No he podido dormir en toda la noche, por fin, después de tanto tiempo el día ha llegado, ¡Es mi cumpleaños número veintiuno!
Estiro la mano para apagar la alarma del despertador, me despojo de las sábanas tirándolas al suelo e intento levantarme de la cama a toda prisa, por lo que no noto que uno de mis pies está aún envuelto en los edredones, tropiezo con torpeza y caigo estrepitosamente al suelo.
—¡Auch! —exclamo.
Me pongo de pie de inmediato. Está bien, medigo a mi misma; no importa, ya que nada, absolutamente puede arruinar este maravilloso día. Me acerco a mi póster gigante de Amelia Earhart que ocupa casi por completo una de las paredesde mi cuarto. Está sonriéndome como siempre. Es mi heroína, mi ídolo, y a partir de hoy estaré siguiendo sus pasos.
—Amelia, hoy es el gran día, ¡Hoy me convertiré en piloto! —le digo eufórica.
«Katherine Manson, piloto experimentada. ¡Qué bien suena! »
Estoy tan emocionada que podría asomarme por la ventana y empezar a gritar mi alegría a los cuatro vientos, pero me contengo. Si voy a ser una piloto profesional debo comportarme como tal... pero es que no puedo evitarlo; llevo diez años, cinco meses, tres semanas, dieciséis horas y cuarenta y cuatro segundos esperando este día: el día en que mi padre me prometió que me nombraría piloto oficial de su compañía de aviones y podría pilotar un avión sin supervisión.
Todas las lecciones, los exámenes, los sermones de mi padre y el estar metida en esa horrible oficina arreglando todo el fastidioso papeleo, además aguantar las burlas de mis odiosos hermanos; todos mis esfuerzos y sacrificios por fin rendirán sus frutos.
Me quito mi pijama de pantalón y camisa con estampado de aviones militares, y me voy al cuarto de baño para tomar una ducha. Cuando salgo, me seco bien el cuerpo y me pongo mis calzoncillos de la buena suerte, los que tienen al avioncito Jay Jay en la parte de atrás; sé que muchos dirían que no es el tipo de ropa interior que una dama debe de usar, pero a mí me gustan, son mucho más cómodos que los pantis; luego me pongo el sostén. Ahora abro el closet y me enfrento a un gran dilema: ¿Qué clase de ropa debería usar una piloto profesional de mi categoría?
Siempre llevo jeans y camisetas porque me gusta estar cómoda, pero no creo que deba vestir así en un día tan especial como este. Vuelvo la vista hacia mi querida Amelia en busca de consejos, pero como siempre, no me da ninguna respuesta, solo muestra su encantadora sonrisa. Vuelvo al closet, al final me decido por mis mejores jeans y una camisa a rayas azul turquesa.
Me dirijo al espejo para terminar de arreglarme; me pongo los pequeños pendientes que me regaló mi madre para mi cumpleaños número quince y tomo el cepillo para peinar mi corta melena negra. La verdad siempre me ha gustado llevar el pelo corto, es mucho más práctico y manejable. El único problema es este odioso flequillo sobre mi frente que parece tener vida propia; por más que trato de acomodarlo él insiste en caer sobre mis ojos. Resoplo resignada, que más da. Me pongo mis tenis converse y doy una última mirada a mi reflejo antes de irme ¡Me veo! bien.
Bajo las escaleras lo más rápido posible y me voy directo a la cocina. James y Lucas están sentados en el comedor desayunando huevos con tocino y pan tostado mientras Loretta, el ama de llaves, prepara algo en la estufa. No veo a mi padre por ningún lado.
—Buenos días, Loretta. Hola chicos, ¿dónde está papá? ―James y Lucas intentan responder a mi saludo, pero no entiendo nada de lo que dicen porque sus bocas están llenas de comida.
—Buenos días, tesoro —responde Loretta al mismo tiempo que me sirve el desayuno—. Tu padre está en su oficina.
Mientras como, observo a mis hermanos. Ellos son gemelos idénticos tanto en físico como en personalidad; pelo castaño, ojos cafés, nariz perfilada, altos y muy musculosos. Solo son tres años mayor que yo, pero ya son pilotos oficiales de la flota de aviones privados de mi padre y los muy desgraciados nunca han desperdiciaron la oportunidad de restregarme en la cara cómo ellos se divertían de lo lindo surcando los cielos mientras que yo tenía que estar encerrada en una oficina contestando el teléfono y ordenando papeles.
