Capítulo 5

Lágrimas, siempre hay lágrimas. Algunas caen por la cara, otras se acumulan en los ojos y otras, simplemente, se quedan en el corazón, forman un nudo en la garganta y ahogando el alma.

Abrazo a Marian mientras las lágrimas me ahogan, las de ella se derraman y las de Edward quedan en sus ojos que parecen aún más oscuros.

—Prométanme que volverán— dice Marian sin despegarse de mí. Espero volver, mi tío lo dijo, pero no podemos estar seguros, así que no le digo nada, es mejor no hacerle falsas esperanzas.

—Lo prometemos— le digo y la abrazo más fuerte.

—¿Como un pingüino que siempre regresa a casa?

— Si, como un pingüino— La voz de una mujer computarizada nos dice que tenemos que abordar, así que separo a Marian y con ella se queda un pedazo de mi alma, le limpio las lágrimas y le beso en la frente.

—Te quiero— le digo.

—También yo.

—Nos veremos en tres meses.

—Lo haremos— mientras Marian y Edee se funden un fuerte abrazo me agacho para alzar la caja con roza, la bolsa la tengo en el hombro. Luego nos vamos, camino hasta la plataforma del aerodeslizador y le doy un último vistazo.

La dejamos allí parada, sola, con el reflejo ausente de la soledad brillando en los ojos, con su cabello rubio ondeando libre. Susurra un te quiero que no puedo oír bajo el sonido de los motores, un te quiero que arrastra el viento que entra por la compuerta, lo empuja con fuerza hasta que llega a mí y me acaricia los párpados. Los cierro y entonces aparece una única lágrima.

 

Cuando la puerta trasera del aéreo deslizador se cierra me vuelvo. Hay dos filas de sillas pegadas a la pared unas frente a otras. Edee escoge una de la mano izquierda, entonces me siento frente a él, junto a Jina a mi derecha, a la izquierda está Pol. Coloco la caja en mis piernas y la bolsa en el suelo. El aéreo deslizador se balancea cuando comienza a elevarse, en el fondo se puede escuchar un ruido inquietante en el motor, como una moneda en una licuadora, hay humedad por todas partes y la mayoría de las ventanas están rotas y remendadas con una cinta gris.

—¿Qué es? — pregunta Jina, su voz es más apagada de lo normal.

 —¿Qué? — señala la caja —son... libros.

—¿Libros? — deja de mirarme, parese enojada —¿llevas libros a Capricornio?

—La pregunta aquí más bien es: ¿no llevas tú libros? En la granja tendrás tiempo libre, trabajarás hasta temprano— se encoje de hombros.

—Los cerdos no leen— Jina entró a la granja, la sección en la que se trabaja con los animales. Grace también hacia un par de manipulaciones genéticas para la granja, no sé exactamente qué, supongo que para aumentar la producción.

—Supongo que tienes razón— sonríe. El aéreo deslizador hace un movimiento brusco y rosa casi se cae de mis piernas, la agarro con más fuerza mientras ruego porque no gruña y llame la atención. Después de un rato que parece eterno al fin se estabiliza y comienza a avanzar.

Veo a Emma por la ventanilla, el sol refleja sobre la oxidada superficie y me pregunto cuán segadora sería al principio, cundo el tiempo no la había aplastado como una piedra a una macadamia, la veo alejarse y hacerse aún más pequeña. Cuando ya no la veo más, noto que lo único que se ve en el yerto piso es el gran tubo de metal que conduce el agua del pequeño riachuelo del que se abastecen las arcas. Nada más que la tierra cuarteada y el límpido azul del cielo.

De vuelta mi atención a dentro noto que Edee tenía razón, hay demasiadas personas que van a capricornio, unos para la granja, como Jina, pero cuando analizo los rostros y hago memoria veo que la gran mayoría van a seguridad. Veo de lado y mi vista se topa con la de Pol, que me mira insistente mente. Tras un segundo de atenta mirada aparto la vista, incomodo. Sin nada más que hacer, me quedo morboseandolo de reojo un rato, sus piernas perfectamente torneadas, sus brazos, esa barba tremendamente rubia e insistente que tanto le gusta y que tantos problemas le ha causado con los maestros. El cinturón le aprieta la entrepierna y le marca un gran paquete. ¡Diablos! el tipo está que se cae de bueno. Muevo la maceta de rosa para ocultar mi erección, y en el proceso nuestros codos se tocan, está tan tibio como siempre.  

