La oscuridad lo envolvía, densa y opresivamente, como si quisiera sofocar cada pensamiento en su mente. Ethan miraba a su versión más joven, esa sombra de sí mismo que lo observaba con una mezcla de desafío y vulnerabilidad. Aquella figura era un recordatorio viviente de las decisiones que lo habían llevado hasta allí.—Recuerda, Ethan —dijo la figura, su voz resonaba con ecos distantes—. Recuerda lo que dejaste atrás.El entorno se desgarró como si un cuchillo invisible cortara el velo de la noche. Ethan se encontró de pie en su antiguo hogar. El lugar estaba impregnado de un aire de abandono que parecía congelar el tiempo: paredes desnudas, muebles desgastados y la ventana rota que dejaba entrar un viento que aullaba como un lamento.En el centro de la habitación, una mujer delgada y frágil estaba sentada, sosteniendo un amuleto que parecía brillar con un tenue destello en la penumbra. Ethan sintió que su corazón se encogía. Reconocía cada detalle, cada grieta en el suelo y cada som
El viento rugía entre las montañas, un coro fantasmagórico que parecía arrastrar siglos de secretos olvidados. Ethan y Diego avanzaban con cuidado por el sendero de piedra, envueltos en una penumbra que los abrazaba como un manto pesado. El bosque, imponente y ancestral, crujía a su alrededor, como si las raíces y ramas conspiraran en susurros.Ethan sujetaba el Orbe del Destino con ambas manos. Su resplandor tenue iluminaba apenas unos pasos a su alrededor, pero aquel brillo parecía vivo, un eco palpitante que resonaba en su pecho. Cada latido del artefacto era un recordatorio de la carga que ahora llevaba.—¿Cómo te sientes? —preguntó Diego, rompiendo el tenso silencio con un tono de voz apenas más alto que un susurro.Ethan bajó la vista al suelo mientras caminaba, como si las piedras bajo sus pies le ofrecieran respuestas que él mismo desconocía.—Distinto —murmuró finalmente, con la mirada fija en el resplandor del Orbe—. Como si... todo lo que soy no fuera suficiente.Diego lo o
El resplandor cegador del Orbe se desvaneció lentamente, como un amanecer que se consume antes de iluminar por completo. En el claro del bosque, el grupo quedó envuelto en un silencio tan denso que parecía tangible, interrumpido solo por el crujido de hojas bajo sus pies y el tenue zumbido residual del Orbe. En el centro, Hades permanecía imperturbable, rodeado por sombras que danzaban a su alrededor como llamas negras, devorando cualquier luz que intentara acercarse.Afrodita, aún con las manos extendidas y el corazón latiendo como un tambor en su pecho, bajó los brazos con una mezcla de incredulidad y temor. Su respiración, agitada, formaba pequeñas nubes de vapor en el aire frío.—Eso no puede ser posible… —murmuró, con un hilo de voz que apenas logró romper el silencio.Hades ladeó la cabeza, con una sonrisa tan sutil como escalofriante. Sus ojos, dos abismos infinitos, se clavaron en ella con una intensidad que desnudaba las dudas más profundas.—¿De verdad creíste que un simple
El aire del claro parecía haber quedado atrapado en un hechizo, inmóvil y expectante. Cada hoja que caía desde las ramas superiores lo hacía con una lentitud sobrenatural, como si incluso el tiempo hubiese quedado cautivado por el impacto del Orbe. Ethan permanecía de pie, el objeto resplandeciente todavía entre sus manos, aunque su brillo ahora era tenue, casi apagado, como si descansara tras haber liberado un fragmento de su insondable poder.Hades se mantenía erguido, pero las sombras que lo envolvían habían perdido parte de su intensidad. Su rostro, marcado por una furia contenida, reflejaba un destello de vulnerabilidad que rara vez se dejaba ver. La oscuridad a su alrededor, antes sólida y opresiva, ahora ondulaba con fragilidad, como si temiera desaparecer del todo.—No tienes idea de lo que acabas de desatar —gruñó Hades, con un tono bajo y amenazante que resonaba como un eco cavernoso. Sus ojos oscuros ardían con una mezcla de rabia y algo más… una chispa de incertidumbre que