Y cuando por fin mi padre me permitía salir de aquel encierro para darme mis lecciones de aviación, tenía que soportar todos sus sermones acompañados de viejas y super aburridas historias de sus días como piloto del ejército. Admito que esas historias eran emocionantes al principio, pero luego de años y años de escucharlas una y otra y otra vez perdieron su encanto. Pero eso ya se acabó; no habrá más sermones, ni historias, ni burlas; hoy por fin seré una más del equipo.
Cuando termino el último bocado de mi plato me levanto para llevarlo al fregadero y en ese momento siento que algo tira de mis jeans hacia abajo, bajo la mirada y encuentro a Peguie, mi cerdita, tratando de captar mi atención.
—¡Peguie aquí estás! ―Me agacho para acariciarla.
—Ese cerdo ya está bastante gordo, quedará muy bien asado y con una manzana en la boca para la próxima navidad ―dice James entre carcajadas mientras Lucas lo secunda en su broma.
Frunzo el ceño y le dedico una mirada que dice claramente "si la tocas te mato" sin necesidad de pronunciar las palabras.
—No le hagas caso ―le digo a la asustadiza Peguie que en este momento está tratando de ocultarse detrás de mí.
Termino de llevar los platos al lavadero, y le doy un beso en la mejilla a Loretta antes de salir por la puerta de la cocina hacia el patio, con Peguie siguiéndome.
Salgo de la casa hacia la parte delantera y atravieso la pista de aterrizaje con dirección a la bodega de aviones, donde se encuentra la oficina de mi padre.
Crecer en Texas, alejada del mundo y rodeada de hombres no es fácil; sobre todo si esos hombres son miembros la familia Manson. Mis cinco hermanos, todos unos gorilas gigantes, desde pequeña siempre trataron de intimidarme y yo como sabía que estaba en desventaja puse las cosas a la par, aprendí karate; y sí que soy buena, puedo darle una paliza a cualquiera por muy grande y musculoso que sea, desde entonces aprendieron a respetarme.
Mi padre tampoco fue la excepción, aunque lo suyo era un caso de sobreprotección extrema, apenas si me permitía salir de casa y mucho menos hablar con chicos; pero debo admitir que siempre nos trató con mano dura a mí y a mis hermanos sin distinción de sexo. Mi madre por otro lado, es toda una dama de perfectos modales y siempre quiso que yo siguiera sus pasos. Ella y papá discutían todo el tiempo por lo mismo, ambos amaban la disciplina, pero tenían conceptos muy distintos sobre esta.
Yo no podía evitar estar del lado de mi padre, me gustaba ser tratada como uno más de los chicos y odiaba a esas niñas estiradas a las que mamá daba clases de cotillón: todas ellas con sus vestidos rosa y sus moños de hello kitty; lo mío eran los jeans holgados que me permitían revolcarme en el fango y jugar con mis hermanos con mayor facilidad.
Cuando por fin llego a la bodega abro las enormes puertas y dejo que el olor de los aviones se filtre por mis pulmones. El amor por estos mágicos aparatos voladores está en mis venas; todos y cada uno de mis antepasados paternos se han dedicado a la aviación, desde el tatarabuelo Robert Manson, que luchó en la primera guerra mundial e incluyendo a las mujeres de la familia, hasta la última generación; mis hermanos mayores John y Stewart, hijos de la primera esposa de papá, sirven a la patria en la fuerza aérea; Anthony trabaja en una aerolínea comercial, mientras que James y Lucas trabajaban aquí con papá.
«Y ahora yo, la más pequeña del clan Manson, haré honor a mi apellido.»
Me dirijo a la oficina de papá y, cuando por fin llego, noto que la puerta está entreabierta y se pueden escuchar algunas voces; al parecer mi padre esta con un cliente. No puedo evitar acercar mi oreja a la puerta para escuchar lo que dicen.
—He escuchado que sus aviones son los más seguros señor Manson. —La voz del futuro cliente pertenece a un hombre.
—Así es, mis aviones son los más seguros del negocio, pero somos una compañía familiar bastante pequeña.
—Esa precisamente es la razón principal por la que los he elegido a ustedes.
De pronto noto que Peguie empieza hacer ruidos con el hocico.
—Shh, cállate, nos van a descubrir —le susurro, pero no me obedece y sigue haciendo ruidos, empezando a moverse inquieta.
Veo que está intentando atravesar la puerta y trato de detenerla agarrándola, pero es inútil, es bastante fuerte para su menudo tamaño y me arrastra hacia dentro de la oficina.
—¿Pero qué...? —Mi padre me mira estupefacto mientras intento ponerme de pie y calmar a Peguie al mismo tiempo—. ¿Se puede saber qué estás haciendo Kat?
—Es que vine a buscarte; la puerta estaba abierta y Peguie se puso como loca —balbuceo.
