El flujo del universo había cambiado. Ethan flotaba en la vastedad del cosmos, observando cómo la energía se tejía entre estrellas nacientes y galaxias que respiraban vida nueva. La paz que había traído la derrota de Cronos se sentía frágil, como un vidrio fino que aún temblaba bajo el peso de fuerzas invisibles. Aunque el equilibrio había sido restaurado, no significaba que el caos hubiera desaparecido por completo. Era parte del tejido del cosmos, esperando su momento para volver a danzar.El Orbe en el pecho de Ethan latía con fuerza, sincronizado con el pulso del universo. Cada destello de luz que emanaba contenía fragmentos de mundos lejanos, civilizaciones que comenzaban a florecer tras el caos que Cronos había desatado. Podía sentir los ecos de sus vidas: ciudades reconstruidas, campos que volvían a dar fruto, cantos de esperanza que llenaban los corazones de quienes habían sobrevivido.Pero también estaban los susurros de algo más oscuro.Ethan cerró los ojos, permitiendo que
El aire de la Tierra era distinto, cargado con matices que Ethan había olvidado pero que ahora redescubría con una intensidad nueva. Cada brisa que rozaba su piel parecía contarle una historia de vida y renovación. Aunque había respirado la esencia misma del cosmos, el aire terrenal tenía un peso y una calidez que ninguna dimensión podía replicar.Ethan se materializó en una ladera alta, donde la hierba suave se doblaba bajo la caricia del viento. La brisa fresca llevaba el aroma de la tierra húmeda, de las montañas que respiraban vida tras la última lluvia. A lo lejos, Machu Picchu se desplegaba con su imponente majestuosidad, como un eco eterno de tiempos ancestrales. Las terrazas escalonadas parecían susurrar secretos antiguos, mientras las montañas que las rodeaban se alzaban como guardianes verdes y majestuosos del valle sagrado.Ethan permaneció inmóvil, dejando que su ser se adaptara nuevamente a la gravedad de aquel mundo que alguna vez había llamado hogar. A pesar de su conex
El cosmos respiraba con una calma engañosa, una armonía delicada que escondía corrientes subyacentes de tensión. Las galaxias danzaban en su eterno giro, estrellas nacían y morían en un espectáculo de luz y fuego que solo el flujo del equilibrio podía comprender. Ethan flotaba en medio de aquel vasto océano de energía, su ser conectado a cada fibra del universo. El pulso del Orbe en su pecho resonaba con una cadencia firme, pero ahora su luz dorada fluctuaba, como un latido inquieto que presagiaba algo más.La paz que había seguido a la contención de Cronos se sentía frágil, un cristal fino temblando bajo el peso de fuerzas invisibles. Ethan cerró los ojos, permitiendo que su conciencia se extendiera a través del tejido del cosmos. Lo sintió de inmediato: una grieta diminuta, apenas perceptible, pero cargada con una energía que no debía estar allí.El Orbe reaccionó, vibrando con mayor intensidad, como si compartiera su alarma. Ethan enfocó sus pensamientos en el origen de la perturba
Una calma inquietante reinaba en el Olimpo renacido, una ciudad suspendida entre lo divino y lo moderno. Torres de cristal y mármol reflejaban la luz de un sol eterno, mientras los templos flotaban sobre nubes cargadas de poder ancestral. Entre las cúpulas y los senderos cubiertos de flores inmortales, una tensión invisible impregnaba el aire, como si incluso la perfección del Olimpo pudiera desmoronarse ante lo inevitable. Zeus, imponente, observaba el horizonte desde su trono en el Salón Eterno, con la mirada fija en una tormenta oscura que se agitaba en la distancia.No era una tormenta común. No traía vientos ni lluvia, sino un vacío que devoraba todo a su paso. Zeus podía sentir su presencia en el fondo de su ser, como un eco que vibraba en cada fibra de su existencia. Había algo diferente, algo más profundo y ominoso que cualquier amenaza que hubiera enfrentado antes.El silencio absoluto del Salón Eterno se rompió con los pasos de Hera, cuyo porte majestuoso irradiaba autoridad
