Llámame Monstruo
Llámame Monstruo
Por: Karen Terminel
1. Theo

Theo miró la suave danza de la pequeña flama de aquella vela roja que se encontraba sobre la pequeña mesa de cristal. Se acomodó sobre el asiento negro de piel que le había comprado a la anciana hace unos meses atrás.

— ¿Entonces? —preguntó Theo para después llevarse una mano al rostro y masajearse la mandíbula tensa.

—Veo a una mujer —dijo la anciana. Haciendo un pequeño gesto de disgusto.

Theo pasó su mirada sobre el rostro deteriorado de la mujer, que a causa del paso de los años comenzaba a marchitarse cada vez más. Se estiró en el asiento y sonrió con tranquilidad.

— ¿Otra mujer?— susurró el, estirándose en el asiento. — ¿Otra?

La anciana se levantó de su asiento con la misma expresión de disgusto en su rostro y alzó la carta entre sus manos. El joven hombre frunció el ceño y esperó la respuesta de la anciana quien comenzaba a acercarse a él.

La mirada de la anciana se posó en la llama de la vela y con una mano temblorosa abanicó para apagar la débil llama.

—Habla de una vez —dijo él, utilizando el mismo tono frio y agresivo que solía utilizar siempre. — comienzas a cansarme, Dorotea.

—Está mujer es diferente —soltó la anciana mientras encendía las luces de la habitación, dejando que la luz iluminara todas las altas paredes de color negro que se encontraban repletas de cuadros con imágenes de santos. Los muebles de madera desgastados por el uso, parecían estar a punto de colapsar en cualquier momento pero el asiento de Theo lucía tan caro en aquel lugar, con seguridad había sido fabricado con las mejores pieles del país.

— ¿Diferente? —dijo Theo con una tono burlón, su grueso tono de voz hizo eco en aquella habitación mientras veía a la anciana.

—Es diferente. — Susurró antes de mirar una vez más las cargas que traía en su mano— está mujer de ojos claros...debes de tener cuidado con ella. Veo que es inteligente y muy astuta. —dijo Dorotea.

La gruesa y poderosa risa de Theo retumbó en las paredes de aquella pequeña habitación para después llevarse ambas manos a la nuca. Sonreía mientras negaba con suavidad y se recargaba un poco más en el asiento.

— ¿Tengo que tener cuidado de una mujer?— dijo el. — ¿Acaso haz olvidado quién soy? Yo no debo de tener cuidado con alguien, deben de tener cuidado conmigo.

— ¿Se lo tengo que repetir, joven? está chica no es peligrosa, es astuta —susurró la anciana.

—Estás equivocada, Dorotea.

—Las cartas nunca se equivocan, Cuervo —dijo ella.

Theo miró fijamente a la anciana con sus ojos verdes, justo antes de gruñir y asentir al mismo tiempo que golpeaba los gruesos muslos de sus piernas con sus poderosas manos pálidas.

— ¡Bien!—soltó con fuerza— digamos que esa mujer es peligrosa, ¿Que puede hacer?— preguntó antes de levantar sus cejas, exigiendo una respuesta—tengo a otras cinco mujeres, no será difícil controlarla. Una más no causará problemas —dijo para finalmente sonreír de nuevo, con la misma sonrisa fría que siempre solía utilizar.

Dorotea observó la fría sonrisa de Theo antes de negar y finalmente darse cuenta que él para nada creía en sus palabras, las cartas habían hablado y ellas nunca se equivocaban.

—Esa mujer viene a poner tu mundo de cabeza y no podrás darte cuenta hasta que estés completamente perdido...

—Nadie puede con el cuervo y mucho menos con el diablo —dijo él— ¡Relájate que te harás más vieja de lo que ya estás!

Theo se levantó del asiento al mismo tiempo que acomodó su lujoso traje de color negro con ayuda de sus manos completamente tatuadas. Le regaló una sonrisa fugaz a la anciana antes de finalmente sacar un gran fajo de dólares que acababa de ganar la noche anterior en una de las fiestas que organizaba su padre. Ganar dinero para él nunca había sido difícil. De hecho, para Theo era tan sencillo hacer dinero que ocasionalmente creía que respirar era mucho más difícil que hacer dinero.

