Los ojos de Leo casi se salieron de su órbita al descubrir que la chica que acababa de llegar era idéntica a la que había visto en su sueño. De inmediato parpadeó para enfocar bien, pero no había duda de que era la misma persona.
—¡Buenos días! ¿Ya está lista mi puerta? —preguntó la joven un poco agitada, dirigiéndose a Jacob.
—Buen día, usted es Maddie Scott, ¿no? —contestó el padre de Leo con amabilidad.
—Sí, soy yo, mucho gusto —respondió la joven risueña, mientras ofrecía su mano derecha a Jacob.
—El gusto es mío, Jacob Brown, del taller de "Brown e hijo" —respondió el padre de Leo, mientras respondía al saludo de Maddie con una sonrisa—. Ya trajimos su puerta, ¿dónde quiere que la coloquemos?
—¡Excelente! Podrían instalarla en lugar de esa puerta —aplaudió emocionada Maddie, al tiempo que señalaba la vieja puerta blanca que estaba en la entrada del inmueble—. La verdad ya está muy desgastada y no me gusta mucho.
—Con mucho gusto, en un momento se la instalamos —dijo Jacob y luego se dirigió hacia el vehículo mientras le hacía señas a Leo para que bajara de la camioneta.
De inmediato, el chico pelirrojo descendió del vehículo para ayudar a su padre con la descarga de la puerta. Mientras lo hacía, pensaba: «Lástima por la puerta, no combina con el diseño de la casa».
Pronto sus pensamientos se vieron interrumpidos al sentir que esa joven tenía puesta su mirada en él. Sin embargo, el joven pensó que tal vez esto era producto de su imaginación y lo ignoró inmediatamente.
En tanto, Jacob no se percató de esta situación, así que continuó con su labor sacando la caja de herramientas del vehículo y disponiéndose a preparar todo para instalar la puerta.
Posteriormente, ambos hombres se dispusieron a retirar la vieja, en tanto que Maddie entró a su casa. Después de unos minutos, regresó para ofrecerles jugo de naranja.
—Mil disculpas si los hice esperar antes. En recompensa, les ofrezco un vaso de jugo —dijo con una dulce voz.
—No se hubiera molestado, no esperamos mucho —contestó Jacob con caballerosidad, mientras tomaba el vaso de jugo—, pero muchas gracias.
Después, Maddie se acercó a Leo con una enorme sonrisa para ofrecerle el jugo. El tímido muchacho no dijo nada y tomó el vaso con indiferencia. Mientras bebía el zumo, notó que ella se había quitado la sudadera y tenía puesta una blusa de tirantes color blanco de licra que hacía resaltar su busto.
Al ver esto, el chico pelirrojo desvió la mirada para enfocarse en el jugo. Cuando terminó, devolvió el vaso con un gesto de agradecimiento. Jacob hizo lo mismo y ambos continuaron trabajando. Luego de un rato, el padre de Leo exclamó con frustración:
—¡Rayos! Traje las brocas equivocadas, creo que voy a regresar al taller.
—No te preocupes, puedo ir por ellas rápido —propuso Leo con diligencia.
—No, quédate, yo iré. Regreso en unos minutos —ordenó Jacob, que de inmediato se retiró sin dar oportunidad a su hijo de protestar.
Cuando Maddie notó que el muchacho estaba solo, se acercó con la intención de hacerle plática.
—¿Se fue el señor Jacob? —preguntó con curiosidad.
—Ajá —contestó Leo con frialdad, sin voltear a ver a Maddie.
En realidad, el chico pelirrojo se sentía inseguro de estar solo con una mujer como Maddie, ya que le hacía recordar a aquellas chicas de sus años escolares que lo despreciaban solo por su color de piel.
Aunque Leo se mantenía distante, esta frialdad provocó que Maddie sintiera más interés por conocerlo. Era la primera vez que se topaba con un chico que la ignoraba de esa manera, pues siempre tenía la atención de los hombres.
En un principio pensó que su actitud era porque el chico pelirrojo era gay, luego se dio cuenta de que en realidad el joven carpintero solo era tímido, así que decidió continuar con su plan de hacerle plática.
—Veo que no hablas mucho —dijo de manera atrevida, mientras se acomodaba el cabello detrás de su oreja, revelando su largo y delgado cuello.
Ese movimiento hizo que Leo tragara saliva y su ritmo cardíaco aumentara, al grado de que sus orejas se pusieran rojas. Para mantener la calma, trató de enfocarse en su trabajo.
—Ah... lo siento, no soy muy bueno charlando —contestó, mientras estaba inclinado intentando sacar los tornillos de forma manual.
Maddie, quien era buena observadora, notó que Leo la evitaba porque estaba demasiado avergonzado. Entonces una sonrisa maliciosa se dibujó en su rostro y pensó: «Este chico es oro puro». Sin perder el ánimo, se agachó para estar al nivel de su objetivo para volver a atacar.
—¡Oh! Bueno, yo tampoco soy buena charlando. Si conozco a alguien que me inspire confianza, no paro de hablar —dijo con la intención de que Leo baje la guardia.
