La brisa de la mañana acariciaba las terrazas de Machu Picchu, trayendo consigo un susurro ancestral que parecía vibrar en el alma de quienes lo escuchaban. Ethan, sentado al borde de la entrada de la caverna, sentía que el mundo a su alrededor se movía con una intensidad casi irreal. El cielo teñido de tonos dorados y anaranjados anunciaba el amanecer, pero su mirada permanecía fija en el cuaderno que sostenía entre sus manos, como si las respuestas que buscaba pudieran revelarse mágicamente en sus notas.
El roce del lápiz contra el papel se detuvo de pronto. Ethan alzó la vista y observó la entrada de la caverna, ahora envuelta en sombras alargadas que parecían moverse con vida propia. Su pecho se comprimió. Las palabras del reflejo en el agua seguían repitiéndose en su mente: “El puente... el vínculo entre lo divino y lo mortal”.
Un escalofrío recorrió su cuerpo. A pesar del calor tibio del amanecer, sintió una helada familiar que lo hacía cuestionar si todo lo ocurrido había sido real. Su respiración se entrecortó al recordar los ojos de la figura etérea: oscuros, infinitos, como si contuvieran las respuestas del universo, y a la vez, un abismo insondable.
—"El puente..." —susurró, como si decirlo en voz alta pudiera darle sentido.
El ruido de pisadas sobre la hierba lo hizo sobresaltarse. Se giró rápidamente, el corazón aun martilleándole en el pecho.
—¡Ethan! —La voz familiar de Diego rompió el silencio, trayendo consigo un alivio momentáneo.
Ethan parpadeó y apretó el cuaderno contra su pecho antes de levantarse de un salto. Diego lo miraba con una mezcla de curiosidad y preocupación, sus manos descansaban sobre las caderas mientras una ceja se arqueaba con escepticismo.
—Hombre, pareces haber visto un fantasma. —El tono de Diego, aunque despreocupado, no lograba esconder del todo la inquietud.
Ethan lo observó en silencio por un momento. Su mente luchaba por encontrar las palabras adecuadas para explicar lo inexplicable, pero al final, optó por un leve encogimiento de hombros.
—Solo estoy... agotado, eso es todo. Anoche no dormí mucho.
Diego ladeó la cabeza, estudiándolo con ojos entrecerrados.
—¿Eso es todo? —preguntó, su tono escéptico. Luego suspiró y se acercó un poco más, extendiéndole una botella de agua—. Bueno, descansa si puedes. Esta noche tenemos la reunión con el equipo. Y los aldeanos... —Diego hizo una pausa, su expresión se tornó más seria—. Insisten en que veamos algo.
—¿Algo? ¿Qué cosa? —preguntó Ethan, tratando de sonar indiferente, pero su interés ya había sido capturado.
—Dicen que es una reliquia antigua, algo que encontraron cerca de aquí. Aunque, ya sabes cómo son estas cosas. Seguro es una roca con marcas, nada del otro mundo.
Sin embargo, una chispa se encendió en el interior de Ethan. Había aprendido a no subestimar las historias locales, especialmente en un lugar tan cargado de historia y misterio como Machu Picchu.
—¿A qué hora es la reunión? —preguntó, esforzándose por mantener su voz neutral.
Diego sonrió y le dio un ligero golpe en el hombro antes de girarse.
—Esta noche, amigo. Hasta entonces, relájate un poco. Pareces un volcán a punto de explotar.
Ethan lo vio alejarse, pero su mente ya estaba en otro lugar, perdida en la maraña de símbolos, visiones y voces que lo rodeaban como un rompecabezas incompleto.
En el Olimpo, el aire estaba cargado de una electricidad casi tangible. La profecía había caído sobre los dioses como una sombra que ninguno podía ignorar. Zeus permanecía de pie en el salón del oráculo, con el rostro endurecido y sus ojos ardiendo con una intensidad que solo la ira y el miedo combinados podían generar.
La voz del oráculo seguía resonando en su mente, cada palabra incrustándose como un recordatorio de la fragilidad de su poder.
—Un humano decidirá el destino de los dioses... —repitió para sí mismo, con un tono grave que apenas se alzó por encima del eco del lugar.
—Es curioso, ¿verdad? —La voz de Hades rompió el silencio, con una suavidad cargada de burla. Su figura emergió de entre las sombras, con una expresión tranquila y a la vez amenazante—. Toda nuestra fuerza, toda nuestra grandeza, y ahora estamos en manos de un mortal.
Zeus no respondió de inmediato. Cerró los ojos, dejando que el peso de las palabras de Hades se asentara en su interior. Pero cuando abrió los ojos, estos brillaban con un azul intenso, como si contuvieran la tormenta misma.
—Hades... —Su voz era baja, pero cada sílaba llevaba consigo un filo cortante—. No juegues con esto.
—¿Jugar? —Hades alzó una ceja, su expresión se volvió teatral mientras daba un paso hacia el centro del salón—. Hermano, ¿alguna vez he jugado contigo?
