MAURICIO

—¡Estás loca!

—¿Se te ocurre un mejor plan?

La frialdad de esta mujer me congela las venas. Pretende tener al niño y luego dejarlo en uno de esos centros de adopción de baja reputación. Donde no te piden papeles porque no están interesados en hallarles hogar, sino cuerpos dónde depositar sus órganos a cambio de una gran cantidad de dinero.

—Aunque…

—¿Qué?

—Quizás haya otra posibilidad.

—¿Cuál?

—¿Recuerdas a Fátima?

—¿La de Darío?

—Ella.

—¿Qué con ella?

—Está de nervios porque siente que pierde a Darío. Quiere un plan para amarrarlo. Ha intentado embarazarse, pero…

—¡Estás demente!

—¿Entonces qué hago? No puedo tenerlo, me jodería los planes. Solo puedo darlo en adopción en ese sitio, en otros me pedirían papeles y me enviarían de regreso a mi país. No puedo regresar allá. No puedo.

—¿Por qué no abortamos? —pregunto en plural para contrarrestar el egoísmo con el cuál se estaba conduciendo.

Me da una serie de explicaciones salidas de este colectivo barato al que se unió desde hace tiempo.

Sé que no podré contra tal terquedad. No existe medicina para la idiotez que ellas pueden alcanzar. Tengo que aceptar la oferta.

—Esta clase será distinta, muchachos —expresa Santana con una risa que le inicia en una oreja y le termina en la otra.

—¿Ahora qué traes en mente? —pregunta Cristina emulándole el gesto.

—Darío, ¿puedes echarle un ojo a los pasillos? —exhorta Santana.

Después de unos minutos, Darío confirma que el instituto está solo.

—Hoy los quiero creativos —expresa Santana, dejando una bolsa con hierba en la mesa del centro.

—¿Estás de juego? —pregunta Verónica, abriendo los ojos como platos.

—¿Te has vuelto loco? —Victoria le hace segunda.

—¿Me van a decir que no la han probado? —participa Erick, mientras revisa la calidad del producto.

—Sé que lo más ético del mundo sería decirles que nadie está obligado a consumirla. Pero como me importa un carajo la ética, les digo que si quieren seguir en el taller deberán darle al menos un toque.

—Me rehuso —dice Victoria.

—¿Algún otro cobarde? —Santana la reta.

—Si algo me pasa, quedará en tu consciencia —Victoria cede ante la presión.

—Nada te pasará. En el fondo de la bolsa hay un trozo de papel para cada quien. Sírvanse e inhalen todos en él, porque este es el cáliz de mi sangre. Sangre de la alianza nueva y eterna que será derramada por ustedes y por muchos para el perdón de los pecados. Hagan esto en conmemoración mía.

Todos nos servimos e inhalamos en él. Nos entregamos a un momento histórico en el instituto; inmortalizamos el taller. O al menos eso es lo que me cuentan, porque no me queda un solo recuerdo después del primer toque.

—¿Aceptó? —pregunto en tono confundido.

Por el bien del niño deseo que Fátima se quede con él. Más vale una mala vida que ninguna. Sin embargo, también me da miedo imaginarlo en brazos de una loca como ella.

—Sí.

—Bien. ¿Cómo manejará la situación?

—Aplicará para un intercambio en el extranjero.

—¿Le alcanzará con su promedio?

—Lo dudo, pero igual lo logrará.

—¿De cuando acá le tienes tanta fe?

—¿Y quién dijo que le tengo fe? Si dependiéramos de sus calificaciones, estaríamos perdidos. Pasa que el hombre que acredita los intercambios es este regordete cuarentón.

—¿Cuál?

—El pelón del que nos hablaron en los cursos de inducción. No recuerdo su nombre.

—¿El de las denuncias?

—Ese.

—Entiendo.

—No puede decirle que no. No después de lo quemado que acabó.

—Tampoco sabemos si fue culpable o no.

—¿Y? La acusación lo dejó por los suelos. Ni en loco se expondría a otro chisme. Tiene que aceptar.

Me asusta la forma en la que esta mujer se expresa. No entiendo en qué momento me aferré a sus caderas y le entregué algo más que un beso.

No es la más bella del mundo, me faltan dedos para contarle los defectos.

¿Entonces?

Nada.

Las peores decisiones no precisan de motivos.

He llamado todo el día a Darío para disculparme por lo ocurrido.

No responde y lo entiendo.

Si María no pierde al bebé, el tipo se habría condenado a mantener a un niño ajeno. A un hijo mío.

—¿Por qué le contaste? —me preguntó María con el rostro desencajado.

Más por el qué dirán que por haber perdido a un hijo.

—Perdón. Estaba de copas, y…

—¿Y qué? ¿Sabes cómo repercutirá esto en mis planes?

—¿Por qué siempre todo tiene que ver contigo?

—¿Perdón?

—Ya me cansé, María. Estoy harto.

—No puedes dejarme.

—¿Por qué no?

—¿Quieres que todo el mundo se enteré de tus negocios con Santana?

La sangre se me congela.

¿Cómo sabe ella de la Gran Familia?

Puedo hacerme el despistado y preguntarle a qué se refiere. Sin embargo, ganaría nada. Cuando ella suelta prenda es porque tiene las pruebas de su lado.

—No puedes hacerme esto.

—No puedes dejarme.

Con la cabeza partida en dos, llego al instituto esperando tener un día lo menos jodido posible. Pero al de arriba le gustan las sorpresas.

Santana está desaparecido.

No obstante, sé dónde está. Sabemos dónde está. Lo decimos a una sola voz en cuanto vemos la GF en el pizarrón.

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