—Le diré la verdad a Darío.
—¡No puedes hacer eso!
—Claro que puedo. ¿Para qué lo quiero conmigo, si no le quita la mirada de encima a Faith?
—Yo puedo encargarme de eso.
—¿Perdón?
—Puedo asegurarme de que Darío no te deje.
—No se trata de eso, María.
—Te seré franca. Me importa un carajo si te quedas o no con ese idiota, pero nuestro trato lo respetas.
—No puedes obligarme.
—¿Quieres que todos se enteren de la Gran Familia?
—¿Cómo…?
—¡Ah!
—¿María?
La llamada termina porque un dolor en el vientre me deja cara a cara contra el suelo. Me las arreglo para ir al médico sin que abajo se enteren de mi situación.
—Lo siento mucho, señorita.
—¿Perdón?
—Su bebé.
Me resulta fácil llorar.
Mis problemas están resueltos; no quepo de la emoción.
Igual tengo que cambiar la sonrisa por lamento.
No vaya a pensar el médico que esta humilde señorita es una sangre fría.
Me lo quiero quiero llevar a la cama, y los hombres no se acuestan con perras declaradas.
Por eso me monto en el papel y me sale bien.
Voy camino a su casa… esta noche festejo con él.
Cada que me toca defenderme, recurro a la barata excusa de siempre: la de papá y su abandono; mamá y su indiferencia. Cabe también mi obsesión por este chico del que me enamoré sin tener derecho a hacerlo. Por ser el novio de mi mejor amiga, por formar parte de ese círculo tan dañino: mundo del que no he podido salir, bien porque no puedo, pero también porque no quiero.Soy mayor que Faith y que Darío. A ella la conocí en uno de esos retiros a los que la mayoría vamos para hacer amistades, aunque en Faith siempre existió un compromiso real. A él… bueno. Lo conocí por ella, y antes de saberle el nombre le tatué mis labios en su entrepierna.Mentiría si les digo que entonces me sentí culpable.Supuse que era cosa de un rato, pero no. Para cuando acordamos, ya estábamos enamora
—¿Tanto te están presionando?—Más de lo que imaginas.—Quizás sea una trampa. No puedes tomar esta decisión tan a la ligera.—Incluso si hablamos de una trampa, la compañía corre peligro. Tengo que ver por el colectivo, no se trata solo de mí.Nunca había visto a Santana tan preocupado. Lo que me parece extraño es el motivo.¿Tanto poder tiene esa niña?O quizás no es una cliente…¿Y si se trata de un miembro?Imposible.Intento pensar en otras cosas. Enciendo un cigarrillo y le marcó a Victoria. No me contesta. Le llamo a Cristina… tampoco.¿Fátima? —Quisiera diseñar un beso para estar a tu lado, poder en mí la perfección: esa es tu belleza.—¿Cómo le haces?—¿Para qué?—Para escribir así. Yo tengo que tomarme treinta cafés para medio concentrarme, a ti las palabras te fluyen de forma natural.‘’No siempre ha sido así’’, quiero decirle. ‘’Todo se lo debo a él’’, agregar. Pero no puedo. No me atrevo. Sería negligente de mi parte quemar así a Santana.—No es cosa de otro mundo. Simplemente presto atención a todos los detalles.—¿Cada persona tiene una novela por vender?Volvemos a Santana.Eso lo dice siempre que nos atoramos en algún punto, y aunque todos se burlan, tiene razón.ERICK
—¿Por qué sigues con ella?—Lo merezco.—No, no es así, Darío. Nadie merece estar al lado de una mentirosa.—¿Y tú cómo sabes lo que merezco? Ni siquiera me conoces, Verónica.—No necesito conocerte para darme cuenta. Solo mírate, se te cambia el semblante cada que hablamos de ella.—¿Tú qué sabes de esto? Anda y piérdete con Victoria, fenómeno.Quise golpearlo, mas me contuve. Soy de esas personas que gusta calzar zapato ajeno antes de juzgar.Darío la está pasando mal; necesita desahogarse.¿Quién soy yo para negarle la oportunidad? ¿Quién es él para desquitarse conmigo?
El cielo que se nubla de repente, los autos que siguen su paso como ignorando que a las afueras del instituto yace sin vida el cuerpo de una niña.Algunos asegurarán no haber dado con ella, otros se defenderán diciendo que en la oficina hacen más falta que en el auxilio de alguien muerta.Sería distinto si la persona fuera su hija o su sobrina, pero Victoria no es familiar de estos sujetos. Por eso nadie se acerca ni le revisan el pulso, tampoco piden a gritos una ambulancia.Todos siguen su marcha con la naturalidad de una ciudad repleta de gente y carente de personas.
—Tenemos que cuidarnos de María.—¿María?—La de Mauricio.—¿Qué con ella?—No lo sé, y eso es lo que me inquieta.Santana endulza su café mientras me obsequia una mirada imponente. Es su nueva forma de calmarse los nervios.—Ya casi termino el libro. Hay algunas cosas que quiero preguntarte.—Adelante.—¿Por qué yo?—Porque fuiste la última en unirte.Su respuesta me da duro en el orgullo.Creí, sin saber por qué, que aquello iba más allá del azar.—Bien.—¿Y?
—Darío no se suicidó. A mi hijo lo mataron.—¿Está segura de eso?—Completamente.La voz de Rebecca duele, pero el encargado del juzgado luce indiferente.¿En qué momento esto se convirtió en una tragedia?Era sábado, fumábamos hierba durante la sesión. De pronto el profesor se pone melancólico y ofrece una especie de despedida. Nosotros lloramos mucho, lo recuerdo, aunque íbamos confundidos. He de admitir que le sacaba cierta ventaja a mis amigos. Ellos estaban en otro planeta, yo al menos tenía los pies bien puestos en esta tierra que se mueve e insulta, me aprieta, y, sin darme cuenta, acabo como el re
—Fátima.—¿Por qué ella?—Porque es quien mejor entiende la esencia del colectivo.—No estoy muy convencido de ello.—Y para eso estoy yo.—Entiendo. Pero piensa… a Fátima ni siquiera le interesa la Gran Familia.—¿Y a ti?—Pues…—Ahí está el error. Te has encariñado mucho en los último días, Santana. El sentimiento es peligroso, lo fijamos desde el primer momento.—Sí, pero…—Pero nada. No podemos aflojar ahora que estamos tan cerca de nuestro objetivo.—¿En verdad es necesario todo esto?—¿Ves de lo que hablo? Has dedicado décadas enteras a la última enseñanza, no puedes cambiar de