DARÍO

Son las cinco de la mañana, cuando me detiene la policía. Cualquier otro chico de mi edad estaría de nervios, pero yo soy más del corte liviano. Veo las cosas por el lado positivo. Por ejemplo, tengo diecisiete años, aún soy juzgado como niño.

¿Que he sido arrestado en más de una ocasión?

¿Qué importa?

Siempre ha sido por pleitos de barrio. La ley parece entender la relevancia moral que estos tienen, por eso los castiga de forma ligera. Quiero ser abogado.

—¡Darío Serrano!

Me llama la mujer de anchas caderas y voz apagada. Yo me acerco a la reja sin ofrecer respuesta. Sé que encontraré a mamá obsequiándole una sonrisa al policía en turno. Tantas veces he caído en este lugar que hasta amiga se ha hecho de esta gente.

—¿Y ahora qué fue? —pregunta mamá en tono jovial.

No recuerdo muy bien cómo eran las cosas la última vez que esta mujer actuó como una madre normal.

—Nos pintaron el barrio —respondo y anticipo su respuesta—. Yo sé que es una tontería, pero nos gusta defender nuestras tonterías.

—Yo no dije nada.

—Me alegro.

Estoy a punto de enviarle un mensaje a mi amigo Rodrigo (necesito darle razones sobre el trabajo que dejé trunco por culpa de los azules), cuando mamá da vuelta a la izquierda en la calle trece de mayo y no sigue derecho como suponía.

—¿A dónde vamos?

—Al instituto. Hoy tengo visita desde temprano, necesito la casa sola.

—Iba a quedar con Rodrigo.

—Ibas —dice mientras abre la puerta del carro y me arroja una sonrisa pícara.

Esta tarde se la cogen, por eso el jueguito de la madre estricta.

Dentro del instituto me encuentro con Faith.

Recuerdo que es su cumpleaños, así que intento felicitarla pero Cristina se me adelanta.

No me gusta mucho esto de estar en grupo, así que voy al baño y me fumo un par de cigarrillos bajo complicidad del intendente. La ventanilla da salida al humo que de a poco me despierta la tos.

—¿Ahora no traes de los coloridos? —pregunta jugando, o al menos eso me dice su mirada.

—¿Perdón? —respondo cuidadoso.

Desde hace tiempo descubrí que a este tipo mucha confianza no se le puede dar.

—Olvídalo.

—Lo olvido.

No sé si la platica con el hombre es demasiado tediosa o si este cigarrillo me salió con aguante, pero en verdad siento que el tiempo corre lento.

Las manos me hormiguean y el estómago juega su partida. Como si algo malo fuera ocurrir.

Pronto descubro que algo malo ocurrió.

—¿No dijiste que tenías pendientes?

—Así era.

—¿Entonces?

—Puedo acabarlos mañana.

—Claro. Puedes posponerlos para quedar con amigos pero no para verme, ¿cierto?

—Cierto.

Escucho a Fátima gritar una de esas palabras que guarda para ocasiones de alto riesgo; sé lo que toca mañana. He de acabarme el mundo esta noche.

El sol me recibe con cierto reproche. La cabeza me explota mientras intento abrir la puerta de mi casa, mas no logro conectar la llave con la chapa. Decido dormir afuera.

Sueño con papá; me veo con él en el extranjero, lejos de esta ciudad repleta de gente hueca, y en eso mamá abre la puerta y me doy de bruces contra el suelo.

—¿Qué estás haciendo con tu vida, Darío?

La voz se le parte en dos.

—Lo que me has enseñado.

—¿De qué hablas?

—¡Yo no quiero estar acá, Rebeca!

De una bofetada me manda callar, yo le regreso el gesto.

No dice más. Parte en llanto y se guarda en la habitación. Yo voy a casa de Rodrigo. Necesito un colorido para sacarme el trago amargo.

—¿Cómo que desapareció?

—Eso dijo el rector. Nos reunieron a todos en sala de juntas, y ahora vamos al salón tres.

—¿Le contaron?

—No, pero ya saben. Supongo que quieren hablarnos de eso.

—Dame unos minutos.

—Estaré en los pasillos. No tardes mucho.

—Allá te alcanzo.

