El resplandor cegador del Orbe se desvaneció lentamente, como un amanecer que se consume antes de iluminar por completo. En el claro del bosque, el grupo quedó envuelto en un silencio tan denso que parecía tangible, interrumpido solo por el crujido de hojas bajo sus pies y el tenue zumbido residual del Orbe. En el centro, Hades permanecía imperturbable, rodeado por sombras que danzaban a su alrededor como llamas negras, devorando cualquier luz que intentara acercarse.Afrodita, aún con las manos extendidas y el corazón latiendo como un tambor en su pecho, bajó los brazos con una mezcla de incredulidad y temor. Su respiración, agitada, formaba pequeñas nubes de vapor en el aire frío.—Eso no puede ser posible… —murmuró, con un hilo de voz que apenas logró romper el silencio.Hades ladeó la cabeza, con una sonrisa tan sutil como escalofriante. Sus ojos, dos abismos infinitos, se clavaron en ella con una intensidad que desnudaba las dudas más profundas.—¿De verdad creíste que un simple
El aire del claro parecía haber quedado atrapado en un hechizo, inmóvil y expectante. Cada hoja que caía desde las ramas superiores lo hacía con una lentitud sobrenatural, como si incluso el tiempo hubiese quedado cautivado por el impacto del Orbe. Ethan permanecía de pie, el objeto resplandeciente todavía entre sus manos, aunque su brillo ahora era tenue, casi apagado, como si descansara tras haber liberado un fragmento de su insondable poder.Hades se mantenía erguido, pero las sombras que lo envolvían habían perdido parte de su intensidad. Su rostro, marcado por una furia contenida, reflejaba un destello de vulnerabilidad que rara vez se dejaba ver. La oscuridad a su alrededor, antes sólida y opresiva, ahora ondulaba con fragilidad, como si temiera desaparecer del todo.—No tienes idea de lo que acabas de desatar —gruñó Hades, con un tono bajo y amenazante que resonaba como un eco cavernoso. Sus ojos oscuros ardían con una mezcla de rabia y algo más… una chispa de incertidumbre que
El silencio del claro había quedado atrás, pero no así su eco en las mentes de los viajeros. Afrodita avanzaba con una gracia natural, aunque esta vez cada paso parecía cargado de una tensión que jamás habría admitido en voz alta. Ethan, a su lado, notaba la diferencia; la diosa del amor parecía más humana ahora, con las líneas de preocupación dibujándose sutilmente en su rostro.El bosque, que alguna vez había sido un santuario de vida, se transformaba en un reino sombrío. Las sombras de las ramas, entrelazadas como si formaran un techo protector, daban la impresión de un túnel sin salida. Cada hoja que caía al suelo resonaba como un presagio en el silencio abrumador. Afrodita observaba los alrededores con la mandíbula apretada, su mirada recorría el entorno como buscando una señal, cualquier cosa que pudiera explicar el malestar que la recorría.—¿Siempre ha sido así? —preguntó Ethan en voz baja, aunque sabía que la pregunta era absurda.Afrodita tardó en responder, como si las pala
Cerberos avanzó, cada pata golpeando la tierra con un eco que reverberaba como un tambor antiguo. Las tres cabezas del monstruo, cada una con una personalidad inquietante, se movían al unísono, escudriñando al grupo con ojos rojos que brillaban como brasas en la penumbra. Sus fauces, entreabiertas, dejaban entrever colmillos afilados que parecían capaces de desgarrar incluso el metal más resistente. El aire, cargado de una energía casi tangible, vibraba con cada gruñido que escapaba de sus gargantas.Ethan sintió cómo un escalofrío recorría su cuerpo, pero no podía moverse. La tensión era palpable, como si todo a su alrededor estuviera al borde de estallar. Afrodita, de pie junto a él, mantenía una expresión serena, pero sus ojos, un remolino de emociones contenidas, revelaban el esfuerzo que hacía para mantenerse tranquila.—Es magnífico... y aterrador —murmuró Afrodita, con un tono casi reverente.El silencio que siguió a su comentario fue roto por Hércules, quien observaba a Cerber
