Han pasado dos semanas desde el mensaje de Melody. Dos semanas de silencio forzado, de un vacío que se sentía más pesado con cada día que pasaba. Jacobo me pidió que la bloqueara, y lo hice. O al menos, eso es lo que él cree.Pero el deseo de hablar con ella no desapareció. Se arraigó en mi mente como una espina imposible de ignorar, clavándose más profundo con cada pensamiento, con cada pregunta sin respuesta.Hoy, finalmente, encontré la manera. Mi confidente, mi único aliado en este torbellino de dudas, me prestó su teléfono. Con los dedos temblorosos, tecleé su número y envié el mensaje."¿Vendrás entonces a España?"El mensaje quedó ahí, suspendido en la pantalla como una puerta entreabierta a la verdad que tanto ansiaba conocer.Necesitaba verla, hablar con ella, escuchar de sus propios labios lo que había sucedido. No solo por Jacobo, sino por mí. Había tantas cosas que no entendía, tantas piezas de este rompecabezas que aún no encajaban.Pero, sobre todo, lo que más me inquieta
Salí casi corriendo de la oficina, sintiendo cómo la adrenalina se mezclaba con la frustración. El tiempo se me había escapado de las manos. La cena que había pedido con tanto esmero para nuestra noche especial ya debía estar esperándome en la recepción del edificio, y yo… yo apenas estaba saliendo.Mi pulso latía con fuerza mientras me acercaba al elevador y presionaba el botón con más insistencia de la necesaria. La luz parpadeó, pero las puertas no se abrieron. Un segundo. Dos. Tres.Nada.Mi paciencia pendía de un hilo. Sentía el tic-tac invisible del tiempo golpeando mi nuca, recordándome que cada instante perdido arruinaba un poco más la noche que había imaginado. Pero no podía perder el control. No ahora.Respiré hondo, cerré los ojos un instante e intenté convencerme de que todo seguiría saliendo bien.El elevador llegó un minuto después, pero se sintió como una eternidad. Apenas las puertas se deslizaron para abrirse, entré apresurada y presioné el botón para bajar, como si c
El silencio entre Emiliano y yo no fue incómodo esta vez. No había tensiones, ni vacíos que necesitaban ser llenados con palabras forzadas. Ambos habíamos hablado desde lo más profundo de nuestro corazón, compartiendo fragmentos de nuestras historias que nunca habíamos contado antes.Él me había explicado por qué no estaba casado, y yo, en un acto de vulnerabilidad, le conté por qué amé tanto a Gabriel.Hace tiempo que no pensaba en él. Mi mente había permanecido enfocada en Jacobo, quien había logrado capturar mi atención. Pero, por un instante, me di cuenta de algo que me heló. Estaba repitiendo el mismo patrón de años atrás, cuando mi mundo giraba alrededor de Jacobo. Aunque solo éramos amigos, él siempre estuvo allí, como una sombra que ocupaba todos mis pensamientos.Rogaba, con cada fibra de mi ser, para que él me viera, para que me prestara atención, para que compartiera su vida conmigo, sus días, sus inquietudes. Y ahora, en este preciso momento, sentía que volvía a estar en e
Al despertar por la mañana, me sentí más agotada que nunca. Había pasado la peor de mis noches. Las lágrimas aún parecían estar frescas en mi rostro, como si la tristeza no me hubiera dejado ni un solo momento de respiro. Había llorado más de lo que imaginé posible, mientras mi alma se desmoronaba lentamente. El amor que una vez creí que era eterno había salido por la puerta, y la traición que Jacobo había cometido era tan profunda, tan devastadora, que resultaba imperdonable. Me había herido de una manera que ni yo misma alcanzaba a comprender. Había roto en pedazos lo que con tanto esfuerzo habíamos construido juntos. Me levanté con lentitud, como si mi cuerpo se resistiera a abandonar la cama. Mi alma seguía allí, perdida entre las sábanas, mientras mi cuerpo avanzaba, obligado a afrontar un nuevo día. Tenía que salir de ahí. Tenía que ir al trabajo, aunque mi corazón no estuviera en ello. No podía darme el lujo de dejar de cumplir con mis responsabilidades, aunque todo dentro