La tensión en el aire se intensificó. El rayo en la mano de Zeus comenzó a brillar, iluminando sus rasgos con un destello amenazante.
—No interferirás.
Hades esbozó una sonrisa, una curva lenta y calculadora que no alcanzó sus ojos.
—Oh, tranquilo, hermano. No he dicho que haré nada... por ahora. —Se dio media vuelta, su capa oscura flotando tras él mientras su figura se desvanecía en sombras.
Cuando el grupo llegó al claro al borde del precipicio, Ethan sintió una mezcla de emoción y ansiedad. Las piedras que rodeaban el altar brillaban débilmente bajo la luz de la luna, como si guardaran un secreto que solo esperaba ser revelado.
El anciano que los guiaba habló con una voz baja y reverente:
—Este altar ha estado aquí desde antes de nuestros ancestros. Dicen que solo los elegidos pueden escuchar su llamado.
Ethan tragó saliva mientras se acercaba. Algo en las palabras del anciano le dio escalofríos. Al inclinarse sobre el altar, sus dedos temblaron al tocar las líneas talladas en la piedra.
Entonces ocurrió.
El agua en el cuenco comenzó a moverse, creando ondas que parecían formar patrones. Una imagen emergió lentamente: fuego, sombras y la figura femenina del mural. Ethan sintió un tirón en su pecho, como si algo dentro de él respondiera al llamado.
—¡Ethan! —gritó Diego, mientras el rugido de las montañas llenaba el aire.
Pero Ethan no pudo apartar la mirada. La voz en su mente era clara, firme y devastadora:
—El tiempo se agota. Encuentra el Orbe, o todo estará perdido.
El eco del rugido en las montañas persistía en los oídos de Ethan como un recordatorio de que algo se había desatado. Cada fibra de su ser quería atribuirlo al viento, al eco, a cualquier fenómeno natural que no desafiara su cordura, pero la sensación en el aire lo contradecía. Era como si el mundo mismo contuviera el aliento.La piedra bajo sus pies parecía más fría, más viva, vibrando con una energía casi imperceptible que se sincronizaba con el latido de su corazón. Diego lo miraba, el nerviosismo dibujado en cada línea de su rostro, mientras el anciano retrocedía hacia las sombras, susurrando palabras en un idioma que resonaba como un cántico ancestral.El altar parecía más que una estructura; era un testigo mudo de secretos inmemoriales. Las marcas talladas en su superficie irradiaban un resplandor tenue que parecía responder a Ethan. Había algo en el aire, algo que lo llamaba, como una melodía que solo él podía escuchar.—Esto… esto no es normal, Ethan —murmuró Diego, con la voz
Las palabras de Ethan resonaban en el aire como un juramento inquebrantable, y aunque el temor latía en el pecho de Diego, una lealtad silenciosa lo mantenía a su lado. La presencia del anciano, inmóvil como una estatua esculpida en la roca misma, cargaba el ambiente con un peso que hacía difícil respirar.—El desierto que buscas no está en este mundo tal como lo conoces. —La voz del anciano era baja, pero cada palabra portaba el peso de siglos enterrados bajo arenas invisibles—. Es un lugar entre los lugares, un cruce donde la realidad y lo eterno convergen.Ethan sintió que la visión todavía quemaba en su mente, un eco persistente que se negaba a apagarse. Miró al anciano con el ceño fruncido, buscando algo en sus palabras que ofreciera claridad.—¿Cómo llegamos ahí? —preguntó, con la misma intensidad con la que un náufrago implora por tierra firme.El anciano extendió una mano nudosa hacia la pared rocosa cercana. Por un momento, no ocurrió nada, pero entonces grabados ocultos come
El camino hacia Paracas se alargaba bajo un cielo teñido de un rojo profundo, como si el sol mismo estuviera sangrando su última luz sobre la tierra. Ethan mantenía la mirada fija en la carretera, sintiendo el peso de cada kilómetro que lo acercaba a lo desconocido. Sus manos firmes en el volante temblaban ligeramente, no por miedo, sino por una mezcla de anticipación y una inquietud que no lograba nombrar.A su lado, Diego sostenía su libreta con fuerza, sus dedos tamborileando sobre la tapa mientras sus ojos recorrían frenéticamente las notas. Los nombres y símbolos que había garabateado apenas hacía unas horas ahora parecían contener más preguntas que respuestas.—¿Estás seguro de esto? —preguntó Diego, rompiendo el silencio que se había asentado entre ellos como una manta pesada.Ethan no respondió de inmediato. Dejó que el motor del vehículo llenara el aire por un momento más antes de hablar, su voz grave, cargada de una calma que no sentía del todo.—No importa si estoy seguro —
