Su elección

Vania no sabía qué responder a eso. Era un insulto, maquillado como algo natural y no pudo sentirse menos que asqueada.

—¿Acaso eres su mensajero? —preguntó con acidez y un poco de decepción.

—Soy su hermano y haría cualquier cosa por él. Incluso algo como esto. No me respondas ahora, puedes pensarlo esta noche y sabremos tu decisión por la mañana. Ven, vamos a divertirnos con los demás.

—No tengo nada que pensar, Javier.

—Se lo debes —le dijo cerca del oído, mientras le rodeaba los hombros con un brazo—. Él comprende sus limitaciones y a lo que te estás comprometiendo al quedarse a su lado. No quiere que te sientas obligada por la niña y su bienestar. Como hombre lo entiendo. No es nada sencillo.

—Es más sencillo de lo que creen todos —dijo con una sonrisa triste.

Eran tan estúpidos si suponían que una mujer valoraba más un par de piernas ágiles que el respeto y la consideración, que el sacrificio y el amor, algo que ella había descubierto en sus ojos cuando la miraba.

Las noches e
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