Capitulo 4

Ximena asintió y sonrió levemente. 

—Quiero darme un baño, bajaré en un momento. 

Ámbar asintió y se puso de pie. Después, la ayudo a levantarse como si supiera que su cuerpo estaba en malas condiciones. 

Ximena no dijo nada, debido a que de verdad lo necesitaba, por lo que se apoyó en ella como se lo dijo. Mientras caminaban hacia el baño, Ximena no pudo evitar preguntar. 

—¿Cómo sabes que me siento mal? ¿Me veo tan terrible? 

Ámbar sonrió inocentemente y respondió:

—No señora, el señor antes de irse mencionó que podría sentirse un poco letárgica al principio…

Ximena se estremeció con horror y unas náuseas terribles la invadieron. 

Sin saber cómo, empujó a Ámbar, caminó tambaleándose al inodoro y comenzó a vomitar desesperadamente. 

Obviamente no había nada en su estómago, por lo que no había nada que devolver, pero llegó el punto en el que no pudo detener el reflejo del asco y no pudo detenerse. 

—¡Señora! ¡Señora! ¡¿Qué sucede?!

Los hombres que estaban haciendo vigilancia en el balcón entraron rápidamente y al ver la desagradable escena se estremecieron. 

Era una regla no escrita el que si algo le sucedía mientras estaban de guardia, aún sin haber hecho nada, serían torturados hasta casi su último aliento. 

Los tres estaban comenzando a entrar en pánico. 

Y Ximena con todas sus fuerzas trató de controlarse. 

—¿Cuánto tiempo estuve inconsciente? 

Preguntó limpiándose la comisura de la boca, la mirada que les dirigió les erizo la piel. 

Los hombres se miraron entre sí y no supieron que responder. 

Después miró directamente a Ámbar que estaba junto a ella, pero esta respondió rápidamente. Manoteando urgentemente.

—¡Yo llegué está mañana! Aún… no sé nada. 

Una vez más no pudo controlar la sensación y trató de vomitar. 

—¡¿Cuánto maldito tiempo he estado inconsciente?! 

El más joven, tartamudeo un poco y respondió con sinceridad. 

—D…d…dos días. 

En un segundo las pupilas de Ximena se encogieron y furiosa se puso de pie. 

—¡Ese maldito bastardo! 

Quería salir de ahí, pero los tres la detuvieron y trataron de calmarla, sin embargo, su furia aumento aún más y rompió los espejos con las cosas que logró arrojar. 

—¡Señora! ¡Si no podemos controlarla el señor enviará al médico de nuevo! 

En shock, Ximena se detuvo. El chico avergonzado y con una mirada de lastima, la ayudo a sentarse en la bañera y las dejó para que pudieran bañarla. 

Lucas, desde su primer incidente, había comenzado a trabajar en su estudio. 

Debido a que todo estuvo en calma, se inquietó debido a que creyó que Ximena se volvería loca de nuevo. 

Había contratado a una chica de su edad para que pudiera tener alguien con quien hablar y distraerse. 

De entre todas, esa chica tenía los antecedentes más limpios y era la más extrovertida. Su personalidad no era molesta y no había tratado de coquetearle desde el primer instante. 

Esperaba sinceramente que Ximena se sintiera mejor. Ella ya no podía permanecer sola según las indicaciones del psiquiatra. Y la medicina era cada vez más fuerte. 

Si ella seguía en ese estado, simplemente podía esperar a cumplir su tan anhelado deseo. 

Apretó los puños y una molestia que no lo dejaba en paz, quería explotar cada que recordaba el como ella quería deshacerse de él tan desesperadamente. 

Su voz grave y llena de impotencia se escuchó en el silencioso estudio. 

—Nunca, jamás te desharás de mí.

Su asistente tragó, y permaneció en silencio como si no existiera. 

Con esa constante inquietud, se puso de pie y fue a la habitación. 

—¡Ese maldito bastardo! 

Anonadado se quedó de pie rígidamente. 

Se comenzó a escuchar el ruido en el baño y corrió a ver lo que sucedía. 

—¡Señora! ¡Si no podemos controlarla el señor enviará al médico de nuevo! 

Todo quedó en absoluto silencio.  Unos momentos después, los dos hombres miraron aterrados al hombre con semblante obscuro frente a la puerta. 

Lucas les hizo una señal para que permanecieran en silencio y salieron a tomar su lugar. 

Después de un momento, se comenzó a escuchar el correr del agua y como Ámbar trató de romper el incomodo silencio.

—¿Sabe? Su marido es un hombre muy atento, jejeje. Me dijo todas y cada una de las cosas que le desagradan, lo que le gusta y lo que no. 

A mí tampoco me gustan los lirios. De hecho, tienen un olor muy fuerte… 

—A mí, me gustan los lirios, odio las rosas. 

Incómodamente se quedó en silencio. Y afuera, Lucas algo sorprendido.

Había escuchado claramente en una ocasión de Ximena, mientras daban un paseo que odiaba los lirios. 

Lo que no notó, fue que, Ximena lo había dicho sólo para saber si la estaba escuchando o no.

Ya sea por fortuna o desgracia, al día siguiente no había un solo lirio en el jardín. No le gustaban las rosas, pero aun así las cuidó con cariño debido a que Lucas las había mandado plantar para ella. 

No había presentado atención a los preparativos de su boda, ni a la boda misma. 

Ximena se había desvivido por llenar de esas flores absolutamente todo. Nunca hubo una sola rosa. 

Había llevado meses su preparación y ella por lo menos una vez al día mencionaba lo mucho que le gustaba. 

Ámbar miró su cuerpo lleno de cicatrices y le dolió el corazón. Ximena era muy hermosa, su rostro era delicado y suave, sus rasgos amables y tiernos daban una sensación de calidez. 

Su cuerpo era demasiado delgado, pero, si estuviera alimentada correctamente, estaba segura de que sería una belleza difícil de ignorar. Se veía cansada y demacrada, su mirada era fría y sin vida. 

Hablaba muy poco y, solamente se la pasaba viendo a la nada inmersa en sus pensamientos. 

Después de salir del baño, se vistió y en silencio se quedó en un asiento en la ventana, se encogió abrazando sus rodillas y no volvió a hablar desde entonces. 

Ámbar, preocupada le llevo el almuerzo, la comida y la cena. Pero no tocó absolutamente nada. 

—Señora… 

—Ve a descansar, gracias por tus atenciones. 

—Señora, su esposo de verdad la ama... 

—¡Lárgate! ¡Y no vuelvas a mencionar a ese desgraciado! ¡Si es tan perfecto quédate con él! 

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