—Ya basta, sabes que tienes que controlar a ese cerdo —espeta mi padre—. Te presento al señor Taylor Evans, nuestro nuevo cliente.
Por un momento me olvidé de que tenemos público presente; me giro para enfrentar al hombre con toda la dignidad que pude acumular, con Peguie más calmada entre mis brazos, y la apariencia del nuevo cliente me dejó sin palabras.
Ese hombre es la personificación de un dios griego con traje de etiqueta. Lo veo reírse, seguro por mi humillante entrada a la oficina, mostrándome sus perfectos dientes blancos. Es casi tan alto como mi padre, tiene el pelo oscuro y ondulado, solo un poco más corto que el mío, una nariz romana y los ojos negros y profundos. Es verdaderamente encantador y sin ninguna duda el hombre más guapo que he visto en mi vida.
Me dirijo a la oficina de papá y, cuando por fin llego, noto que la puerta está entreabierta y se pueden escuchar algunas voces; al parecer mi padre esta con algún un cliente. No puedo evitar acercar mi oreja a la puerta para escuchar bien lo que dicen. —He oído que sus aviones son de los más seguros de Estados Unidos, señor Manson, además de que sus pilotos son de primera calidad.—La voz del futuro cliente pertenece a un hombre. —Así es, mis aviones son los más seguros del negocio y mis pilotos están altamente calificados, pero somos una compañía familiar bastante pequeña. —Esa precisamente es la razón principal por la que los he elegido a ustedes para hacereste viaje. De pronto noto preocupada que Peguie empieza hacer unos ruidos con el hocico. —Shh, cállate Peguie, nos van a descubrir —le susurro, pero ella no me obedece y sigue haciendo ruidos, además ahora empieza a moverse inquieta. Veo que está intentando atravesar la puerta y trato de detenerla agarrándola, pero es inút
—Sí, estoy en camino, padre. —¿Estás seguro de que puedes encargarte tú solo de esto? ―Claro que puedo hacerme cargo de esto papá, confía en mí. ―Puedo enviar a tu primo Eduardo si quieres, él tiene más experiencia y... —El solo escuchar ese nombre hace que se me revuelva el estómago. ―No, no necesito que envíes a Eduardo a apoyarme, tengo todo bajo control, ¿se te olvida que tengo una maestría en relaciones internacionales y un doctorado en administración de empresas? —le recuerdo frustrado. —Solo quiero asegurarme de que todo salga bien, hijo —dice mi padre en tono condescendiente. ―Todo estará bien, créeme, puedes confiar en mí. —Giro a la derecha para entrar en la propiedad de los Manson—. Ya estoy llegando a la pista papá, te hablo más tarde, adiós. Cuelgo el teléfono y lo aviento al otro lado del asiento del auto rentado, estoy furioso. «Odio que me traten como a un niño. Soy un hombre de veintiocho años de edad, no tengo porqué estar soportando estas estupideces.»
Con solo pensar en Eduardo me tenso al instante, así que para calmarme me sirvo otro vaso de escocés y me lo tomo de un sorbo; ese desgraciado se ha aprovechado por años de la generosidad de mi padre, dándose una vida de lujos a costa suya y no solo eso, sino que además se ha empeñado en ponerlo en mi contra. Desde que su padre fue a la cárcel por fraude y desfalco de activos de la empresa en la que era contable, él y mi tía Kate quedaron en la ruina total, y mi padre, al igual que todos en la familia nos sentimos tan mal por ellos que no dudamos ni un segundo en darles una mano. Papá les cedió un apartamento amueblado en Austin y le dio trabajo a Eduardo como administrador en uno de los hoteles de la cadena con un sueldo mucho más generoso del estipulado por la ley para el cargo. Pero claro, el muy sinvergüenza resultó ser de la misma calaña que su padre, en cuanto se familiarizó con el negocio comenzó a alterar los libros de contabilidad y a robar descaradamente al hotel, ademá
No puedo creer que desobedecí a mi padre, le sonsacara toda la información del vuelo a mi hermano, y luego lo dejara inconsciente y encerrado en su habitación, solo para pasar el susto de mi vida y terminar perdida en quién sabe dónde con un idiota ricachón que además me amenaza con demandarme. —¿Me puedes decir en dónde estamos? Hablando del rey de Roma. Observo al idiota, como lo he bautizado, articular la misma pregunta por enésima vez desde que salimos del avión, mientras sacude su teléfono móvil en busca de una señal telefónica inexistente. —Ya te dije que no sé, el radar dejo de funcionar mientras estábamos en el aire y había demasiada niebla como para poder ubicarme —le respondo con toda la paciencia que soy capaz de reunir—. Y, como tú mismo acabas de comprobar, nuestros teléfonos no funcionan —le digo mostrándole el mío para que verifique lo que digo. Vuelvo a meter el aparato en mi bolsillo, ignorando su mirada de frustración, y doy un vistazo al entorno; antes de que