El brillo dorado del horizonte pulsaba rítmicamente, un espectáculo hipnótico que invitaba y repelía a la vez. Era como si el mundo mismo respirara, llenando el aire de una energía que hacía que cada paso de Ethan y Diego fuera más pesado, más deliberado. El suelo cristalino bajo sus pies emitía reflejos iridiscentes que se deslizaban como olas, deformando su entorno en destellos de colores desconocidos.Diego pasó una mano por su rostro empapado de sudor, su expresión reflejaba una mezcla de incredulidad y temor.—¿Ethan, no sientes que estamos… fuera de lugar? —preguntó, con un hilo de voz que parecía temer provocar una respuesta.Ethan no respondió de inmediato. Sus ojos estaban fijos en el horizonte, pero su mente estaba a kilómetros de distancia, buscando un significado en la vibración que sentía bajo sus pies.—Es más que estar fuera de lugar —dijo finalmente, su tono era bajo, como si temiera que algo más pudiera escuchar—. Es como si este sitio… estuviera vivo.Diego parpadeó,
El paisaje parecía vivo, cambiando con cada paso que daban. Las luces doradas que danzaban en el horizonte parecían respirar con un ritmo propio, proyectando sombras alargadas que jugueteaban con las formas. La brisa que antes era ligera ahora llevaba un susurro casi imperceptible, como si el mundo intentara comunicar un secreto que no alcanzaban a comprender.Ethan caminaba en silencio, con su mirada fija en el resplandor que los guiaba. Era una luz cálida, pero había algo en ella que le hacía sentir un nudo en el estómago, una promesa de grandeza y peligro. Diego, a su lado, no podía ocultar el nerviosismo.—¿Estás seguro de que es por aquí? —preguntó Diego, rompiendo el silencio con un tono que intentaba sonar confiado, pero fallaba estrepitosamente.Ethan asintió sin voltear.—No lo sé con certeza —respondió, con una calma que contrastaba con la tensión que le recorría por dentro—. Es como si este lugar nos estuviera guiando.Diego bufó, aunque su intento de sarcasmo se desmoronó
La oscuridad lo envolvía, densa y opresivamente, como si quisiera sofocar cada pensamiento en su mente. Ethan miraba a su versión más joven, esa sombra de sí mismo que lo observaba con una mezcla de desafío y vulnerabilidad. Aquella figura era un recordatorio viviente de las decisiones que lo habían llevado hasta allí.—Recuerda, Ethan —dijo la figura, su voz resonaba con ecos distantes—. Recuerda lo que dejaste atrás.El entorno se desgarró como si un cuchillo invisible cortara el velo de la noche. Ethan se encontró de pie en su antiguo hogar. El lugar estaba impregnado de un aire de abandono que parecía congelar el tiempo: paredes desnudas, muebles desgastados y la ventana rota que dejaba entrar un viento que aullaba como un lamento.En el centro de la habitación, una mujer delgada y frágil estaba sentada, sosteniendo un amuleto que parecía brillar con un tenue destello en la penumbra. Ethan sintió que su corazón se encogía. Reconocía cada detalle, cada grieta en el suelo y cada som
El viento rugía entre las montañas, un coro fantasmagórico que parecía arrastrar siglos de secretos olvidados. Ethan y Diego avanzaban con cuidado por el sendero de piedra, envueltos en una penumbra que los abrazaba como un manto pesado. El bosque, imponente y ancestral, crujía a su alrededor, como si las raíces y ramas conspiraran en susurros.Ethan sujetaba el Orbe del Destino con ambas manos. Su resplandor tenue iluminaba apenas unos pasos a su alrededor, pero aquel brillo parecía vivo, un eco palpitante que resonaba en su pecho. Cada latido del artefacto era un recordatorio de la carga que ahora llevaba.—¿Cómo te sientes? —preguntó Diego, rompiendo el tenso silencio con un tono de voz apenas más alto que un susurro.Ethan bajó la vista al suelo mientras caminaba, como si las piedras bajo sus pies le ofrecieran respuestas que él mismo desconocía.—Distinto —murmuró finalmente, con la mirada fija en el resplandor del Orbe—. Como si... todo lo que soy no fuera suficiente.Diego lo o
El resplandor cegador del Orbe se desvaneció lentamente, como un amanecer que se consume antes de iluminar por completo. En el claro del bosque, el grupo quedó envuelto en un silencio tan denso que parecía tangible, interrumpido solo por el crujido de hojas bajo sus pies y el tenue zumbido residual del Orbe. En el centro, Hades permanecía imperturbable, rodeado por sombras que danzaban a su alrededor como llamas negras, devorando cualquier luz que intentara acercarse.Afrodita, aún con las manos extendidas y el corazón latiendo como un tambor en su pecho, bajó los brazos con una mezcla de incredulidad y temor. Su respiración, agitada, formaba pequeñas nubes de vapor en el aire frío.—Eso no puede ser posible… —murmuró, con un hilo de voz que apenas logró romper el silencio.Hades ladeó la cabeza, con una sonrisa tan sutil como escalofriante. Sus ojos, dos abismos infinitos, se clavaron en ella con una intensidad que desnudaba las dudas más profundas.—¿De verdad creíste que un simple