Jared hizo una señal a Rossie para que se aproximara hacia él. Ella, que estaba como a unos cinco metros de distancia, corrió en dirección hacia el chico. Y este, ni corto ni perezoso, la tomó del brazo y la jaló hacia dentro del camerino. Cerró la puerta de inmediato y la aseguró.
–¡Vaya! –Jared abrazó a Rossie y la zarandeó con ternura–. Me alegro de que hayas venido.
–Pero si yo estaba en el pasillo cuando bajaste del escenario –le dijo Rossie con la voz un poco quebrada. No supo si por la emoción o por el llanto de hacía unos minutos–. Te saludé y tú ni siquiera me regresaste a ver.
Jared, que la tenía en sus brazos, la miraba desde la altura de su metro con ochenta y ocho centímetros, sonriente.
–The Boyz tenemos algunas reglas que cumplir, pequeña –le dijo, y la besó en la frente–. No confraternizar con las fans es una de ellas.
«Pero estás confraternizando conmigo justo ahora, Jared», es lo que pensó Rossie, pero no dijo.
Rossana había elegido su outfit con anticipación, porque asistir al after party del concierto de The Boyz in the Band no podía tener nada de improvisado. Seleccionó una falda oscura de tul a cuatro capas, justo por encima de la rodilla; un body de terciopelo concha de vino, gargantilla con dije de chupón y aretitos a juego. Remató su look con unos botines burdeos de tacón grueso y medias negras de encaje hasta los tobillos. Había comprado la lencería a escondidas de su padre: cheeky panties de encaje y un brasier a juego cuyas transparencias dejaban a la imaginación solo aquellas partes que lo ameritaban por fuerza. «Vestida así, nada puede salir mal», pensó Rossana, mientras abría el enorme ventanal de su habitación que daba hacia el patio y atravesaba la improvisada salida con el mínimo ruido que se puede llevar a cabo un viernes a las nueve de la noche en un barrio residencial de La Capital, q
Rossie no había cenado y el Hotel Marriot era famoso por sus bocadillos gourmet. Ella no perdería la oportunidad de hincarles el diente. Ya frente al mesón y tentada a elegir de entre una gran variedad de canapés, se dispuso a tomar uno de champiñones, de esos que el padre de Mae, gerente de eventos del Marriot, acostumbraba ordenar al chef del hotel cada vez que se le antojaba y para cualquier evento. –¡Están bajando!, ¡están bajando! –gritó una voz femenina, y el resto de la gente se acercó hacia las escaleras de la sala VIP, que se encontraban justo al lado opuesto del buffet. Rossana tenía, por lo tanto, una vista privilegiada de lo que ocurriría a continuación, pero prefirió no mirar. Se le caía la cara de la timidez. Si hubiese podido esconderse bajo la mesa y tapar su cuerpo con el mantel, lo habría hecho, sin duda. Pero mejor optó por disimular su deseo de no ser vista por ninguno de los miembros de la banda. Dio las espaldas al espectáculo, p
Aquella noche, Jared y Rossie hablaron de todo lo que se les pasó por la cabeza. Ella le contó sobre su sueño de ser periodista y trabajar para la televisión. El Emperador le recordó lo bien que fotografiaba en cámaras y las reales posibilidades de alcanzar su sueño. Él le habló de sus planes a futuro, de su deseo de establecer una familia y tener hijos, a pesar de que nunca había considerado con seriedad contraer matrimonio. –Cuando todo esto se acabe –le dijo–, me gustaría contar con una chica que me siga queriendo, aunque la fama se desvanezca. Rossie opinó que aquel era un anhelo legítimo, y que ojalá se realizara tal y como él lo había proyectado. Y, por un par de segundos, deseó formar parte de aquel sueño. Luego, se le pasó. Se necesitaba mantener los pies sobre la tierra, aún cuando se encontraba caminando entre nubes en aquel preciso momento. –Estoy demasiad
–Qué bonita eres, pequeña –recostado junto a Rossie en la King Size, Jared Cavalier acarició la mejilla de la muchacha con la mano que tenía libre. –¿Tan bonita como Ali Milá? –se atrevió a preguntar Ro, a riesgo de que a Jared le cambiara la cara. –¿Qué? –a Jared se le escapó una sonrisa que se convirtió en risa al cabo de unos segundos–. ¿Por qué todos me molestan con Ali Milá? –Porque ella es tu celebrity crush, ¿no? –Sep –dijo Jared–. Las estrellas del pop también tenemos nuestras respectivas crushes. –¿Sales con ella? –Ni siquiera la conozco, Rossie –al contrario de lo que Ro creía, Jared no se molestó–. ¿Acaso estás celosa? –¡No! –era cierto–. Solo tenía curiosidad… por saber si ella era tu novia. Jared sonrió con simpatía y siguió acariciando la mejilla de Ro con el dorso de la mano. –No me puedo permitir tener novia, pequeña –le confesó–. Tú sabes perfectamente lo que pasaría.<
