La fiesta estaba en su máximo apogeo, Sebastián miraba desconcertado el inmenso acuario que el Al-Fayette había introducido hasta el caluroso desierto; un Maurice se abanicaba con lo primero que había encontrado en su camino; Nikoleta había sucumbido ante los dátiles y como una adolescente estaba acaparando todo; Paul hablaba con Samira sobre chocolates, habían descubierto que ella era una promotora de cacaoteros de un país centroamericano, y no podían ambos dejar de hablar de todo lo que podrían hacer; Peter se había marchado al balcón más cercano para mirar la ciudad entre las doradas arenas; mientras que él estaba en un juego de ajedrez con Al-Fayette, quien no se dejaba engañar fácilmente por los movimientos.
—Escuche de un nuevo Maese —menciono Al-Fayette—, pero no lo conozco aún.
—¿Cuál es su técnica principal? —sin desviar la mirada del tablero, conocía a su contrincante, lo quería hacer subir la mirada.
—Es un misterio.
No subió la cabeza, no lo haría, le estaba colocando pistas para hacer una jugada sucia, no podía perder esta vez, su honor alemán estaba en juego. Una suave mano se acercó tocándole la pierna.
—Que bajo has caído viejo —le increpo Christopher—, no juegues de esa manera, ya sabes lo que le sucederá a Samira.
Toco el nervio principal de Al-Fayette, que hizo un movimiento sutil buscando a su sumisa principal, encontrándola enfrascada en un rincón con un muy atípico animado Paul, que estaba aplaudiendo como si fuera un chiquillo de cinco años.
—Jacke.
—Hijo del demonio —se levanto molesto el hombre mayor—, no tendrás cabida en mi harem esta noche…
—No hay inconveniente, mañana aprovechare.
—No me interrumpas —le increpo.
—Pero solo me vetaste por una noche, tengo el resto de la semana para visitar a tus apreciadas sumisas —se mofo.
—No entiendo como naciste de un vientre tan inmaculado como el de tu madre, tu padre… —se quedo callado—. Ya veo, ahí esta el mal encarnado. ¿Cómo esta ella?
Suspiro ante la pregunta: —Es un desastre, —se tocó la nariz, recostándose en el sofá mullido, elevando su mirada a las decoraciones del techo—, es una preciosa adolescente, me siento demasiado sobreprotector con ella, y va a ser altísima.
Los minutos trascurrieron, los dos hablaban con la sapiencia de conocerse desde antaño, el hombre mayor, en sus cincuenta años, él, un joven de veinte años iniciando un camino con baches. Los seis celebraban gracias a este Gran Maese sus grados en la universidad, sus caminos se cruzarían con una infinidad de personas, solo de ellos dependía la templanza que poseyeran para seguir.
Peter se sentó con desgana a su lado, su rostro estaba rojo.
—Demasiado sol —le indico Al-Fayette—, pareces el trasero de un babuino.
Christopher no lo puedo evitar soltando una fuerte carcajada que resonó por todo el recinto, ante la mirada indignada de un delgado Peter, quien se levanto apretando los puños hacia Al-Fayette, señalándolo con un dedo.
—A partir de hoy todos tus enseres dejaran de ser útiles. —alejándose.
—Comprare nuevos —le aviso como si nada pasara—, no es un inconveniente si un ingeniero mecatrónico se ronda por mi hogar.
—¡Mauriceeee! —fue el grito que dio Peter.
El nombrado giro su cabeza, sin ganas de moverse del lugar donde se abanicaba con desesperación. La tacañería del dueño de este hogar en el desierto era tal que no mandaba instalar aire acondicionado, sino unos malditos ventiladores de techo que provocaban más calor.
—¿¡Queeeee!? —respondió el aludido.
—¡Es hora de la operación desierto! —volvió a gritar a todo pulmón Peter—, provocando que Al-Fayette ahora si lo tomara en serio.
—¿De verdad? —se movió unos centímetros de su postura el francés.