—Lo siento —dice después de un rato. Me quedo mirándolo —por lo de anoche, lamento haberte incomodado —añade al ver mi cara de confusión. Me encojo de hombros para restarle importancia, más bien porque no sé qué decirle.

—No pasa nada —digo cuando noto que se queda esperando una respuesta.

—La verdad es que estaba nervioso, bueno aún lo estoy.

—¿Por el traslado? — pregunto y él asiente.

—Sé que es la sección que quería, debería estar contento con eso, ¿no? Pero la verdad es que estoy muy nervioso. Gente nueva, un lugar diferente, tener que tratar con presos no me llama demasiado la atención —sonríe, y me hace sonreír también como un idiota, así que aparto la mirada para que no lo note —y tú, ¿Cómo te sientes? —¿Cómo me siento? Lo miro para responder, y está tan cerca que siento como me sube el calor a la cara.

—También estoy asustado —le digo, tiene un par de espinillas sobre el puente de la nariz y tengo que aguantarme las ganas de destripárselas, siempre me ha gustado hacerlo, Edward lo encuentra asqueroso.

—Supongo que todos estamos igual —dice y regresa del todo a su asiento. Me quedo callado un momento, disfrutando de esa sensación que comienza a expandirse.

—La verdad es que estoy aterrado — él me mira, y aunque no lo estoy mirando sé que tiene esa tierna mirada que le he visto a veces —para ustedes no será tan difícil, pero…Mirame, Pol, voy a llamar demasiado la atención —Él se ríe y yo lo miro sorprendido.

—Claro que llamarás la atención, pero no por lo que crees, solo…—su tono se vuelve un poco mas serio —si necesitas hablar con alguien acá estoy —pone su mano sobre la mía y mi corazón palpita con fuerza, es tibia, y grande y un poco áspera. Lo miro a los ojos, sonrío y él sonríe y se siente cómodo y bonito, levanta la mano y menea mi cabello —Allá nos cortarán el cabello así que prepárate — quiero decirle algo pero el aerodeslizador se mueve con violencia y tenemos que apartarnos para sujetarnos de la silla. Cuando me vuelvo hacia Jina me está mirando con una ceja levantada.

—¿Qué? —pregunto, pero ella solo sonríe. La mitad de la nave me está mirando, así que me hundo en mi asiento.

Dos malditas horas después se puede otear en el horizonte a Capricornio, más pequeña que Emma, diez veces más pequeña que Emma. El borde del barranco del que cuelga está a casi cinco metros por encima de ella, haciendo que se vea profunda y oscura.

—Hogar, dulce hogar— susurra Jina para sí misma. Me mira —al menos estamos de paso.

—¿Eso es un consuelo? Hay arcas peores a las que nos pueden asignar después, arcas como Curiara— frunce el ceño y asiente.

—Curiara estaría mal— se acerca para contarme algo al oído. Está tan peligrosamente cerca que puedo sentir su calor corporal adherirse a mi piel. Su aliento me acaricia el cuello cuando habla —dicen que la gente de allí está un poco loca— cuando se aparta veo que Pol me mira de nuevo, trae los labios fruncidos y la mirada profunda.

—No tanto como tú— le digo para tratar de romper la extraña tensión que solo siento yo. Ignoro a Pol, ella sonríe.

Un par de minutos después estamos ingresando a Capricornio. El aéreo deslizador se mueve con una violencia casi extrema al aterrizar, aguanto la tentación de sujetar la mano de Pol. Después de un eterno minuto todo se queda quieto y en silencio.  Antes de abrir la puerta de la aeronave cierran las compuertas y todo se sume en la más completa opacidad, tan oscura que no puedo ver mi mano frente a mi cara. Jina me agarra la pierna notablemente asustada y yo doy un respingo al sentir su mano cerca de por allí. Los minutos se hacen eternos y el silencio es tan pesado que hiere los oídos.

