Capítulo 3 Mutisia.

Florencia:

No podía despegar mis ojos del hermoso hombre que tenía en frente, es como si me hubiera embrujado.

— ¿Leonardo? ¿Qué haces aquí? — parecía agitado como si hubiera corrido ¿caso, salió tras de mí?

— Solo Leo, dime Leo por favor y la verdad… te seguí, no lo tomes a mal, pero te vi salir alterada y me preguntaba si estabas bien. — luce avergonzado por seguirme, se ve… tierno.

— Sí, estoy bien o mejor dicho lo estaré, están en temporada alta, aún puedo conseguir trabajo, ya después veré, si me quedo o me voy.

— ¡¿Acaso te despidieron?!

— Renuncié no es lo mismo, algunos no estamos dispuesto a doblegarnos a los caprichos de los demás, algunos todavía tenemos dignidad.

— No comprendo, ¿acaso mi invitación te causó problemas? — se ve realmente preocupado.

— No, nada de eso, es por Elio, es el sobrino del dueño, no entiende que no es no, creo que se parece a tu amigo en ese sentido. — su rostro adquiere un tono sombrío, que incluso da un poco de miedo... ¿pero qué rayos hago hablando con él?, ¡recién lo conozco, y ya hasta mis problemas le cuento!

— Ya veo, dijiste que buscaras trabajo y luego verás si te quedas o te vas, ¿no vives aquí?

— No, soy una viajera, nunca me quedo mucho tiempo en un mismo lugar. — Claro que no, estoy escapando de un capo narcotraficante loco obsesionado ¡que ya me secuestró y torturó una vez! Aunque eso no te lo contare.

— Eso explica tu forma de hablar, ¿de qué país eres? Hablas con acento argentino, mexicano, y algo más.  — No pude evitar reír, era la segunda vez que este hombre conseguía eso de mí, alguien que hacía casi un año que ya no reía, no de verdad.

— Mis padres eran argentinos, nací en Colombia, pero crecí en México, supongo que ellos tomaron un poco de lenguaje de cada país y este es el resultado, a veces digo acá, o aquí, che, vos, tú, soy un desastre.

— A mí me parece que eres algo cautivante, exótico, alguien que enamora con solo verla. — Sentí mi cara arder, y mi corazón acelerarse. No sabía cómo responder a eso, es que era tan lindo que intimidaba, seguro y solo quiere pasar el tiempo, divertirse, pero no caeré.

— ¿Es una escultura muy linda verdad?  — Fue él quien decidió cambiar de tema al ver que me había quedado en silencio.

— Es la leyenda más hermosa que conozco.

— Eso… creo que una vez me lo contaron, pero mi memoria no es muy buena. — que hermosa sonrisa tiene.

— Deja que te la cuente, es una leyenda que mi madre me contó desde niña, y una de mis preferidas.

—En ese caso adelante.

— Hace mucho tiempo había en los valles de la cordillera cercanos al volcán Lanín, dos tribus que se odiaban de un modo descomunal. Eran acérrimas enemigas, y su relación era irreconciliable. Tanto odio sentía entre ellas, que siempre había motivo para enfrentarse en batallas.

En ese contexto de guerra, sucedió algo increíble: el hijo del cacique de una de las tribus y la hija del otro cacique se enamoraron enloquecidamente. Pero tenían un problema. No podían encontrarse muy seguido, y si lo hacían, tenía que ser a escondidas, por el odio que existía entre sus padres. Una noche oscura, la machi (chamana) velaba (preparaba) la sangre de un animal sacrificado para el Nguillatun (fiesta para un futuro bueno), cuando, de repente, el silencio se hizo añicos por el graznido del pun triuque (el pájaro chimango de la noche). Su grito es señal de mal presagio y la machi lo sabía. Entonces, miró a su alrededor y vio correr entre los árboles a la querida hija del cacique, que escapaba con el hijo del cacique enemigo. Fue ése el peligroso suceso anunciado por el pájaro agorero.