Le beso la mejilla y no puedo no acordarme de lo felices que fuimos cuando íbamos de pareja, antes de que Fátima se me metiera entre ceja y ceja.

Pude dejarla al saber que estaba embarazada, a final de cuentas, todo acabó en mentira.

Sin embargo, no tendría sentido. Faith me aguantó muchas, pero lo de Fátima le resultó inadmisible. Por ella la conocí, y aunque no fui quien propició los encuentros, tampoco hice gran cosa para evitarlos. He de conformarme con la amistad que me ofrece. Quizás… no.

¿Para qué engañarme con algo que no va a suceder?

Mientras me enjuago las manos y preparo las gotas para sacarme lo rojo de los ojos, me pregunto por Santana.

¿Dónde se habrá metido éste viejo? Supongo que alguna fiesta lo derrotó, pero… ¿al grado de ser reportado como desaparecido? ¿Y si algo le ocurrió?

Mis ojos ya no están rojos, pero sigo sin verme natural. Ahora la cara la llevo blanca como la cal y mis labios parecen de esas uvas que esconden semillas.

¿Y si lo descubrieron?

—¿Quién la entiende? —le pregunto al tipo del uber como si realmente le inquietara mi cara de angustia.

—Así son, viejo. A las mujeres no se les entiende, se les quiere.

—No hablo de ese tipo de mujeres. Mi lío es con mi madre, que un día es una amiga más con la que me puedo emborrachar, y al otro le entra un aire de pureza. Se pone a llorar como magdalena porque al hijo se le pasaron las copas. Y me grita y me reclama. Por eso quisiera vivir con papá. Ese hombre gris y cuadrado al menos es siempre igual.

—No te agobies por los problemas que tengas con tu vieja. Esas mujeres siempre encontrarán algo qué reprocharnos, incluso más que nuestra pareja. Sin embargo, el amor de ellas es algo incondicional. No pueden negociar el cariño que sienten por nosotros, por eso se enojan.

Las palabras de este hombre al que siento conocer de alguna parte, me hacen ver las cosas de diferente manera.

—¿A qué te dedicas aparte de esto?

Mi pregunta tiene dos intenciones: la de desviar el tema que me llevó hasta un detestable punto de reflexión, y la real.

En verdad no me la creo que este sujeto viva de transportar desconocidos. No llevamos ni diez minutos juntos y me persuadió sin despeinarse.

Sería buen abogado. ¿Y si es abogado? Ojalá lo sea. Yo quiero ser abogado.

—Solía ponerle letras a la vida, pero se me acabó la tinta. Ahora solo queda disfrutar de los recuerdos y buscar alguno nuevo. Muy difícil no me es desde que entré a trabajar a ese instituto. Llegamos. Que tengas buena vida.

Que tipo tan raro. Habla como si no se fuera a callar nunca, y cuando empiezas a encariñarte con lo que dice, deja de hablar.

Voy como zombie rumbo al salón tres. Camino e intento distraerme en otras cosas; pensar en algo que me aleje de ese salón donde consumimos hierba el sábado pasado.

¿Alguien me habrá escuchado?

Espero que no. Santana no lo merece.

¿Realmente era necesario hablar? ¿Debía esperar el momento preciso en el que todos se callaron para plantearle aquella pregunta sin sentido?

Mis pensamientos comienzan a jugarme chueco; debo hablar con alguien.

¿Con quién?

Ahí está Cristina.

No es mucho de mi agrado, pero más vale ella que mis adentros.

Verónica se me adelanta. Hablan en voz baja, como todos. Hablan de Santana… como todos.

Verónica le pregunta por lo de la marihuana; a voz de Cristina me entero de que el intendente le fue con el chisme al rector.

Sabía que no era de confiar, pero… ¿qué hacía ahí?

Juro haber revisado en cada rincón del instituto y en verdad no había una sola alma. O quizás sí. Sí. De lo contrario, ¿cómo se habría enterado?

Dios… a cada paso dado, descubro una nueva forma en la que traicioné a Santana.—¿Estás bien? —pregunta Faith a mis espaldas.

Volteo y descubro que habla con Erick, quien por accidente tropezó con algo en el camino.

