—Tenemos que cuidarnos de María.
—¿María?
—La de Mauricio.
—¿Qué con ella?
—No lo sé, y eso es lo que me inquieta.
Santana endulza su café mientras me obsequia una mirada imponente. Es su nueva forma de calmarse los nervios.
—Ya casi termino el libro. Hay algunas cosas que quiero preguntarte.
—Adelante.
—¿Por qué yo?
—Porque fuiste la última en unirte.
Su respuesta me da duro en el orgullo.
Creí, sin saber por qué, que aquello iba más allá del azar.
—Bien.
—¿Y?
—Darío no se suicidó. A mi hijo lo mataron.—¿Está segura de eso?—Completamente.La voz de Rebecca duele, pero el encargado del juzgado luce indiferente.¿En qué momento esto se convirtió en una tragedia?Era sábado, fumábamos hierba durante la sesión. De pronto el profesor se pone melancólico y ofrece una especie de despedida. Nosotros lloramos mucho, lo recuerdo, aunque íbamos confundidos. He de admitir que le sacaba cierta ventaja a mis amigos. Ellos estaban en otro planeta, yo al menos tenía los pies bien puestos en esta tierra que se mueve e insulta, me aprieta, y, sin darme cuenta, acabo como el re
—Fátima.—¿Por qué ella?—Porque es quien mejor entiende la esencia del colectivo.—No estoy muy convencido de ello.—Y para eso estoy yo.—Entiendo. Pero piensa… a Fátima ni siquiera le interesa la Gran Familia.—¿Y a ti?—Pues…—Ahí está el error. Te has encariñado mucho en los último días, Santana. El sentimiento es peligroso, lo fijamos desde el primer momento.—Sí, pero…—Pero nada. No podemos aflojar ahora que estamos tan cerca de nuestro objetivo.—¿En verdad es necesario todo esto?—¿Ves de lo que hablo? Has dedicado décadas enteras a la última enseñanza, no puedes cambiar de
—¿A quién queremos engañar? La muerte de Victoria, la supuesta relación entre Sol y el profesor, la muerte de Darío y el escándalo con Benjamín, nos han servido para esconder el verdadero crimen del que todos formamos parte. Debíamos sacrificar a alguien para desviar la atención mientras nos reorganizábamos.—¡Miente! —suelta Faith.Sus manos tiemblan mientras llora. Hasta acá siento sus nervios.—Ya no es necesario, Faith. Incluso si queremos seguir…—Ese hombre es un violador… un asesino —arroja.Las voces se empalman entre sí hasta convertirse en mero ruido.Sin embargo, los rostros de mis colegas respetan una misma sintonía.Estoy acabado.—Eusebio nos ha tenido bajo amenaza de
Siempre he tenido cierta fascinación por la muerte y lo que esta conlleva. Imagino un laberinto perpetuo donde podemos reflexionar sobre todo aquello que hicimos y dejamos de hacer a lo largo de nuestras vidas.¿En qué voy a pensar?, si en estas cinco décadas fui como quise ser… no hice lo que no quería.¿En quién he de pensar?Conozco la respuesta…¿Qué tan importante soy para ti?, mil veces preguntaste, y ahora que estoy tendido en el suelo, perdido a causa de estas pastillas que me guiarán a un eterno descanso, descifrarás el misterio.Tampoco es la gran cosa.Seguro recordarás más mi c
En La última enseñanza, fuimos cuidadosos con el trazo de la historia, e intentamos darle importancia especifica a cada uno de los personajes, procurando siempre un lazo entre ellos.Como autor, les digo, ha sido una labor sumamente complicada. Espero que el desgaste haya sido de su agrado.A Santana le obsequié algunos rasgos de carácter personal que no me he permitido en ninguna otra pieza. Ora por el momento en que trabajé con la novela. Ora porque caí en las redes de este profesor cincuentón que ve la vida desde un enfoque distinto.Confieso que me pensé más de una vez la relatoría de la muerte de Santana. Incluso, mientras redacto este epílogo, aún estoy en duda de si la dejo o no.Entiendo que el lector merece una escena memorable para
El tiempo irrumpe mi sueño; el físico y el verdadero. No me doy cuenta y estoy en el carro, después en el instituto.Creo que es necesario hacer una pausa y hablarles un poco acerca de lo que soy… de lo que han hecho de mí.¿Mi vida es más inútil de lo que parece?Según mi madre, sí.¿No es jodido que la persona que debiera alimentar tu seguridad tenga como pasatiempo favorito arruinarla?Probablemente, pero en casa me están convenciendo de que todo es un juego.Tampoco es como que tenga la peor familia del mundo, ni que mis días estén llenos de dolor y sufrimiento. Hay momentos, incluso, en los que agradezco formar parte de ellos. Son las cinco de la mañana, cuando me detiene la policía. Cualquier otro chico de mi edad estaría de nervios, pero yo soy más del corte liviano. Veo las cosas por el lado positivo. Por ejemplo, tengo diecisiete años, aún soy juzgado como niño.¿Que he sido arrestado en más de una ocasión?¿Qué importa?Siempre ha sido por pleitos de barrio. La ley parece entender la relevancia moral que estos tienen, por eso los castiga de forma ligera. Quiero ser abogado.—¡Darío Serrano!Me llama la mujer de anchas caderas y voz apagada. Yo me acerco a la reja sin ofrecer respuesta. Sé que encontraré a mamá obsequiándole una sonrisa al polic&DARÍO
Si las paredes hablaran, dirían tantas cosas sobre mí. Contarían a propios y extraños mis problemas alimenticios, miles sabrían de mis fetiches sexuales que alguna relación deben de tener con el divorcio de mis padres. Mis juegos acabarían en la basura, sería una mentirosa más. Afortunadamente no hablan, de lo contrario, sabrían que acabo de liarme con otro tipo casado.Mi nombre es Victoria. Nací hace dieciséis años, en Argentina, pero llevo quince gastándomela en esta ciudad de confusas pretensiones. Tuve una infancia aburrida, o al menos eso creía. Mis padres abandonaron la celeste y blanca pensando que acá se vivía mejor. Pobres ilusos. Pobre mamá. Papá halló consuelo en moteles baratos, acariciando a mujeres caras. Mamá se resignó.—&iqu