Me encontraba observando cómo Luzma charlaba animadamente con mi mamá. Era un alivio ver que se estaban llevando muy bien, ya que la relación entre ellas significaba mucho para mí. Pude ver la sonrisa genuina en el rostro de Luzma mientras mi mamá le contaba una historia. —¿De verdad? —preguntó Luzma, claramente intrigada. —Sí, así es —respondió mi mamá con una sonrisa—. Yo también tengo un hermano gemelo se llama Maximiliano. Rodrigo y tú mamá también son gemelos seguramente de allí se hereda el gen. Luzma parecía fascinada por la revelación, sus ojos brillando con curiosidad. —Eso es increíble. No sabía que los genes podían transmitirse de esa manera —dijo Luzma, visiblemente emocionada por esta nueva conexión familiar. Mi mamá asintió, compartiendo más anécdotas sobre su hermano gemelo, y yo no pude evitar sentir una cálida satisfacción al ver cómo mi familia se unía cada vez más. Me acerqué un poco más, queriendo participar en la conversación. —¿En serio, mamá? A vec
Luego de charlar con mi padre, me despedí de Luzma con un beso y una promesa de volver pronto. Necesitaba tiempo y espacio para procesar todo lo que había escuchado. Conducir siempre me ayudaba a pensar, así que me subí a mi carro y comencé a recorrer las calles de la ciudad, dejándome llevar por el camino. Finalmente, llegué a una bodega abandonada en un rincón olvidado de la ciudad. Aparqué el coche y me dirigí hacia la entrada, sintiendo la tensión aumentar con cada paso. Al entrar, me encontré con mi primo Maxon, ese miserable que siempre había sido una espina en mi costado. Maxon estaba allí, esperándome con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos. Había algo oscuro y amenazante en su presencia, algo que siempre me había inquietado. —Damon, qué sorpresa verte aquí —dijo Maxon con una voz cargada de sarcasmo. —No hagas que me arrepienta de haber venido, Maxon. Sabes por qué estoy aquí —respondí, tratando de mantener la calma mientras lo encaraba. Maxon se encogió de hombro
Luzma. Estoy sentada en la sala, la luz del sol filtrándose a través de las cortinas y bañando la habitación en un resplandor cálido y reconfortante. Frente a mí, sobre la mesa, están los resultados de la prueba de ADN. Mi corazón late con fuerza mientras leo las palabras que confirman lo que siempre había sospechado: James es mi padre. El papel se siente pesado en mis manos, como si contuviera el peso de todos mis anhelos y dudas. James está a mi lado, sus brazos fuertes rodeándome en un abrazo que transmite más amor y calidez de lo que jamás había imaginado. —Sabía que eras mi hija desde el momento en que te vi,— susurra James, su voz temblando ligeramente por la emoción. Siento sus lágrimas caer sobre mi hombro y me doy cuenta de que yo también estoy llorando, las lágrimas rodando libremente por mis mejillas. —Papá,— digo, la palabra saliendo de mis labios con una mezcla de asombro y alivio. —No puedo creer que esto sea real. No soy hija de ese asesino. James me apri
Estaba tan furiosa que le grite a Maxon hasta exigirle que se largará. Cuando me quedé sola sentí un gran dolor en el vientre, me deje caer en el suelo y comencé a llorar, me dolía demasiado, pero aún no era tiempo para tener a mis bebés. Sin embargo, gracias al cielo en ese momento llegaron Harry y Alicia los papás de Damon. El señor Harry me ayudó a levantarme del suelo y la señora se veía muy preocupada. Asentí débilmente, aunque sentí una punzada de miedo al verlo alejarse. El dolor se intensificaba con cada segundo, y la soledad volvía a apoderarse de mí. Traté de concentrarme en mi respiración, en mantener la calma, pero todo mi cuerpo temblaba. De repente, un espasmo de dolor recorrió mi abdomen, y sentí que mis piernas ya no podían sostenerme. Me desplomé en el piso, el frío del suelo de la clínica contrastando con el calor de mi cuerpo. —¡Ayuda! —grité, pero mi voz apenas salió en un susurro. Intenté respirar profundamente, recordando los ejercicios de respiración que ha
