Capítulo 3
Jorge extendió las manos lentamente hacia ella; sus dedos eran delgados y sus palmas eran cálidas y anchas.

Al escuchar esa voz tan familiar, Amanda se quedó inmóvil, como si una cuerda invisible la hubiera atado.

En ese momento, el pandillero borracho se acercó rápidamente, diciendo groserías:

—Oye , te estoy hablando. ¿Por qué me ignoras? Ven aquí, parece que me necesitas…

Sin embargo, antes de que terminara, Jorge, sin pronunciar palabra ni una sola palabra, usó el pequeño paraguas para someterlo fácilmente, antes de llamar a la policía, la cual acudió de inmediato.

—Este hombre está acosando a una mujer y podría ser un reincidente. Llévenselo y denle una buena lección —dijo Jorge con firmeza.

—Entendido, nos encargaremos de ello —respondió el policía, de manera respetuosa, antes de llevarse al borracho.

Amanda debería haber aprovechado esta oportunidad para huir, pero, después de todo lo que había sucedido, se encontraba exhausta.

—¿Necesitas que te lleve a casa? —La voz de Jorge sonó a su lado de manera moderada, con una suavidad casi imperceptible.

—¿Quién eres? ¿Por qué estás aquí? —preguntó Amanda, temblando.

—Soy un viejo amigo de Lucas —respondió Jorge con una sonrisa—. Nos conocemos desde la secundaria, nos llevamos muy bien. Ahora estoy retirado y llevo una vida muy tranquila.

—¿Eras policía? —preguntó Amanda, sorprendida y confusa.

Jorge asintió con la cabeza en silencio, y ese simple gesto disipó gran parte de las dudas de Amanda, al darse cuenta de que podría haber juzgado mal a aquel hombre, cuya voz se parecía tanto a la voz de su captor.

La lluvia no disminuía, y Jorge insistió en llevar a Amanda a casa. Aunque ella permaneció en completo silencio durante el trayecto, le ofreció una manta y agua, comportándose como todo un caballero.

Al llegar a la mansión Cardenal, Jorge se despidió en silencio, dejando a Amanda sola frente a aquel lugar que le había dado tanto calor y que ahora le producía un profundo dolor. Mirando la casa, sintió una inexplicable opresión en el pecho.

Hace tres años, la familia Melero, había enfrentado una crisis, por lo que sus padres habían sido encarcelados, y Amanda había hecho todo lo posible por salvarlos.

Había sido en un club donde había conocido a Lucas, un hombre algo misterioso y amable. No solo había salvado a su familia, sino que también había ayudado a su padre a recuperar su negocio y Amanda se había enamorado profundamente de él.

Lucas la había cuidado con ternura, pero, a pesar de los dulces momentos que habían pasado juntos, siempre había mantenido cierta distancia.

Había prometido despojarla personalmente de su vestido de novia en su noche de bodas y esa promesa, como una estrella brillante, había iluminado por completo el mundo de Amanda.

Sin embargo, detrás de esa relación aparentemente perfecta, se había escondido una gran mentira.

Lucas nunca había hecho pública su relación, diciendo que eso solo era para protegerla.

—Con mi estatus, hay demasiadas personas que quieren mi vida —le había dicho— . Si descubren nuestra relación, podrían hacerte daño. ¿Cómo podría soportar que te lastimen?

Amanda le había creído, hasta que la verdad se había encargado de romper con su ilusión.

Ella solo había sido un simple reemplazo; ¡él nunca la había amado!

Pensando en esto, compró una pastilla anticonceptiva y algunas cremas tópicas, antes de empacar sus cosas con cuidado y encaminarse a la ducha. Quería quitarse el olor de aquel otro hombre, que aún sentía que impregnaba su cuerpo.

En el baño, se miró en el espejo, analizando su aspecto el cual era bastante desaliñado: su cuerpo estaba lleno de cicatrices y de las marcas de besos.

Cerró los ojos sintiendo un profundo dolor. ¿Había valido la pena haberse entregado al jefe de los secuestradores? Después de todo, lo único que había logrado era probar que Lucas no la quería.

Con este pensamiento en mente, se puso la bata de baño de inmediato, pensando en cambiarse de ropa y marcharse después de aplicarse la crema.

En ese momento, la puerta se abrió de repente y Lucas entró, tambaleándose por el alcohol.

—¿Por qué no te has ido todavía...? —preguntó, descontento, al verla, interrumpiéndose de golpe.

A continuación, Lucas, borracho, se acercó a ella con los ojos llenos de ira, mientras Amanda se apresuraba a vestirse, sintiéndose sumamente incómoda de encontrarse desnuda frente a él.

Sin embargo, un segundo después, Lucas le rasgó el escote y, furioso, gritó:

—¿Qué es esto?

Sus ojos se fijaron en las marcas de besos en el pecho de Amanda, con los ojos llameando de furia.

Amanda se rio con los ojos llenos de lágrimas.

—Lucas, ¿qué crees que le harían a una mujer secuestrada por una banda de criminales?

—Imposible. Les advertí, no te tocaran.

