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Capítulo 3: Jelena

—¡Lena! Soy Tito, estoy en casa de Esteban con otros, para que no te preocupes —dijo Tito con voz somnolienta al otro lado de la línea.

—¿Qué no me preocupe? Tito son las 9 de la mañana, del día siguiente al que te fuiste a visitar a un amigo que llegó de viaje y no supe más de tí, no he dormido nada, estoy cansada, preocupada, lloré, pensé lo peor —le grité de vuelta y sentí como colgó el teléfono del otro lado.

¡Hombres! Si, Tito y yo teníamos dos años de novios y un año viviendo juntos, todos me advirtieron que no me juntara con él porque con la excusa de que era músico se me iba a perder todos los días, ignoré a todos porque mi naturaleza estúpida y romántica, prefirió creer en el chico que le compuso una canción a mis pecas, a las de mis pechos específicamente, las de mi espalda tenían otra canción así como las de mi nariz.

Me reprendía a mí por esas cosas porque ya no tenía 21 años, que era la edad hasta la que yo consideraba adecuado estar con esas tonterías y cursilerías, con 24 años debía ser madura, pensar en formar un hogar, establecerme, pero no ahí estaba con Tito que se comportaba como un adolescente.

—¡Lena! afuera te busca una gente toda estirada y dicen que son tu familia —dijo Buzo.

—¿Qué? Yo no tengo familia —le dije con mal humor, por culpa de Tito.

—¡Dijeron Jelena Testa! ¿Ese no es tu nombre de verdad? —preguntó.

—¿Quiénes son? dijiste.

—¡Una mujer hermosa, guapísima y un señor estirado que no mira bajito, de esos! Ella dijo que es tu hermana.

—¡No tengo hermanas! Pero si dijeron mi nombre...no sé, si es una broma Buzo, te voy a pegar —le advertí  y salí tras de él.

Caminamos y vi a lo lejos a dos que no pegaban para nada con el sitio, él llevaba unos lentes oscuros, pantalones de caqui y una camisa blanca y el cabello todo engominado, en la playa, si en la playa, que ridículo, y la mujer; delgada alta y muy elegante, vestía más apropiada con un vestido de flores amplio escotado en la espalda y un sombrero grande, era una castaña muy guapa como señaló Buzo, miraban todo como si ellos fueran de cristal e iban a ensuciarse con la arena.

Cuando me acerque más, le pedí a Buzo que me dejara sola pero que me vigilara, que estuviera pendiente de mí, noté como ambos me miraban intensamente como si quisieran escanear mi rostro, el hombre fue más descarado y no se perdió detalle de mi cuerpecito, el muy infeliz, ella parecía impactada, inexpresiva, si soy guapa.

—¡Hola! Soy Lena, Jelena, me dijo mi amigo Buzo, que está allá muy cerca, que ustedes me buscaban, pero debe haber una confusión, dice que ustedes le comentaron que eran mi familia, pues yo no tengo familia —dije con naturalidad.

—¡Eitor Atlas! Abogado —dijo el hombre, me estiró la mano, que recibí. Fue un apretón firme y fuerte.

—¡Olivia Van de Venter! Tu hermana —dijo la mujer que enseguida me miró a los ojos como a la expectativa, ella no me tendió la mano.

—¿Hermana? ¿De dónde? —dije sin filtro.

—¡Larga historia! Necesitamos contarla rápido —dijo con frialdad.

—¿Hay algún lugar en el que podamos hablar? ¿En privado? —preguntó el hombre.

—¿Y algo que te puedas echar encima?  Eitor va a tener una erección si sigues así niña —dijo la mujer con expresión divertida.

—¡Olivia! ¡Por Dios! —contestó él muy avergonzado, vi cómo se le subieron los colores al rostro.

—¿Hermana? —insistí en preguntar.

No daba crédito. De dónde. Sería de mi papá que no conocí. Pero el señor Nathaniel nunca me lo presentó ni me dijo nada de una hija, de nada, sentí mucho calor de pronto y necesité sentarme.

