Luzma. Estoy sentada en la sala, la luz del sol filtrándose a través de las cortinas y bañando la habitación en un resplandor cálido y reconfortante. Frente a mí, sobre la mesa, están los resultados de la prueba de ADN. Mi corazón late con fuerza mientras leo las palabras que confirman lo que siempre había sospechado: James es mi padre. El papel se siente pesado en mis manos, como si contuviera el peso de todos mis anhelos y dudas. James está a mi lado, sus brazos fuertes rodeándome en un abrazo que transmite más amor y calidez de lo que jamás había imaginado. —Sabía que eras mi hija desde el momento en que te vi,— susurra James, su voz temblando ligeramente por la emoción. Siento sus lágrimas caer sobre mi hombro y me doy cuenta de que yo también estoy llorando, las lágrimas rodando libremente por mis mejillas. —Papá,— digo, la palabra saliendo de mis labios con una mezcla de asombro y alivio. —No puedo creer que esto sea real. No soy hija de ese asesino. James me apri
Estaba tan furiosa que le grite a Maxon hasta exigirle que se largará. Cuando me quedé sola sentí un gran dolor en el vientre, me deje caer en el suelo y comencé a llorar, me dolía demasiado, pero aún no era tiempo para tener a mis bebés. Sin embargo, gracias al cielo en ese momento llegaron Harry y Alicia los papás de Damon. El señor Harry me ayudó a levantarme del suelo y la señora se veía muy preocupada. Asentí débilmente, aunque sentí una punzada de miedo al verlo alejarse. El dolor se intensificaba con cada segundo, y la soledad volvía a apoderarse de mí. Traté de concentrarme en mi respiración, en mantener la calma, pero todo mi cuerpo temblaba. De repente, un espasmo de dolor recorrió mi abdomen, y sentí que mis piernas ya no podían sostenerme. Me desplomé en el piso, el frío del suelo de la clínica contrastando con el calor de mi cuerpo. —¡Ayuda! —grité, pero mi voz apenas salió en un susurro. Intenté respirar profundamente, recordando los ejercicios de respiración que ha
Damon Chrysler Con el corazón acelerado y las manos sudorosas, me dirigí al burdel que Maxon me había indicado. La noche estaba fría y las sombras de los edificios parecían alargarse ominosamente a mi alrededor, como si quisieran detenerme. Cada paso que daba resonaba en las calles desiertas, un eco que parecía intensificar mi determinación. Azula estaba ahí, en algún lugar detrás de esas paredes mugrientas y llenas de pecados. La había estado buscando durante años, y no iba a permitir que nada me detuviera ahora. El burdel estaba situado en una esquina oscura de la ciudad, un edificio antiguo y descuidado con luces de neón parpadeando en la entrada. El letrero, medio descolgado, prometía placer y escape, pero yo solo veía dolor y sufrimiento detrás de esas puertas. Respiré hondo, tratando de calmar los nervios y mantener la claridad en mi mente. Mi celular no dejaba de vibrar en el bolsillo, pero lo ignoré. Sabía que probablemente eran mensajes de Luzma, mis padres, o quizás d
Luz Marina. Me encontraba en el hospital con mis dos pequeñas, agotado pero lleno de alegría. Tenía a Amina en mis brazos, dándole pecho porque era la más latosa y demandante. Mi padre, por otro lado, tenía a Alison entre sus brazos; ella era la más tranquila y observadora. Ambas niñas poseían el cabello claro, aunque yo había pensado que serían pelirrojas como su madre. Sus ojos, de un azul intenso, brillaban con curiosidad y vida. Eran exactamente iguales, tanto que a veces costaba distinguirlas si no era por sus personalidades tan marcadamente diferentes. A pesar de nacer hace unas pocas horas había aprendido a distinguirlas. —Mira, Luzma, sus ojos son idénticos a los de Damon —dijo papá, sonriendo mientras acariciaba la cabecita de Alisson y yo asentí. Mi padre, con Alison acurrucada en sus brazos, me devolvió la sonrisa, aunque su mirada aún reflejaba algo de preocupación. —Sí, son preciosas. ¿Dónde está Damon. Asentí, sabiendo que no podía evitar la conversación por má
