¡Hola, hola! Aquí estamos de nuevo y esta vez vengo acompañada de una gran y talentosa amiga, mi queridísima, Dannya Menchaca.
Estamos muy emocionadas con esta nueva historia que traemos para ustedes y esperamos que la disfruten tanto como nosotras. Como saben, no podemos asegurar cuándo comenzaremos a actualizar, pero intentaremos subir algunos capítulos, mientras esperamos que nos aprueben.
De ante mano, les agradecemos el apoyo y esperamos que disfruten de este desafío. No olviden estar al pendiente, ya que estaremos avisando cuando comenzaremos.
La venganza de un idiota es una novela escrita por Andrea Paz y Dannya Menchaca, registrada en SafeCreative bajo el código: 2307014723085.
Se prohíbe cualquier copia parcial o total de la obra, ya que estará infringiendo los derechos de autor.
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Gabriel terminó de editar la última fotografía en su portátil y volvió a ojear cada una, orgulloso de las capturas que logró conseguir durante el fin de semana; los días soleados le habían dado un toque increíble a cada fotografía. Las subió a la nube virtual y cuando acabó, tomó su celular y se dispuso a llamar a Corin, su jefa en Luxury Homes, la revista para la cual trabajaba.
—¡Gabriel, por fin me llamas! —exclamó Corin. No tenía noticias de él desde que le designó el nuevo trabajo.
—Hola, Corin. Yo también te extrañé —bromeó, mientras la mujer al otro lado de la línea refunfuñaba—. Antes de que me preguntes, acabo de subir las fotografías de la casa de los Soler.
—No te hagas el gracioso, Gabriel. Si no es por el mismo señor Soler, ni me entero que estabas en su casa tomando las fotografías —gruñó—. Sabes que debes mantenerme informada, por algo soy tu jefa.
—Así me quieres, Corin —Le envió un sonoro beso y escuchó a la mujer suspirar.
—Si no me muero de vieja, me moriré de la angustia… —Se quejó, haciéndolo reír—. Tengo un nuevo trabajo para ti, te enviaré un mail con los detalles y mañana mismo te hago la transferencia de esta última entrega —advirtió.
—¿No me la puedes hacer ahora? Necesito vivir, ¿sabes?
—Lo más justo es que los dos suframos por igual —bromeó Corin, esta vez—. Te la enviaré en unas horas. Sé que es mi culpa tenerte tan consentido.
—Eso es porque me amas, Corin —No pudo evitar la risa, contagiando a su jefa—. Cuando me llegue el pago, contestaré tu mail —Se escuchó a Corin resoplar—. Y no te enojes, sabes que nunca te he dicho que no.
—Estamos en comunicación, Gabriel. Pórtate bien —Cortó la llamada y vio en la bandeja de entrada que llegaba el comprobante de la transferencia y el correo con la nueva información. Sonrió satisfecho, sabiendo que podría irse, ya mismo, a beber algo y quizás, conseguir buena compañía para pasar la noche.
Le encantaba sentir el viento contra su cuerpo. Le daba una falsa sensación de volar y a la vez, sentirse libre. Conducir su motocicleta era una de las cosas que más amaba en la vida, disfrutar de la velocidad y sobre todo observar los lindos paisajes que normalmente lo rodeaban.
Muchas veces, agarraba un saco de dormir y se perdía por la carretera hasta encontrar un lugar lejos de todo, donde solo él y la naturaleza convivían en armonía, entregándole la paz que buscaba.
Aparcó en el estacionamiento de un concurrido bar y tras asegurarse que sus pertenencias estaban seguras en la alforja, caminó hacia el interior de este, para buscar un sitio donde sentarse junto a la barra.
Después de pedir un par de cervezas y disfrutar del ambiente festivo, la noche se puso más interesante, cuando una joven y atractiva castaña se sentó a su lado, con la clara intención de seducirlo.
—No eres de aquí, ¿verdad? —preguntó la mujer con interés y sin dejar de mirarlo, a través de sus pobladas pestañas.
—No soy de ningún sitio —respondió Gabriel, haciéndose el interesante—. Soy un alma libre —agregó, dándole un sorbo a su cerveza.
—Interesante —respondió la joven, bebiendo de su copa y pasando sensualmente la lengua sobre sus labios—. ¿Nadie te ha hecho cambiar de opinión? —preguntó sugerente, enseñándole su escote un poco más, mientras se acercaba a él.
—¿Quieres intentarlo? —La mujer mordió su labio inferior, pestañeando con coquetería y consiguiendo que la entrepierna de Gabriel saltara de su sitio, en aprobación. Asintió.
Sin decir una sola palabra, Gabriel la jaló hacia su cuerpo y con posesividad, acunó su cuello con una mano y comenzó a besarla como si su vida dependiera de ello, consiguiendo que la temperatura del concurrido bar, subiera unos cuantos grados.
—Te advierto que no soy nada suave… —susurró sobre sus labios, logrando que la castaña se retorciera entre sus brazos, soltando un sonoro jadeo—. Si estás dispuesta, podemos irnos ahora mismo —La mujer asintió enérgicamente, mientras Gabriel dejaba el dinero suficiente para pagar sus bebidas.
La tomó de la mano y a paso veloz, salieron rumbo al estacionamiento. En cuestión de minutos, ambos estaban montados en la motocicleta de Gabriel, con rumbo a algún hotel.
Recorrieron un par de kilómetros, cuando un oficial de policía los detuvo para un control de rutina.
—Buenas noches. Documentos, por favor —Pidió el oficial. Gabriel le entregó los documentos y éste se alejó a la patrulla, para rectificar la información.
—Supongo que no has matado a nadie —bromeó la chica, que con fuerza se sostenía de su cintura.
—No, que yo sepa —respondió Gabriel.
