Capítulo 2

La fiesta estaba en su máximo apogeo, Sebastián miraba desconcertado el inmenso acuario que el Al-Fayette había introducido hasta el caluroso desierto; un Maurice se abanicaba con lo primero que había encontrado en su camino; Nikoleta había sucumbido ante los dátiles y como una adolescente estaba acaparando todo; Paul hablaba con Samira sobre chocolates, habían descubierto que ella era una promotora de cacaoteros de un país centroamericano, y no podían ambos dejar de hablar de todo lo que podrían hacer; Peter se había marchado al balcón más cercano para mirar la ciudad entre las doradas arenas; mientras que él estaba en un juego de ajedrez con Al-Fayette, quien no se dejaba engañar fácilmente por los movimientos.

—Escuche de un nuevo Maese —menciono Al-Fayette—, pero no lo conozco aún.

—¿Cuál es su técnica principal? —sin desviar la mirada del tablero, conocía a su contrincante, lo quería hacer subir la mirada.

—Es un misterio.

No subió la cabeza, no lo haría, le estaba colocando pistas para hacer una jugada sucia, no podía perder esta vez, su honor alemán estaba en juego. Una suave mano se acercó tocándole la pierna.

—Que bajo has caído viejo —le increpo Christopher—, no juegues de esa manera, ya sabes lo que le sucederá a Samira.

Toco el nervio principal de Al-Fayette, que hizo un movimiento sutil buscando a su sumisa principal, encontrándola enfrascada en un rincón con un muy atípico animado Paul, que estaba aplaudiendo como si fuera un chiquillo de cinco años.

—Jacke.

—Hijo del demonio —se levanto molesto el hombre mayor—, no tendrás cabida en mi harem esta noche…

—No hay inconveniente, mañana aprovechare.

—No me interrumpas —le increpo.

—Pero solo me vetaste por una noche, tengo el resto de la semana para visitar a tus apreciadas sumisas —se mofo.

—No entiendo como naciste de un vientre tan inmaculado como el de tu madre, tu padre… —se quedo callado—. Ya veo, ahí esta el mal encarnado. ¿Cómo esta ella?

Suspiro ante la pregunta: —Es un desastre, —se tocó la nariz, recostándose en el sofá mullido, elevando su mirada a las decoraciones del techo—, es una preciosa adolescente, me siento demasiado sobreprotector con ella, y va a ser altísima.

Los minutos trascurrieron, los dos hablaban con la sapiencia de conocerse desde antaño, el hombre mayor, en sus cincuenta años, él, un joven de veinte años iniciando un camino con baches. Los seis celebraban gracias a este Gran Maese sus grados en la universidad, sus caminos se cruzarían con una infinidad de personas, solo de ellos dependía la templanza que poseyeran para seguir.

Peter se sentó con desgana a su lado, su rostro estaba rojo.

—Demasiado sol —le indico Al-Fayette—, pareces el trasero de un babuino.

Christopher no lo puedo evitar soltando una fuerte carcajada que resonó por todo el recinto, ante la mirada indignada de un delgado Peter, quien se levanto apretando los puños hacia Al-Fayette, señalándolo con un dedo.

—A partir de hoy todos tus enseres dejaran de ser útiles. —alejándose.

—Comprare nuevos —le aviso como si nada pasara—, no es un inconveniente si un ingeniero mecatrónico se ronda por mi hogar.

—¡Mauriceeee! —fue el grito que dio Peter.

El nombrado giro su cabeza, sin ganas de moverse del lugar donde se abanicaba con desesperación. La tacañería del dueño de este hogar en el desierto era tal que no mandaba instalar aire acondicionado, sino unos malditos ventiladores de techo que provocaban más calor.

—¿¡Queeeee!? —respondió el aludido.

—¡Es hora de la operación desierto! —volvió a gritar a todo pulmón Peter—, provocando que Al-Fayette ahora si lo tomara en serio.

—¿De verdad? —se movió unos centímetros de su postura el francés.

Varios ojos se movieron instintivamente hacia este, Sebastián se acercó, siempre esa habilidad silenciosa que hacia que el resto del grupo se colocara en alerta.

—¡Si! —afirmo Peter, que se movía hacia algún lugar buscando en su bolsillo, girando su rostro hacia el anfitrión sonriéndole para empezar a correr.