«¿Le inspiro confianza?», pensó Leo al escuchar esto, ya que siempre pensaba que su apariencia era desagradable para que alguna chica sintiera confianza de hablar con él.
—Si tú lo dices, supongo que parezco confiable —respondió Leo manteniendo su expresión estoica.
—¡Así es! —reiteró Maddie—, me pareces buena persona y creo que tienes cosas interesantes qué contar —recalcó la joven atrevida mientras trataba de pensar qué decir para mantener la plática—. Por cierto, ¿Tú hiciste la puerta?
—Ajá — contestó Leo, quien luchaba con un tornillo que estaba desgastado, complicación que lo ayudó a mantenerse concentrado.
—Ya veo, realmente te quedó hermosa —dijo Maddie, mientras se acercaba para observar a Leo trabajar, mostrando a propósito un poco su escote—. ¡Eres muy hábil! Supongo que tu padre te enseñó el oficio.
Maddie sabía que alabar las habilidades de Leo lo ayudaría a romper con su inseguridad y así conseguir acercarse a él. Su interés en ese chico era tal, que no quería descansar hasta que él cayera en sus redes.
Por su parte, el inocente Leo apenas podía mantener la calma con el elogio y sus orejas lo traicionaron de nuevo al teñirse de rojo intenso. «¿Acaso esta chica está coqueteando conmigo?», pensó un tanto contrariado.
Al ver que el joven pelirrojo estaba en aprietos y no hablaba, Maddie continuó con su ataque frontal.
—¡Vaya! Para ser carpintero, veo que tienes unas manos muy lindas —expresó, al mismo tiempo que agarró la mano derecha de Leo.
Justo en el momento en que sus manos se tocaron, una especie de descarga eléctrica los sorprendió.
—¡Ay! —gritó Maddie sorprendida, apartándose inmediatamente. —¿Estás bien? —preguntó Leo preocupado, que también había sentido el choque eléctrico, pero olvidó el malestar para enfocarse en su adolorida anfitriona. —Sí, ¿qué fue eso? —contestó la joven aturdida, mientras observaba a su alrededor para descubrir la causa del choque eléctrico. —Al parecer nos electrocutamos —respondió Leo, que también dirigió la mirada al piso para determinar lo que originó la descarga—. Pero, es extraño, ya que no hay algún cable o dispositivo que transmita la energía eléctrica. Al no encontrar la causa, Maddie decidió irse a la sala para sentarse en el sofá con tal de tomar aliento, mientras Leo se quedó en la puerta mientras la miraba con preocupación. En ese momento, Maddie volteó a verlo y notó que el chico lució demasiado afligido, así que sonrió para tratar de calmarlo. —¡Ey! Tranquilo, ya pasó —respondió mientras extendía su mano para invitarlo a pasar—. Entra y toma asiento mientras espera
—¿Puedo ser tu amiga? —preguntó de nuevo Maddie. Esta propuesta dejó impresionado a Leo, que al momento su boca se abrió sin emitir sonido. Para él, era la primera vez que una chica se atrevía a pedirle ser su amiga de manera sincera, ya que siempre lo rechazaban por su aspecto y muchas personas le hicieron creer que era un fenómeno solo por ser pelirrojo. «¿Acaso tiene una apuesta por cumplir y yo soy su siguiente víctima?», pensó con desconfianza, manteniendo el silencio hermético que lo caracterizaba. En tanto, al ver que no obtenía respuesta, Maddie replicó haciendo una cara de puchero y cruzando los brazos. —¿Qué pasa? ¿Te incomoda ser amigo de una chica? —¡No! —exclamó Leo con contundencia. Esta respuesta sorprendió a Maddie, provocando que su expresión se congelara. Al notar que ella parecía asustada, el chico pelirrojo se sintió avergonzado por su actitud e intentó remediar las cosas. —¡No, no, no...! —exclamó desesperado—. Lo que sucede es que eres la primera chica qu
—¿Te gustó? —preguntó Jacob fingiendo serenidad, aunque en el fondo estaba ansioso por saber qué pasaba por la mente de su atolondrado hijo. La pregunta hizo que Leo volviera en sí y de inmediato respondió sin pensar. —¿Quién? —¿Quién más? La joven a la que le acabamos de instalar la puerta —respondió el hombre, aguantando las ganas de sonreír de orgullo. —¡Ah! ¡Qué va! —contestó Leo tratando de esconder sus emociones. Al notar que su hijo parecía bastante desconfiado, intentó convencerlo de lo contrario. —Mmmm... la verdad se me hace que es una chica muy simpática y veo que está interesada en ti…. —¿Tú crees que ella tiene un interés genuino en mí? ¡No lo creo! —interrumpió Leo, que aún seguía dudando sobre las verdaderas intenciones de Maddie. Jacob comenzó a reír ante la renuencia de su hijo. Estaba consciente de que Leo no creía en las personas luego del daño que sufrió en sus años escolares, hecho que lo obligó a no tener ningún tipo de contacto con las mujeres. El hecho d
