El eco del rugido en las montañas persistía en los oídos de Ethan como un recordatorio de que algo se había desatado. Cada fibra de su ser quería atribuirlo al viento, al eco, a cualquier fenómeno natural que no desafiara su cordura, pero la sensación en el aire lo contradecía. Era como si el mundo mismo contuviera el aliento.
La piedra bajo sus pies parecía más fría, más viva, vibrando con una energía casi imperceptible que se sincronizaba con el latido de su corazón. Diego lo miraba, el nerviosismo dibujado en cada línea de su rostro, mientras el anciano retrocedía hacia las sombras, susurrando palabras en un idioma que resonaba como un cántico ancestral.
El altar parecía más que una estructura; era un testigo mudo de secretos inmemoriales. Las marcas talladas en su superficie irradiaban un resplandor tenue que parecía responder a Ethan. Había algo en el aire, algo que lo llamaba, como una melodía que solo él podía escuchar.
—Esto… esto no es normal, Ethan —murmuró Diego, con la voz quebrada, como si el simple acto de hablar fuera una transgresión en un lugar tan cargado de solemnidad. Sus ojos se movían nerviosos entre el altar y su amigo, buscando una explicación que ninguno de los dos podía ofrecer.
Ethan intentó responder, pero las palabras murieron en su garganta. El aire pesaba como si cada molécula estuviera impregnada de significado.
—El tiempo no espera. —La voz del anciano rompió el silencio con la fuerza de una campanada. Su tono era grave, cargado de una certeza que hacía eco en el lugar, como si incluso las montañas lo escucharan—. El altar ha hablado. Y tú has sido elegido.
Ethan giró hacia él, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda. Las palabras del anciano lo atravesaron, cargadas de un peso que no comprendía del todo.
—¿Elegido? —La palabra escapó de sus labios antes de que pudiera detenerla, un eco de incredulidad que lo traicionaba.
—Los espíritus no mienten. —El anciano avanzó un paso, alzando una mano temblorosa hacia el altar. Sus ojos brillaban con un fervor que casi quemaba—. Ellos han mostrado su voluntad. Tú eres su respuesta.
Diego soltó una risa tensa, quebrada por la presión del momento.
—¿Espíritus? ¿Visiones? Vamos, Ethan, esto es absurdo. Esto tiene que ser un montaje, un truco para atraer turistas… o algo peor.
Ethan apenas lo escuchó. Sus pensamientos giraban, tratando de encontrar un punto de apoyo. Por un instante, recordó los cuentos de su madre sobre héroes que caminaban entre los hombres, descendientes de dioses que alguna vez gobernaron el destino de la humanidad. Siempre los había considerado leyendas, ecos de un pasado enterrado.
—¿Por qué yo? —preguntó, con la voz temblorosa.
El anciano lo miró directamente, sus ojos oscuros y profundos como un pozo sin fondo.
—La sangre no miente, joven. —Hizo una pausa, dejando que las palabras calaran hondo—. Aquellos que descienden de los antiguos siempre son llamados.
Ethan sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor. Sangre. Aquella palabra resonó en su mente como un tambor. Su madre había hablado de una conexión, una herencia que nunca entendió del todo. Ahora, las piezas comenzaban a unirse, pero el rompecabezas era demasiado grande y aterrador.
—El Orbe no puede caer en manos oscuras. —La voz del anciano bajó hasta convertirse en un susurro, como si temiera que el aire mismo pudiera traicionar su secreto—. Y tú eres el único que puede encontrarlo.
Ethan se acercó al altar, cada paso un esfuerzo monumental contra una fuerza invisible que parecía intentar detenerlo. Sus manos temblaban, y un sudor frío corría por su espalda mientras el zumbido en el aire crecía, llenándolo todo.
—Ethan, no hagas esto. —La voz de Diego lo alcanzó como un eco distante, apagada por el rugido que llenaba su mente.
Sus dedos tocaron la superficie fría, y el mundo explotó en luz. Una energía abrasadora recorrió su brazo, subiendo hasta su pecho. Era como si algo arrancara capas de su ser, dejando solo una conexión pura con algo antiguo y vasto.
De pronto, ya no estaba allí. Estaba en un desierto infinito bajo un cielo de fuego, donde el aire temblaba con calor y la arena parecía susurrar secretos. Una figura avanzaba hacia él, sosteniendo un objeto que ardía con una luz cegadora.
—Ethan. —La voz femenina resonó como un eco en su mente. Era profunda, cargada de autoridad y conocimiento—. La luz y la oscuridad convergen. Solo tú puedes decidir el desenlace.
En los confines del Olimpo, Hades sostenía la gema oscura, contemplándola con una mezcla de fascinación y ambición. La luz dentro de ella pulsaba, lenta pero constante, como el latido de un corazón antiguo que no debía despertar.
