El camino hacia Paracas se alargaba bajo un cielo teñido de un rojo profundo, como si el sol mismo estuviera sangrando su última luz sobre la tierra. Ethan mantenía la mirada fija en la carretera, sintiendo el peso de cada kilómetro que lo acercaba a lo desconocido. Sus manos firmes en el volante temblaban ligeramente, no por miedo, sino por una mezcla de anticipación y una inquietud que no lograba nombrar.A su lado, Diego sostenía su libreta con fuerza, sus dedos tamborileando sobre la tapa mientras sus ojos recorrían frenéticamente las notas. Los nombres y símbolos que había garabateado apenas hacía unas horas ahora parecían contener más preguntas que respuestas.—¿Estás seguro de esto? —preguntó Diego, rompiendo el silencio que se había asentado entre ellos como una manta pesada.Ethan no respondió de inmediato. Dejó que el motor del vehículo llenara el aire por un momento más antes de hablar, su voz grave, cargada de una calma que no sentía del todo.—No importa si estoy seguro —
El brillo dorado del horizonte pulsaba rítmicamente, un espectáculo hipnótico que invitaba y repelía a la vez. Era como si el mundo mismo respirara, llenando el aire de una energía que hacía que cada paso de Ethan y Diego fuera más pesado, más deliberado. El suelo cristalino bajo sus pies emitía reflejos iridiscentes que se deslizaban como olas, deformando su entorno en destellos de colores desconocidos.Diego pasó una mano por su rostro empapado de sudor, su expresión reflejaba una mezcla de incredulidad y temor.—¿Ethan, no sientes que estamos… fuera de lugar? —preguntó, con un hilo de voz que parecía temer provocar una respuesta.Ethan no respondió de inmediato. Sus ojos estaban fijos en el horizonte, pero su mente estaba a kilómetros de distancia, buscando un significado en la vibración que sentía bajo sus pies.—Es más que estar fuera de lugar —dijo finalmente, su tono era bajo, como si temiera que algo más pudiera escuchar—. Es como si este sitio… estuviera vivo.Diego parpadeó,
El paisaje parecía vivo, cambiando con cada paso que daban. Las luces doradas que danzaban en el horizonte parecían respirar con un ritmo propio, proyectando sombras alargadas que jugueteaban con las formas. La brisa que antes era ligera ahora llevaba un susurro casi imperceptible, como si el mundo intentara comunicar un secreto que no alcanzaban a comprender.Ethan caminaba en silencio, con su mirada fija en el resplandor que los guiaba. Era una luz cálida, pero había algo en ella que le hacía sentir un nudo en el estómago, una promesa de grandeza y peligro. Diego, a su lado, no podía ocultar el nerviosismo.—¿Estás seguro de que es por aquí? —preguntó Diego, rompiendo el silencio con un tono que intentaba sonar confiado, pero fallaba estrepitosamente.Ethan asintió sin voltear.—No lo sé con certeza —respondió, con una calma que contrastaba con la tensión que le recorría por dentro—. Es como si este lugar nos estuviera guiando.Diego bufó, aunque su intento de sarcasmo se desmoronó
La oscuridad lo envolvía, densa y opresivamente, como si quisiera sofocar cada pensamiento en su mente. Ethan miraba a su versión más joven, esa sombra de sí mismo que lo observaba con una mezcla de desafío y vulnerabilidad. Aquella figura era un recordatorio viviente de las decisiones que lo habían llevado hasta allí.—Recuerda, Ethan —dijo la figura, su voz resonaba con ecos distantes—. Recuerda lo que dejaste atrás.El entorno se desgarró como si un cuchillo invisible cortara el velo de la noche. Ethan se encontró de pie en su antiguo hogar. El lugar estaba impregnado de un aire de abandono que parecía congelar el tiempo: paredes desnudas, muebles desgastados y la ventana rota que dejaba entrar un viento que aullaba como un lamento.En el centro de la habitación, una mujer delgada y frágil estaba sentada, sosteniendo un amuleto que parecía brillar con un tenue destello en la penumbra. Ethan sintió que su corazón se encogía. Reconocía cada detalle, cada grieta en el suelo y cada som
