La Élite - El Libro del León - Libro 3
La Élite - El Libro del León - Libro 3
Por: Imzadi
Capítulo 1

Papá me observa con esa tensa sensación de que cometí un error muy grande, ojeo rápidamente a mamá, que no sonríe para nada. Miro hacia atrás, mi habitación es un desastre, creo, no estoy muy seguro. Maurice se cae cada dos pasos, la botella en la esquina de mi cama, no ayuda nada, Peter se arrastra debajo de la cama, no sé qué busca, pero parece desesperado, Paul cuelga por la ventana, ni idea por qué esta allí, y Sebastián duerme a mi lado, se ve algo verde.

Mamá hace una señal con la cabeza, mi padre asiente, saliendo por la puerta, mientras ella se dirige hacia Paul, para levantarlo con cuidado, llevándolo a la cama y acomodarlo; luego se agacha para buscar a Peter quien pega un grito de niña al ser arrastrado por el piso hasta quedar fuera de la cama, y le veo proteger algo con cuidado, veo muy borroso, suelto una risa tonta, ni yo me entiendo.

Mau cae al piso, rodando por todos lados haciendo sonidos raros, hasta que le veo vomitar para volver a caer sobre su recién expulsada comida y rodar sobre esta. Mamá hace cara de asco, pero yo no puedo evitarlo, riendo a lo grande.

Sebis me asusta al sentarse, y sus ojos negros me miran, y empieza a hablar en japonés, no le entiendo nada. La puerta es abierta de nuevo, y un Coronel Usui frunce el ceño a lo que ve, gira su rostro hacia mi padre, quien niega tenso. No sé qué hicimos, pero sé que esa gaseosa era muy dulce. Papa Usui se acerca a su hijo, quien lo mira y se ríe, señalando algo que yo trato de encontrar en el rostro de papa Usui, y mis ojos casi se cierran hasta el punto que no supe en qué momento gatee, mirando de cerca el rostro, pero no veo nada.

Por la ventana aparece Niki, levanto la mano feliz al verla, ella nos mira incomoda, a un costado aparece su hermano mayor, la reprende, quiero saber que dicen.

—Yo… —hipo Peter—, quiero… más gaseosa —buscando la botella, hasta caer de rodillas.

Mi risa salió con fuerza, Sebis me miro y se contagió de mi alegría, soy feliz, todos estamos felices, salvo mis padres. No entiendo porque no sonríen.

Papá Domine entro como huracán deteniéndose al vernos a todos, miro a sus amigos apretando con fuerza sus labios, luego papá Clauss junto papá Mc Allister.

—Papi —chillo Paul—, estoy contento.

El mencionado se apretó el puente de la nariz, evitando hacer contacto con su adorado hijo, unos susurros entre los mayores que ingresaron para buscar a sus retoños, yo no podía dejar de reír, era gracioso verlos multiplicados por dos, dos papás Domine, tomaron una sábana de mi cómoda, envolviendo a Mau, quien quedo como una linda oruga riéndose. El otro papá Dómine limpio el desastre en el suelo.

Cada niño fue transportado por sus progenitores, papi me levanto en medio de mi risa para llevarme a la ducha, se metió conmigo empapándonos a los dos, pero me dio más risa, mi papá estaba jugando conmigo, en la ducha.

Mami asomo la cabeza, pegando un bufido, saliendo rápido, pero estoy seguro que escuche la risa, lo juro por mi juguete favorito. No sé por qué tengo tanto sueño, estoy cansado.

—Se quedó dormido —suspiro el mayor, al salir con su hijo en brazos—, pequeña ¿dónde conseguiste esa botella? —indago con suavidad en sus palabras.

Las lágrimas brotaban de los dulces y enigmáticos ojos de Nikoleta —A papá le regalaron esa botella, él no quiso compartirla conmigo, yo tenía sed. Se la di a Christ pero no creí que los mataría todos —llorando con fuerza, su hermano Aquilles la consoló con cariño.

—No están muertos —le acaricio el suave cabello negro—. Solo están algo ebrios. Es la primera vez que consumen algo tan fuerte para sus organismos —le explicó—, no es tu culpa que esto sucediera pequeña.

—¿Por qué se ven así? —mirando a Maurice que había dejado de reír por fin.