—Con esto, el equilibrio se romperá. —Su voz tenía un tono casi reverencial.
La figura encapuchada junto a él tragó saliva audiblemente.
—Mi señor… este objeto no es como los demás. Es un abismo. Podría consumir incluso a un dios.
Hades lo miró, y su expresión era una mezcla de burla y amenaza.
—Si el abismo me teme, que lo haga. —Sus ojos brillaron con un destello oscuro—. Yo no tengo miedo de lo que está destinado a ser mío.
Giró la gema en su mano, observando cómo la luz parpadeaba como una vela en medio de la tormenta.
—La clave no está en el poder, sino en el control. Y yo nací para controlar.
Ethan abrió los ojos, jadeando. Sentía como si hubiera corrido kilómetros, pero estaba quieto junto al altar, con Diego sosteniéndolo por los hombros.
—Lo vi. —Su voz era débil, pero cargada de una nueva determinación—. El Orbe… está en el desierto.
El anciano asintió lentamente, una sombra de tristeza cruzando su rostro.
—El camino será arduo, joven. Y el costo, alto.
Ethan cerró los ojos un instante, intentando procesar lo que había visto.
—No tengo opción.
Diego lo miró, y aunque sus ojos reflejaban miedo, también había algo más: lealtad.
—Entonces iremos juntos.
Las palabras de Ethan resonaban en el aire como un juramento inquebrantable, y aunque el temor latía en el pecho de Diego, una lealtad silenciosa lo mantenía a su lado. La presencia del anciano, inmóvil como una estatua esculpida en la roca misma, cargaba el ambiente con un peso que hacía difícil respirar.—El desierto que buscas no está en este mundo tal como lo conoces. —La voz del anciano era baja, pero cada palabra portaba el peso de siglos enterrados bajo arenas invisibles—. Es un lugar entre los lugares, un cruce donde la realidad y lo eterno convergen.Ethan sintió que la visión todavía quemaba en su mente, un eco persistente que se negaba a apagarse. Miró al anciano con el ceño fruncido, buscando algo en sus palabras que ofreciera claridad.—¿Cómo llegamos ahí? —preguntó, con la misma intensidad con la que un náufrago implora por tierra firme.El anciano extendió una mano nudosa hacia la pared rocosa cercana. Por un momento, no ocurrió nada, pero entonces grabados ocultos come
El camino hacia Paracas se alargaba bajo un cielo teñido de un rojo profundo, como si el sol mismo estuviera sangrando su última luz sobre la tierra. Ethan mantenía la mirada fija en la carretera, sintiendo el peso de cada kilómetro que lo acercaba a lo desconocido. Sus manos firmes en el volante temblaban ligeramente, no por miedo, sino por una mezcla de anticipación y una inquietud que no lograba nombrar.A su lado, Diego sostenía su libreta con fuerza, sus dedos tamborileando sobre la tapa mientras sus ojos recorrían frenéticamente las notas. Los nombres y símbolos que había garabateado apenas hacía unas horas ahora parecían contener más preguntas que respuestas.—¿Estás seguro de esto? —preguntó Diego, rompiendo el silencio que se había asentado entre ellos como una manta pesada.Ethan no respondió de inmediato. Dejó que el motor del vehículo llenara el aire por un momento más antes de hablar, su voz grave, cargada de una calma que no sentía del todo.—No importa si estoy seguro —
El brillo dorado del horizonte pulsaba rítmicamente, un espectáculo hipnótico que invitaba y repelía a la vez. Era como si el mundo mismo respirara, llenando el aire de una energía que hacía que cada paso de Ethan y Diego fuera más pesado, más deliberado. El suelo cristalino bajo sus pies emitía reflejos iridiscentes que se deslizaban como olas, deformando su entorno en destellos de colores desconocidos.Diego pasó una mano por su rostro empapado de sudor, su expresión reflejaba una mezcla de incredulidad y temor.—¿Ethan, no sientes que estamos… fuera de lugar? —preguntó, con un hilo de voz que parecía temer provocar una respuesta.Ethan no respondió de inmediato. Sus ojos estaban fijos en el horizonte, pero su mente estaba a kilómetros de distancia, buscando un significado en la vibración que sentía bajo sus pies.—Es más que estar fuera de lugar —dijo finalmente, su tono era bajo, como si temiera que algo más pudiera escuchar—. Es como si este sitio… estuviera vivo.Diego parpadeó,