La veo desaparecer entre los árboles a paso apresurado; y mientras lo hago muevo mi cabeza de un lado a otro frotándome las sienes. De todos las pilotos con las que pude haber quedado atrapado en una isla desierta me tuvo que tocar una demente con trastornos de personalidad, me digo a mí mismo. Aunque no es nada fea debo admitir. Saco mis dos maletas del compartimento y las arrastro hasta el pasillo del avión, las abro simultáneamente. Apenas si recuerdo lo que empaque, pero creo que puedo encontrar algunas cosas utiles. Veamos, tengo: perfume, shampoo, gel de baño, crema de afeitar, afeitadora, pasta dental, cepillo de dientes enjuague bucal, ropa interior Calvin Klein, unos cuantos shorts playeros, pantalones de mezclilla, camisas de manga larga de algodón, algunos sombreros, una caja de puros cubanos, unas cuantas chaquetas, corbatas, un par de zapatos y un par de sandalias. Esto está más que bien, es decir, tomando en cuenta que estoy perdido en medio de quien sabe dónde, lo míni
—¡Auch, eso duele! —exclamo. —Ya cálmate, faltan pocas. Esto es, por mucho y sin duda alguna, lo más horrible que me haya podido pasar en toda la vida. Estar recostada en las piernas del idiota más guapo del mundo, desnuda, mientras él me quita un montón de asquerosas sanguijuelas del trasero es sin dudami peor pesadilla echa realidad. «¿Por qué estas cosas tan horribles me tienen que pasar a mí?» Grito mentalmente la pregunta y casi dejo escapar un sollozo. «No soy tan mala persona... bueno, es cierto que robaba las galletas de la alacena y luego fingía que no sabía nada al respecto; también es cierto que tomaba dinero de la billetera de papá para ir a la ciudad a comprar tarjetas de baseball y algunas otras cosas más, pero este castigo es más que excesivo e injusto.» Mientas hago repaso mental de todos mis pecados, puedo sentir como las malditas alimañas succionan la sangre de mis piernas y mi trasero, para luego detenerse y caer al suelo una a una. Mi Amelia imaginaria está at
—¡Esa chica es una lunática, una esquizofrénica! Yo solo trataba de hacerla sentir mejor. —Estoy en mi roca con la botella casi vacía de whisky en la mano hablando conmigo mismo, o más bien gritándome a mí mismo. «—Se enoja si soy amable y se enoja si no lo soy ¿Cómo rayos se complace a esta mujer? Me quedo pensativo por unos segundos y luego exploto en carcajadas. ¿Pero qué diablos me pasa? ¿Porqué estoy permitieron que una chiquilla malcriada me saque de mis cabales de esta forma? Es decir, tengo una larga lista de hermosas ex amantes y ninguna de ellas, por mucho que lo hayan intentado, a logrado que me preocupe de esta forma. Me paso el resto del día pescando y buscando fruta para comer, fue la mejor forma de distraerme después de todos mis fallidos intentos de convencer a Kat de salir del avión. Al menos se comió algo de la fruta y el pescado que dejé en la puerta del avión para ella. Supongo que hasta a las locas les da hambre. Al empezar a oscurecer enciendo la fogata para ca
Creo que voy a desmayarme. Las manos me sudan y las piernas me tiemblan sin parar; no puedo creer que todo esto esté me esté pasando a mi. Primero lo de esta mañana, y ahora abro los ojos y encuentro el rostro Taylor a unos pocos centímetros del mío; y mi forma de reaccionar es saltando sobre él y aplicarle una llave de lucha libre. Creo que incluso pude sentir sus labios rozar los míos ¿o es que acado lo soñé? ¡Ay Dios, no lo sé! Luego me entero de que escuchó todas esas cosas vergonzosas que dije mientras estaba hablando dormida y, para empeorarlo todo, me dice que soy hermosa. Siento que estoy en la dimensión desconocida. «Tranquila Kat, no puedes dejar que se entere de que te afecta, contrólate.» Mi Amelia imaginaria está sentada en el suelo con las piernas cruzadas, meditando en modo Zheng, con una vela de incienso encendida. Ya quisiera yo poder estar así de calmada en esta situacion porque odio sentirme así de vulnerable. —¿Y para qué me dices eso? ¿Qué te hace pensar que me