Ella gusta de él y él ni en cuenta. Que cruel puede ser cupido.

Mientras intento dominarme los celos, choco con Cristina.

Como si el viento del aula la hubiese congelado, dibuja una O con los labios y grita bien fuerte:

—¡Sé dónde está!

Todos le hacen segunda, yo no alcanzo.

Sin embargo, también sé dónde estás, Santana.

Siento mi cabeza estallar, cuando el despertador suena y materializa la pesadilla. Es lunes, no sábado como mi mente atolondrada por el alcohol me había prometido.

Saco del armario la camisa menos arrugada y me la pongo deseando que en cualquier momento todo se vuelva un sueño: aparecer enredado en sábanas ligeras que nada se entiendan con el compromiso.

Qué barata me saldría la vida sin obligaciones de por medio.

Llego al instituto esperando que mis compañeros sean lo menos detestables posibles. Camino indiferente por los pasillos, mientras las miradas morbosas de las de último grado me examinan de pies a cabeza.

¿Tengo derecho a incomodarme?

Si fuera mujer, seguro que sí. Pero soy hombre. He de guiñarle el ojo a alguna damita medio linda y enredarme con ella. De eso se trata la adolescencia, ¿no?

Ha pasado un mes, y sigo sin encontrar algo que llame mi atención. Lo único rescatable es la presencia de Faith, quien fue mi novia antes que Fátima. Corrijo, antes de que la engañara con Fátima.

Sí que fuimos felices en su momento; podría decirse que la extraño.

Si Fátima me escuchara, seguro me mata.

¿Fátima? ¡Fátima!

Desde el pleito con mi madre no sé de ella. Seguro me bloqueó por todos lados, esperando que la buscara. Como siempre pasa. Como volverá a pasar. Pediré permiso para ir al baño y me escaparé bajo complicidad de la guardia. Esa cuarentona no me saca la mirada de encima, seguro un guiño le humedece el uniforme y me permite la salida. Si no, ¿qué es lo peor que puede pasar?

Mientras pienso en los distintos escenarios, el hombre que abre la puerta me congela la sangre y me enciende las venas. Porque lo he visto en algún lado y no puedo recordarlo. Eso me enfría la roja; me enoja estar convencido y que mi memoria me saque la vuelta. Las venas se me encienden, amenazan con romperme las carnes, cuando de pronto…

—Muy buenos días a todos. Mi nombre es Santana, afortunadamente no seré su maestro.

La voz de ese sujeto me despierta los recuerdos. Es el tipo del uber.

Sospecho que trae la misma ropa que aquél día, pero igual me confundo. Algunos sueltan preguntas al viento, mas yo no las escucho. Lo veo y me pierdo en sus ojos. Perdonen si mis palabras los confunden, en verdad no soy homosexual. No me gusta este sujeto, pero hay algo en él que me inquieta. Algo que pronto descubriré.

—¿Cómo está? —lo intercepto en los pasillos.

—Hola —responde y me ofrece una mirada confundida—. ¿Te conozco?

—No precisamente. La otra vez me llevó a casa de un amigo, en uber.

—Ahh… señor drama.

—¿Perdón?

—Este muchacho de: mi madre no me entiende, es una loca —suelta en tono burlesco—. ¿Ya dejaste el personaje?

Siento la cara arder. Ese sujeto me caía bien, hasta que se metió con mis problemas.

¿Quién se cree?

Estoy a punto de responderle, pero me ofrece la espalda y nuevamente se va sin despedirse.

Ya volveré a verlo.

Me doy la media vuelta y camino hacia al salón, pero la hoja fluorescente pegada en el casillero de la izquierda llama mi atención.

‘’Taller de creación’’, dice. ‘’Impartido por el maestro Santana, autor del best seller: Los novios de mi novia’’, cierra.

Por primera vez en la vida, muero por matricularme en una extra-curricular. Ahí tendré la posibilidad de verme cara a cara con este idiota que se las da de sabio y es un don nadie.

Podré demostrarle que no soy un personaje. Que mis problemas son reales y que no tiene derecho a denigrarlos. Quizás en el trance me convenzo de que algo de esto es cierto.

—¿Pesado, no? —le pregunto a Cristina, porque nuevamente es la única que no está acompañada.