—Es normal —arrodillándose ante la pequeña—, la botella que llevaste era alcohol, y los niños no están preparados físicamente para consumirlo, y tomaron toda la botella.

Ella suspiro —¿No morirán? —su preocupación era palpable, acercándose a su hermano mayor— Me gusta Mau —susurro.

Él la levanto, sus fuertes brazos la apretaron con cariño dándole un beso en su frente —Todo va a estar bien pequeña —girando a ver al resto de hombres que sonreían, incluido el Señor Usui, que rara vez lo hacía—. Me llevare a mi hermanita, esto es un asunto que no es para castigar, los seis son unos niños que aún desconocen muchas cosas.

Todos estuvieron de acuerdo, hasta que el más serio no pudo aguantar la risa, cargando a su retoño que balbuceaba ahora en ruso.

—Mi renai[1] se burlará de mi por la eternidad, maldita la hora en que perdí la apuesta atrapado por esa loca colombiana —pero su tono era feliz, no había palabras déspotas en ellas— Hijo mío —tocando el rostro de su descarriado retoño—, en el futuro espero que no te toque como compañera una loca.

Las risas generales despertaron a un confundido Christopher que se sentó en su cama, mirando a todos los costados, sin entender que hacían tantas personas y animales allí.

—Papi, saca todos los pulpos, no me dejan dormir.

No se pudo evitar, los mayores salieron riendo con sus pequeños demonios, dirigiéndose a sus hogares.

                                            *************************

Observo a la mujer a su costado, era años mayor que él, pero no había aguantado su fuerza. Se elevó de la cama, algo frustrado por su imperante necesidad sexual en auge, su entrenamiento como Maese había iniciado en el momento que tuvo uso de razón, pero su progenitor tenía una paciencia infinita para guiarlo; hoy a sus diecisiete años había dominado a esta mujer que se le insinuó, pobre ilusa, pensó que él era un niño más de la universidad al cual podía beneficiarse, como algunos de sus compañeros que lastimo en sus almas. Él era un manipulador, y su venganza estaba siendo preparada, gracias a la ayuda de Nikoleta.

Salió de la habitación de hotel, para llegar a las escaleras en el mismo instante que la policía salía del ascensor, la puerta de ese hotel de mala muerte fue tumbada, se rio suave al escuchar los gritos asustados de la mujer. En la mesita de noche, dejo preparado el folder donde estaban todos los documentos que la comprometían con los cien alumnos que había sobornado en todos sus años de carrera, incluyendo los videos que estúpidamente había introducido en un viejo ordenador, creyendo que nunca saldrían a la luz. Maurice había sido un genio al hackear ese trasto viejo.

Al llegar al primer piso, busco con la mirada a Sebastián, que andaba en una moto vieja, pero útil para su fuga. Chocaron manos, riendo escondidos en ese callejón, cuando la mujer gritaba su inocencia a todo pulmón.

—Me inscribí en el ejército —dijo de la nada Sebastián—, seguiré los pasos de papá.

—No, tienes que esperarme —protesto—, lo prometiste.

Se giró, su cabello largo ocultaba sus ojos —Pero, tienes un año menos, no te dejaran entrar —elevando su mirada al cielo en sus tonos de amanecer—. En un mes y medio término la carrera, nuestros maniáticos hermanos están haciendo una carrera para intentar ganarnos a Paúl y a mí —pasando su brazo en el hombro del menor—, solo es un año, no te preocupes.

Christopher suspiro: —Esta bien —dando su brazo a torcer—. Tengo hambre, esa vieja no me fue suficiente.

—Así no se habla de las damas —le amonesto.

—¿Cuál dama? —Coloco las manos en la cadera—. Es más femenino Maurice, y eso que empezó a tener sexo antes que yo. Esa mujer jamás fue una dama.

Le dio la razón Sebastián, algunas ocasiones tuvieron con ella clases de matemáticas, y era un desastre como interactuaba con los hombres, las estudiantes la despreciaban por meterse en las relaciones, hasta el punto que daño un matrimonio, y no le importo. La única vez, que la profesora se le acercó para seducirlo, él la lanzo sobre Christopher sin reparos, este le miro confundido, viéndole alejarse, y ganándose a la mujer como una lapa. Habían sido los seis meses más abrumadores para el pelirrojo, que estaba a punto de colgarla del edificio más alto de la universidad.