La tormenta en el horizonte del Olimpo renacido parecía más que una simple manifestación del clima. Era como si el cielo mismo se revelara contra el mundo, iluminando con furia el Salón Eterno con destellos que parecían buscar algo oculto entre las sombras. Cada trueno retumbaba con un eco tan profundo que sacudía los cimientos del Olimpo, un recordatorio de que incluso los dioses podían enfrentarse a fuerzas que los desafiaban.Zeus permanecía de pie junto al gran trono, el rayo en su mano destellaba débilmente con un brillo azul-blanco, como una chispa contenida de su poder. A su alrededor, los demás dioses esperaban, inmóviles pero tensos, como si el aire pesado les impidiera moverse con naturalidad.—Cada segundo que esa sombra crece, el universo se tambalea al borde del abismo. Apolo, Atenea —la mirada de Zeus se posó en ellos como un peso tangible—, vuestro deber es buscar el Orbe en la Tierra. Templos ocultos, registros olvidados... algo debe darnos la clave para hallar su para
El viento azotaba las alturas de Machu Picchu, arrastrando un murmullo que parecía provenir de las montañas mismas, un eco de secretos enterrados por siglos. Ethan se detuvo en la entrada de la caverna, con el peso del mural aún grabado en su mente. No era solo una reliquia histórica; cada símbolo y figura parecía cargado de un propósito, como si esperaran ser desentrañados.La linterna en su mano iluminaba tenuemente las paredes, pero el aire estaba más frío que antes, cargado de una electricidad que erizaba su piel. Dio un paso al interior, con la sensación de que cada movimiento lo acercaba a algo mucho más grande de lo que podía comprender.El mural estaba allí, imponente, con la figura femenina en el centro. Su rostro parecía más vivo ahora, sus ojos tallados con una precisión tan inquietante que Ethan evitó mirarlos demasiado tiempo. Los detalles de su vestido fluían como si el escultor hubiera capturado un movimiento congelado en la piedra, y el Orbe en sus manos seguía emitien
La brisa de la mañana acariciaba las terrazas de Machu Picchu, trayendo consigo un susurro ancestral que parecía vibrar en el alma de quienes lo escuchaban. Ethan, sentado al borde de la entrada de la caverna, sentía que el mundo a su alrededor se movía con una intensidad casi irreal. El cielo teñido de tonos dorados y anaranjados anunciaba el amanecer, pero su mirada permanecía fija en el cuaderno que sostenía entre sus manos, como si las respuestas que buscaba pudieran revelarse mágicamente en sus notas.El roce del lápiz contra el papel se detuvo de pronto. Ethan alzó la vista y observó la entrada de la caverna, ahora envuelta en sombras alargadas que parecían moverse con vida propia. Su pecho se comprimió. Las palabras del reflejo en el agua seguían repitiéndose en su mente: “El puente... el vínculo entre lo divino y lo mortal”.Un escalofrío recorrió su cuerpo. A pesar del calor tibio del amanecer, sintió una helada familiar que lo hacía cuestionar si todo lo ocurrido había sido
El eco del rugido en las montañas persistía en los oídos de Ethan como un recordatorio de que algo se había desatado. Cada fibra de su ser quería atribuirlo al viento, al eco, a cualquier fenómeno natural que no desafiara su cordura, pero la sensación en el aire lo contradecía. Era como si el mundo mismo contuviera el aliento.La piedra bajo sus pies parecía más fría, más viva, vibrando con una energía casi imperceptible que se sincronizaba con el latido de su corazón. Diego lo miraba, el nerviosismo dibujado en cada línea de su rostro, mientras el anciano retrocedía hacia las sombras, susurrando palabras en un idioma que resonaba como un cántico ancestral.El altar parecía más que una estructura; era un testigo mudo de secretos inmemoriales. Las marcas talladas en su superficie irradiaban un resplandor tenue que parecía responder a Ethan. Había algo en el aire, algo que lo llamaba, como una melodía que solo él podía escuchar.—Esto… esto no es normal, Ethan —murmuró Diego, con la voz