El paisaje parecía vivo, cambiando con cada paso que daban. Las luces doradas que danzaban en el horizonte parecían respirar con un ritmo propio, proyectando sombras alargadas que jugueteaban con las formas. La brisa que antes era ligera ahora llevaba un susurro casi imperceptible, como si el mundo intentara comunicar un secreto que no alcanzaban a comprender.Ethan caminaba en silencio, con su mirada fija en el resplandor que los guiaba. Era una luz cálida, pero había algo en ella que le hacía sentir un nudo en el estómago, una promesa de grandeza y peligro. Diego, a su lado, no podía ocultar el nerviosismo.—¿Estás seguro de que es por aquí? —preguntó Diego, rompiendo el silencio con un tono que intentaba sonar confiado, pero fallaba estrepitosamente.Ethan asintió sin voltear.—No lo sé con certeza —respondió, con una calma que contrastaba con la tensión que le recorría por dentro—. Es como si este lugar nos estuviera guiando.Diego bufó, aunque su intento de sarcasmo se desmoronó
La oscuridad lo envolvía, densa y opresivamente, como si quisiera sofocar cada pensamiento en su mente. Ethan miraba a su versión más joven, esa sombra de sí mismo que lo observaba con una mezcla de desafío y vulnerabilidad. Aquella figura era un recordatorio viviente de las decisiones que lo habían llevado hasta allí.—Recuerda, Ethan —dijo la figura, su voz resonaba con ecos distantes—. Recuerda lo que dejaste atrás.El entorno se desgarró como si un cuchillo invisible cortara el velo de la noche. Ethan se encontró de pie en su antiguo hogar. El lugar estaba impregnado de un aire de abandono que parecía congelar el tiempo: paredes desnudas, muebles desgastados y la ventana rota que dejaba entrar un viento que aullaba como un lamento.En el centro de la habitación, una mujer delgada y frágil estaba sentada, sosteniendo un amuleto que parecía brillar con un tenue destello en la penumbra. Ethan sintió que su corazón se encogía. Reconocía cada detalle, cada grieta en el suelo y cada som
El viento rugía entre las montañas, un coro fantasmagórico que parecía arrastrar siglos de secretos olvidados. Ethan y Diego avanzaban con cuidado por el sendero de piedra, envueltos en una penumbra que los abrazaba como un manto pesado. El bosque, imponente y ancestral, crujía a su alrededor, como si las raíces y ramas conspiraran en susurros.Ethan sujetaba el Orbe del Destino con ambas manos. Su resplandor tenue iluminaba apenas unos pasos a su alrededor, pero aquel brillo parecía vivo, un eco palpitante que resonaba en su pecho. Cada latido del artefacto era un recordatorio de la carga que ahora llevaba.—¿Cómo te sientes? —preguntó Diego, rompiendo el tenso silencio con un tono de voz apenas más alto que un susurro.Ethan bajó la vista al suelo mientras caminaba, como si las piedras bajo sus pies le ofrecieran respuestas que él mismo desconocía.—Distinto —murmuró finalmente, con la mirada fija en el resplandor del Orbe—. Como si... todo lo que soy no fuera suficiente.Diego lo o
El resplandor cegador del Orbe se desvaneció lentamente, como un amanecer que se consume antes de iluminar por completo. En el claro del bosque, el grupo quedó envuelto en un silencio tan denso que parecía tangible, interrumpido solo por el crujido de hojas bajo sus pies y el tenue zumbido residual del Orbe. En el centro, Hades permanecía imperturbable, rodeado por sombras que danzaban a su alrededor como llamas negras, devorando cualquier luz que intentara acercarse.Afrodita, aún con las manos extendidas y el corazón latiendo como un tambor en su pecho, bajó los brazos con una mezcla de incredulidad y temor. Su respiración, agitada, formaba pequeñas nubes de vapor en el aire frío.—Eso no puede ser posible… —murmuró, con un hilo de voz que apenas logró romper el silencio.Hades ladeó la cabeza, con una sonrisa tan sutil como escalofriante. Sus ojos, dos abismos infinitos, se clavaron en ella con una intensidad que desnudaba las dudas más profundas.—¿De verdad creíste que un simple
El aire del claro parecía haber quedado atrapado en un hechizo, inmóvil y expectante. Cada hoja que caía desde las ramas superiores lo hacía con una lentitud sobrenatural, como si incluso el tiempo hubiese quedado cautivado por el impacto del Orbe. Ethan permanecía de pie, el objeto resplandeciente todavía entre sus manos, aunque su brillo ahora era tenue, casi apagado, como si descansara tras haber liberado un fragmento de su insondable poder.Hades se mantenía erguido, pero las sombras que lo envolvían habían perdido parte de su intensidad. Su rostro, marcado por una furia contenida, reflejaba un destello de vulnerabilidad que rara vez se dejaba ver. La oscuridad a su alrededor, antes sólida y opresiva, ahora ondulaba con fragilidad, como si temiera desaparecer del todo.—No tienes idea de lo que acabas de desatar —gruñó Hades, con un tono bajo y amenazante que resonaba como un eco cavernoso. Sus ojos oscuros ardían con una mezcla de rabia y algo más… una chispa de incertidumbre que