—Sí, estoy en camino, padre.
—¿Estás seguro de que puedes encargarte tú solo de esto?
―Claro que puedo hacerme cargo de esto papá, confía en mí.
―Puedo enviar a tu primo Eduardo si quieres, él tiene más experiencia y... —El solo escuchar ese nombre hace que se me revuelva el estómago.
―No, no necesito que envíes a Eduardo a apoyarme, tengo todo bajo control, ¿se te olvida que tengo una maestría en relaciones internacionales y un doctorado en administración de empresas? —le recuerdo frustrado.
—Solo quiero asegurarme de que todo salga bien, hijo —dice mi padre en tono condescendiente.
―Todo estará bien, créeme, puedes confiar en mí. —Giro a la derecha para entrar en la propiedad de los Manson—. Ya estoy llegando a la pista papá, te hablo más tarde, adiós.
Cuelgo el teléfono y lo aviento al otro lado del asiento del auto rentado, estoy furioso.
«Odio que me traten como a un niño. Soy un hombre de veintiocho años de edad, no tengo porqué estar soportando estas estupideces.»
Miro por la ventana tratando de relajarme un poco y lo único que consigo es irritarme aún más, el cielo se está empezando a nublar.
«Mis planes no pueden cambiar, tengo que llegar a las Bahamas hoy, cueste lo que cueste. Tengo que demostrarle a mi padre que soy digno de su confianza y hacerle tragar sus palabras al lambiscón de mi primo Eduardo.»
Con un suspiro de frustración vuelvo a tomar el teléfono y lo guardo en mi bolsillo.
Mis padres creen que soy un irresponsable que solo piensa en fiestas y sexo. Es cierto que no soy ningún santo y que después de terminar la universidad quise tomar un año sabático antes de empezar a trabajar en el negocio familiar, no voy a mentir, pero eso no quiere decir que toda mi vida gire en torno al alcohol y las mujeres o que no me pueda tomar el trabajo en serio, ¡si para algo estudié!
Siento que el chofer se detiene y sé que ya he llegado a mi destino. Tomo mi maletín y salgo del auto mientras el chofer, José me parece que es su nombre, busca mi equipaje en el compartimiento trasero. Miro hacia el cielo.
¡Maldición! Cada vez está más nublado, espero que no sea una tormenta.
Luego miro a mi alrededor, ahora mismo estoy parado en medio de la pista de aterrizaje, con el fuerte viento alborotando mi cabello.
La flota de aviones privados de Leonard Manson es una de las más alabadas y recomendas del sur del país por varias revistas locales. La compañía es pequeña, pero sus aviones son de los más modernos y seguros del mercado; sus pilotos son todos expertos altamente calificados, a pesar de que la mayoría son muy jóvenes.
El mismo Leonard Manson me atendió en su oficina y me pareció un hombre íntegro y muy profesional. Estoy seguro de que podrán manejar cualquier situación aérea y esta certeza aplaca un poco mi irritación. Si son tan buenos como todos dicen algunas cuantas gotas no serán un problema para ellos
Le hago saber a José que ya puede retirarse y al voltearme me percato de que dos hombres vienen caminando hacia mí por la pista de aterrizaje desde la fila de aviones en el fondo. Uno de ellos lleva puesto un mono amarillo y el otro, mucho más bajo y escuálido, lleva puesto un uniforme de oficial aéreo.
Mientras más se acercan me doy cuenta que el oficial parece más bien un niño; entorno los ojos para comprobar que mi vista no me engaña, hace solo dos días que estuve aquí y no vi ningún niño alrededor, pero mientras más se acercan me doy cuenta de que no es un niño, sino una chica, una chica menuda, de pelo corto y muy poco desarrollada.
«Un momento, esa chica es la dueña del cerdo que me mordió cuando estuve en la oficina de Leonard Manson, la que él presentó como su hija.»
Al parecer ella es la encargada de recibir a los clientes, solo espero que su entrada sea menos estrafalaria que la anterior y que esta vez no haya ningún cerdo merodeando.
«¿A quién se le ocurre andar acariciando y cargando a un cerdo?»
Antes de que me dé cuenta los dos están justo frente a mí.
―Buenos días señor Evans, mi nombre es Katherine Manson y seré su piloto el día de hoy. Christopher, nuestro sobrecargo, se encargará de su equipaje.
«¿Qué? Esto tiene que ser una broma. No quiero sonar machista ni donae como del siglo pasado, pero no creo que una chica amante de los cerdos esté calificada para pilotar un avión.»
