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XXVII. Una inesperada bendición

Punto de vista de la Secretaria Monroe:

- ¿Cómo va todo por allá atrás?- escucho la voz de mi amiga Alicia que me saca de mis cavilaciones.

- Todo bien, Mateo se quedó dormido- le digo, mirándolo con ternura y acariciando su suave cabello castaño riso.

- Perfecto, ya estamos a menos de media hora de Johns Hopkins Hospital- anuncia y suspiro, pensando con temor, en todas las cosas a las que se va a someter este pobre angelito en unos días.

Mateo es lo único que me queda de familia, es mi sobrino y el hijo de mi hermana desaparecida Adele.

Hace un año me llamaron de servicios sociales para informarme que mi hermana había fallecido por una sobredosis de drogas y había dejado a un niño de 8 años solo en el mundo, porque no tenían conocimiento de quién era el padre y en la inscripción de nacimiento solo figuraba el nombre de la madre.

Esos fueron de los peores momentos de mi vida.

Siempre me consolaba pensando que aunque Adele no estaba a mi lado, estaría en algún lugar del mundo, felizme
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