Me dirijo a la oficina de papá y, cuando por fin llego, noto que la puerta está entreabierta y se pueden escuchar algunas voces; al parecer mi padre esta con algún un cliente. No puedo evitar acercar mi oreja a la puerta para escuchar bien lo que dicen.
—He oído que sus aviones son de los más seguros de Estados Unidos, señor Manson, además de que sus pilotos son de primera calidad.—La voz del futuro cliente pertenece a un hombre.
—Así es, mis aviones son los más seguros del negocio y mis pilotos están altamente calificados, pero somos una compañía familiar bastante pequeña.
—Esa precisamente es la razón principal por la que los he elegido a ustedes para hacereste viaje.
De pronto noto preocupada que Peguie empieza hacer unos ruidos con el hocico.
—Shh, cállate Peguie, nos van a descubrir —le susurro, pero ella no me obedece y sigue haciendo ruidos, además ahora empieza a moverse inquieta.
Veo que está intentando atravesar la puerta y trato de detenerla agarrándola, pero es inútil, es bastante fuerte para su menudo tamaño y me arrastra hacia dentro de la oficina con ella.
—¿Pero qué...? —Mi padre me mira estupefacto mientras intento ponerme de pie y calmar a Peguie al mismo tiempo—. ¿Se puede saber qué estás haciendo Kat?
—Hola papá. Yo... eh... es que vine a buscarte; la puerta estaba abierta y Peguie se puso como loca... —balbuceo.
—Ya basta, sabes que tienes que controlar a ese cerdo si quieres conservarlo —espeta mi padre—. Mira, te presento al señor Taylor Evans, nuestro nuevo cliente.
Por un momento me olvidé comentarte de que tenemos público presente; me giro para enfrentar al hombre con toda la dignidad que pude acumular desde de lo sucedido, con Peguie más calmada entre mis brazos, y la apariencia del nuevo cliente me dejó atónita y sin palabras.
Ese hombre es sin duda alguna la personificación de un dios griego con traje de etiqueta. Lo veo reírse, de seguro por mi humillante entrada a la oficina, mostrándome sus perfectos dientes blancos como la nieve. Es casi tan alto como mi padre, tiene el pelo oscuro y ondulado, solo un poco más corto que el mío, posee una nariz romana y los ojos negros y profundos. Es verdaderamente encantador y en definitiva el hombre más guapo que he visto en toda mi vida.
En ese momento mi Amelia imaginaria hace acto de presencia en mi mente y me mira con el ceño fruncido, obviamente indignada por mi reacción ante el señor dios griego, es decir, Taylor Evans.
—¿Quién es esta pequeña niña traviesa? —dice divertido haciendome levantar una ceja. Ahora el dios griego ya no me parece tan encantador.
«¿Cómo qué pequeña niña? Para empezar, yo no soy ninguna niña, misionero soy tan baja como para parecer una; bueno talvez si soy más baja que todos mis hermanos, pero soy más alta que Stephanie.»
—Ella es mi hija menor, Katherine Manson —responde mi padre.
Veo como el dios griego idiota acerca su mano para saludarme y en ese instante, antes de que yo pudiera o quisiera evitarlo, Peguie le clava sus afilados dientes en los dedos. Él emite un gemido de dolor y retira su mano del hocico de mi cerda mientras yo intento no estallar de la risa, ¡te lo mereces!
—¡Kat saca a ese cerdo salvaje de aquí! —grita mi padre.
«¿Por qué nadie entiende que es una hembra?»
—Lo siento, no sé qué le pasa —mentí parcialmente.
«En realidad, no sé qué le pasa a Peguie, pero no lo siento en absoluto.»
Me voy al otro extremo de la habitación y comienzo a acariciar a Peguie tratando de ubicar el problema y después de unos minutos doy con él; una diminuta y regordeta garrapata está atormentando al pobre animal. Busco un poco de papel para no tocarla con mis manos, la arranco de la piel de Peguie y siento cómo se relaja en mis manos; exprimo el desagradable parásito en vuelto en la servilleta y lo tiro al bote de basura. Suelto a Peguie y me voy al servicio a lavarme las manos. Cuando regreso a la oficina el dios griego ya no está.