El viento ululaba a través del valle desértico donde los dioses se encontraban. La misión los había llevado hasta el templo olvidado de Selene, la diosa de la luna, un lugar donde el tiempo parecía haberse detenido. La estructura, erosionada por milenios de abandono, se alzaba como un eco de lo que una vez fue un santuario majestuoso. Ahora, casi completamente enterrado bajo dunas eternas, el templo susurraba secretos en cada ráfaga de viento, cargado de un aroma terroso y frío, como si la misma noche respirara allí.Afrodita fue la primera en notar los símbolos lunares. Su resplandor tenue sobre la piedra negra era casi imperceptible, como si la luz de la luna los despertara de un sueño profundo. Tocó uno de los grabados con delicadeza, su tacto tan suave que parecía intentar no perturbar la magia latente. Cada línea grabada en la piedra contaba una historia antigua, una que ninguno de ellos entendía del todo, pero cuyo significado les atravesaba como un escalofrío.—Esto no estaba a
El portal los envolvió en un remolino de energía que parecía infinito. Ethan sintió como si cada fibra de su ser se desintegrara, para luego reconstruirse con una precisión dolorosa. Un peso invisible apretaba su pecho, como si el universo mismo estuviera forzándolo a ceder. Cuando finalmente emergieron, el aire cambió: era frío y denso, cargado de un aroma metálico que le recordaba la sangre seca en antiguas excavaciones.El lugar en el que se encontraban era inquietantemente vasto. Un desierto oscuro se extendía hasta el horizonte, salpicado de fragmentos de roca que flotaban en el aire como islas suspendidas. No había viento, pero el paisaje parecía moverse por sí solo, con grietas que se expandían y contraían en un ritmo casi orgánico. Sobre ellos, un cielo vacío absorbía toda la luz, dejando una sensación de opresión que amenazaba con aplastarlos.Afrodita fue la primera en hablar, con la voz apenas un susurro. —¿Dónde estamos?Poseidón avanzó lentamente, alzando su tridente. La
El portal los escupió con una fuerza que los dejó tambaleándose. Ethan cayó sobre sus manos y rodillas, sintiendo la dureza y frialdad de la superficie bajo él. Respiró profundamente, intentando calmar el temblor en su cuerpo mientras levantaba la vista. La escena ante ellos era tan inquietante como imponente.La Cumbre del Destino se alzaba en un pico de roca negra que parecía desafiar al cielo tormentoso. Relámpagos púrpuras cortaban las nubes, iluminando momentáneamente el coliseo natural que los rodeaba. La tierra bajo sus pies era irregular, agrietada, y emitía un resplandor débil que parecía pulsar con cada trueno en el horizonte. En el centro de la cumbre, un altar oscuro flotaba en el aire, envuelto en símbolos que giraban lentamente. Cada vez que brillaban, un eco silencioso resonaba en sus mentes, llenándolos de una incomodidad indescriptible.Afrodita se puso de pie, apartándose un mechón de cabello que el viento helado había pegado a su rostro. Su mirada no se apartaba del
La explosión de luz dorada del Orbe iluminó la cumbre, empujando las sombras hacia atrás y desintegrando a las criaturas menores. El aire, cargado con un zumbido eléctrico, se llenó de un silencio inquietante que contrastaba con el caos que acababan de enfrentar. Ethan permanecía con el artefacto alzado, sus brazos temblaban bajo el peso de su propia fuerza. Aunque estaba exhausto, el brillo del Orbe seguía ardiendo con intensidad, reflejando su creciente conexión con el artefacto.A su alrededor, el suelo vibraba ligeramente, como si la misma cumbre estuviera reaccionando al despliegue de poder. Sin embargo, frente al altar, la figura de Hades permanecía inmóvil, sus ojos ardientes fijos en Ethan. El dios del inframundo no parecía impresionado. La gema oscura que descansaba en el altar pulsaba rítmicamente, y cada latido de energía oscura parecía rivalizar con la luz del Orbe.Hades inclinó la cabeza ligeramente, su expresión se torció en una mueca de burla. —Impresionante, Ethan. Ha