Los planes de Christopher formaron una estructura sólida, con la unión de todos, cada uno aporto soluciones e ideas para hundir a la mujer; hasta la noche anterior, que se la llevo a ese lugar, la enredo diciéndole que tenía un presupuesto muy bajo por ser estudiante; y para ser él, fue rápido. Estuvo solo una hora.

—Espero no la hayas besado.

—No, por favor, esa boca ha estado en lugares que no quiero conocer. Use doble condón, y ni me quite la ropa. Mínimo contacto, la engañe con la historia de que tenía frio —sonrió ladino—, tenía más energía una batería.

Sebastián rio, moviendo la cabeza a un costado para que salieran, el punto de encuentro seria en la universidad; ya no se preocuparían por un profesor incompetente, que además no tenía las habilidades de enseñanza para unos súper dotados como ellos.

Christopher se apoyó en la barra de atrás, su largo cabello rojo quedo atrapado en el casco, solo unos mechones salían, lo único que quedaba en la visual era sus ojos plateados. Las calles pasaban a velocidad, Sebastián a corta edad se había convertido en experto conductor de autos de fórmula uno, esa era una de sus grandes pasiones y era el único en la familia que no tenía competencia en esa área. Minutos pasaron hasta llegar a la universidad, buscando el alojamiento; sin llegar a detenerse, Nikoleta salto sobre ellos, provocando que Christopher saliera despedido, abrazándola para que la menor no resultara lastimada, derrapando este en el piso, su casco rebotando en el pavimento.

—Aahhhh —fue el quejido lastimero del pelirrojo—, mis huevitos —girándose a un costado—, niña, me dejaste para la posteridad castrado.

Nikoleta estaba en su proceso de crecimiento, a sus quince años, mostraba que en poco tiempo seria la mujer despampanante que en unos años volvería locos a muchos hombres, pero por ahora era una adolescente protegida por cinco hombres que la cuidaban a sol y sombra, con una torpeza innata, sin sentirse cómoda con su cuerpo en estiramiento; quien se veía preocupada por su hermano mayor, que se revolcaba en el piso.

—Cri —susurro suave—, perdóname, no medí mi fuerza.

Este agito la mano, tratando de expresar algo, que ni ella, ni Sebastián y los otros cuatro hombres entendieron. Solo la suave risa de Peter, los hizo mirarle curiosos, esperando que les dijera que pasaba, no recibieron respuesta, solo escuchando el resuello del hombre aún tendido en el piso.

—Ya casi pasa —dijo Maurice—, a mí me pateo ayer en clase de cálculo avanzado con la silla. P cayó antier en la salida de las duchas del campus de futbol —inclinándose para darle ánimo—. Dentro de poco lograra manejar sus pies.

—Todos son malos conmigo —suspiro Nikoleta—, no me pueden entender porque son hombres.

Christopher le observo adolorido desde el piso, era una época en que todos se quejaban de todo, aún el más paciente que era Sebastián, eran unos adolescentes que estaban a punto de terminar sus carreras, y el infierno se había desatado meses atrás cuando Nikoleta les conto que estaba por iniciar su segunda carrera, sin culminar la otra. No sabía a cuál admirar más, aunque él no se quedaba atrás, su Ingeniería Civil estaba a una materia de concluir, para la envidia de los mayores que tenían veinti tantos años o más.

Maurice le ofreció la mano, para levantarse rápido retirando su casco, unos suspiros se escucharon a su alrededor, en estos dos años, se había acostado con media universidad, causando muchas veces crisis de celos, a él solo le interesaba tener un sitio calentito donde drenar su energía desbordada juvenil, era claro con cada una de ellas: -sexo de una noche. No le interesaba engancharse a nadie, hasta dentro de unos meses sería nombrado Maese por su línea sanguínea, el Gran Maese Dómine los había estado guiando a todos, junto con el chiflado árabe, que los vigilaba como si fueran sus pequeños hijos. Le encantaba sacarle el mal humor, siempre que los obligaban a ir a visitarle en su imperio de arena, su principal víctima era Samira, esa pobre mujer no sabía cómo tratar tanta energía junta, llevándosela en muchas ocasiones a escondidas, para que Al-Fayette les encontrara en situaciones comprometedoras, en las cuales su respuesta era reír, y dejar a una conmocionada mujer mayor semi desnuda. A pesar de ser un sádico, la respetaba por su estatus de primera esposa y sumisa, lo máximo era obligarla disfrutar de sus amados platillos alemanes, que como árabe que se respetaba no consumía carnes. A este paso, los dejarían en la frontera sin permitirles el ingreso a la casa señorial.