Varios ojos se movieron instintivamente hacia este, Sebastián se acercó, siempre esa habilidad silenciosa que hacia que el resto del grupo se colocara en alerta.
—¡Si! —afirmo Peter, que se movía hacia algún lugar buscando en su bolsillo, girando su rostro hacia el anfitrión sonriéndole para empezar a correr.
—¡Atrápenlo! —grito a todo pulmón Al-Fayette, pero había olvidado el detalle de que este chico era el más protegido por su pequeña familia. En cámara lenta observo como cada uno de sus guardias era tacleados por Christopher, Paul, Sebastián y una muy torpe Nikoleta. Su rostro miro impávido como caía uno a uno los escoltas de sus invitados, y los suyos.
—¿Qué sucede? —pregunto a su costado Frederick que observaba consternado como eran atrapados por los chicos todo aquel que intentaba llegar a la gran puerta.
—Le dije a Pet que tenía cara de babuino.
Frederick rio suave.
—Falta Maurice en el caos…
Los dos hombres se miraron, conocedores de las locuras y el caos que le gustaba causar, girando ambos para buscar al susodicho, que resulto estar junto a Samira, conversando como si nada estuviera pasando, las luces empezaron a parpadear, y la mirada de soslayo de Maurice hacia ellos les dio a entender que lo que había hecho Peter, solo fue para distraerlos del mayor demonio de todos, un hacker.
—Mi querida Sami —le beso la mano Maurice—, estoy triste.
—Por qué cariño —le toco con dulzura el rostro.
—Tu querido marido no podrá hacer compras por una temporada, ¿tienes dinero escondido debajo de la almohada?
—No querido, pero se manejar muy bien las finanzas del hogar.
Nunca debió decirle eso, observo con curiosidad a Maurice, que sacaba una pequeña tableta de su bolsillo, tecleo rápidamente, para volver a sentarse bien, sonriéndole como si jamás hiciera nada.
La energía se fue.
Maurice se elevó, inclinándose para besar en la frente a la hermosa mujer, tomando rumbo hacia la salida, despidiéndose de todos con una de sus famosas venias y carambolas. Se le acercaron los demás riendo, esto era el caos.
—Vámonos, —indico Christopher—, hice reservaciones en un hotel. Nuestro anfitrión estará un poco ocupado.
Peter llego corriendo, girando la cabeza de vez en cuando hacia atrás, pasándolos de largo, para luego ver aparecer dos perros que lo perseguían.
—Yo me encargo de los mastines, —indico Sebastián—, los veo en cinco minutos en el garaje.
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Dos días habían pasado, y las noticias a nivel local era el apagón producido en la casa ancestral, que no había podido ser solucionado. El árabe estaba que se lo llevaban los demonios, ya que no habían podido arreglar nada porque sus cuentas bancarias estaban bloqueadas, los únicos que podían acceder a ellas eran los menos pensados, -Aamal y Dúnay-, sus perros. Los cuales no podían firmar, y solo labraban y babeaban cada vez que veían a Sebastián.
—Yo debo irme —informo Christopher—, debo estar en Alemania en tres días.
—Tan pronto que Mau se le de la gana de liberar el dinero —hablo Paul, secándose el abdomen después de entrenar—, también me iré, debo estar en San Diego pronto —abrazando por el camino a un somnoliento Peter que cabeceaba, siendo arrastrado por Nikoleta con las maletas—. Este chico se te quedara noqueado en el momento que se siente en el avión.
Christopher sonrió al ver asomar la cabeza de Hassam por la puerta, arrastrando a los dos grandes perros que adoraban perseguir a Peter, quien inmediatamente se despertó al escuchar el primer ladrido, buscando una ruta de escape, y no es que los dos inmensos cachorros lo quisieran morder, era que Peter era un poco paranoico con estos en especial, su experiencia de niño no había sido muy benigna en ese sentido, antes de llegar a conocerlos a ellos.