«Perfecto, por fin sola con mi padre.»
—¿Y tu cliente ya se fue? —le pregunto fingiendo interés, en realidad espero no volver a verlo nunca.
—Sí, y diste una pésima primera impresión. —Mi padre me mira resignado y se sienta detrás de su escritorio. Yo hago lo mismo y me siento en la silla que antes ocupó el dios griego idiota frente a mi padre.
—Bueno, ya está olvidémonos de eso. Padre, en este momento tenemos que tratar un tema mucho más importante para nosotros: mi futuro.
—¿Cómo que lo olvidemos, Kat? Tu cerdo casi le corta un dedo a ese hombre y pudimos haber perdido un gran negocio por ello —me grita enojado.
—¡Peguie es una hembra! Y no fue mi culpa, ni de Peguie tampoco, una garrapata la estaba mordiendo, además no le pasó nada al sujeto y tú pudiste cerrar tu grandioso trato —le digo haciendo gestos en el aire para dar por terminado el tema—. Y siguiendo con lo importante, ¿sabes qué día es hoy?
—Por supuesto que lo sé —dice mirándome tiernamente—, es el cumpleaños de mi amada princesa.
—No solo es mi cumpleaños papá, es mi cumpleaños número 21, ¿y sabes lo que eso significa?
—La promesa que te hice hace diez años.
—Sí, exactamente eso, la promesa de que hoy me nombrarás miembro oficial de la flota de aviones.
—Así es hija, te lo prometí y pienso cumplir mi palabra. —Lo veo abrir un cajón del escritorio para sacar una llave.
«¡No lo puedo creer, las llaves de mi propio avión!»
Veo que las extiende hacia mí, estiro mis manos y cuando las contemplo emocionada... no son llaves de avión.
—Papá, estas son las llaves de la oficina —le digo mientras frunzo el ceño.
—Así es, ya no serás una simple ayudante de medio tiempo, ahora serás oficialmente mi secretaria y obtendrás un salario justo por tu trabajo —me dice con una sonrisa en los labios.
«¡¿Qué?! ¡Secretaria! ¿Todo mi esfuerzo, paciencia y dedicación para que me nombre su secretaria?»
Puedo oír el crujido de todos mis sueños cuando se rompen en mil pedazos y, como ellos, también mis ilusiones y esperanzas sufren el mismo destino. Pero no, ¡no lo acepto, no quiero aceptarlo y no pienso aceptarlo nunca!
—¡Pero tú me prometiste que me nombrarías piloto tal como lo hiciste todos mis hermanos! —Estoy consciente de que estoy gritando pero no me importa ¡Ya nada me importa!
—¡Katherine Mary Anne Manson, cuida el tono en el que me hablas, recuerdaque soy tu padre! —Odio que me llame por mi nombre completo—. Yo nunca dije que serías piloto, dije que serías un miembro más de la flota y eso es lo que serás. Yo siempre cumplo con mis promesas. —Ahora su tono es más calmado, hasta podría decirse que tierno, pero que ni piense que voy a ceder tan fácil a sus manipulaciones.
—¿Entonces para qué me enseñaste a volar si nunca pensaste en permitirme ser piloto? —lo digo tratando de fingir un sollozo, recurriré a la lastima si es necesario.
—Bueno porque eres mi hija y volar está en tu sangre, pero una cosa es que vueles un avión bajo mi estricta supervisión y otra muy distinta es permitir que arriesgues tu vida volando sola. Además, hay algo que tú no sabes. —Lo veo tomarse de las manos nerviosamente mientras su mirada parece sumergida en el mundo de los recuerdos—. Antes de perder a tu madre para siempre, le prometí que nunca te pondría en peligro. Tú, tus hermanos y esa promesa son lo único que me queda de ella.
«No puedo creerlo, otra vez con eso.»
—Papá, deja de hablar de mamá como si estuviera muerta, sabes que vive en Boston con su nuevo esposo.
—¡Y tienes que recordármelo! —inquiere con un tono molesto y cancino.
—Esto es inaudito —mascullo.