—¡Atrápenlo! —grito a todo pulmón Al-Fayette, pero había olvidado el detalle de que este chico era el más protegido por su pequeña familia. En cámara lenta observo como cada uno de sus guardias era tacleados por Christopher, Paul, Sebastián y una muy torpe Nikoleta. Su rostro miro impávido como caía uno a uno los escoltas de sus invitados, y los suyos.

—¿Qué sucede? —pregunto a su costado Frederick que observaba consternado como eran atrapados por los chicos todo aquel que intentaba llegar a la gran puerta.

—Le dije a Pet que tenía cara de babuino.

Frederick rio suave.

—Falta Maurice en el caos…

Los dos hombres se miraron, conocedores de las locuras y el caos que le gustaba causar, girando ambos para buscar al susodicho, que resulto estar junto a Samira, conversando como si nada estuviera pasando, las luces empezaron a parpadear, y la mirada de soslayo de Maurice hacia ellos les dio a entender que lo que había hecho Peter, solo fue para distraerlos del mayor demonio de todos, un hacker.

—Mi querida Sami —le beso la mano Maurice—, estoy triste.

—Por qué cariño —le toco con dulzura el rostro.

—Tu querido marido no podrá hacer compras por una temporada, ¿tienes dinero escondido debajo de la almohada?

—No querido, pero se manejar muy bien las finanzas del hogar.

Nunca debió decirle eso, observo con curiosidad a Maurice, que sacaba una pequeña tableta de su bolsillo, tecleo rápidamente, para volver a sentarse bien, sonriéndole como si jamás hiciera nada.

La energía se fue.

Maurice se elevó, inclinándose para besar en la frente a la hermosa mujer, tomando rumbo hacia la salida, despidiéndose de todos con una de sus famosas venias y carambolas. Se le acercaron los demás riendo, esto era el caos.

—Vámonos, —indico Christopher—, hice reservaciones en un hotel. Nuestro anfitrión estará un poco ocupado.

Peter llego corriendo, girando la cabeza de vez en cuando hacia atrás, pasándolos de largo, para luego ver aparecer dos perros que lo perseguían.

—Yo me encargo de los mastines, —indico Sebastián—, los veo en cinco minutos en el garaje.

                                     ******************************

Dos días habían pasado, y las noticias a nivel local era el apagón producido en la casa ancestral, que no había podido ser solucionado. El árabe estaba que se lo llevaban los demonios, ya que no habían podido arreglar nada porque sus cuentas bancarias estaban bloqueadas, los únicos que podían acceder a ellas eran los menos pensados, -Aamal y Dúnay-, sus perros. Los cuales no podían firmar, y solo labraban y babeaban cada vez que veían a Sebastián.

—Yo debo irme —informo Christopher—, debo estar en Alemania en tres días.

—Tan pronto que Mau se le de la gana de liberar el dinero —hablo Paul, secándose el abdomen después de entrenar—, también me iré, debo estar en San Diego pronto —abrazando por el camino a un somnoliento Peter que cabeceaba, siendo arrastrado por Nikoleta con las maletas—. Este chico se te quedara noqueado en el momento que se siente en el avión.

Christopher sonrió al ver asomar la cabeza de Hassam por la puerta, arrastrando a los dos grandes perros que adoraban perseguir a Peter, quien inmediatamente se despertó al escuchar el primer ladrido, buscando una ruta de escape, y no es que los dos inmensos cachorros lo quisieran morder, era que Peter era un poco paranoico con estos en especial, su experiencia de niño no había sido muy benigna en ese sentido, antes de llegar a conocerlos a ellos.

Suspiro, viendo aparecer a Sebastián que les dio una orden en árabe y los dos inmensos animales se sentaron observándolo con detenimiento.

—A mi no me hacen caso, —dijo Hassam, indignado—, debo arrastrarlos con la toalla, ya tengo la mitad de ellas destruida, la abuela no me lo perdonara otra vez.

—Persevera —le insto Christopher que atrajo a Peter, que temblaba un poco—, nos vemos en unos días.

—Si, si —apoyo Peter, apresurando el paso, para no despedirse de nadie más.

Solo sonrió.

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