El aire se volvió pesado cuando las palabras de mi confidente se deslizaron entre nosotros como un adiós anticipado. Mi corazón tembló, aferrándose a un vínculo que se desvanecía sin remedio. Había tomado su decisión: marcharse de mi vida. ¿Había cometido un error? ¿Acaso mi amor por Jacobo estaba empujándolo lejos, sin posibilidad de retorno?Era una verdad amarga, imposible de disfrazar. Él era una persona magnífica, alguien que había estado a mi lado en las sombras y en la luz. Pero si no comprendía por qué necesitaba estar con Jacobo, ¿cómo podría entenderlo después? No había más que hacer. Lo vi marcharse con una impotencia que me carcomía por dentro, mientras me quedaba con la frágil relación que aún me ataba a Jacobo.Las horas se deslizaron con una lentitud exasperante. Cada minuto pesaba en mi pecho como una piedra, haciéndome temer el regreso al apartamento. Entonces, un mensaje en mi teléfono rompió el letargo de mi angustia.“Aurora, te esperaré a la salida, por si quiere
—Aurora— se detuvo frente a mí, su voz apenas un susurro apagado, como si cargara el peso de un secreto que estaba a punto de desbordarse. Sus ojos evitaban los míos, y en ese instante supe que algo en él había cambiado.—Hola, Jacobo… —susurré, sintiendo cómo las palabras se atoraban en mi gargantaLos momentos difíciles nos habían rodeado como sombras persistentes, y este no era la excepción. Pero ella, con ese tono de arrepentimiento.—Acompáñame, cenemos algo mientras arreglamos estos malos entendidos… —pidió, su voz teñida de un remordimiento sutil, como si hasta ese momento hubiese comprendido lo cerca que estábamos del abismo.Asentí. No porque estuviera segura de que las cosas podían solucionarse, sino porque una parte de mí aún quería intentarlo y realmente quería que esto funcionada bien.—Claro, vamos.Subimos al auto, y él, con esa galantería que nunca había perdido, abrió la puerta para mí. Pequeños gestos como aquel eran la prueba de que, a pesar de todo, aún quedaban ra
La primavera vestía la Ciudad de México con un esplendor vibrante. Las flores moradas de las Jacarandas de Reforma, en su máximo apogeo, llenaban el aire con su fragancia dulce, mientras el sol acariciaba la ciudad con un calor suave y reconfortante. Aquella tarde, habíamos organizado una salida entre amigos; era una de esas ocasiones en las que el tiempo parecía detenerse, dejando solo risas, conversaciones y el placer de compartir momentos.Tú, como siempre, eras el alma del grupo. Tu risa resonaba como una melodía que todos querían escuchar, y tu presencia irradiaba un magnetismo imposible de ignorar. Todos querían estar a tu lado, seguirte, compartir, aunque fuera un instante de tu atención. Y yo, fiel a nuestra amistad, me mantenía cerca, envuelta en tu carisma, pero también en una sombra sutil que solo yo parecía notar.A veces, te alejabas por momentos, envuelto en el bullicio de los demás, pero siempre volvías a mí. Si alguien se atrevía a entablar conversación conmigo, no tar
Desde nuestra última despedida, el mundo que compartíamos había cambiado de manera irrevocable. Recuerdo bien aquel día: Ella me despidió con flores, su gesto cargado de una amabilidad que, en ese entonces, agradecí con sinceridad. Siempre había sido una mujer de presencia arrolladora, de esas personas cuya energía llena una habitación sin esfuerzo. Extrovertida, luminosa, indomable. Tal vez por eso Jacobo la amaba. Y yo, en aquel entonces, me sentía en paz con ello.Pero ahora el destino nos vuelve a reunir, y no puedo evitar que el miedo se enrede en mis pensamientos. ¿Cómo reaccionará al saber que ahora yo estoy con él? Peor aún, ¿cómo podré explicarle que Jacobo me ha pedido matrimonio? Una pregunta aún más inquietante me persigue: ¿Estoy realmente dispuesta a decir que sí?Tengo miles de pensamientos en mi cabeza, primero tengo que hablar con ella y que me aclare muchas cosasMis pensamientos me absorbieron por completo, tanto que no me di cuenta de cómo el tiempo se me escapaba