Damon Chrysler Con el corazón acelerado y las manos sudorosas, me dirigí al burdel que Maxon me había indicado. La noche estaba fría y las sombras de los edificios parecían alargarse ominosamente a mi alrededor, como si quisieran detenerme. Cada paso que daba resonaba en las calles desiertas, un eco que parecía intensificar mi determinación. Azula estaba ahí, en algún lugar detrás de esas paredes mugrientas y llenas de pecados. La había estado buscando durante años, y no iba a permitir que nada me detuviera ahora. El burdel estaba situado en una esquina oscura de la ciudad, un edificio antiguo y descuidado con luces de neón parpadeando en la entrada. El letrero, medio descolgado, prometía placer y escape, pero yo solo veía dolor y sufrimiento detrás de esas puertas. Respiré hondo, tratando de calmar los nervios y mantener la claridad en mi mente. Mi celular no dejaba de vibrar en el bolsillo, pero lo ignoré. Sabía que probablemente eran mensajes de Luzma, mis padres, o quizás d
Luz Marina. Me encontraba en el hospital con mis dos pequeñas, agotado pero lleno de alegría. Tenía a Amina en mis brazos, dándole pecho porque era la más latosa y demandante. Mi padre, por otro lado, tenía a Alison entre sus brazos; ella era la más tranquila y observadora. Ambas niñas poseían el cabello claro, aunque yo había pensado que serían pelirrojas como su madre. Sus ojos, de un azul intenso, brillaban con curiosidad y vida. Eran exactamente iguales, tanto que a veces costaba distinguirlas si no era por sus personalidades tan marcadamente diferentes. A pesar de nacer hace unas pocas horas había aprendido a distinguirlas. —Mira, Luzma, sus ojos son idénticos a los de Damon —dijo papá, sonriendo mientras acariciaba la cabecita de Alisson y yo asentí. Mi padre, con Alison acurrucada en sus brazos, me devolvió la sonrisa, aunque su mirada aún reflejaba algo de preocupación. —Sí, son preciosas. ¿Dónde está Damon. Asentí, sabiendo que no podía evitar la conversación por má
Me quedé sola con mis dos bebés mientras Damon se marchaba. La noche fue larga, pero no me sentí completamente sola gracias a las enfermeras que me ayudaron. Me enseñaron cómo amamantarlas y cuidarlas adecuadamente. Sentí una mezcla de agotamiento y gratitud mientras seguía sus instrucciones, consciente de que mis hijas dependían completamente de mí. Yo era lo único que tenía en el mundo. A pesar de todo, tuve suerte. Amina y Alison estaban muy bien de salud y no necesitarían pasar tiempo en la incubadora. Este pequeño consuelo me dio fuerzas para seguir adelante. Me acurruqué con ellas, sintiendo sus pequeñas respiraciones y el suave calor de sus cuerpos contra el mío. Sus cabecitas descansaban sobre mi pecho, y por un momento, el mundo exterior dejó de importar. Las enfermeras entraban y salían de la habitación, asegurándose de que todas estuviéramos cómodas y atendidas. Su presencia constante y sus palabras amables me ayudaron a mantener la calma y a sentirme apoyada en esta nu
Damon Chrysler Me dirigí a mi casa muy molesto, con la cabeza llena de pensamientos y el corazón pesado. Al llegar, busqué a mi padre, decidido a obtener el número del abogado. No iba a permitir que Luzma me arrebatara a mis hijas sin pelear. —Papá, necesito el número del abogado —dije con un tono urgente, entrando en su despacho sin previo aviso. Harry levantó la vista de sus papeles, su expresión serena pero firme. —Damon, cálmate. No voy a darte el número del abogado. —¿Qué? ¿Por qué no? —respondí, incrédulo y furioso—. ¡Son mis hijas también! —Lo que pasa es que has estado actuando de manera impulsiva y egoísta, hijo —dijo, mirándome con una mezcla de decepción y preocupación—. Has cometido errores que han lastimado a mucha gente, incluyendo a Luzma y a tus hijas. —¿Impulsivo y egoísta? —repliqué, sintiendo la rabia burbujear dentro de mí—. Solo estoy tratando de enmendar mis errores y estar presente para mis hijas. —Pero lo has hecho todo mal —dijo mi padre, su ton