Una joven pareja conversa sobre su futuro juntos en un dormitorio universitario. Yelena, una hermosa chica rubia de porte elegante, abraza a su novio, Robert, que no está feliz con lo que acaba de decirle.
—Pero no tenemos que terminar ahora —él la miró con tristeza con sus profundos ojos azules—. Podría ir a visitarte.
—Robert —ella tampoco estaba feliz con ello—, me voy dos años a China, no sería justo para ninguno de los dos seguir. Podríamos estar a distancia unos meses, pero sabemos que no va a funcionar, y prefiero pedirte que nos separemos ahora que puedo decírtelo de frente.
Él bajó la mirada en respuesta, sabía que si decía algo la voz se le iba a quebrar y no iba a lograr contener las lágrimas.
—A mí también me duele alejarme de ti —tomó su rostro entre sus manos y le dio un beso corto en los labios—, pero no quiero atarte a mí durante los años que no podré verte, tampoco quiero pedirte que me esperes, es mucho tiempo.
—No puedes decidir eso por mí —sollozó—. Me esforzaré por alcanzarte allá.
—Por favor, ya no me lo hagas más difícil —ella también dejó escapar su llanto—. Te amo, por eso tengo que dejarte libre ¿puedo pedirte que hagas lo mismo por mí?
Él se cubrió el rostro con las manos.
—Está bien.
Yelena pasó sus manos por su cabello castaño, le parecía tan suave al tacto.
—Hay un último favor que debo pedirte.
—¿Qué es? —le preguntó, entre lágrimas.
—No me acompañes al aeropuerto mañana.
Robert sentía cómo se le oprimía el pecho al escucharla, tanto, que le costaba trabajo la acción de respirar. Cerró los ojos por un momento y suspiró, tratando de mantener la compostura.
—Por lo menos déjame despedirme de ti.
—Es mejor que nos despidamos ahora, lo prefiero.
Le fue difícil caer en cuenta de que no tenía manera de persuadirla a hacerle más fáciles las cosas, pero comenzaba a molestarle la idea que se comenzaba a hilar en su cabeza: ella ya había considerado dejarlo tal vez semanas antes de decírselo. Justo un día antes la habían pasado maravillosamente, ella sí se había dado tiempo de entender el peso de terminar la relación, pero no había querido comentarle nada, hasta que se fuera y así hacerlo más fácil para ella.
—No esperaba que terminaras conmigo una noche antes de irte ¿cómo se supone que pueda despedirme ahora? ¿No podías decirme esto antes? —comenzaba a enojarse, aunque no quería que ella lo notara.
—No te dije nada porque sabía que ibas a lograr convencerme de continuar a distancia, te conozco.
—¿De alguna manera esto es culpa mía? —le cuestionó, elevando la voz.
—Nadie te está culpando, Robert, esto es precisamente lo que quería evitar. No quería pasar mis últimos días aquí discutiendo contigo, no quiero que lo último que tengamos sea una pelea.
—Lamento decir que no salió como lo planeaste porque es obvio que ya estamos peleando.
—Bueno, la verdad es que tú eres el único que pelea aquí —ella se levantó de la cama, colocándose cerca de la ventana—. Ninguno de los dos gana nada, la realidad es que me iré y no quiero que pasemos por una relación a distancia que igual terminará mal. Te lo dije, prefiero que sea ahora que puedo verte a los ojos que en un par de meses.
Él se rindió, tampoco quería tener una discusión con ella y que esa fuera la última interacción que tuvieran, significaba mucho para él como para terminar de esa manera.
—Lo siento —se disculpó.
—Yo también lo siento —volvió a acercarse a él y lo abrazó, permitiéndole sollozar en su hombro, hasta que estuviera más tranquilo.
Ambos se secaron las lágrimas y se besaron una última vez.
Era 31 de octubre, la fecha que más le gustaba a Isabel. El hecho de poder ser otra persona por un día y compartir con sus amistades un buen rato, la hacía sentir viva. No era lo mismo que sentía cuando era Navidad, y hasta creía que era una mejor festividad por permitirle ser más libre bajo un disfraz. Estaba en su dormitorio, con su amiga Eva, casi terminando de arreglarse para la fiesta de disfraces de personajes de películas de los 80's. La joven morena que la acompañaba le había llevado un diminuto vestido de tirantes con un escote pronunciado.—Eva, no me voy a poner esto —Isabel estaba atónita con el atuendo de pronunciado escote en el pecho y espalda— Ni siquiera tengo el cuerpo de Michelle Pfeiffer en Scarface.—Me lo regaló la vendedora en la compra del vestido de Baby, es una fiesta de disfraces, mostrar a las chicas una vez al año, no hace daño.—No te creo que te lo regalaran, lo compraste —no era la primera vez que su amiga hacía eso, el año anterior le había llevado un
Las notificaciones de su celular la despertaron. Vio la hora y se asustó, debía estar en la estación de trenes para recoger a su hermana en menos de una hora. Se levantó lo más rápido que pudo y se vistió, intentó cepillarse el cabello con el peine de su bolso, pero no resultó, era demasiado pequeño para el nido que tenía en la cabeza. Agradeció en su interior que Indiana siguiera durmiendo, así que sólo le escribió una nota para decirle que se iba y que no se preocupara por ella. Salió sin hacer ruido y le avisó a Eva que ya iba en camino a la estación, pero que llegaría antes a un Walmart para arreglar su pequeño desastre matutino con el cabello y cambiarse de ropa. Ignoró las llamadas que le hizo, sabía que le preguntaría todos los detalles y eso le haría perder tiempo. Llegó a la tienda, compró el conjunto de ropa más barato que encontró, una mochila y productos para arreglar su cabello. En veinte minutos logró mejorar su aspecto, pero su hermana ya debía haber llegado a la estac