Suspiro, viendo aparecer a Sebastián que les dio una orden en árabe y los dos inmensos animales se sentaron observándolo con detenimiento.
—A mi no me hacen caso, —dijo Hassam, indignado—, debo arrastrarlos con la toalla, ya tengo la mitad de ellas destruida, la abuela no me lo perdonara otra vez.
—Persevera —le insto Christopher que atrajo a Peter, que temblaba un poco—, nos vemos en unos días.
—Si, si —apoyo Peter, apresurando el paso, para no despedirse de nadie más.
Solo sonrió.
Como había sido predicho, Peter sucumbió al cansancio. Todos se habían esforzado por alcanzar en sus graduaciones a Sebastián y Paul. El viaje a Arabia solo había sido una excusa para descansar sus mentes agotadas por graduarse al mismo tiempo, por ventanilla como habían convenido, no eran amigos de exhibirse ante tanto público, Aprovecho para revisar los papeles del ejército, a pesar de lo que le dijo Sebastián meses atrás, él no quería esperar más meses para ingresar al ejército. Observo a la azafata, una hermosa piel negra, unos ojos verdes, una combinación misteriosa, y como era una ocasión inaudita no intento conquistarla, solo se centro en llenar la papelería que tenía a su costado Peter respiraba suavemente, su cabello estaba largo, lo que lo dejo pensativo tocándose su largo cabello, al llegar a casa, debía cortarlo. —Es muy bonito —escucho una voz detrás suya, una pequeña mano tenía un mecho de su roja cabellera. Giro la cabeza, para encontrarse a una pequeña que le miraba
El viaje lo llevo esta vez a Rusia, la exposición de arte a la que fue invitado le permitía buscar algo de decoración para sus clubes. Cinco años habían pasado, se habían separado, su carrera militar había despegado unos meses después de la partida de Sebastián a Japón, los ingenieros militares alemanes le dieron la bienvenida con los brazos abiertos por sus nuevas técnicas; hasta que llego la propuesta de Interpol. Hoy estaba en descanso, sus hermanos le apoyaron con los ojos cerrados cuando inicio los clubes de jazz, y en este momento estaba a punto de inaugurar el quinto en Alemania. A su alrededor, las mujeres eran exuberantes, Paul se había marchado media hora atrás para ir a su misión. Su vodka estaba calentándose, así que se acercó a la zona de bebidas, y allí la vio, la mujer sexy de la noche; delgada, tal vez rondaría sus diecinueve años, la piel marmolea, y la melena roja como la de él. Su polla latió con fuerza, su letargo de veinticuatro horas de
La luz entraba a raudales por la claraboya del ático donde estaba escondido; para su mala suerte no pudo ir a la cita con la alta y delgada pelirroja de la exposición en Moscú, y para empeorar las cosas, no tenía su número telefónico, suspiro de nuevo. Ahora, debía buscar la evidencia en esa multitud de polvo apilada por décadas, el caso había salido pocas horas después de su encuentro, y se encontraba en el centro de Rumania, buscando a un espíritu. Sí, así se lo había dicho Sebastián, un espíritu. Él no era de creer cosas del más allá, era bastante incrédulo en esos asuntos, esa era un área para Sebastián, quien había sido criado por un hombre que siempre hablaba de las almas o energía del mundo japonés. Zorros con muchas colas, mapaches habladores y un sin número de criaturas y entidades de la cultura mística japonés, hasta tenían un dios para las verduras. Escucho el ruido debajo de él, el dueño de casa había regresado, era muy silencioso en sus
La sumisa los observo algo confundida, solo había dicho una palabra el hombre pelirrojo, dejando a todos en un estado de asombro. Popescu la había cedido, nada más así, jamás lo había hecho, ni con amos que eran mucho mayores, y ahora, estaba ante estos dos jóvenes que la miraban risueños.—Mi Amo, —se acercó a Popescu—, no estoy segura de esto.—Vamos —le sonrió, dándole palmadas suaves en el hombro—, tienes que aprender a confiar en tu Amo.—No sé porque la tratas con tanta dulzura —hablo un tercero en la situación—, ella simplemente debe agachar la cabeza y listo. No importa lo que le hagan, y estos dos bebés a duras penas saben cómo cambiarse los pañales —mirándolos con inquina, a lo que Christopher y Maurice solo sonrieron.La joven agacho la cabeza, ten&iac