Me levanto del asiento y busco a Peguie con la mirada, quien estuvo dormida durante toda la conversación. Tomo a mi mascota entre mis brazos y antes de salir furiosa le dedico una última mirada a mi traidor padre.
—Serás una excelente secretaria hija —me dice con una nefasta sonrisa.
Me doy la vuelta y salgo de la oficina con ganas de matar a alguien.

—¿Puedes creerlo Stephanie? ¿Yo una secretaria? ¿Me imaginas como una secretaria? —le pregunto a mi mejor amiga.
—Pues la verdad es que no —responde ella desde su cama.
—¡Por supuesto que no! ¡Nadie puede!
—Kat, trata de calmarte y deja de comer pollo frito, vas a ponerte como una vaca.
Paro de caminar de un lado a otro por un segundo, miro a Stephanie como si hubiera perdido el juicio y me aferro a mi balde de Kentucky fried chiken, como si de él dependiera mi vida. Dudo mucho que engorde. Mi madre siempre me dice que tengo el don divino de comer montañas de comida y no engordar ni una libra, además es lo único que puede calmar mis nervios en este terriblr momento.
Stephanie como siempre está ahí para aguantar mis rabietas. Es mi mejor y única amiga, aunque al vernos nadie creería que eso sea posible porque somos como el agua y el aceite. Ella con su larga melena rubia, sus ojos azules y sus pomposos vestidos con diseños de flores, y yo con mi pelo negro, tan corto que ni siquiera puedo hacerme una coleta, mis ojos color ámbar y siempre vestida con blusas deportivas y jeans.
Nuestros gustos también son muy diferentes; ella adora las bandas de chicos, las películas románticas y las revistas de moda; yo prefiero los deportes, las luchas y el rock; cómo dije antes, somos cómo el agua y el aceite, pero nuestras diferencias nunca han sido un obstáculo para mantener nuestra amistad.
—Es que no puedo creerlo, en todo su matrimonio nunca se pusieron de acuerdo, pero cuando se trata de arruinarme la vida son como Batman y Robin —digo exasperada.
—Aun así debes tranquilizarte, dando vueltas por toda la habitación y comiendo pollo hasta la muerte no conseguirás nada. Mejor toma estos días que tu padre estará fuera para pensar mejor las cosas, talvez ser secretaria no será tan malo como piensas. —me dice Stephanie en su habitual tono dulce.
—¡¿Tranquilizarme?! No puedo tranquilizarme estoy furi... ―Me quedo paralizada con la frase inconclusa y un muslo de pollo suspendido en el aire, miro a Stephanie con el ceño fruncido―. Un momento, ¿cómo que papá estará fuera?
—Sí, mañana nuestros padres viajarán a Nueva York para la convención de pilotos cómo cada año lo hacen, ¿acaso lo olvidaste?
Claro, la convención ¿cómo pude olvidarme de eso? Papá estará fuera unos días, los suficientes para hacerle cambiar de opinión. Lanzo el balde ya vacío de pollo frito por los aires y corro a sentarme en la cama justo al lado de Stephanie con una sonrisa en mi rostro, ella al verme palidece al instante.
—No me gusta esa mirada —me dice temblando.
—Se me acaba de ocurrir una excelente idea —le digo con la sonrisa aún más amplia.
—No me gustan tus ideas, por lo general son muy peligrosas.
—Ésta te encantará, ¡es perfecto! Mientras papá esté fuera yo pilotearé uno de los vuelos programados y cuando vea el buen trabajo que hice abandonará esa absurda idea de hacerme secretaria y me hará piloto, ¡es brillante!
No puedo evitar chillar de la emoción, aunque Stephanie no se ve tan entusiasmada como yo y esto quizás se deba a que la mayoría de mis ideas nunca terminan bien. Pero la ignoro y me paro de la cama de un brinco para hacer el baile de la victoria.
—¿Estás totalmente segura de que funcionará?
—Cien por ciento —le aseguro.
