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XXIII. No puede ser que seas tú

Iba a decirle que por favor me desatara, que quería conversar con ella, de preferencia repetir en una segunda ronda, o la noche entera igual me venía muy bien.

Pero ella se levantó de repente, se bajó de la cama, caminó hacia su bata de seda desechada en el suelo y se la puso, recogió también el brasier y la tanga.

Abrió la puerta del closet y sacó unos botines carmelitas altos y un sobretodo camel que le llegaba a media pierna.

La vi que se lo puso por encima de la bata de seda, metió la braga y el brasier en el bolsillo interno y se lo abrochó al frente, si no supieras que debajo estaba completamente desnuda, pensarías que solo llevaba un abrigo encima de una ropa cualquiera.

Yo observaba todo eso, como en cámara lenta, sin poderme creer que se iba a ir así sin más, luego de esta noche de placer, que estoy seguro, ella también disfrutó con locura. Pero lo que veían mis ojos asombrados no me mentían, la pelirroja se marchaba, dejándome solo en este cuarto de hotel.

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