La miro de arriba abajo: su piel es bronceada, tiene unos almendrados ojos color ámbar, una nariz pequeña y perfilada acompañada de una boca carnosa que complementan un bonito rostro coronado con un rebelde flequillo.
Para cuando termino mi nada disimulado escrutinio, noto que ella me mira impaciente y con una sonrisa forzada.
—¿Tú serás mi piloto? ¿Qué hay de tu padre? —Levanto una ceja en espera de la respuesta.
―Mi padre está de viaje y me encargó personalmente que me hiciera cargo de su vuelo, señor —me responde.
Era más que obvio que estaba disimulando su indignación ante mi pregunta.
―¿Estás segura de que puedes pilotar un avión bajo estas condiciones climáticas? ―le espeto.
―Por supuesto que puedo. Soy una piloto profesional y entrenada para manejar cualquier tipo de situación aérea, ¿quiere que le muestre los documentos que lo confirman?
Adiós al disimulo, la chica está realmente indignada, y eso me divierte un poco.
―Te creo, tranquila.
No tengo tiempo ni humor para lidiar con burocracia, además, no creo que un hombre tan respetable como Leonard Manson deje a cargo de mi vuelo a su hija sin que esté perfectamente entrenada.
Dejo que el tal Christopher, un chico rubio y alto de mirada amable, tome mi maleta. Sigo a la piloto que me conduce a lo que parece ser mi avión, que está a unos quinientos metros de distancia.
Cuando llegamos el avión está en la pista y listo para el abordaje. Lo observo alucinado; es mucho más pequeño de lo que pensé que sería, pero no por eso deja de ser impresionante. El modelo no lo conozco, pero sé que es muy moderno.
Veo como los empleados arrastran una escalera rodante hasta la puerta del avión y la señorita Manson me invita a que la siga al interior de éste, con una sonrisa forzada.
«Algo me dice que no le caigo muy bien.» pienso sin evitar sonreír.
Ya dentro del avión me quedo aún más alucinado; la cabina de pasajero consta de solo cuatro asientos reclinables con el frente mirando hacia la cabina del piloto, un pequeño taburete con compartimientos que sirve como mesa delante de cada asiento y un plasma; el tapizado es neutro pero vanguardista a la vez.
En definitiva, es justo lo que necesito; odio volar en esos gigantes aviones comerciales llenos de gente ruidosa. Prefiero los aviones privados que me permitan relajarme y disfrutar del vuelo en paz y armonía, y este definitivamente lo es.
La señorita piloto Manson me está hablando sobre las comodidades del pequeño aeroplano, las virtudes de la compañía aérea de su padre y un montón de cosas que no me interesan.
―Tenemos el whisky escocés de la marca que ordenó —me dice. Eso sí que me interesa.
Mientras la señorita Manson sigue hablando, «parece que no se va a callar nunca», la observo detenidamente. En verdad es linda; su cuerpo no es muy voluptuoso y tampoco es muy alta, pero esos ojos ámbar son hipnóticos y esa boca... seguro que puedo encontrar algo interesante que hacer con ella, si logro primero callarla, claro.
―Bueno señor Evans, eso es todo por el momento, puede ponerse cómodo y en unos minutos estaremos despegando.
―Creí que nunca te callarías ―susurro irritado.
―Disculpe, ¿cómo dijo?
Al parecer, además de una boca inquieta, la linda piloto también tiene un oído agudo.
―Nada, preciosa. —Paso por delante de ella para ocupar mi asiento junto a la ventanilla y noto como sus mejillas se ponen rojas, no sé si por la vergüenza o por la ira―. Estaré listo para el despegue. Y si necesitas un poco de compañía en esa cabina tan solitaria puedes llamarme ―le digo sonriendo a la vez que le guiño un ojo.
Veo cómo frunce el ceño iracunda y creo que está a punto de ahogarme en insultos, pero en vez de eso da la media vuelta altiva, entra a la cabina de comandos y cierra la puerta de un golpe.
Definitivamente a esta chica no le gustan los piropos.
Me relajo en mi asiento, abro la puerta del compartimiento del pequeño taburete que tengo en frente y saco el escocés que había ordenado y un vaso de cristal. Me sirvo un poco y lo degusto antes de beberlo, está bueno. Ya comprobado que el whisky es bebible me sirvo un poco más.
Me siento mucho mejor, flirtear un poco siempre me levanta el ánimo; aunque la piloto Manson no sea exactamente el tipo de mujer que utilizo para relajarme, hacerla rabiar con mis comentarios fue muy divertido.