El viento rugía entre las montañas, un coro fantasmagórico que parecía arrastrar siglos de secretos olvidados. Ethan y Diego avanzaban con cuidado por el sendero de piedra, envueltos en una penumbra que los abrazaba como un manto pesado. El bosque, imponente y ancestral, crujía a su alrededor, como si las raíces y ramas conspiraran en susurros.Ethan sujetaba el Orbe del Destino con ambas manos. Su resplandor tenue iluminaba apenas unos pasos a su alrededor, pero aquel brillo parecía vivo, un eco palpitante que resonaba en su pecho. Cada latido del artefacto era un recordatorio de la carga que ahora llevaba.—¿Cómo te sientes? —preguntó Diego, rompiendo el tenso silencio con un tono de voz apenas más alto que un susurro.Ethan bajó la vista al suelo mientras caminaba, como si las piedras bajo sus pies le ofrecieran respuestas que él mismo desconocía.—Distinto —murmuró finalmente, con la mirada fija en el resplandor del Orbe—. Como si... todo lo que soy no fuera suficiente.Diego lo o
El resplandor cegador del Orbe se desvaneció lentamente, como un amanecer que se consume antes de iluminar por completo. En el claro del bosque, el grupo quedó envuelto en un silencio tan denso que parecía tangible, interrumpido solo por el crujido de hojas bajo sus pies y el tenue zumbido residual del Orbe. En el centro, Hades permanecía imperturbable, rodeado por sombras que danzaban a su alrededor como llamas negras, devorando cualquier luz que intentara acercarse.Afrodita, aún con las manos extendidas y el corazón latiendo como un tambor en su pecho, bajó los brazos con una mezcla de incredulidad y temor. Su respiración, agitada, formaba pequeñas nubes de vapor en el aire frío.—Eso no puede ser posible… —murmuró, con un hilo de voz que apenas logró romper el silencio.Hades ladeó la cabeza, con una sonrisa tan sutil como escalofriante. Sus ojos, dos abismos infinitos, se clavaron en ella con una intensidad que desnudaba las dudas más profundas.—¿De verdad creíste que un simple
El aire del claro parecía haber quedado atrapado en un hechizo, inmóvil y expectante. Cada hoja que caía desde las ramas superiores lo hacía con una lentitud sobrenatural, como si incluso el tiempo hubiese quedado cautivado por el impacto del Orbe. Ethan permanecía de pie, el objeto resplandeciente todavía entre sus manos, aunque su brillo ahora era tenue, casi apagado, como si descansara tras haber liberado un fragmento de su insondable poder.Hades se mantenía erguido, pero las sombras que lo envolvían habían perdido parte de su intensidad. Su rostro, marcado por una furia contenida, reflejaba un destello de vulnerabilidad que rara vez se dejaba ver. La oscuridad a su alrededor, antes sólida y opresiva, ahora ondulaba con fragilidad, como si temiera desaparecer del todo.—No tienes idea de lo que acabas de desatar —gruñó Hades, con un tono bajo y amenazante que resonaba como un eco cavernoso. Sus ojos oscuros ardían con una mezcla de rabia y algo más… una chispa de incertidumbre que
El silencio del claro había quedado atrás, pero no así su eco en las mentes de los viajeros. Afrodita avanzaba con una gracia natural, aunque esta vez cada paso parecía cargado de una tensión que jamás habría admitido en voz alta. Ethan, a su lado, notaba la diferencia; la diosa del amor parecía más humana ahora, con las líneas de preocupación dibujándose sutilmente en su rostro.El bosque, que alguna vez había sido un santuario de vida, se transformaba en un reino sombrío. Las sombras de las ramas, entrelazadas como si formaran un techo protector, daban la impresión de un túnel sin salida. Cada hoja que caía al suelo resonaba como un presagio en el silencio abrumador. Afrodita observaba los alrededores con la mandíbula apretada, su mirada recorría el entorno como buscando una señal, cualquier cosa que pudiera explicar el malestar que la recorría.—¿Siempre ha sido así? —preguntó Ethan en voz baja, aunque sabía que la pregunta era absurda.Afrodita tardó en responder, como si las pala