El puente

Luz Marina Hoffmann.

-Es increíble la forma en la que traicionas a tu propia familia -proclamó mamá, su voz llena de indignación cuando llegamos a la casa.

Mamá y Romina no dejan de gritarme y mi padre no entiende nada; sin embargo, no interviene. En cuanto a Maxon él se quedó en la empresa arreglando unos asuntos.

-Ya basta, mamá. Yo sé por qué tomé esa decisión -respondo, con firmeza en mi voz, enfrentando la mirada de mi madre.

-Lo que tú estás es resentida porque Maxon te dejó y se casó conmigo. Eres una m*****a resentida, Luzma -concluyó Romina, con desprecio en su tono.

-Damon tiene razón, no podemos pensar únicamente en la familia, sino en el bien de la empresa -intervine, cambiando el rumbo de la conversación-. Damon tiene buenas ideas y una carrera brillante. Además Ben jamás hubiese dejado la empresa en manos de Maxon. Él siempre decía que quería que yo sea su sucesora, no él.

-Tú, Luzma. Tú jamás serás nada en la vida -continuó mamá, con desdén en su voz-. No eres más que una demente y una asesina de tu propio hermano.

-Ya basta, Raquel -intervino papá, su voz resonando con firmeza-. Luzma ha tomado una decisión, y tanto Rodrigo como yo estaremos al pendiente de las decisiones que tome Damon.

-Tú arruinarás el patrimonio familiar, Luz Marina. No tienes idea de cuánto me gustaría haber te abortado -dijo mamá, con veneno en sus palabras.

Hacía un enorme esfuerzo para que no me lastimaran sus palabras, pero siempre terminaba hiriéndome.

-Ojalá lo hubieses hecho, mamá. Así no parías a una asesina y una puta.- Agrego Romina.

En ese momento, una oleada de ira inundó mi cuerpo, y sin pensar, mi mano se dirigió hacia el cuchillo que descansaba sobre la mesa. Lo empuñé con fuerza, sintiendo su frío metal contra mi palma. Mis ojos ardían con la furia contenida mientras mis pensamientos se nublaban por la rabia acumulada.

Sin vacilar, me lancé hacia Romina, quien estaba cerca, y con un movimiento rápido, hundí el filo del cuchillo en su brazo. Un grito desgarrador escapó de sus labios mientras las lágrimas inundaban sus ojos. El sonido de su sufrimiento cortó el silencio tenso de la habitación, resonando en mis oídos como un eco de mi propia desesperación.

Mi madre, sobrecogida por la escena, se acercó rápidamente a Romina, quien yacía en el suelo, sujetando su brazo herido. La tomó en sus brazos, tratando de consolarla mientras su rostro reflejaba el horror y la confusión ante lo que acababa de suceder.

-¡Luzma, ¿qué has hecho?! -exclamó mi madre, con la voz llena de angustia mientras se arrodillaba junto a Romina, cuyo llanto resonaba en la habitación.

-¡No podía soportarlo más! -respondí, con la voz temblorosa por la mezcla de rabia y desesperación-. ¡Ya no soporto sus ataques! ¡Solo quería callarla!

-¡Tienes que calmarte, Luzma! ¡Esto es inaceptable! -gritó mi padre, tratando de contener la situación mientras se esforzaba por mantener la compostura.

Romina, entre sollozos de dolor, apenas logró articular unas palabras entre sus lágrimas.

-¡Por favor, llama a una ambulancia! ¡Duele mucho! -imploró, sujetando su brazo herido con desesperación.

-Deja el cuchillo, Luzma, déjalo -rogó mi padre, extendiendo una mano temblorosa hacia mí mientras intentaba contener el pánico en sus ojos.

-¡Ya quiero acabar con todo! -grité, sintiendo la desesperación envolver cada fibra de mi ser mientras apretaba con más fuerza el arma en mi mano.

Mi padre, con voz temblorosa pero firme, trató de acercarse con cautela.

-Luzma, escúchame, necesitas calmarte. Esto no resolverá nada -dijo con urgencia, tratando de mantener la calma a pesar del caos que se desataba a su alrededor.

En un instante, todo se volvió un torbellino caótico. Antes de que pudiera reaccionar, él se abalanzó sobre mí con una rapidez que me sorprendió. Sentí cómo doblaba mi mano con firmeza, arrebatándome el cuchillo de un tirón. Mis dedos se aferraron inútilmente al arma antes de que desapareciera de mi alcance.

La desesperación me invadió y, sin detenerme a pensar, me lancé hacia la puerta y salí corriendo de la habitación, de la mansión, de todo. Mis pies golpeaban el suelo con fuerza, cada paso llevándome más lejos de aquel lugar que se había convertido en una prisión de angustia y dolor. Lo único que quería era escapar, dejar atrás todo lo que me había llevado al borde del abismo.

Mis lágrimas nublaban mi visión mientras corría sin rumbo fijo, dejando atrás todo lo conocido. El aire fresco golpeaba mi rostro, como si intentara arrastrar consigo la pesada carga emocional que me agobiaba. Cuando finalmente me alejé lo suficiente, mis pasos se desaceleraron hasta convertirse en un andar vacilante. Las lágrimas seguían surcando mis mejillas, dejando un rastro salado en mi piel.

Al llegar a un puente solitario, me detuve y me recargué en la barandilla, sintiendo el frío metal contra mis manos temblorosas. Miré hacia el horizonte, donde el cielo se extendía en tonos de naranja y rosa, pintando un cuadro de belleza serena. Tal vez era hora de acabar con todo de reunirme con Ben.

-Luzma, por favor, no lo hagas -suplicó Damon, su voz llena de preocupación mientras se acercaba con cautela.

-No te acerques, Damon -respondí, retrocediendo instintivamente.

Damon detuvo sus pasos, observándome con intensidad.

-Muñeca, mírame -insistió, su tono suave pero firme, buscando conectar conmigo a pesar de la distancia emocional que nos separaba.

-Yo quiero acabar con todo, quiero ir con Ben -susurré, mis palabras apenas audibles entre sollozos de angustia.

Damon se acercó lentamente.

-Muñeca, piensa en tu papá, en tío Rodrigo, en la abuela y en mí. Sé que tú eres fuerte y no eres una m*****a cobarde, Luzma -dijo con voz suave pero firme, colocando una mano reconfortante sobre mi hombro-. Sé que te quedarás a luchar.

Antes de que pudiera decir algo más, Damon me tomó de la cintura con firmeza, atrayendo mi cuerpo hacia el suyo con un tirón repentino. El contacto repentino y la sensación de caída me hicieron perder el equilibrio, y acabé cayendo sobre él, sintiendo su fuerza envolviéndome.

Las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos, y un sollozo desgarrador escapó de mi garganta mientras me dejaba llevar por la oleada de emociones abrumadoras. Damon me abrazó con fuerza, envolviéndome en sus brazos con un gesto de consuelo silencioso mientras me permitía desahogarme en su hombro.

-Ya pasó, muñeca. Estás conmigo -afirmó Damon, envolviéndome en un abrazo reconfortante, sus palabras llenas de calma y seguridad.

-Gracias, Damon -susurré, mi voz quebrada por la emoción mientras me permitía dejarme llevar por el consuelo que me ofrecía.

Sin embargo, en ese momento me percaté que una patrulla se acercaba al lugar. Era evidente que venían por mí porque había atacado a mi hermana y seguramente mamá y ella me habían denunciado. No supe nada más de mí porque en ese momento perdí la consciencia.

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