Capítulo 4
Jorge estaba hablando por celular, sin percatarse de su presencia.

—Vale, te acompaño de compras el fin de semana. Ahora tengo que conducir, así que no puedo seguir hablando… —Hizo una pausa—. Sí, sí, como tú quieras.

Jorge, siempre hablaba de manera directa y contundente, dando una imagen muy dura, de un hombre lleno de fuerza. Sin embargo, en ese momento, su voz era suave e, incluso, esbozaba una amplia sonrisa, que mitigaba el aire intimidante. Amanda lo miró, pensando que, tal vez, hablaba con una joven que le gustaba mucho.

Sintiendo que había encontrado a un salvador, golpeó desesperadamente la ventana del auto.

—¿Sí? —preguntó Jorge, un tanto sorprendido, tras bajar la ventanilla.

¿Qué diablos hacía Amanda allí?

—Eh… A ver, te llamaré otro día, ¿sí? Ahora estoy ocupado —dijo ansioso al teléfono—. Cuando nos veamos, puedes castigarme como gustes.

Amanda pensó que realmente parecía que estaba hablando con alguien importante para él.

—¿Qué te pasa? —preguntó Jorge, sin abrir la puerta del coche.

—¿Podrías llevarme a un hotel? Aquí es muy difícil conseguir un taxi y no es muy seguro para mí andar sola.

En su estado, se sentía más insegura que nunca: con el cabello despeinado, la ropa mal puesta y dos botones mal abrochados. Ni siquiera se había dado cuenta de su desarreglo, y miraba muy ansiosa a su alrededor, en actitud vigilante.

—Te lo ruego… Por favor… —suplicó Amanda.

Al ver que estaba a punto de llorar, Jorge cedió y la dejó subir al auto.

Al llegar al hotel, Amanda se dio cuenta de que todo el dinero que tenía era de Lucas y se rehusaba a utilizarlo, por lo que miró a Jorge de reojo.

—Tengo que pedirte otro favor… ¿Podrías pagarme una habitación? Te lo devolveré después.

Sin decir nada, Jorge se acercó de inmediato a la recepción.

—Tres noches, solo necesito que me pagues tres noches, gracias —repuso Amanda, sin saber cómo darle las gracias.

Después de pagar, Amanda sumamente agradecida le pidió a Jorge su contacto para devolverle el dinero más tarde.

—¿Te gustaría quedarte en la habitación por un momento? —preguntó Amanda, cuando él ya se iba, sorprendiéndolo.

Jorge frunció el ceño y la miró, con una leve expresión de total desaprobación.

Amanda entendió al instante que él había malinterpretado su invitación, por lo que, rápidamente, intentó explicarse:

—No es lo que piensas… Solo quiero saber sobre la relación entre Lucas y Viviana, cuándo se conocieron, por qué se separaron…

—No hablo a espaldas de los demás —respondió él.

Tras decir esto, Jorge se marchó, con una actitud tan indiferente que Amanda no se atrevió a detenerlo.

Un momento después, sintiéndose avergonzada, regresó al hotel, decepcionada, y no pudo dormir.

Tal vez la familia Cardenal llamaría en ese momento a la policía, y, quizá, la arrestarían esa noche. Incapaz de dormir, miró su celular, algo inquieta, y vio una noticia que había pasado por alto.

«Trece criminales arrestados en un muelle abandonado».

Con manos temblorosas, abrió la noticia y vio las caras de los hombres que la habían secuestrado y la habían llevado a aquel barco.

Eran criminales reincidentes, involucrados en contrabando, secuestro y tráfico de personas, que solían operar en alta mar, casi imposibles de capturar.

Sin embargo, en esta ocasión, con la cooperación de varias fuerzas policiales, los habían capturado en una redada.

Amanda miró fijamente a uno de ellos. No conocía al líder de los secuestradores, pero inevitablemente sí sabía su altura. Entre los arrestados, solo uno medía más de un metro ochenta y tenía un cuerpo robusto. ¡Era él, sin duda alguna!

Al recordar aquella terrible experiencia, su cuerpo se estremeció.

Siguió leyendo y vio con agrado a los oficiales de policía que habían sido premiados por aquella tarea. Algunos agentes especiales no podían ser revelados, pero el artículo mencionaba a varios policías de la capital, incluyendo a Jorge.

¿Podría ser que este fuera su último caso? No lo sabía y la noticia no detallaba su cargo ni su responsabilidad en el caso.