—¡Creíste en una banda de criminales! ¿En serio pensaste que no me harían daño? —preguntó Amanda, encontrando aquello completamente ridículo.

A Lucas no le importaba en lo más mínimo qué sucediera con ella, no había ido a buscarla. ¿Cómo pensaba siquiera que los hombres que la habían secuestrado no le harían nada?

—¿Quién te tocó? ¿Cuántos? ¡Eres una miserable sinvergüenza! Podrías suicidarte. ¡Estrellarte contra una pared! ¡Cortarte las venas! ¡Saltar al mar! ¡Lo que fuera! Lo que hiciste para sobrevivir, ha mancillado por completo mi honor.

Amanda se quedó atónita. Ella había pensado que Lucas la quería, sin embargo, ahora entendía que solo la veía como una posesión, como un simple objeto. Para él era una vergüenza que ella se hubiera entregado a los secuestradores con el fin de salvar su vida.

¡Su vida valía menos que el honor de Lucas!

En ese preciso momento, el dolor de su corazón fue tan profundo que apenas podía respirar.

—Entonces, si tu querida y amada Viviana fuera secuestrada y solo pudiera sobrevivir entregándose a ellos, ¿también querrías que se estrellara contra una pared, se cortara las venas o saltara al mar…?

Al escuchar esto, Lucas le dio una fuerte bofetada, antes de que pudiera continuar hablando, dejándola aturdida.

Amanda sintió como se le nublaba la vista, mientras su mejilla ardía de dolor y su cabeza se movía hacia un lado por la fuerza.

—¿Cómo te atreves a maldecirla?

Amanda se sintió completamente desolada.

¿O sea, Viviana no podía pasar por algo tan terrible, pero ella sí?

Sin saber de dónde salía la fuerza, pero empujó a Lucas.

—Lucas, se acabó. ¡Te deseo que seas impotente en la cama con ella y tengas una vida miserable!

Dicho esto, dio un paso para irse y él exclamó:

—¡Detente! Puedes irte, pero deja todo aquí. Todo lo que te di, déjalo.

Amanda se detuvo al instante.

En su maleta no había nada valioso, simplemente ropa y algunas cosas de uso diario. Sin embargo, todo eso lo había comprado Lucas… ¿Acaso quería que se fuera desnuda?

Amanda apretó los labios con fuerza, y tomó su celular para llamar a una tienda de ropa con entrega a domicilio.

—Siendo así, me iré cuando llegue mi ropa...

—¡Te largas ahora mismo!

Lucas se dio la vuelta y la observó con una mirada sombría y aterradora. El hombre que solía ser tan amable, como un ángel, de pronto se había convertido en un demonio.

—Lucas...

—Claro, también puedes suplicarme que te perdone —repuso Lucas, mirándola con desprecio, como un tirano altivo.

Ella siempre había sido sumamente obediente, cumpliendo con todo lo que él quería, por lo que debería saber qué hacer ahora.

Amanda se mordió los labios hasta sangrar profusamente, y el sabor metálico de su sangre casi le provocaba náuseas, antes de comenzar a quitarse la ropa con el rostro pálido, agradeciendo que la ropa interior fuera suya.

Cuando terminó, su cuerpo maltrecho y malherido quedó al descubierto ante él y la furia de Lucas, que apenas había logrado contener, volvió a encenderse. No podía creer cuántas marcas había en ella. ¿A cuántos hombres se había entregado y cuántas veces?

Él podía abandonar cuando quisiera, a la mujer que no había tocado por tres años, pero nadie más podía hacerlo.

—Amanda, mereces morir —la maldijo, avanzando hacia ella, con furia .

Amanda intentó esquivarlo, pero fue demasiado tarde. Lucas rápidamente la tomó de la mandíbula y, cuando estaba a punto de besarla, Amanda se apartó con asco, enfureciéndolo aún más.

—¿Cómo es que ellos pueden besarte y yo no? —preguntó con los dientes apretados—. ¿Dónde te tocaron? Aquí, ¿verdad? —Su mano se extendió hacia la intimidad de Amanda.

En ese preciso momento, ella sintió que entregarse al jefe de los secuestradores realmente no había sido tan repugnante; lo verdaderamente repulsivo ¡era estar con Lucas!

Amanda luchó con todas sus fuerzas, pero la diferencia de fuerza entre hombres y mujeres era abismal.

—¿Por qué permites que otros te toquen, pero conmigo no puedes? Hoy te voy a...

Sin embargo, antes de que pudiera terminar, los ojos de Lucas se dilataron al instante, mientras un líquido espeso comenzaba a caer de su cabeza.

¡Eran gotas de sangre!

Amanda había tomado un jarrón de la mesita de noche y lo había estrellado contra el cráneo de Lucas, cuyos labios temblaron un momento, antes de que se desplomara en el suelo, desmayado.

Amanda lo apartó y se vistió a toda prisa, para luego bajar al primer piso y pedirle a los sirvientes que se encargaran de Lucas.

Con una maleta en mano, salió a la noche, llena de miedo y, de pronto, vio un auto que se encontraba parado en la esquina.

Era el auto de Jorge.
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