—¿qué está pasando? — me susurra ella, como si yo supiera. Me encojo de hombros, aunque sé que no puede verme. La calidez de su mano en mi pierna comienza a abrumarme. Me remuevo incómodo, pero ella intensifica el apretón. Estoy a punto de gritarle cuando el sonido de los engranajes me detiene, metal contra metal rompen reciamente el silencio y una pequeña luz comienza a filtrarse por la rendija que va haciendo la puerta al abrirse. Cuando la puerta está abierta del todo la luz ya es cegadora, y cuando me estoy preguntando si en toda mi estadía en Capricornio voy a estar medio ciego, una silueta aparece entre la bruma blanquecina. Al principio parece un hombre acercándose, pero mientras sube por la rampa que deja la puerta su cuerpo se transfigura, sus facciones se su avisan y las curvas de su cuerpo se acentúan. Diablos, es una mujer. Cuando sube hasta el final las luces de adentro se encienden. La mujer trae un mono negro bastante ajustado y no creo que llegue aún a los treinta, su cabello es negro como la oscuridad y sus ojos azules, casi blancos, como el hielo. Nos mira a todos con preponderancia por largos minutos, sus labios rojos se mueven en un susurro inaudible, nos cuenta, ha de sorprenderle la gran cantidad. Detrás de ella aparece un hombre regordete, con el cabello tan blanco por la edad como el mío, tarda un par de minutos en subir y cuando lo hace le da un caderazo a la mujer para que le haga espacio, ella vuelca los ojos y él ocupa su lugar. Se aclara la garganta.

—Hola chicos— nadie responde —mi nombre es Provecto, soy el encargado de la granja, pero pueden llamarme señor P—Su voz es graciosa y chillona, así que todos reímos, nerviosos, menos Pol, que está serio y lo mira fijamente. Es un anciano agradable. Saca de uno de los bolsillos de su desgastado pantalón una hoja de papel arrugada y sucia y se pone a llamar a lista. Cuando todos los seleccionados para la granja, que son menos de la mitad, salen, el hombre hace una pequeña reverencia.

—Haber— dice —no escucho el adiós señor P.

—Adiós señor P— contestan solo algunos al unísono, como los niños cuando entra su maestra. La mujer se posiciona de nuevo en el centro y dice algo que borra de un soplo todas las sonrisas.

—Este es el momento en que deben empezar a lamentar entrar a esta sección— miro a Edee que tiene la boca entreabierta. La mujer continúa —mi nombre es sargento Almadía, y seré su entrenadora estos tres meses— todos guardamos silencio —¡¿qué están esperando para ponerse de pie?!— grita tan fuerte que el mero sonido de su voz rebotando en las paredes es suficiente para que nuestros cuerpos reaccionen. Todos desabrochamos nuestro cinturón y nos ponemos en pie de un brinco. Dejo la caja de rosa en el piso y cuando me enderezo veo que la mujer camina con paso firme por la mitad de la nave, sus botas, que llegan hasta más arriba de la rodilla, resuenan en el metal por el pequeño tacón. Todos estamos de pie, menos Edee, parece que se atoró su cinturón de seguridad. La mujer se para frente a él, con los brazos cruzados y la cadera hacia un lado. El cinturón no cede y a Edee le entra una risa nerviosa. Su risa parece ser el detonante para la mujer, ya que se inclina y de un tirón arranca el cinturón de Edee que se rompe, lo agarra por la camisa y lo levanta hasta ponerlo de pie. Se aleja un paso y lo mira de frente.

—¿Acaso le parece gracioso? — Edee niega repetidas veces. Ella lo mira de pies a cabeza y susurra lo suficientemente fuerte —yo misma me encargaré de que nadie vuelva a reír— camina con los brazos cruzados en la espalda y veo como Edee mueve los labios hacia mí, ¿acaso dijo perra? O ¿qué sexi está? Le sacudo la cabeza para darle a entender que no comprendo lo que trata de decirme y la teniente me ve, camina hacia mí y se para enfrente, es casi de mi altura. 

—¿Acaso quiere decir algo? ¿señor Benin? — niego una sola vez, despacio, odio que me hablen mal, me hace sentir agredido. La mujer sonríe con sarcasmo.

—Ya me han hablado de usted— dice —arrogante, narcisista, cree que como es el sobrino del general nadie está a la altura suficiente para merecer hablarle.

—¿De dónde…? — me arde la cara —yo no soy así—digo y me arrepiento de inmediato. Su cara enrojece.