—¿Estás bien? —preguntó Buzo que enseguida estaba a mi lado.

—¡Sí! Llévalos a mi oficina, ya los alcanzó. Voy a ponerme algo más apropiado —respondí.

Fui a mi auto y saqué un vestido blanco largo tejido y me lance por encima, no era por hacer caso a la mujer que decía ser mi hermana, era para evitar la mirada cochina de ese tipo. Revisé la carpeta que me dejó el doctor Nathaniel y no decía nada de una familia ni nada, esos apellidos, no me sonaban de nada.

Regrese con ellos, y Buzo tan atento como siempre le ofrecía bebidas pero los pretenciosos esos se las rechazaron.

—¡Mejor! —dijo la mujer cuando me vio.

—Me senté en mi escritorio y ellos parecieron sorprenderse.

—¿Tú jefe te deja sentarte en su escritorio? ¿Te lo coges? —preguntó la mujer con tono despectivo.

—¿Jefe? El lugar es mío —dije con orgullo.

Ambos se miraron sorprendidos y me lanzaron una mirada evaluadora.

—¡Tengo un socio! Yo puse algo de dinero con un premio que me gané en un torneo de Surf, fueron varios, no es por presumir, pero junte ese dinero y no sabía que hacer, y un socio me dio la idea y puso más dinero, pero yo tengo la mayoría, así que yo tengo el control. Eso me dice él —expliqué, me sentía toda una mujer de negocios y una campeona —Estos son mis premios, aquí están todos los trofeos que gane en las competencias, aún compito.

—¿Por qué no te comió un tiburón? —preguntó la mujer que decía ser mi hermana.

El hombre me observaba con un gesto divertido, hasta parecía que sonreía. Él y la mujer se miraron de nuevo y parecía que se decían muchas cosas sin decirlas porque no hablaban y asentían con la cabeza.

—Ustedes al parecer pueden comunicarse a través de sus mentes, pero yo no, ¿me cuentan? —pedí con ironía.

—¡Mi padre es Jeremías Van de Venter, murió hace una semana y ha dejado en su testamento que …—la interrumpió el hombre.

—¡Olivia! Yo debería estar haciendo esto, ¡Por favor! —dijo el hombre, ella le mató los ojos y negó con la cabeza.

—¡Jelena! Jeremías Van de Venter murió hace una semana y dejó por sentado en su testamento que tú eres su hija, te ha reconocido legítimamente, puedes contratar un abogado, veo que eres una chica lista, una mujer de negocios, sabrás de abogados, hay una herencia a tu nombre que puedes reclamar, ella es hija de Jeremías, tu media hermana.

—¡Si ya se presentó! Tengo un abogado, lo puedo llamar, ahora mismo porque no entiendo nada, se llama Nathaniel, ya le marcó esperen —dije buscando mi celular que había lanzado lejos por culpa de Tito, pero note que ellos se miraron a la cara una vez más sin decirse nada, debían ser pareja, era muy rara la vibra que tenían, pensé.

—¿Nathaniel Peterson? —preguntó el hombre.

—¡Sí! Es un viejito de lo más listillo —confirme.

La mujer se puso a llorar y yo no entendía nada. El hombre la abrazó y ella dió un grito tan alto que tuve que asomarme a verificar que los clientes no se hubieran espantado.

¡Una herencia! Seguro estos eran estafadores, ya sabían de Nathaniel, me investigaron seguro, en lo que los tenga, los voy hacer arrestar, seguro me iban a pedir dinero para acceder a esa herencia, si ya sabía yo como funcionaba todo, una hermana, ya me habían querido estafar, todo eso pensaba, pero estaba muy cabreada porque la mujer ahora lloraba, no sabía bien de qué iba su teatro, pero entendí que me iban a querer sacar mucha plata, les iba a seguir corriente, claro que sí.

No debí mencionar lo de los premios, y el inversionista, que tonta fuí, me machaque pensando, caí en cuenta de que era una e****a cuando dijeron lo de la herencia. ¡Miserables!

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