Allí estaba ella, su roja cabellera se ondeaba al viento vespertino, la brisa marina lleva las hebras en diversas direcciones, sin un rumbo fijo mientras ella intenta infructuosamente atraparlo. Él suspiro internamente, sin poder acercarse. Su persecución al fantasma lo llevo al Mar Báltico en ese extremo con Rusia, donde los turistas en el balneario tomaban sus copas de vino, en ese frio lugar. Ella giro, sus orbes centellaron, sin descubrir quién era el hombre que la miraba con tanta intensidad, su disfraz en esta ocasión era una peluca castaña, una barriga cervecera que lo tenía cansado de la posición encorvada que debía mantener para aparentar una estatura menor, unas tupidas cejas que parecía siglos sin ser pulidas y esa desorganizada barba. La ropa había sido sacada de una compra venta de ropa tan vieja como su personaje.El fantasma se acercó a ella, las palabras
Setenta y dos horas después estaba en una misión diferente, la caza de una sexy y delgada pelirroja que vio por última vez en el Mar Báltico. Indago en las cámaras el lugar, por horas, pero parecía que había desaparecido, frustrándolo demasiado. Su necesidad sexual estaba a flor de piel, evidenciada en la mujer que le lamía con avidez el pene, y él solo se concentraba en la búsqueda de su Freyja. Bajo la tapa del portátil, suspiro pesado, viendo los ojos de cachorro que la mujer de piel negra le trasmitía, haciendo un esfuerzo para lamerlo más fuerte. Le sonrió a la mujer mayor que él, los ojos negros eran perlas que brillaban en las cuencas húmedas, la ambición del sexo floto a su alrededor, tomando su cabeza para empujar rudo dentro de la boca que intento alejarse. Sintió aflorar su sadismo, los cinturones en la piel de los brazos de la mujer evidenciaban que había ido esta vez sin rodeos. Su sonrisa había sido su arma por años para atraer, y hoy no había
Se estaba divirtiendo, la exposición de arte eran cuadros musicales, inventados por una artista rusa en proceso de crecimiento: su Freyja. El bum fue tan fuerte, que había atraído la prensa, y los críticos eran un hueso duro de roer. Estaba rodeada por muchas personas, que estaban emocionadas por este nuevo arte.—Esta patentado —la escuchaba desde su sitio, absorto por su naturaleza abierta y alegre—, no voy a permitir que me roben la idea, mis neuronas trabajaron horas extra para hacer algo diferente, temas que yo misma cree para armonizar con mi pintura, cada una es única.—¿Me crearía una? —Se incorporó en la charla, alejando al mosco pegajoso que había estado analizando por una hora y ella de manera sutil mantenía alejado—. Su temática seria —dando énfasis con un brazo, elevándolo para hacer un arco en el aire—
Dos semanas llevaban juntos, ahora le estaba enseñando las normas de una sumisa, cuáles eran sus deberes y sus derechos, ella se había reído diciéndole que como veía las cosas desde su visión siempre pensaba que las mujeres sumisas no tenían ni derecho a decir ni mu. Ese día había sonreído, era una mujer con una chispa particular, pero no andaba mal encaminada; las situaciones particulares variaban y le había comentado una situación con una Ama unos dos años atrás, que reducía a tal punto a sus sumisos, que no les permitía tomar ni agua. La habían demandado ocho hombres que tenían diferentes mutilaciones en su cuerpo, por orden de ella, y se los había hecho comer. Actualmente esa mujer estaba en un tratamiento psiquiátrico porque se había enloquecido en el tribunal.—¿Estas respirando princesa?