Y hablando de mujeres para relajarme, necesito una acompañante para este día. Un hombre tiene derecho a un poco de diversión, ¿no?
«Veamos, ¿a quién puedo llamar en las Bahamas? ¿Martha? No, querrá estar pegada a mí como un chicle todo el día y necesito privacidad. ¿Georgia? Sí, estará de compras todo el tiempo mientras trabajo y en la noche disfrutaré de un espectáculo al más puro estilo de victoria's secret. Además, al igual que yo, solo le interesa el sexo por diversión y sin ningún tipo de compromiso. Sí, ella es justo lo que necesito.»
Sonrío satisfecho, pero esa sonrisa se me borra al recordar el verdadero motivo de mi viaje: mi primo Eduardo.
Con solo pensar en Eduardo me tenso al instante, así que para calmarme me sirvo otro vaso de escocés y me lo tomo de un sorbo; ese desgraciado se ha aprovechado por años de la generosidad de mi padre, dándose una vida de lujos a costa suya y no solo eso, sino que además se ha empeñado en ponerlo en mi contra. Desde que su padre fue a la cárcel por fraude y desfalco de activos de la empresa en la que era contable, él y mi tía Kate quedaron en la ruina total, y mi padre, al igual que todos en la familia nos sentimos tan mal por ellos que no dudamos ni un segundo en darles una mano. Papá les cedió un apartamento amueblado en Austin y le dio trabajo a Eduardo como administrador en uno de los hoteles de la cadena con un sueldo mucho más generoso del estipulado por la ley para el cargo. Pero claro, el muy sinvergüenza resultó ser de la misma calaña que su padre, en cuanto se familiarizó con el negocio comenzó a alterar los libros de contabilidad y a robar descaradamente al hotel, ademá
No puedo creer que desobedecí a mi padre, le sonsacara toda la información del vuelo a mi hermano, y luego lo dejara inconsciente y encerrado en su habitación, solo para pasar el susto de mi vida y terminar perdida en quién sabe dónde con un idiota ricachón que además me amenaza con demandarme. —¿Me puedes decir en dónde estamos? Hablando del rey de Roma. Observo al idiota, como lo he bautizado, articular la misma pregunta por enésima vez desde que salimos del avión, mientras sacude su teléfono móvil en busca de una señal telefónica inexistente. —Ya te dije que no sé, el radar dejo de funcionar mientras estábamos en el aire y había demasiada niebla como para poder ubicarme —le respondo con toda la paciencia que soy capaz de reunir—. Y, como tú mismo acabas de comprobar, nuestros teléfonos no funcionan —le digo mostrándole el mío para que verifique lo que digo. Vuelvo a meter el aparato en mi bolsillo, ignorando su mirada de frustración, y doy un vistazo al entorno; antes de que
La veo desaparecer entre los árboles a paso apresurado; y mientras lo hago muevo mi cabeza de un lado a otro frotándome las sienes. De todos las pilotos con las que pude haber quedado atrapado en una isla desierta me tuvo que tocar una demente con trastornos de personalidad, me digo a mí mismo. Aunque no es nada fea debo admitir. Saco mis dos maletas del compartimento y las arrastro hasta el pasillo del avión, las abro simultáneamente. Apenas si recuerdo lo que empaque, pero creo que puedo encontrar algunas cosas utiles. Veamos, tengo: perfume, shampoo, gel de baño, crema de afeitar, afeitadora, pasta dental, cepillo de dientes enjuague bucal, ropa interior Calvin Klein, unos cuantos shorts playeros, pantalones de mezclilla, camisas de manga larga de algodón, algunos sombreros, una caja de puros cubanos, unas cuantas chaquetas, corbatas, un par de zapatos y un par de sandalias. Esto está más que bien, es decir, tomando en cuenta que estoy perdido en medio de quien sabe dónde, lo míni
—¡Auch, eso duele! —exclamo. —Ya cálmate, faltan pocas. Esto es, por mucho y sin duda alguna, lo más horrible que me haya podido pasar en toda la vida. Estar recostada en las piernas del idiota más guapo del mundo, desnuda, mientras él me quita un montón de asquerosas sanguijuelas del trasero es sin dudami peor pesadilla echa realidad. «¿Por qué estas cosas tan horribles me tienen que pasar a mí?» Grito mentalmente la pregunta y casi dejo escapar un sollozo. «No soy tan mala persona... bueno, es cierto que robaba las galletas de la alacena y luego fingía que no sabía nada al respecto; también es cierto que tomaba dinero de la billetera de papá para ir a la ciudad a comprar tarjetas de baseball y algunas otras cosas más, pero este castigo es más que excesivo e injusto.» Mientas hago repaso mental de todos mis pecados, puedo sentir como las malditas alimañas succionan la sangre de mis piernas y mi trasero, para luego detenerse y caer al suelo una a una. Mi Amelia imaginaria está at