La machi estaba convencida de que la fuga debía ser severamente castigada. Pero, antes de comunicárselo al cacique, prefirió consultar al Pillan (espíritu de la persona que acaba de morir).

"¿Debo contar el rapto al padre de la hija?" — "Sí, debes contarlo", contestó el Pillan.

La machi corrió apresurada hacia el toldo del cacique y le narró lo sucedido. En ese mismo instante, se escuchó — por segunda vez — el grito del pun trueque.

Furioso, el cacique ordenó la búsqueda y captura de los prófugos. Los jóvenes fueron apresados muy pronto y, ante la presencia de toda la tribu, fueron juzgados y condenados a muerte. Los enamorados intentaron alegar su inconmensurable amor, pero no se los escuchó. No participar del odio entre las dos tribus era un grave delito, que exigía un castigo ejemplar. Luego de escucharse la sentencia, el pun triuque — por tercera vez — volvió a gritar su chillido sufrido. Nadie lo escuchó.

Los jóvenes, desnudos, fueron atados a un poste. Entre gritos e insultos, cientos de lanzas y machetes se abalanzaron contra ellos, dándoles la muerte más cruel.

A la mañana siguiente, los verdugos de tan atroz crimen quedaron estupefactos al ver que, en el lugar del sacrificio, habían crecido Flores nunca vistas por esos lugares. Eran hermosas, circulares, parecidas a las margaritas, pero con largos pétalos rojos.

"¡Quiñilhue! ¡Quiñilhue!" (Flor Mutisia reina), gritaban aterrorizados los primeros que las vieron. Y con ese nombre se conoce desde entonces a la Flor que produce una enredadera, la cual se abraza y trepa (sube) por los árboles como se abrazaba la enamorada pareja cuando fue condenada a muerte. Desde entonces los mapuches — avergonzados y arrepentidos — comenzaron a venerar a la Flor que los blancos conocen con el nombre de Mutisia.

— Es una historia muy hermosa, pero triste, un amor que no pudo ser. — Lo miro embelesada, la luz de la luna lo hacer ver aún más hermoso, y yo no entiendo que me pasa con él, nunca había sentido algo como esto.

— Te equivocas, su amor prevaleció, y muestra de ello es la Mutisia, esta esparcida por toda la Patagonia y vive desde ese día hasta hoy, y estoy segura de que nunca se extinguirá, le seguirá mostrando al mundo la magia del amor. — Dios, debo de sonar como una estúpida, pero es lo que creo.

— Tienes razón, un amor cuando es verdadero, deja una huella que ni el tiempo, ni la muerte puede borrar.

— Creo que los amores verdaderos ya no existen, desaparecieron con el paso del tiempo.

— No estoy de acuerdo, creo que nos acostumbramos a que el tiempo nos una a personas equivocadas, por miedo a estar solos, perdemos la oportunidad de seguir buscando el verdadero amor.

No sé porque, pero algo en él me daba confianza, como que lo conociera de toda la vida, no me sentía incómoda en su compañía, ni mucho menos cohibida, hablamos por un largo tiempo, no quería separarme de él, pero todo lo bueno termina en algún momento, ¿no?

— Bien, ya es demasiado tarde, debo irme o Mónica se preocupará.

— Espera, déjame acompañarte. — Su comentario hacia latir más rápido mi corazón, el hecho que él no quisiera despedirse aún de mi me gustaba.

— No, no es necesario, además queda un poco lejos.

— Con mayor razón, sé que es un lugar tranquilo, pero aun así no me siento cómodo dejándote marchar sola, además tengo mi auto aquí en frente.

— Mmm, está bien, vamos. — Y porque no, Leo me inspira confianza y... ¿seguridad?

Leonardo:

No pude apartar la vista de ella en todo el camino, trataba de pensar alguna excusa para alargar el tiempo compartido, esta sensación que tenía en mi pecho era algo maravilloso, por primera vez en mi vida, sentía que valía la pena estar vivo, por el solo hecho de estar con ella.