Me quedé sola con mis dos bebés mientras Damon se marchaba. La noche fue larga, pero no me sentí completamente sola gracias a las enfermeras que me ayudaron. Me enseñaron cómo amamantarlas y cuidarlas adecuadamente. Sentí una mezcla de agotamiento y gratitud mientras seguía sus instrucciones, consciente de que mis hijas dependían completamente de mí. Yo era lo único que tenía en el mundo. A pesar de todo, tuve suerte. Amina y Alison estaban muy bien de salud y no necesitarían pasar tiempo en la incubadora. Este pequeño consuelo me dio fuerzas para seguir adelante. Me acurruqué con ellas, sintiendo sus pequeñas respiraciones y el suave calor de sus cuerpos contra el mío. Sus cabecitas descansaban sobre mi pecho, y por un momento, el mundo exterior dejó de importar. Las enfermeras entraban y salían de la habitación, asegurándose de que todas estuviéramos cómodas y atendidas. Su presencia constante y sus palabras amables me ayudaron a mantener la calma y a sentirme apoyada en esta nu
Damon Chrysler Me dirigí a mi casa muy molesto, con la cabeza llena de pensamientos y el corazón pesado. Al llegar, busqué a mi padre, decidido a obtener el número del abogado. No iba a permitir que Luzma me arrebatara a mis hijas sin pelear. —Papá, necesito el número del abogado —dije con un tono urgente, entrando en su despacho sin previo aviso. Harry levantó la vista de sus papeles, su expresión serena pero firme. —Damon, cálmate. No voy a darte el número del abogado. —¿Qué? ¿Por qué no? —respondí, incrédulo y furioso—. ¡Son mis hijas también! —Lo que pasa es que has estado actuando de manera impulsiva y egoísta, hijo —dijo, mirándome con una mezcla de decepción y preocupación—. Has cometido errores que han lastimado a mucha gente, incluyendo a Luzma y a tus hijas. —¿Impulsivo y egoísta? —repliqué, sintiendo la rabia burbujear dentro de mí—. Solo estoy tratando de enmendar mis errores y estar presente para mis hijas. —Pero lo has hecho todo mal —dijo mi padre, su ton
Me desperté temprano debido a la visita de la señora Alicia, la mamá de Damon. Yo tenía a Amina entre mis brazos, dándole la mamila, mientras la señora Alicia sostenía a Alisson. —Están hermosas mis nietas —dijo la señora Alicia, sus ojos llenos de ternura mientras miraba a las pequeñas. Asentí, tratando de mantener la calma a pesar de la tensión que sentía. Sabía que su visita no era solo para ver a las niñas. —Señora, si desea hablarme de su hijo, yo no quiero volver a verlo —dije, mi voz firme pero educada. No quería ser descortés, pero necesitaba dejar claros mis límites. La señora Alicia suspiró, su expresión reflejando una mezcla de comprensión y tristeza. —Luzma, entiendo cómo te sientes. Damon ha cometido errores, muchos errores, y no espero que lo perdones fácilmente. Pero él está tratando de cambiar, por el bien de ustedes y especialmente por el bien de sus hijas. Solo quería que lo supieras. Damon te ama, Luzma. Yo soy su madre y puedo asegurarlo. Sentí un nudo en el
Aún no podía creer lo que había hecho. Me acosté con Azula. Soy un completo imbécil. La culpa y la desesperación me corroían por dentro. Hace más de dos horas que Luzma se marchó con mis hijas y no he podido encontrarlas. He buscado por todas partes. No ha llegado a la casa de Rodrigo ni a ningún otro lugar que yo pueda imaginar. No está con sus padres, ni con ningún amigo o familiar conocido. La ansiedad me estaba matando, y la sensación de haberlo perdido todo me aplastaba el pecho. Caminé de un lado a otro en la sala, pasando mis manos por el cabello, tratando de pensar en dónde podría estar. Cada minuto que pasaba sin noticias aumentaba mi angustia. Recordé el dolor en los ojos de Luzma cuando me sorprendió con Azula y supe que había destruido todo lo que teníamos. —¿Damon, qué vamos a hacer? —preguntó Lucía, su voz llena de preocupación. —No lo sé, Lucía. No lo sé... —dije, sintiendo la desesperación en mi voz. Lucía me miró con tristeza, entendiendo la gravedad de la