Rossana despertó sobresaltada, como si se hubiese olvidado de poner el despertador. El Goodboy permanecía a su lado, tan dormido que su aliento acompasado parecía estar sincronizado con el tic tac del reloj de pared que adornaba el living de la suite y que marcaba las dos y media de la mañana. «Estoy frita», pensó Rossana. «¿Cómo carajos voy a regresar a mi casa a esta hora?». La opción era amanecer con Jared y, a las seis de la mañana, escabullirse hasta la salida del hotel para que algún taxi la dejase en la puerta de su hogar antes de que su padre despertara. «Si no me matan en la calle, lo harán en la casa». Prefirió lo segundo. Al menos así, su cadáver no corría riesgo de acabar abandonado en una zanja. Ro permaneció recostada en el pecho de El Emperador. Olía a una mezcla de Eau d’ Hermès y ligera transpiración. Estaba tan noqueado que ella acarició su pecho y él ni siquiera se
Cuando Rossana se despertó aquella mañana en la suite de lujo ubicada en el Hotel Marriot, se hallaba completamente sola. Encontró una nota en su mesita de noche. «Fue un placer conocerte, pequeña. Espero que nos volvamos a ver… muy pronto». «No lo volveré a ver nunca más en persona», fue la respuesta mental que se dio Rossie a sí misma. «Bueno, supongo que es mejor así», reflexionó, considerando que, de otro modo, su relación con Annelise se habría puesto en serio peligro. La nota no terminaba ahí, por cierto. «PD. Pide el desayuno al servicio a la habitación, ya está pagado». Y, para finalizar, la despedida: «Kisses and hugs, Jared Cavalier». Esa letra manuscrita era tan reconocible a primera vista. Las paredes de la habitación de Annelise estaban repletas de posters que tenían su firma estampada en la impresión. Podría reconocer esa caligrafía a un kilómetro de distancia. Rossie no tenía tiempo para desayuna
Exactamente una semana después del primer regalo que Rossie recibió de manos de un mensajero anónimo, llegó a su poder, por correo regular, un sobre de terciopelo negro sin marca alguna, que camuflaba, en su interior, dos boletos: uno de ida y otro de regreso hacia las Islas Galápagos. Se encontraban fechados para el fin de semana siguiente. Acompañaba al presente, como era usual, una nota escrita a mano por Jared Cavalier. «Pequeña, sé que es mucho pedir, pero necesito verte ya. Tienes siete días para inventar una historia lo suficientemente convincente como para que nadie de tu familia sospeche el verdadero porqué de tu ausencia el próximo fin de semana. Confío en tu talento para el engaño. Y recuerda: es por una buena causa. Kisses and hugs, Jared Cavalier». Todo cuadraba: el neceser de viaje, el traje de baño, los amenities. El tiempo corría, se hacía necesario pensar en un plan. A Rossie se le ocurrió lo obvio, la noche antes del viaje. Había p
Sin siquiera imaginarlo, Rossie se vio elevada por los aires. Jared la cargó desde la puerta de su camarote hacia el interior. Cerró la puerta con su espalda y, sin esperar asegurarla, condujo a Ro hacia la enorme cama de sábanas blancas y cobertor rojo rubí. Rossie se quedó recostada ahí, sin saber si moverse, ni cómo. El Emperador devolvió sus pasos para asegurar el camarote, dio media vuelta y se acercó a ella. Se subió a la cama y se acercó con brazos y piernas hasta colocarse sobre Ro, sin tocarla, siquiera. Jared observó el rostro de la chica con detenimiento y con media sonrisa. –¿Has esperado este momento tanto como yo? –le dijo él, mientras con el dorso de su mano izquierda acariciaba la mejilla de Rossana. Ella bien pudo haber muerto de un infarto en ese instante. La respuesta a esa pregunta era confusa. No era sí, pero tampoco era no. Simplemente, no se lo esperaba. No, en el estricto sentido de la palabra. Se limitó a asentir con