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Desde que saqué mi billete de avión hace un par de semanas, cada noche libre y aburrida los pensamientos me han asaltado con cuchillos apuñalándome la tranquilidad. Aquí en Miami nadie ve a alguien más en mi, nadie espera nada de mi. En Seattle todo el mundo lo hace.

—¿Cee? ¿Estás bien?

—Sí. —No es mentira, no del todo, mañana por la mañana cuando me entretenga con cosas se me pasará.

Me lo pregunta de nuevo, pero cierro los ojos y los primeros minutos finjo estar dormida disfrutando de sus caricias hasta que me duermo de verdad.

Por la mañana me despierto la primera y espero a que él se levante para bajar a la cocina a desayunar. Me pongo unas mayas ajustadas y un sujetador bajo su camiseta, y a medida nos acercamos a la cocina escucho el jaleo. Una panda de chicos descamisados como Jack están haciendo un estropicio en la cocina.

—¡Buenos días, parejita! —grita uno.

Me pego a Jack como un grano aunque él me retira uno de los taburetes en la isla y me deja ahí sentada mientras nos
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