—Su corazón es puro como el agua y tú ardes en fuego —dijo la anciana, tratando de llamar su atención.

—Entonces veamos quien hierve primero —dijo él, sonriendo. Seguro que la inocencia de aquella chica nunca podría afectarle.

Dorotea se cruzó de brazos al verlo cruzar la puerta de la habitación, imaginando como Theo se adentraba en el oscuro pasillo que conducía hacía salida de su gran casa verde.

***

Aurora se levantó del suelo con rapidez, llevándose ambas manos al trasero para limpiar la tierra que tal vez se hubiera podido adherir a la tela de sus shorts rojos. Tomó sus libros del suelo una vez que creyó que había quedado limpia y caminó por la universidad con aquellos libros entre sus brazos. Tomó las escaleras más cercanas y subió cada uno de los escalones que tenía frente a ella para poder llegar a su última clase.

Tomó asiento en una de las primeras mesas, siempre había creído que entre más enfrente estuviera sería mejor ya que no tendría nadie que pudiera distraerla. Se acomodó el oscuro cabello en una coleta alta y esperó unos cuantos minutos hasta que finalmente el alto hombre de barba pronunciada entró por la estrecha puerta del aula. Unos cuantos alumnos temblaron en su asiento al verlo entrar. Aurora abrió su libreta blanca al mismo tiempo que se estiraba en su asiento. Estaba cansada y se podía notar en su rostro.

—Les tengo una sorpresa— dijo el hombre de barba pronunciada.

—Examen— susurro Aurora, cruzando miradas con él.

— ¡Exacto!—exclamó el hombre con una gran sonrisa en su rostro. Los chillidos y susurros robaron la atención del hombre y lo obligaron a negar con fuerza. —Ustedes nunca aprenden.

Aurora tomó su lápiz y comenzó a contestar pregunta tras pregunta cuando las hojas le fueron entregadas. Con cada pregunta que respondía pensaba en lo cansada que se encontraba y en lo mucho que deseaba llegar a casa. Deseaba un poco de comida casera.

Sin darse cuenta, aquel examen término siendo una tortura para ella, especialmente cuando las últimas preguntas llegaron. Se rascó la nariz y escribió dudosa las últimas respuestas. Se levantó de su lugar y entregó las hojas al hombre que la miraba con dureza.

—Hasta mañana —susurró ella antes de darse la media vuelta y tomar sus cosas.

—Hasta mañana— contestó el hombre un poco después, justo al verla salir del aula.

Aurora se masajeó la cabeza con suavidad al caminar por el pasillo de la universidad, cada uno de sus pasos estaba completamente lleno de tranquilidad al igual que el silencioso pasillo. Algunas de las lámparas viejas que colgaban del techo parpadeaban ocasionalmente mientras ella caminaba.

— ¡Espera, Aurora! — gritaron detrás de ella, llamando su atención de inmediato.

— ¿Nathan?— preguntó ella al voltear y ver al joven chico de ojos claros con una gran sonrisa en su rostro.

—Es tarde —anunció el. — permíteme llevarte a tu casa, mi auto está estacionado un poco lejos pero es mejor a que simplemente te vayas sola. Vayamos juntos.

Aurora lo escuchó detenidamente y negó prácticamente al escucharlo. Le regaló una sonrisa llena de amabilidad a Nathan y ladeó un poco su rostro al negar una vez más.

—Vivimos en direcciones completamente separadas, mi casa no te queda en el camino y mucho menos cerca. Tomaré el autobús en la esquina y llegare a casa rápidamente. No tienes que preocuparte por mí pero muchas gracias por tu oferta, eres muy amable.

—Ya casi son las diez de la noche.

—No insistas —pidió ella con un repentino rostro serio— sabes lo mucho que me gusta caminar.

—Sabes lo mucho que odio que andes por ahí sola — dijo Nathan. — hay muchas personas locas.

Ella sonrió como respuesta y simplemente se despidió de él con un beso en la mejilla. Se dio la vuelta y salió del pasillo con la misma tranquilidad con la que caminaba hace un rato. Nathan negó y se llevó ambas manos al rostro. Estaba completamente desesperado por haber recibido un “no” como respuesta por millonésima vez. Estaba harto de intentarlo.

—Algún día... Aurora, serás mía –susurró completamente molesto.

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