar su cabello con la toalla para detener el frizz, acción imposible de llevar a cabo en un clima como aquel. Mientras el Goodboy se cambiaba, escuchó a lo lejos aproximarse lo que parecía ser el motor de una lancha. «Debe ser el despacho de combustible», pensó, enseguida, sin darle mucha importancia.
–¿Acaso has perdido la cabeza? –fue lo primero que Oscar Moon preguntó a Jared Cavalier cuando lo sacó de su camarote y lo llevó a la cubierta del GoodGirl, casi a rastras, aquel sábado a las once y un poco más de la mañana.Por supuesto, se trataba de una pregunta retórica. De modo que el productor de los Boyz nunca esperó respuesta. Sin embargo, la obtuvo.–¿Qué quieres que te diga, Oscar? –le contestó el Goodboy–. Estoy loco por ella.Moon no daba crédito a lo que acababa de oír. De modo que rompió en carcajadas, tan sonoras que retumbaron por los cuatro costados de la embarcación.–Baja la voz, Oscar –le dijo Jared, molesto–. ¿Quieres que Rossie te oiga?Moon intentó contener, en vano, la risa que alborotaba hasta su cabello engominado. Al fin, lu
Jared permaneció en cubierta por varios minutos luego de que Oscar dejara el GoodGirl con destino a Isla Baltra. El productor de The Boyz in the Band había prometido no irse de Galápagos sin su cantante estrella. Era necesario barajar las posibilidades: quedarse sin dinero e imposibilitado de ver a Rossie, o contar con todo el efectivo que la fama le permitía manejar, pero también impedido de encontrarse con Ro. La elección era obvia, de modo que Jared regresó, por fin, al camarote, con la cabeza gacha y una cara de preocupación que se revelaba en su entrecejo. Rossie lo seguía esperando sentadita en la cama. –¿Y bien? –le preguntó ella, en el momento en el que el Goodboy atravesó la puerta. Jared fingió una sonrisa, inspiró profundo y se acercó a abrazarla. –Vamos a nadar, pequeña, antes de que el sol se ponga más fuerte –quiso disimular su tristeza. Pero no pudo. –Oscar vino a sacarte de aquí, ¿verdad? –fue todo lo
Cuando el GoodGirl atracó en el puerto principal de la Isla Santa Cruz, Jared Cavalier se acercó a la cama que había compartido con Rossie por las últimas seis semanas, de forma intermitente. –Pequeña –le dijo al oído, mientras le acariciaba el cabello–. Es hora de levantarse. Despierta. Rossie suspiró e hizo un ademán de desperezarse. Se volteó y lo primero que alcanzaron a ver sus ojos al abrirse fue el hermoso rostro de su Jared. No pudo evitar sonreír y abrazarlo cuando lo hizo. –Llegó el gran día, pequeña –la apuró el Goodboy–. Apúrate, que no tenemos tiempo que perder. –¿El gran día? –se extrañó Rossie, en cuanto Jared le quitó las sábanas de encima y le extendía los brazos para ayudarla a incorporarse. –¿Te gustaría hacer un viaje, pequeña? –le preguntó Jared, quien ya había decidido el destino de ambos desde hace un par de horas, por lo menos–. Un viaje conmigo, claro. –Pero tengo que ir al colegio mañana, amo
Unos días antes Desde su estudio de grabación, ubicado en Manhattan, Oscar Moon, productor de The Boyz in the Band, observaba horrorizado un documento que contenía datos numéricos impresos en columnas simétricas y ordenadas, tal y como correspondía a los estados de cuenta que trimestralmente eran entregados a los apoderados de cada uno de los chicos que integraban la banda.–¡Un yate cuyo valor asciende a…! Oh, Dios, es que ni siquiera me atrevo a decir la cifra en voz alta –se trataba nada más y nada menos que de Nora Cavalier, la madre de Jared quien hacía el reclamo en persona. Algo nada habitual en ella, por cierto.–¡Alquiler semanal de un jet privado! –continuaba la atractiva mujer que, a sus cuarenta y tantos, dejaba claro que la belleza embriagante de su hijo la había heredado de ella&ndas
Siete años después –Eres la única que puede hacerlo, Rossie –dijo Erika de Sousa con su voz de locutora, mientras sermoneaba a su subalterna, Rossana Regiés, durante la hora del almuerzo–. Tu remake de la entrevista con Jared Cavalier es la única esperanza que me queda para salvar a mi show. Rossie no había visto a El Emperador en los últimos siete años. Ni había recibido una carta, o una postal. Tampoco las llamadas a larga distancia que le había prometido que tendrían, cada semana, hasta poder encontrarse. ¿Por qué rayos el former Goodboy de The Boyz in the Band querría charlar con ella en televisión abierta, si en su vida privada se había dedicado a borrarse del mapa? Por supuesto, nadie conocía este hecho. Y su jefa, menos. Por lo que tuvo que inventar alguna excusa sacada de la manga para evitar, a toda costa, un encuentro pactado con el hombre que la había abandonado sin explicación d
Por orden de la Administración, el jet privado se dirigió al hangar más alejado del Aeropuerto Internacional de La Capital, con el objetivo de evitar que se supiera que Jared Cavalier había llegado a la ciudad con dos días de anticipación, para así prevenir el tumulto de fans que inundaría el arribo internacional de forma inevitable. El Emperador fue recibido por el Embajador de los Estados Unidos en persona, quien lo condujo, en un auto blindado, hasta el Hotel Marriot, en el que se hospedaría durante los siguientes siete días, en la que se convertiría la estancia más larga del Goodboy en un país extranjero, en medio de su primera gira mundial como solista. Cuando Jared ingresó a la misma suite del penthouse del hotel en la que se había hospedado siete años antes –y que había sido reservada para él como única condición para hospedarse en el Marriot–, la encontró totalmente diferente. Había sido remodelada y poco quedaba ya de la d