—¡Cuando se dirija a mí me contestará señor sí señor ¡— me escupe en la cara, pequeñas gotas de saliva caen en mi rostro —¿entendido?

—¡Señor sí señor! — le escupo también, gotitas de saliva le caen ahora a ella. Teniéndola tan cerca, me doy cuenta que es mucho más joven, veinticuatro quizás.  se limpia una gota de saliva con el pulgar. Si tenía la boca abierta...

—Lagartijas, ¡ahora! — corro con demasiada lentitud la caja de rosa y me pongo en la posición adecuada. Una, dos, tres, cuatro.

—Mi misión aquí es doblegar su orgullo— comienza a decir mientras camina. Cuando pasa junto a la caja, la patea a propósito y escucho como rosa gruñe, pero parece que soy el único que me doy cuenta —les enseñaré la humildad haciendo que coman de su propia m****a, haré que aprendan a cortarse una mano si es necesario para salvar la vida de un civil. El narcisismo será castigado. Ustedes están aquí para aprender a servir a los demás, y yo me encargaré de hacer que lo entiendan.

— ¿Entendido? — todos asienten —¡señor sí señor! — grita ella. Todos la imitan.

—¡Señor sí señor! — la mujer camina un poco más. Cuando llega de nuevo hasta mí llevo unas treinta lagartijas.

—Alto— me detengo —de pie— me pongo de pie. Tengo al corazón acelerado y seguro mis mejillas están sonrosadas. Me mira el rostro un momento y luego aparta su mirada. Una mujer, vestida con el mismo mono que nosotros, entra por la puerta.

—Nos vemos a las catorce horas en la sala de entrenamiento— dice y sale de la nave. Miro a Edee que susurra un "perra". Asiento con la cabeza. "Perra".

  

  

La mujer que subía por la escotilla resulta ser la que nos muestra nuestros cuartos. Somos más de los que esperaban, normalmente los cuartos se comparten entre dos o tres, nos cuenta, pero esta vez serán cinco. Comienza a armar los grupos que compartirán habitación. Cuando nombra mi nombre y el de Pol no sé si sentirme feliz o asustado de compartir habitación con él. Nuestra habitación será solo de cuatro, así que nos toca con dos más, entre ellos la chica pelirroja que se calló en la selección mientras subía a la tarima.

Soy el último que entro y cuando cierro la puerta de nuestra habitación lo primero que siento es una insistente sensación de claustrofobia. Esta habitación es mucho más pequeña que la que tenía en Emma, tanto que tuvieron que poner una pequeña ventana redonda en el fondo para que el huésped no muriera sofocado, hay dos camarotes a cada lado y una pequeña mesita en frente. No veo qué hacer con rosa, así que la meto bajo uno de los camarotes y escojo el de abajo, Pol lanza su maleta en la cama arriba de mí.

—Los baños son mixtos —dice nuestra otra compañera, es blanca y de cabello rubio —genial, ¿no? Voy a tener que ver vergas erectas todas las mañanas —termina diciendo mientras lanza su bolso en la otra cama de arriba.

—Eso no suena tan mal —dice Pol, y de un brinco se encarama en su cama, mientras tanto yo abro mucho los ojos, ¿qué fue lo que dijo? ¿acaso Pol…? Me quedo mirando a la chica pelirroja que también se queda mirándome, ni sé cuál estará más rojo.

Cuando he doblado y organizado la poca ropa bajo la cama, ya que no veo donde más, me fijo en el reloj de la pared. Es una ironía del destino: el reloj es tan grande que resalta en la pared como una mosca en la sopa, tan exagerado que me quedo mirándolo por un largo rato, pensando en que así mismo voy a resaltar yo en esta nueva nave, con nuevas personas, con nuevos ojos curiosos. Y no me equivoco demasiado, porque cuando me paro, solo, frente a la puerta del comedor y con la bandeja de comida temblando, cientos de ojos se posan en mí, el bullicio se acaba, las miradas me atraviesan, luego, decenas de personas comienzan a susurrar. Veo como Edee me indica con la cabeza que valla hasta su mesa. Está con Pol. Niego y me voy, a mi cuarto o al baño. Bastará un par de semanas para que se acostumbren al niño ojos de luna.

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