Pero cuando llegamos ella fue más rápida que mi mente, y simplemente bajo de auto agradeciendo y saludando con su mano, me quedé viéndola, como entraba en esa pequeña cabaña, preguntándome si realmente no era una hada, por lo menos se dónde vive, de regreso a mi estancia comenzó a repasar nuestra conversación, pasando en limpio el tema de su renuncia podía estar seguro que Elio quería ligar con ella, eso me molesto de sobre manera, a pesar de que era tarde, no lo era tanto para el susodicho, así que lo llamé y efectivamente estaba todavía en el restaurante con Kevin, ahora era tiempo de aclarar las cosas.

— Hasta que te dignas a volver, ¿dime conseguiste algo con la castaña?

— ¿De qué castaña habla Kevin? No me digas que fuiste tras Flor, Leo, no pierdas tu tiempo, ella no lo vale. — Antes que el idiota termine de hablar lo golpee, jamás fui partícipe de la violencia, pero por ella, era capaz de todo, maldito idiota.

— ¡Pero que m****a! Cálmate, Leo.

— Hey, ¡que te pasó loco!

— Te lo diré solo una vez, no vuelvas a intentar pasarte de listo con Florencia, si ella te dijo que no, ¡sé un hombre y acéptalo! Si me vuelvo a entrar que la sigues molestando, me aseguraré de que todo este lugar se valla a la m****a. Vamos Kevin, aquí ya no tenemos nada que hacer.

En menos de 15 minutos ya estábamos en mi estancia, mi amigo no pronunció palabra alguna en el viaje, era sabio debes en cuando, pero en cuanto llegamos, comenzó a hablar.

— Leo, realmente... ¡¿tú realmente sientes algo por ella?!

Sabía muy bien porque era su asombro, durante más de una década ha sido mi mejor amigo, él sabe muy bien de mi nulo interés por los demás, por lo menos en lo que se refiere a cuestiones románticas, si bien en una que otra ocasión me acosté con Charlotte, solo fue por su insistencia, por lo general me gustaba tener relaciones con mujeres que solo veía una vez en la vida y era más que nada para que no hablaran estupideces, una puta obligación.

— Sí, siento todo, amor, miedo, desesperación siento absolutamente todo. — admito de forma desesperada y lleno de frustración.

— Calentura, lo entiendo, pero lo demás, ¿amor? Miedo... ¿de qué m****a hablas?

— Miedo que ella no llegué a amarme, quizás ni le intereso.

— O quizás ya ama a alguien.  — Me sorprende el comentario de mal gusto de mi amigo, no sé qué le ocurre, es como si quisiera tirar por los suelos mi felicidad.

— No, eso no, por lo que pude ver cuando hablé con ella, es más que claro que está sola, por ahora. Y es eso lo que me desespera, que alguien la ame como yo y que me la arrebaten.

— Tranquilo, ella sucumbirá a tus encantos, ¿cuándo van a verse de nuevo?

— No lo sé, no se me ocurrió nada para concretar un encuentro.

— Volvamos al restaurante mañana.

— Renunció por culpa de Elio, estaba pensando en decirle a Alfredo que no acepte su renuncia, pero tampoco la quiero cerca de Elio. — Estoy seguro qué ese idiota seguirá molestándola.

— Llámala, dile que la contratas para que cante mañana, no, todo el fin de semana, que tendrás una reunión y la necesitas.

— ¿Una reunión?

— Invite a Amara y sus amigas, voy a tomar tu consejo y vengare a mi hermana.

— Odio cuando le prestas atención a mi lado idiota, mejor solo déjala ir, esa joven no tiene por qué pagar por las idioteces de Alexander, ya seme ocurrirá algo para acercarme a Florencia.

— No, no, ya las invité.

— De acuerdo, la iré a buscar mañana.

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