Una joven castaña se acercó al grupo, coqueteando con Christopher que sonrió, pero no intento acercarse.

—¿Otra de tus víctimas? —pregunto Peter, haciendo cuentas con sus dedos—. Es la número ochenta.

—No tenía idea que llevabas la cuenta por mí —sarcástico—, puedes quedártela.

—Que amable eres hermano —se retiró una mota de su camiseta—, pero para que quiero tus desperdicios, y si es por sexo, hoy tengo una cita deliciosa con una chica de otra universidad, porque definitivamente todas han pasado por tu pene y sadismo.

Los demás rieron, la timidez de Peter poco a poco desaparecía en su fuerza interna.

—Aburrido —girando cuando la joven le toco el brazo.

—Hola, te estuve llamando.

—No repito con nadie —fue directo—, y recuerdo perfectamente que te querías vengar de tu novio, así que buscaste al promiscuo de la universidad.

Ella abrió los ojos pasmada —Yo no dije…

—Mira nena, tengo memoria eidética, para tu desgracia recuerdo todo, tus palabras textuales fueron que necesitabas sacarte la ira y las ganas con el hombre más reconocido por todas las mujeres, el promiscuo en excelencia, y que no estaba de pareja con nadie. Déjate de santurrona, creías que yo era estúpido creyendo la historia de tu virginidad —riéndose—, esa historia a su novio, o ex novio, porque vi cómo se besaba con una chica de otra facultad, se quitó la cadena que le habías regalado, y te la devolvió en un frasco lleno de un líquido amarillo. ¿Qué era?

La joven se sonrojo, puños apretados retrocediendo pasos.

—Eres un imbécil…

Él hizo el movimiento con su mano como si estuviera hablando —Bla, bla, bla —enganchando a Nikoleta de brazo, para alejarse.

—¡Vas a follar con esa! —le grito.

Miro a Nikoleta que sonreía, le dio un beso en los labios, atrapando a Maurice en el camino —Seee, haremos un trio.

Sebastián negó con la cabeza, empujando a Paul y Peter para ir detrás de los demás, ojeando a la joven tirar sus cosas con furia. Tal vez ella creyó que Christopher era un hombre manejable, en estos años ellos eran el grupo raro, que nunca asistían a las reuniones sociales planteadas por compañeros de la universidad, o de la misma entidad. Simplemente estaban demasiado ocupados para perder el tiempo. Los alcanzaron en la cafetería, donde les esperaban en la mesa de siempre, los libros esparcidos alrededor. Era curioso como siempre terminaban apoderándose de seis mesas más, ni era planificado.

—Me queda la última clase —dijo Christopher.

—Tengo dulces en la habitación —respondió Paul—, me enviaron una buena dosis, luego los reparto.

—Encontré una formula mal hecha en el libro de cálculo…

Así los seis se concentraron en sus áreas, pasando las horas y desapareciendo en diferentes momentos, para quedar solo Christopher, enfocado en su portátil, tecleando rápido para terminar su trabajo.

—Me gustaría tener tu velocidad —dijo una voz femenina.

Levanto la vista, para hallarse con unos ojos castaños que le veían con diversión —Apareciste por fin —se quejó—, hice todo el maldito trabajo.

Ella movió su mano despreocupada, sacando un cd extendiéndoselo. —Tengo allí el noventa por ciento cerebrito, no estará a tu nivel, pero destruí mis quince neuronas con todo lo que investigue.

Él elevo su ceja, guardando su trabajo en doble archivo, antes de introducir el disco en su portátil, abriendo este, sorprendiéndose de la cantidad de hojas que tenía el trabajo: -dos mil hojas.

—¿Cuánto pagaste?

—Nada, aún tengo el trasero plano por las horas en la biblioteca. —Sentándose a su lado—. Esa loca de la biblioteca se enojaba todas las veces que yo le pedía los treinta libros que ella no quería buscar.

Entrecerró los ojos, era muy bueno descubriendo las mentiras en la gente, pero en este caso solo la vio sobarse sus hombros que se notaban tensos, las oscuras manchas bajo sus ojos, y un gran bostezo.

—¿Esta completo?

—No, —movió su hombro—, falta que le des tu toque personal, así el sádico de flu flu dirá que su estudiante estrella, arrastro de nuevo a la inútil —sonriendo, para marcharse.

La atrapo del brazo, obligándola a sentarse de nuevo —Vamos a revisar y unificar.

Así, se hizo a su primera real amiga, las horas que le dedicaron a hacer cambios transcurrieron, la comida llegaba de vez en cuando de diferentes hermanos, no solo para él, sino a su acompañante; una joven corpulenta, que sufría de acoso por muchos estudiantes, y ella ni se daba cuenta de lo inteligente que era. Pero era fuerte, su cabello castaño era una cortina en este momento, no entendía cómo podía ver con ese manto ondulado, tomando unos mechones para levantarlo, buscándole la mirada.

—¿Qué haces? —le retiro su cabello.

—Me preguntaba cómo podías ver, esa mata de pelo es como la de los komondor.

—Me estas comparando con un perro, oye…

Esta chica era muy inteligente, ninguna otra persona, fuera de su familia habría descubierto que le comparaban con una raza que parecía que le hicieran rastas. Su verdadera sonrisa salió, la que solo veían unos pocos.

—¿Qué harás en la noche?

—Christopher Von Hoffmann, no me voy a acostar contigo, ya tengo la suficiente carga encima para terminar en una orgia contigo.

Se rio suave, negando con la cabeza, le gustaba lo directa que era.

—No baby —fue dulce con ella—, te invito con nosotros a cine, seré un caballero y te dejare en tu alojamiento.

Ella coloco la mano en su frente, sin percatarse que ella misma había roto la promesa de no tocarle ni la punta de las uñas.

—No tienes fiebre, ¿estás bien?

Asintió, continuando con la parte final del trabajo, mañana debían imprimirlo, y debían ser cuidadosos para que no intentaran robarlo los de primer año para el futuro cuando colocaran un trabajo similar.

Se estiro, mostrando parte de su abdomen, aún no tenía los marcados músculos que estaban presentándosele a los demás, Paul ya había empezado a ejercitarse para ingresar a la marina, en unos pocos meses cada uno se separaría, tristemente se verían más poco. Noto la mirada de su compañía en una determinada zona.

—Sé que no me estas preguntando —provocando que ella le mirara—, pero esto fue un cuchillo que se le resbalo a Niki, estaba intentando cortar unos cocos, mala idea, ella no tiene esas habilidades.

Ella volvió a bajar la mirada: —No ha cicatrizado bien.

—Fue hace dos semanas, me hicieron un procedimiento quirúrgico en el que no se utilizan suturas, soy vanidoso.

Ella se rio, negando para concentrarse de nuevo en el trabajo, ya solo les quedaba hacer la portada y estaba hecho. Les había resultado mejor de lo que esperaban, los datos que ella había buscado, eran una parte que él no había encontrado, así que ahora era el trabajo perfecto. Hicieron los archivos de respaldo, enviándoselos a sus respetivos correos, como protección extra. Guardaron todo lo que tenían esparcido por las dos mesas.

—Me he preguntado por mucho tiempo —curiosa—, ¿Por qué siempre hacen sus proyectos y tareas acá?

Él la observo pensativo, llevándose una mano al mentón, viendo aparecer a los demás que venían listos para salir.

—Sabes, no tengo la menor idea, simplemente nos gusta el aire libre.

—Parecen un grupo territorial, solo les faltan las navajas.

—No las necesitamos —respondió Paul—, solo es que pongamos a Niki a ojear a todos los que nos miren, y huyen.

La aludida le dio un golpe en la cabeza sin nada de cariño.

—Soy pequeña, pero no tonta. —le tendió la mano a la joven—. Nadie se había acercado a trabajar con nosotros, te hemos visto estas horas, cero coqueteo, insinuación, palabras estúpidas. Bienvenida al club.

La joven observo la mano, algo confundida, ojeando a todos los exuberantes hombres, que parecía que pasaban por diferentes matices culturales, para volver la mirada a la jovencita, años menor que ella que le daba una sonrisa radiante.

—Soledad Ritz.

—Nikoleta Papandreu.

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[1] Renai: En japonés significa “Amor”

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