—Sí, estoy en camino, padre. —¿Estás seguro de que puedes encargarte tú solo de esto? ―Claro que puedo hacerme cargo de esto papá, confía en mí. ―Puedo enviar a tu primo Eduardo si quieres, él tiene más experiencia y... —El solo escuchar ese nombre hace que se me revuelva el estómago. ―No, no necesito que envíes a Eduardo a apoyarme, tengo todo bajo control, ¿se te olvida que tengo una maestría en relaciones internacionales y un doctorado en administración de empresas? —le recuerdo frustrado. —Solo quiero asegurarme de que todo salga bien, hijo —dice mi padre en tono condescendiente. ―Todo estará bien, créeme, puedes confiar en mí. —Giro a la derecha para entrar en la propiedad de los Manson—. Ya estoy llegando a la pista papá, te hablo más tarde, adiós. Cuelgo el teléfono y lo aviento al otro lado del asiento del auto rentado, estoy furioso. «Odio que me traten como a un niño. Soy un hombre de veintiocho años de edad, no tengo porqué estar soportando estas estupideces.»
Con solo pensar en Eduardo me tenso al instante, así que para calmarme me sirvo otro vaso de escocés y me lo tomo de un sorbo; ese desgraciado se ha aprovechado por años de la generosidad de mi padre, dándose una vida de lujos a costa suya y no solo eso, sino que además se ha empeñado en ponerlo en mi contra. Desde que su padre fue a la cárcel por fraude y desfalco de activos de la empresa en la que era contable, él y mi tía Kate quedaron en la ruina total, y mi padre, al igual que todos en la familia nos sentimos tan mal por ellos que no dudamos ni un segundo en darles una mano. Papá les cedió un apartamento amueblado en Austin y le dio trabajo a Eduardo como administrador en uno de los hoteles de la cadena con un sueldo mucho más generoso del estipulado por la ley para el cargo. Pero claro, el muy sinvergüenza resultó ser de la misma calaña que su padre, en cuanto se familiarizó con el negocio comenzó a alterar los libros de contabilidad y a robar descaradamente al hotel, ademá
No puedo creer que desobedecí a mi padre, le sonsacara toda la información del vuelo a mi hermano, y luego lo dejara inconsciente y encerrado en su habitación, solo para pasar el susto de mi vida y terminar perdida en quién sabe dónde con un idiota ricachón que además me amenaza con demandarme. —¿Me puedes decir en dónde estamos? Hablando del rey de Roma. Observo al idiota, como lo he bautizado, articular la misma pregunta por enésima vez desde que salimos del avión, mientras sacude su teléfono móvil en busca de una señal telefónica inexistente. —Ya te dije que no sé, el radar dejo de funcionar mientras estábamos en el aire y había demasiada niebla como para poder ubicarme —le respondo con toda la paciencia que soy capaz de reunir—. Y, como tú mismo acabas de comprobar, nuestros teléfonos no funcionan —le digo mostrándole el mío para que verifique lo que digo. Vuelvo a meter el aparato en mi bolsillo, ignorando su mirada de frustración, y doy un vistazo al entorno; antes de que
La veo desaparecer entre los árboles a paso apresurado; y mientras lo hago muevo mi cabeza de un lado a otro frotándome las sienes. De todos las pilotos con las que pude haber quedado atrapado en una isla desierta me tuvo que tocar una demente con trastornos de personalidad, me digo a mí mismo. Aunque no es nada fea debo admitir. Saco mis dos maletas del compartimento y las arrastro hasta el pasillo del avión, las abro simultáneamente. Apenas si recuerdo lo que empaque, pero creo que puedo encontrar algunas cosas utiles. Veamos, tengo: perfume, shampoo, gel de baño, crema de afeitar, afeitadora, pasta dental, cepillo de dientes enjuague bucal, ropa interior Calvin Klein, unos cuantos shorts playeros, pantalones de mezclilla, camisas de manga larga de algodón, algunos sombreros, una caja de puros cubanos, unas cuantas chaquetas, corbatas, un par de zapatos y un par de sandalias. Esto está más que bien, es decir, tomando en cuenta que estoy perdido en medio de quien sabe dónde, lo míni