Curiosa, Amanda buscó más y descubrió con claridad que Jorge no era un policía cualquiera. ¡Era el heredero del grupo Toledano! Una familia tan influyente como la familia Cardenal. Tenía una hermana menor y, justo ese día, él había asumido el control absoluto del grupo Toledano y había comenzado a gestionar los negocios familiares; a pesar de que muchos dudaban de su capacidad de manejar la empresa después de tantos años en la comisaría.

Amanda, con la cabeza hecha un completo lío, se dio cuenta de que había ocurrido demasiado en tan solo un día.

Antes, no le importaba nadie más que Lucas, pero aquel día no solo la capital había cambiado por completo, sino que también lo había hecho su vida.

Después de esto, Amanda pasó la noche en vela, esperando con ansias que la policía llegara al día siguiente. Sin embargo, eso no sucedió. Por lo que, finalmente, pudo conciliar el sueño, aunque de manera bastante inquieta.

En sus sueños, un hombre recorría su cuerpo con sus grandes manos, apretando su cintura y empujándola hacia él, mientras besaba lascivamente cada centímetro de su piel.

—¡Ah! —gritó y, de inmediato despertó, dándose cuenta de que estaba completamente sudada.

Un segundo después, suspiró aliviada, al comprobar que aquello no había sido más que una pesadilla y, tras incorporarse en la cama, tomó su celular, comprobando que ya era por la tarde.

A continuación, vio que tenía varias llamadas perdidas del asilo donde trabajaba como voluntaria, por lo que, rápidamente, llamó:

—Dígame.

—Amanda, el abuelo no ha comido nada hoy y no deja de preguntar por ti. No sabemos qué hacer.

—¿Cómo está ahora? —preguntó, sentándose en la cama.

—No ha comido nada desde la mañana, ahora está bastante agotado y dormido.

—Voy para allá enseguida.

—De acuerdo, prepararé el almuerzo de nuevo. Cuando te vea, seguro que comerá bastante.

Tras cortar la llamada, Amanda se apresuró a cambiarse de ropa y se dirigió al asilo sin perder ni un segundo.

El asilo se trataba de un lugar de lujo, en donde solo vivían ancianos de familias adineradas.

La abuela de Lucas había vivido allí, y Amanda solía visitarla con mucha frecuencia, cumpliendo con su deber filial en nombre de él.

La anciana la apreciaba demasiado y decía que, si ella no podía casarse con Lucas, la adoptaría como su nieta. Sin embargo, después de un año, la mujer había sido trasladada por su hijo menor al extranjero y ellas solo habían podido comunicarse a través de videollamadas.

Aun así, aunque ella ya no estuviera, Amanda solía visitar con agrado el asilo semanalmente y disfrutaba de la compañía de los ancianos.

Al llegar, una enfermera estaba intentando convencer al abuelo que comiera algo.

—Me engañas, ella no vino por la mañana y tampoco vendrá por la tarde. No voy a comer, quiero morir de hambre…

—No diga eso, por favor… Mira quién ha venido. Te dije que vendría, ¿verdad? —dijo la enfermera, mirando a Amanda, como si fuera su salvadora.

—Déjamelo a mí —repuso Amanda con una sonrisa.

La enfermera le entregó la comida y se fue aliviada.

—¿Por qué no comes? —le preguntó al anciano—. Mira, ya has perdido peso. Estás más delgado.

—¿Alguien ha lastimado a mi querida Amanda? Dímelo en este momento, que yo le daré su reprimenda.

El abuelo la miraba con gran preocupación.

Amanda, que no había recibido una sola palabra de consuelo hasta ahora, se emocionó al recibir esa primera muestra de cariño de alguien que no era su familia.

Sus ojos se llenaron de lágrimas que no pudo contener.

—No es nada, solo rompí con un hombre —mintió Amanda—. Estaré bien en un tiempo.

—¿Rompiste con él? —Los ojos del abuelo se llenaron de ansiedad—. ¡Eso es fantástico, ahora mi nieto tiene una oportunidad!

El abuelo tomó su celular e hizo una llamada. Todo fue tan rápido que Amanda no tuvo tiempo para reaccionar.

Después de la llamada, el abuelo la tomó de la mano, con cariño.

—Mi nieto es excelente en todo, pero él es demasiado introvertido, no le gusta mostrar sus emociones. Tendrás que ser muy paciente con su mal carácter…

Sin embargo, no pudo continuar. De pronto, se llevó una mano al pecho, incapaz de respirar.

Amanda abrió los ojos de par en par, el anciano estaba sufriendo ¡un ataque al corazón!
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