—¡Qué pen... soy! ¿Cómo pude darle “rechazar” a la solicitud? —gritó histérico Leo, mientras se daba golpes contra la mesa—. ¡Por pen... me pasan estas cosas! Ahora pensará que no quiero ser su amigo... Leo estaba tan decepcionado consigo mismo por apretar el botón equivocado. Su desidia lo había hecho perder la única oportunidad de entablar una relación con una chica linda y posiblemente no tendría otra oportunidad de conocer a alguien así. Enojado, cerró su computadora portátil y se arrojó a la cama. Estaba tan frustrado con su “fatal” error, que no podía pensar con claridad y lo único que pensaba era en desaparecer de este mundo. Luego de darle vueltas al asunto, consideró la idea de dejar a un lado el orgullo para hablarle y decirle que había rechazado por error la solicitud de amistad, pero dudó en hacerlo, por temor a que ella piense que mal de él. Mientras hundía la cara en la almohada para ahogar su grito de furia, escuchó el ringtone de mensaje, lo cual hizo que de inmedia
—¡Cof! ¡Cof! ¿Estoy hablando con el mismo chico que conocí? —pensó en voz alta Maddie al leer el mensaje que acababa de recibir. Con incredulidad, leyó varias veces el texto, ya que por un momento pensó que estaba hablando con otra persona. Sin embargo, tras confirmarlo de nuevo, comprobó que ese mensaje se encontraba en el chat de Leo. Ante esto, supuso que tal vez ese chico no era tan inocente como se mostraba y que debajo de esas capas de inseguridad se encontraba un hombre ardiente. Ese pensamiento aumentó más su deseo hacia él y comenzó a escribir su siguiente mensaje de ataque, con el objetivo de conseguir una cita. Al mismo tiempo, Leo se encontraba charlando por videollamada con su amigo Mike, un gamer experto en citas con chicas 2D, pero sin experiencia en el contacto con mujeres reales. Para su poca fortuna, él era la única persona a la que le podía pedir consejo sobre ese tema, debido a la falta de amigos en su círculo social. Así que cuando le contó sobre lo ocurrido co
"Me gusta 'Armas y Rosas', realmente me encanta ese grupo", escribió Maddie despreocupadamente, aunque en realidad apenas conocía unas cuantas canciones de la banda. Después de esto, suspiró con nostalgia para recordar con cuántos chicos se había acostado y que entre sus hobbies estuviera el tocar algún instrumento, o por lo menos tuvieran algún tipo de interés musical. Luego de contabilizar a sus amantes, se dio cuenta de que siempre terminaba enredada con sujetos bastante aburridos, por lo que el hecho de que Leo tuviera el gusto por la música y que además fuera un artista de la madera, lo volvía mucho más interesante que el resto de sus conquistas. Para ella atraparlo, significaba poder cerrar su proyecto con broche de oro. En el pasado, Maddie siempre pensó que pasaría su juventud conociendo a hombres y viajando. Realmente no tenía interés en formar una familia ni establecerse en ningún lugar, más bien se consideraba un alma errante, libre como el viento y eso le gustaba. Llegó
Leo estaba tan emocionado por charlar con Maddie, que no se percató de que ya era pasada la medianoche. Para él, esta experiencia era totalmente nueva y emocionante, debido a que en sus casi 30 años de vida jamás había entablado conversación con una chica por tanto tiempo, y mucho menos con una que manifestara tanto interés en conocerlo. Para un chico como él, sin experiencia sobres las cuestiones de citas y las señales que dan las mujeres que están interesadas en los hombres, esta situación le resultaba demasiado desconocida, por lo que solo podía tantear el terreno, a riesgo de morir en el intento. Del otro lado de la “línea”, Maddie estaba tan fascinada con la naturalidad e inocencia de los mensajes que el chico pelirrojo le enviaba, que su excitación aumentaba conforme hablaba con él, así que decidió ser más directa con sus proposiciones. "Eres bastante interesante, ¿te gusta el café? Realmente me gustaría salir en una cita contigo", propuso la atrevida joven sin dar mayores r
*ADVERTENCIA: El siguiente capítulo relata contenido erótico no apto para audiencias menores de 18 años. Se recomienda discreción. En el momento en que le propuso salir en una cita, Maddie notó que Leo había visto el mensaje, pero no le respondió inmediatamente. —¡Vaya! Creo que dejé sin palabras a ese chico, como para que no me conteste —pensó en voz alta mientras miraba con detenimiento el chat. Conforme pasaron los minutos, Maddie comenzó a sentirse desesperada por no obtener una respuesta. En ese punto, resopló su frustración ante el hecho de que Leo era demasiado descortés por dejarla en visto e inmediatamente se culpó por generar falsas expectativas de alguien como él. —¡Ash! ¿Acaso herí su orgullo al invitarlo a salir? ¡Es muy absurdo que se comporte tan digno por algo así! Definitivamente, soy una tonta por pensar que un sujeto así sería diferente a otros hombres. ¡Realmente están cortados con la misma tijera! —se quejó, mientras se disponía a realizar su rutina facial. Qu