—¡Auch, eso duele! —exclamo. —Ya cálmate, faltan pocas. Esto es, por mucho y sin duda alguna, lo más horrible que me haya podido pasar en toda la vida. Estar recostada en las piernas del idiota más guapo del mundo, desnuda, mientras él me quita un montón de asquerosas sanguijuelas del trasero es sin dudami peor pesadilla echa realidad. «¿Por qué estas cosas tan horribles me tienen que pasar a mí?» Grito mentalmente la pregunta y casi dejo escapar un sollozo. «No soy tan mala persona... bueno, es cierto que robaba las galletas de la alacena y luego fingía que no sabía nada al respecto; también es cierto que tomaba dinero de la billetera de papá para ir a la ciudad a comprar tarjetas de baseball y algunas otras cosas más, pero este castigo es más que excesivo e injusto.» Mientas hago repaso mental de todos mis pecados, puedo sentir como las malditas alimañas succionan la sangre de mis piernas y mi trasero, para luego detenerse y caer al suelo una a una. Mi Amelia imaginaria está at
—¡Esa chica es una lunática, una esquizofrénica! Yo solo trataba de hacerla sentir mejor. —Estoy en mi roca con la botella casi vacía de whisky en la mano hablando conmigo mismo, o más bien gritándome a mí mismo. «—Se enoja si soy amable y se enoja si no lo soy ¿Cómo rayos se complace a esta mujer? Me quedo pensativo por unos segundos y luego exploto en carcajadas. ¿Pero qué diablos me pasa? ¿Porqué estoy permitieron que una chiquilla malcriada me saque de mis cabales de esta forma? Es decir, tengo una larga lista de hermosas ex amantes y ninguna de ellas, por mucho que lo hayan intentado, a logrado que me preocupe de esta forma. Me paso el resto del día pescando y buscando fruta para comer, fue la mejor forma de distraerme después de todos mis fallidos intentos de convencer a Kat de salir del avión. Al menos se comió algo de la fruta y el pescado que dejé en la puerta del avión para ella. Supongo que hasta a las locas les da hambre. Al empezar a oscurecer enciendo la fogata para ca
Creo que voy a desmayarme. Las manos me sudan y las piernas me tiemblan sin parar; no puedo creer que todo esto esté me esté pasando a mi. Primero lo de esta mañana, y ahora abro los ojos y encuentro el rostro Taylor a unos pocos centímetros del mío; y mi forma de reaccionar es saltando sobre él y aplicarle una llave de lucha libre. Creo que incluso pude sentir sus labios rozar los míos ¿o es que acado lo soñé? ¡Ay Dios, no lo sé! Luego me entero de que escuchó todas esas cosas vergonzosas que dije mientras estaba hablando dormida y, para empeorarlo todo, me dice que soy hermosa. Siento que estoy en la dimensión desconocida. «Tranquila Kat, no puedes dejar que se entere de que te afecta, contrólate.» Mi Amelia imaginaria está sentada en el suelo con las piernas cruzadas, meditando en modo Zheng, con una vela de incienso encendida. Ya quisiera yo poder estar así de calmada en esta situacion porque odio sentirme así de vulnerable. —¿Y para qué me dices eso? ¿Qué te hace pensar que me
¿Qué diablos eran esas cosas que comí? Desde que caí desplomado al suelo, de la forma más humillante posible, solo puedo sentir dolor en todas mis articulaciones y unas horribles náuseas. Estoy tan aturdido que apenas si siento mi cuerpo y hago todo lo posible por no depositar todo mi peso sobre Kat mientras me arrastra por el sendero de regreso al avión. Mi visión está borrosa y todo a mi alrededor da vueltas, ni siquiera con la peor de mis resacas me he sentido así de mal. —¿Estás bien Taylor? Ya casi llegamos, sólo aguanta un poco más —me dice preocupada. Yo intento responderle pero mis labios no me lo permiten. En poco tiempo llegamos al avión, hago un esfuerzo sobrehumano para ayudar a Kat a recostarme en uno de los asientos y no dejarle todo el trabajoa ella. —Bien, ya estamos aquí —anuncia, colocándome los pies encima del asiento para quedar totalmente acostado—. Supongo que faltaste a la clase de bayas venenosas en los Boy scouts —me dice con un tono del que no estoy segu