Robert seguía durmiendo en su habitación, a pesar de que el sol ya estaba bastante alto. Su cuerpo atlético sólo estaba cubierto por una frazada de color celeste. Era un lugar bastante limpio y ordenado, lo único fuera de lugar era la ropa regada por el suelo. —¿Quién es la impostora de Ellen Ripley y por qué te llama “Indiana Jones”? —una voz femenina lo despertó. Vio a una mujer de cabello cobrizo y enormes ojos verdes sentada en una silla frente a su cama, enseñándole una nota. —¿Qué haces aquí? —le cuestionó, sin responder a sus preguntas, mientras se cubría mejor con las sábanas. —Parece que lo olvidaste, tenías que ir con el tutor de tu tesis a las 8, ya es mediodía, así que me preocupé porque no supe de ti en toda la mañana. Él se llevó una mano al rostro, con fastidio. —Erika, no tienes que cuidarme. Además, nunca te dije que tenía revisión de tesis hoy. —No te estoy cuidando, pero tenía que venir a ver que no hubieras muerto en el baño al salir de la ducha —respondió,
Como había prometido, llamó a su tutor y fue a su oficina más tarde. Ya esperaba la regañiza de la que se habían quejado algunos de sus compañeros de carrera, pero como en su caso él tenía toda la culpa por no asistir como había acordado, decidió que no iría en su en contra y mantendría una actitud neutral con él. Al llegar, notó que la puerta estaba abierta, saludó, pidió permiso para pasar y el profesor sólo asintió con la cabeza, sin responder al "hola" inicial. Robert tomó asiento en la silla que estaba frente al destartalado escritorio y esperó a que empezara a hablar. —Tienes que tomarte en serio esto, si no terminas tu tesis, no podrás graduarte en el verano—Tobbias era un hombre más cerca de los cuarenta que de los treinta, se le notaba más por la calva incipiente que tenía y por su manera de regañar. Sin embargo, la leyenda decía que con un vaso de vodka se transformaba en Jimmy Kimmel. —Lamento no haber llegado a tiempo, me quedé dormido —se disculpó. —Necesito una me
—Oye ¿por qué estás tan rara conmigo? —le preguntó Isabel esa tarde, aprovechando que estaba sola con Mariela en su dormitorio.—No es que tenga que ver contigo como persona —comenzó, sin estar segura de que fuera buena idea—, pero me sorprendió lo que hiciste anoche.—Creo que tacharé de la lista que mi hermana me considera una zorra —dijo, con un tono severo.—No es eso. Es que… nunca habías hecho algo así. Y podría ser peligroso.Isabel entendió que su hermana estaba más preocupada por ella que juzgándola.—No será algo que vuelva a hacer. Sólo quería saber qué se sentía estar con alguien que no conocía, él parecía confiable y resultó ser una buena experiencia.—Si parecía confiable ¿por qué no quieres hacer nada por volverlo a ver?—Porque eso es tener citas con alguien y no es lo que quiero ahora.—¿Perderías la oportunidad de sentir algo por alguien con quien ya sabes que te gusta lo que te hace? Porque eso no lo tenías con Eduardo.—Eran muchas cosas las que no tenía con él, co
Isabel volvió a su dormitorio, esperando que Eva y Mariela hubieran salido. Tenía que cumplir con la promesa de dejarle notas a Robert. Sentía un poco de pena por él, parecía que en verdad le importaba el tema de su tesis, pero no sabía cómo quitarse el bloqueo. Hasta el momento, lo consideraba un chico amable, aunque demasiado formal en su trato, creía que tal vez sólo era tímido. Empezó a trabajar en el documento, haciendo todas las anotaciones positivas que podía en la sección de comentarios del procesador de texto, las negativas las escribía en un cuaderno y se las diría de manera verbal, sólo si era necesario. Era fiel creyente de que el reforzamiento positivo funcionaba, y si era útil en los niños que a veces cuidaba para ganar un dinero extra, en una persona adulta también debía serlo. Detectó cierto apasionamiento en el tono del texto un capítulo antes de que se detuviera por completo, como si hubiera una influencia de algo externo, luego volvía a lo formal y neutro en el p
Aunque había dicho que no lo volvería a hacer, Isabel se fue a pasar la noche del viernes con otro sujeto. Lo conocía por Jim, iba a la misma clase de Estados Financieros que ella y le gustaba el aroma a limpio de su cabello que le llegaba a los hombros. Creía que tal vez sí se había convertido en una zorra después de todo, así que evitaría mencionarlo a Mariela, mintiéndole con la excusa de estudiar en la biblioteca. No quería comparar, pero a diferencia de Robert, su compañero de clase estaba despierto antes que ella, le ofreció café y una camiseta, diciéndole que de esa manera ella tendría que volver, mientras le guiñaba un ojo. Le gustaba la atención de un joven alto, atlético y desenfadado como él, así que aceptó la prenda, rechazó el café y se fue, considerando cumplir con su parte del trato. Dos chicos distintos en una semana, había roto su récord personal. Se dirigió a la biblioteca, deteniéndose a comprar un sándwich en un carrito cercano. Robert ya estaba a la entrada, m