El silencio del claro había quedado atrás, pero no así su eco en las mentes de los viajeros. Afrodita avanzaba con una gracia natural, aunque esta vez cada paso parecía cargado de una tensión que jamás habría admitido en voz alta. Ethan, a su lado, notaba la diferencia; la diosa del amor parecía más humana ahora, con las líneas de preocupación dibujándose sutilmente en su rostro.El bosque, que alguna vez había sido un santuario de vida, se transformaba en un reino sombrío. Las sombras de las ramas, entrelazadas como si formaran un techo protector, daban la impresión de un túnel sin salida. Cada hoja que caía al suelo resonaba como un presagio en el silencio abrumador. Afrodita observaba los alrededores con la mandíbula apretada, su mirada recorría el entorno como buscando una señal, cualquier cosa que pudiera explicar el malestar que la recorría.—¿Siempre ha sido así? —preguntó Ethan en voz baja, aunque sabía que la pregunta era absurda.Afrodita tardó en responder, como si las pala
Cerberos avanzó, cada pata golpeando la tierra con un eco que reverberaba como un tambor antiguo. Las tres cabezas del monstruo, cada una con una personalidad inquietante, se movían al unísono, escudriñando al grupo con ojos rojos que brillaban como brasas en la penumbra. Sus fauces, entreabiertas, dejaban entrever colmillos afilados que parecían capaces de desgarrar incluso el metal más resistente. El aire, cargado de una energía casi tangible, vibraba con cada gruñido que escapaba de sus gargantas.Ethan sintió cómo un escalofrío recorría su cuerpo, pero no podía moverse. La tensión era palpable, como si todo a su alrededor estuviera al borde de estallar. Afrodita, de pie junto a él, mantenía una expresión serena, pero sus ojos, un remolino de emociones contenidas, revelaban el esfuerzo que hacía para mantenerse tranquila.—Es magnífico... y aterrador —murmuró Afrodita, con un tono casi reverente.El silencio que siguió a su comentario fue roto por Hércules, quien observaba a Cerber
El viento ululaba a través del valle desértico donde los dioses se encontraban. La misión los había llevado hasta el templo olvidado de Selene, la diosa de la luna, un lugar donde el tiempo parecía haberse detenido. La estructura, erosionada por milenios de abandono, se alzaba como un eco de lo que una vez fue un santuario majestuoso. Ahora, casi completamente enterrado bajo dunas eternas, el templo susurraba secretos en cada ráfaga de viento, cargado de un aroma terroso y frío, como si la misma noche respirara allí.Afrodita fue la primera en notar los símbolos lunares. Su resplandor tenue sobre la piedra negra era casi imperceptible, como si la luz de la luna los despertara de un sueño profundo. Tocó uno de los grabados con delicadeza, su tacto tan suave que parecía intentar no perturbar la magia latente. Cada línea grabada en la piedra contaba una historia antigua, una que ninguno de ellos entendía del todo, pero cuyo significado les atravesaba como un escalofrío.—Esto no estaba a
El portal los envolvió en un remolino de energía que parecía infinito. Ethan sintió como si cada fibra de su ser se desintegrara, para luego reconstruirse con una precisión dolorosa. Un peso invisible apretaba su pecho, como si el universo mismo estuviera forzándolo a ceder. Cuando finalmente emergieron, el aire cambió: era frío y denso, cargado de un aroma metálico que le recordaba la sangre seca en antiguas excavaciones.El lugar en el que se encontraban era inquietantemente vasto. Un desierto oscuro se extendía hasta el horizonte, salpicado de fragmentos de roca que flotaban en el aire como islas suspendidas. No había viento, pero el paisaje parecía moverse por sí solo, con grietas que se expandían y contraían en un ritmo casi orgánico. Sobre ellos, un cielo vacío absorbía toda la luz, dejando una sensación de opresión que amenazaba con aplastarlos.Afrodita fue la primera en hablar, con la voz apenas un susurro. —¿Dónde estamos?Poseidón avanzó lentamente, alzando su tridente. La