Esta vez nadie se me adelanta.

—Creí que era la única —responde y echa los ojos hacia arriba—. Tiene un ego más alto que este edificio. Se la pasa hablando de sí mismo. ¿Tan miserable es su vida que tiene que venir a echarnos en cara sus logros?

—A mí me cayó bien —participa Faith, y el corazón se me acelera.

Entonces caigo en cuenta de que no debo llamar a Fátima, porque a esta niña de ojos color almendra la extraño más que a cualquiera.

—¿Cómo has estado?

—Bien, ¿y tú?

—Los dejo para que platiquen —dice Cristina y se retira.

Juraría que le entregó una mirada pícara al despedirse, pero seguro fue mi imaginación.

—Es mi prima.

—¿De verdad?

—Cris.

Entonces la recuerdo. Cristina era la prima de la que siempre me platicaba. ‘’Tan diferente a mí’’, decía, y ahora entiendo por qué.

Cris es la típica muchacha popular, aunque, curiosamente, en el instituto conocen más a Faith, quien aunque siempre va discreta, encuentra la manera de que todos la conozcan… de que todos la quieran.

Me mata la idea. Me matan los celos.

—¿En serio es ella?

—¿Por qué te sorprende?

—Perdona, yo…

—No, perdoname a mí. Sé que es difícil verla tan fresca después de todo lo que le ocurrió. Si yo no puedo ver a mi tío sin sentir repulsión, ¿imaginate ella?

La historia de Cristina es digna de volverla película.

Resulta que la violaron cuando niña, su madre lo supo y atendieron la situación. El presunto responsable era el chofer de la familia, quien hoy sigue tras las rejas. Sin embargo, me contó Faith, las cosas no fueron así.

El chofer aceptó echarse la culpa a cambio de una manutención perpetua para su familia, otorgada por el verdadero violador: el padre de Cristina.

—Quizás se acostumbró.

—No te puedes acostumbrar a eso, Darío.

Hubo un silencio incómodo que corté de la peor manera.

—Lo siento.

—Descuida. Eres hombre, ustedes no entienden muy bien estas cosas.

Suena la chicharra y ella sale disparada. No entendió mis palabras. No lamentaba lo que dije respecto a Cristina, sino el haberla engañado con esa amiga de la que tanto me advirtió.

Mientras pienso en Faith, un mensaje de Fátima me pone el mundo de cabeza… está embarazada.

Quiero morir. No estoy listo para ser padre, menos para casarme con Fátima.

¿Quién quiere casarse con ella?

No obstante, prefiero ese infierno que faltarle a mi hijo. He de aguantármela y olvidarme de Faith. Pero antes, debe saber la verdad.

Se quiere morir. No está lista para que sea padre, menos para verme casado con Fátima.

¿Quién quiere casarse con ella?

No obstante, prefiere ese infierno que colaborar en el abandono de mi hijo. Ha de aguantársela y olvidarse de mí. Pero antes, me ofrece su amistad como amargo recuerdo de lo que pudimos ser.

Me gasto el dinero de la semana en el café de la esquina. Fui tan tonto en fijarme en ella.

¿En qué estaba pensando?

Fátima es todo lo que me disgusta; Faith todo lo que me gusta. Tan fácil que fue besarla y olvidarla… ¿por qué no la dejé?, ¿por qué le prometí algo que no estaba dispuesto a darle?

En cambio, continué con una mentira sin sentido, hasta que Faith se dio cuenta. No me olvido de su carita apachurrada y mirada apagada. Juró estar bien, mas su corazón se le partió en dos y los pedazos me arruinaron la consciencia.

Di la media vuelta y me marché, seguí con quien no me gustaba, a quien no quería. Curiosa la vida, que a ella mi hijo le dirá: ‘’mamá’’.

Entro en debate con mis culpas, cuando veo a Santana entrar al café con dos muchachas bastante atractivas.

¿Cómo es posible que esta garrocha de pelo plateado pueda tener hijas tan lindas?

Se sienta en la mesa de al lado; yo me cubro el rostro con el gorro del suéter. Trato de escuchar de lo que hablan… pronto descubro que no son sus hijas.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo