Como había sido predicho, Peter sucumbió al cansancio. Todos se habían esforzado por alcanzar en sus graduaciones a Sebastián y Paul. El viaje a Arabia solo había sido una excusa para descansar sus mentes agotadas por graduarse al mismo tiempo, por ventanilla como habían convenido, no eran amigos de exhibirse ante tanto público, Aprovecho para revisar los papeles del ejército, a pesar de lo que le dijo Sebastián meses atrás, él no quería esperar más meses para ingresar al ejército.
Observo a la azafata, una hermosa piel negra, unos ojos verdes, una combinación misteriosa, y como era una ocasión inaudita no intento conquistarla, solo se centro en llenar la papelería que tenía a su costado Peter respiraba suavemente, su cabello estaba largo, lo que lo dejo pensativo tocándose su largo cabello, al llegar a casa, debía cortarlo.
—Es muy bonito —escucho una voz detrás suya, una pequeña mano tenía un mecho de su roja cabellera.
Giro la cabeza, para encontrarse a una pequeña que le miraba con intensidad entre los dos asientos, y él giro su cuerpo para mirarla mejor.
—¿Te parece? —tomando un puñado lo sacudió—, pero para mi tristeza debo cortarlo —haciendo un mohín triste.
—Por qué —indago la pequeña— mi papi dice que mi principal característica es mi cabello.
La observo, unos ojos negro intensos, una suave piel de bebé canela, su acento alemán muy marcado, y cabello castaño lleno de risos, salvajes, muy salvajes.
—Tu papi tiene toda la razón, búrlate de quien se burla de ti por eso, es solo envidia.
—Sabes que los peces de colores cantan muy lindo.
—¿En serio? —salió de su escondite para asomarse por encima de la silla—, cuéntame como es que sabes algo tan importante, y yo no me había enterado —acomodando sus brazos sobre el respaldo de su propia silla para ver a esta pequeña.
La pequeña se emocionó por la propuesta.
—Pues… —miro a todos lados, incluida la persona a su lado—, he hablado con ellos, son los pececitos que tiene papi en su oficina, ellos bailan lindo, y hacen burbujas, donde sale su voz.
—Deben ser peces míticos —afirmo—, solo le deben de cantar a personas especiales.
—Cierto, cierto, —ella afirmo emocionada, y luego se quedo pensativa—. ¿Qué es mítico?
—Es todo lo que es muy importante, que queda grabado profundo en el corazón de una persona.
La pequeña salto en su asiento, la emoción la embargaba.
—Sabes, yo voy a Alemania, mi papi esta allí ahora y dijo que quiere verme.
Así pasaron hablando tres horas, a la charla se había unido Peter, que en un abrir y cerrar de ojos le hizo un accesoria para el cabello. La mujer que acompañaba a la pequeña, les asintió con gratitud por entretener con su charla a la pequeña, que al final del vuelo, se fue emocionada, para encontrarse con un hombre alto, que grito emocionado al verla en la salida del aeropuerto, eran diferentes físicamente, pero a todas luces una familia.
—Extraño a papá —fue el susurro de Peter, observando a las tres personas alejarse por la terminal aérea.
—Todos, —suspiro—, pero me tienes acá, no soy tío Clauss, pero soy tu hermano.
—Eres un idiota —sonrió—, pero, sabias que tienes una debilidad por los pequeños.
—No lo había notado —se quedo pensativo a lo que decía Peter, era cierto que él tenía un imán extraño para atraer a estos pequeñines, y era un buen escucha ante ellos—. Lo pensare seriamente, tal vez monte una guardería.
Vio pestañear varias veces a su hermano, lo pudo sacar rápido de su tristeza al escucharlo reír.
Elevo su mirada al atardecer, Peter se quedaría con el dos días y luego marcharía a Holanda, tenía planes, muchos planes según decía él. Su camino iniciaría pronto también.
El viaje lo llevo esta vez a Rusia, la exposición de arte a la que fue invitado le permitía buscar algo de decoración para sus clubes. Cinco años habían pasado, se habían separado, su carrera militar había despegado unos meses después de la partida de Sebastián a Japón, los ingenieros militares alemanes le dieron la bienvenida con los brazos abiertos por sus nuevas técnicas; hasta que llego la propuesta de Interpol. Hoy estaba en descanso, sus hermanos le apoyaron con los ojos cerrados cuando inicio los clubes de jazz, y en este momento estaba a punto de inaugurar el quinto en Alemania. A su alrededor, las mujeres eran exuberantes, Paul se había marchado media hora atrás para ir a su misión. Su vodka estaba calentándose, así que se acercó a la zona de bebidas, y allí la vio, la mujer sexy de la noche; delgada, tal vez rondaría sus diecinueve años, la piel marmolea, y la melena roja como la de él. Su polla latió con fuerza, su letargo de veinticuatro horas de
La luz entraba a raudales por la claraboya del ático donde estaba escondido; para su mala suerte no pudo ir a la cita con la alta y delgada pelirroja de la exposición en Moscú, y para empeorar las cosas, no tenía su número telefónico, suspiro de nuevo. Ahora, debía buscar la evidencia en esa multitud de polvo apilada por décadas, el caso había salido pocas horas después de su encuentro, y se encontraba en el centro de Rumania, buscando a un espíritu. Sí, así se lo había dicho Sebastián, un espíritu. Él no era de creer cosas del más allá, era bastante incrédulo en esos asuntos, esa era un área para Sebastián, quien había sido criado por un hombre que siempre hablaba de las almas o energía del mundo japonés. Zorros con muchas colas, mapaches habladores y un sin número de criaturas y entidades de la cultura mística japonés, hasta tenían un dios para las verduras. Escucho el ruido debajo de él, el dueño de casa había regresado, era muy silencioso en sus
La sumisa los observo algo confundida, solo había dicho una palabra el hombre pelirrojo, dejando a todos en un estado de asombro. Popescu la había cedido, nada más así, jamás lo había hecho, ni con amos que eran mucho mayores, y ahora, estaba ante estos dos jóvenes que la miraban risueños.—Mi Amo, —se acercó a Popescu—, no estoy segura de esto.—Vamos —le sonrió, dándole palmadas suaves en el hombro—, tienes que aprender a confiar en tu Amo.—No sé porque la tratas con tanta dulzura —hablo un tercero en la situación—, ella simplemente debe agachar la cabeza y listo. No importa lo que le hagan, y estos dos bebés a duras penas saben cómo cambiarse los pañales —mirándolos con inquina, a lo que Christopher y Maurice solo sonrieron.La joven agacho la cabeza, ten&iac
Allí estaba ella, su roja cabellera se ondeaba al viento vespertino, la brisa marina lleva las hebras en diversas direcciones, sin un rumbo fijo mientras ella intenta infructuosamente atraparlo. Él suspiro internamente, sin poder acercarse. Su persecución al fantasma lo llevo al Mar Báltico en ese extremo con Rusia, donde los turistas en el balneario tomaban sus copas de vino, en ese frio lugar. Ella giro, sus orbes centellaron, sin descubrir quién era el hombre que la miraba con tanta intensidad, su disfraz en esta ocasión era una peluca castaña, una barriga cervecera que lo tenía cansado de la posición encorvada que debía mantener para aparentar una estatura menor, unas tupidas cejas que parecía siglos sin ser pulidas y esa desorganizada barba. La ropa había sido sacada de una compra venta de ropa tan vieja como su personaje.El fantasma se acercó a ella, las palabras
Setenta y dos horas después estaba en una misión diferente, la caza de una sexy y delgada pelirroja que vio por última vez en el Mar Báltico. Indago en las cámaras el lugar, por horas, pero parecía que había desaparecido, frustrándolo demasiado. Su necesidad sexual estaba a flor de piel, evidenciada en la mujer que le lamía con avidez el pene, y él solo se concentraba en la búsqueda de su Freyja. Bajo la tapa del portátil, suspiro pesado, viendo los ojos de cachorro que la mujer de piel negra le trasmitía, haciendo un esfuerzo para lamerlo más fuerte. Le sonrió a la mujer mayor que él, los ojos negros eran perlas que brillaban en las cuencas húmedas, la ambición del sexo floto a su alrededor, tomando su cabeza para empujar rudo dentro de la boca que intento alejarse. Sintió aflorar su sadismo, los cinturones en la piel de los brazos de la mujer evidenciaban que había ido esta vez sin rodeos. Su sonrisa había sido su arma por años para atraer, y hoy no había
Se estaba divirtiendo, la exposición de arte eran cuadros musicales, inventados por una artista rusa en proceso de crecimiento: su Freyja. El bum fue tan fuerte, que había atraído la prensa, y los críticos eran un hueso duro de roer. Estaba rodeada por muchas personas, que estaban emocionadas por este nuevo arte.—Esta patentado —la escuchaba desde su sitio, absorto por su naturaleza abierta y alegre—, no voy a permitir que me roben la idea, mis neuronas trabajaron horas extra para hacer algo diferente, temas que yo misma cree para armonizar con mi pintura, cada una es única.—¿Me crearía una? —Se incorporó en la charla, alejando al mosco pegajoso que había estado analizando por una hora y ella de manera sutil mantenía alejado—. Su temática seria —dando énfasis con un brazo, elevándolo para hacer un arco en el aire—
Dos semanas llevaban juntos, ahora le estaba enseñando las normas de una sumisa, cuáles eran sus deberes y sus derechos, ella se había reído diciéndole que como veía las cosas desde su visión siempre pensaba que las mujeres sumisas no tenían ni derecho a decir ni mu. Ese día había sonreído, era una mujer con una chispa particular, pero no andaba mal encaminada; las situaciones particulares variaban y le había comentado una situación con una Ama unos dos años atrás, que reducía a tal punto a sus sumisos, que no les permitía tomar ni agua. La habían demandado ocho hombres que tenían diferentes mutilaciones en su cuerpo, por orden de ella, y se los había hecho comer. Actualmente esa mujer estaba en un tratamiento psiquiátrico porque se había enloquecido en el tribunal.—¿Estas respirando princesa?
Abrió la puerta con ira contenida, viendo caer en cámara lenta una cabellera roja, unas manos agitándose y un grito agudo por la sorpresa, pero en todo ese proceso, unas lágrimas. No alcanzo a atraparla, desde afuera pasaba un camarero que lo vio a él, y luego a ella en el piso, gimiendo por el golpe.Parpadeo confundido, se agacho ayudando a levantarla, ella evito en todo momento mirarle, dándole un golpe a su brazo para que le soltara, sacudiéndose como si nada hubiera pasado, corrió como si su vida dependiera de ello. Christopher se congelo, no entendía nada de lo que sucedía, viéndola apretar frenética el botón del elevador, lo que le hizo dudar de las palabras que ella le había dado. Dio zancadas hasta tomarla de los hombros haciéndola girar con violencia. Alena mantenía su cabeza baja, no quería verle.Se inclinó, tom&aacu