—¡Esa chica es una lunática, una esquizofrénica! Yo solo trataba de hacerla sentir mejor. —Estoy en mi roca con la botella casi vacía de whisky en la mano hablando conmigo mismo, o más bien gritándome a mí mismo. «—Se enoja si soy amable y se enoja si no lo soy ¿Cómo rayos se complace a esta mujer? Me quedo pensativo por unos segundos y luego exploto en carcajadas. ¿Pero qué diablos me pasa? ¿Porqué estoy permitieron que una chiquilla malcriada me saque de mis cabales de esta forma? Es decir, tengo una larga lista de hermosas ex amantes y ninguna de ellas, por mucho que lo hayan intentado, a logrado que me preocupe de esta forma. Me paso el resto del día pescando y buscando fruta para comer, fue la mejor forma de distraerme después de todos mis fallidos intentos de convencer a Kat de salir del avión. Al menos se comió algo de la fruta y el pescado que dejé en la puerta del avión para ella. Supongo que hasta a las locas les da hambre. Al empezar a oscurecer enciendo la fogata para ca
Creo que voy a desmayarme. Las manos me sudan y las piernas me tiemblan sin parar; no puedo creer que todo esto esté me esté pasando a mi. Primero lo de esta mañana, y ahora abro los ojos y encuentro el rostro Taylor a unos pocos centímetros del mío; y mi forma de reaccionar es saltando sobre él y aplicarle una llave de lucha libre. Creo que incluso pude sentir sus labios rozar los míos ¿o es que acado lo soñé? ¡Ay Dios, no lo sé! Luego me entero de que escuchó todas esas cosas vergonzosas que dije mientras estaba hablando dormida y, para empeorarlo todo, me dice que soy hermosa. Siento que estoy en la dimensión desconocida. «Tranquila Kat, no puedes dejar que se entere de que te afecta, contrólate.» Mi Amelia imaginaria está sentada en el suelo con las piernas cruzadas, meditando en modo Zheng, con una vela de incienso encendida. Ya quisiera yo poder estar así de calmada en esta situacion porque odio sentirme así de vulnerable. —¿Y para qué me dices eso? ¿Qué te hace pensar que me
¿Qué diablos eran esas cosas que comí? Desde que caí desplomado al suelo, de la forma más humillante posible, solo puedo sentir dolor en todas mis articulaciones y unas horribles náuseas. Estoy tan aturdido que apenas si siento mi cuerpo y hago todo lo posible por no depositar todo mi peso sobre Kat mientras me arrastra por el sendero de regreso al avión. Mi visión está borrosa y todo a mi alrededor da vueltas, ni siquiera con la peor de mis resacas me he sentido así de mal. —¿Estás bien Taylor? Ya casi llegamos, sólo aguanta un poco más —me dice preocupada. Yo intento responderle pero mis labios no me lo permiten. En poco tiempo llegamos al avión, hago un esfuerzo sobrehumano para ayudar a Kat a recostarme en uno de los asientos y no dejarle todo el trabajoa ella. —Bien, ya estamos aquí —anuncia, colocándome los pies encima del asiento para quedar totalmente acostado—. Supongo que faltaste a la clase de bayas venenosas en los Boy scouts —me dice con un tono del que no estoy segu
—¿Qué quieres decir con eso? ¿Cómo que no eres una piloto? —Puedo ver la confusión en sus ojos al hacer esas preguntas y en verdad quisiera no tener que contestarlas. —Bueno si soy piloto, solo que no estoy legalmente certificada para volar un avión comercial, o privado... ninguno en realidad, al menos no sin la compañía de alguien que sí lo esté.—Intento explicarle. Estaba tan avergonzada que ni siquiera podía mirarlo a los ojos, pero tenía que decir la verdad. Ver cómo me miraba mientras lo cuidaba hizo que mi corazón se derritiera y que la culpa me atormentara hasta casi volverme loca. Nunca he cido una perita en dulce, solo Dios sabe cuantas veces le he mentido a papá, o cuantas veces le hice trampa a Stephanie jugando al parchis, pero siempre fueron mentiras blascas e inocentes. Esto sin dudas está mucho mas allá y me arrepiento de no haber medido las concecuencias de mis actos antes. En mi defensa puedo decir que, con todas nuestras peleas, jamás pensé que las cosas termina