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Capítulo 4: La Senda Oculta

La brisa de la mañana acariciaba las terrazas de Machu Picchu, trayendo consigo un susurro ancestral que parecía vibrar en el alma de quienes lo escuchaban. Ethan, sentado al borde de la entrada de la caverna, sentía que el mundo a su alrededor se movía con una intensidad casi irreal. El cielo teñido de tonos dorados y anaranjados anunciaba el amanecer, pero su mirada permanecía fija en el cuaderno que sostenía entre sus manos, como si las respuestas que buscaba pudieran revelarse mágicamente en sus notas.

El roce del lápiz contra el papel se detuvo de pronto. Ethan alzó la vista y observó la entrada de la caverna, ahora envuelta en sombras alargadas que parecían moverse con vida propia. Su pecho se comprimió. Las palabras del reflejo en el agua seguían repitiéndose en su mente: “El puente... el vínculo entre lo divino y lo mortal”.

Un escalofrío recorrió su cuerpo. A pesar del calor tibio del amanecer, sintió una helada familiar que lo hacía cuestionar si todo lo ocurrido había sido real. Su respiración se entrecortó al recordar los ojos de la figura etérea: oscuros, infinitos, como si contuvieran las respuestas del universo, y a la vez, un abismo insondable.

—"El puente..." —susurró, como si decirlo en voz alta pudiera darle sentido.

El ruido de pisadas sobre la hierba lo hizo sobresaltarse. Se giró rápidamente, el corazón aun martilleándole en el pecho.

—¡Ethan! —La voz familiar de Diego rompió el silencio, trayendo consigo un alivio momentáneo.

Ethan parpadeó y apretó el cuaderno contra su pecho antes de levantarse de un salto. Diego lo miraba con una mezcla de curiosidad y preocupación, sus manos descansaban sobre las caderas mientras una ceja se arqueaba con escepticismo.

—Hombre, pareces haber visto un fantasma. —El tono de Diego, aunque despreocupado, no lograba esconder del todo la inquietud.

Ethan lo observó en silencio por un momento. Su mente luchaba por encontrar las palabras adecuadas para explicar lo inexplicable, pero al final, optó por un leve encogimiento de hombros.

—Solo estoy... agotado, eso es todo. Anoche no dormí mucho.

Diego ladeó la cabeza, estudiándolo con ojos entrecerrados.

—¿Eso es todo? —preguntó, su tono escéptico. Luego suspiró y se acercó un poco más, extendiéndole una botella de agua—. Bueno, descansa si puedes. Esta noche tenemos la reunión con el equipo. Y los aldeanos... —Diego hizo una pausa, su expresión se tornó más seria—. Insisten en que veamos algo.

—¿Algo? ¿Qué cosa? —preguntó Ethan, tratando de sonar indiferente, pero su interés ya había sido capturado.

—Dicen que es una reliquia antigua, algo que encontraron cerca de aquí. Aunque, ya sabes cómo son estas cosas. Seguro es una roca con marcas, nada del otro mundo.

Sin embargo, una chispa se encendió en el interior de Ethan. Había aprendido a no subestimar las historias locales, especialmente en un lugar tan cargado de historia y misterio como Machu Picchu.

—¿A qué hora es la reunión? —preguntó, esforzándose por mantener su voz neutral.

Diego sonrió y le dio un ligero golpe en el hombro antes de girarse.

—Esta noche, amigo. Hasta entonces, relájate un poco. Pareces un volcán a punto de explotar.

Ethan lo vio alejarse, pero su mente ya estaba en otro lugar, perdida en la maraña de símbolos, visiones y voces que lo rodeaban como un rompecabezas incompleto.

En el Olimpo, el aire estaba cargado de una electricidad casi tangible. La profecía había caído sobre los dioses como una sombra que ninguno podía ignorar. Zeus permanecía de pie en el salón del oráculo, con el rostro endurecido y sus ojos ardiendo con una intensidad que solo la ira y el miedo combinados podían generar.

La voz del oráculo seguía resonando en su mente, cada palabra incrustándose como un recordatorio de la fragilidad de su poder.

—Un humano decidirá el destino de los dioses... —repitió para sí mismo, con un tono grave que apenas se alzó por encima del eco del lugar.

—Es curioso, ¿verdad? —La voz de Hades rompió el silencio, con una suavidad cargada de burla. Su figura emergió de entre las sombras, con una expresión tranquila y a la vez amenazante—. Toda nuestra fuerza, toda nuestra grandeza, y ahora estamos en manos de un mortal.

Zeus no respondió de inmediato. Cerró los ojos, dejando que el peso de las palabras de Hades se asentara en su interior. Pero cuando abrió los ojos, estos brillaban con un azul intenso, como si contuvieran la tormenta misma.

—Hades... —Su voz era baja, pero cada sílaba llevaba consigo un filo cortante—. No juegues con esto.

—¿Jugar? —Hades alzó una ceja, su expresión se volvió teatral mientras daba un paso hacia el centro del salón—. Hermano, ¿alguna vez he jugado contigo?

La tensión en el aire se intensificó. El rayo en la mano de Zeus comenzó a brillar, iluminando sus rasgos con un destello amenazante.

—No interferirás.

Hades esbozó una sonrisa, una curva lenta y calculadora que no alcanzó sus ojos.

—Oh, tranquilo, hermano. No he dicho que haré nada... por ahora. —Se dio media vuelta, su capa oscura flotando tras él mientras su figura se desvanecía en sombras.

Cuando el grupo llegó al claro al borde del precipicio, Ethan sintió una mezcla de emoción y ansiedad. Las piedras que rodeaban el altar brillaban débilmente bajo la luz de la luna, como si guardaran un secreto que solo esperaba ser revelado.

El anciano que los guiaba habló con una voz baja y reverente:

—Este altar ha estado aquí desde antes de nuestros ancestros. Dicen que solo los elegidos pueden escuchar su llamado.

Ethan tragó saliva mientras se acercaba. Algo en las palabras del anciano le dio escalofríos. Al inclinarse sobre el altar, sus dedos temblaron al tocar las líneas talladas en la piedra.

Entonces ocurrió.

El agua en el cuenco comenzó a moverse, creando ondas que parecían formar patrones. Una imagen emergió lentamente: fuego, sombras y la figura femenina del mural. Ethan sintió un tirón en su pecho, como si algo dentro de él respondiera al llamado.

—¡Ethan! —gritó Diego, mientras el rugido de las montañas llenaba el aire.

Pero Ethan no pudo apartar la mirada. La voz en su mente era clara, firme y devastadora:

—El tiempo se agota. Encuentra el Orbe, o todo estará perdido.

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