El oficial le entregó los documentos a su compañero, quien consultó a la central a través del radio.
—Coleman, parece que es el chico que buscaba tu amigo, el detective Spencer —señaló su compañero.
—Gracias, García. Lo llamaré de inmediato —Tomó su celular y llamó a su amigo de toda la vida, quién le había pedido como favor, poner en un listado la búsqueda del joven Gabriel Lester—. David, tengo a tu chico.
Conversaron brevemente y tras cortar la llamada, volvió hacia donde se encontraban Gabriel y su acompañante.
—Necesito que nos acompañe a la comisaría, por favor —señaló.
—¿Por qué?, ¿qué hice, oficial? —reclamó Gabriel.
—Ya se le informará en la comisaría —respondió—. Descienda del vehículo y sígame —ordenó.
—¿Y yo? —preguntó la mujer, asustada.
—Viene con nosotros y se podrá retirar —contestó el policía.
—¿Qué pasará con mi motocicleta?, ¿puedo sacar mis pertenencias? Tengo cosas de valor ahí —El oficial asintió y esperó a que Gabriel tomara sus cosas.
—Su motocicleta irá a un corral, no se preocupe, estará segura —afirmó el oficial. Tras resoplar, siguió al policía hacia la patrulla, junto a su acompañante, que nada tenía que ver.
Al llegar a la comisaría, la mujer huyó apenas puso pie firme en tierra y a Gabriel, sin que le explicaran nada, lo dejaron esperando en una oficina.
—¿¡Qué se creen, dejándome encerrado aquí, sin siquiera darme una explicación!? —reclamaba furioso, al no saber qué hacía ahí y por qué motivo lo llevaron detenido.
Caminaba de un lado a otro, maldiciendo por la situación y por haberle arruinado la noche. La puerta se abrió y entró una vez más el oficial Coleman.
—Me va a explicar ¿qué hago aquí? No pueden detenerme sin decirme las razones ¡Conozco mis derechos! —exclamó esto último.
—Señor Lester, no se exalte y tome asiento —Pidió el oficial—. Tiene unas infracciones impagas y una citación al juzgado, a la cual no asistió —Señaló.
—¿Y por eso me tienen hace más de dos horas encerrado sin decirme el porqué? —gruñó, enojado por la situación.
—Cálmese. No querrá empeorar su situación —añadió el oficial, consiguiendo que Gabriel se tranquilizara—. Su abogado viene en camino, tenga paciencia —Pidió.
—¿Mi abogado? —Los cansados ojos del oficial se posaron sobre los del joven y asintió.
—Es lo que le puedo decir por ahora. Su abogado le dará más detalles —mencionó—. ¿Necesita un café o algo? —Gabriel negó y se derrumbó sobre la mesa, mientras el oficial se retiraba.
(...)
Cuatro horas más habían transcurrido, cuando la puerta se volvió a abrir. Un elegante y bien vestido hombre se sentó frente a Gabriel, que se había dormido sobre la mesa, en una posición bastante incómoda.
—Gabriel —Lo llamó—. Gabriel, despierta —Repitió el hombre.
Gabriel se desperezó y medio abrió los ojos, encontrando la mirada intensa del señor Ardley sobre él.
—Buenas noches. Mi nombre es Leonard Ardley, abogado —Se presentó, por lo que Gabriel asintió.
—¿Por qué tardó tanto en llegar? Me tienen aquí como un criminal y sólo eran unas cuantas multas sin pagar —espetó.
—Bien —Se aclaró la garganta—. La verdad son tres infracciones y una citación al juzgado —respondió el abogado—. Pero estoy aquí con otro propósito, además de ayudarte con esos temas —Señaló.
—¿Qué otro propósito? —Gabriel se sentó más recto y tomó otra postura, pues no le estaba gustando nada tanta intriga.
—Estoy aquí en representación de tu abuela —mencionó.
—Mi abuela falleció hace años —respondió.
—La señora Lester no era tu verdadera abuela, Gabriel —Los recuerdos de su padre y el odio que sentía hacia su progenitora, no se hicieron esperar, por lo que empuñó su manos y se puso de pie, dispuesto a marcharse de aquel lugar—. No he terminado…
—Esa señora no es mi abuela y no tengo nada que escuchar sobre ella —Se giró, obstinado en querer salir de la oficina en la que se encontraba.
«Si abandonó a mi padre, no entiendo por qué ahora me busca a mí», pensó Gabriel molesto.
—Gabriel —El señor Ardley, lo llamó con tranquilidad—. Martha Britter, tu abuela, quiere heredarte en vida su fortuna —mencionó, aludiendo al joven, que volteó para mirar al abogado.
—¿Su fortuna? —Leonard asintió con una sonrisa y Gabriel se volvió a sentar, interesado en lo que aquel hombre tenía que decir.
—Primero, debemos sacarte de aquí y nos iremos a primera hora a Savannah —informó.
—¿Cómo? ¿Y mi motocicleta?
—Ya solucionaremos todo eso, no te preocupes —respondió—. Entonces, ¿estás interesado en conocer más sobre la herencia de tu abuela Martha? —Gabriel no dudó dos veces y asintió.
Era su oportunidad de tener una buena vida, como tantas veces se lo había comentado su padre.
—Está bien, hablaré con el oficial Coleman y saldaré tu deuda —El abogado se puso de pie y caminó hacia la puerta, volviéndose a mirar al nieto de la señora Britter—. Vuelvo enseguida —Le hizo un asentimiento y salió satisfecho, al saber que al fin, después de tantos meses de búsqueda, había localizado a Gabriel.
Mientras el abogado resolvía los temas con la policía, Gabriel pensaba en todas las oportunidades que su padre le habló de su progenitora y del odio que le tenía por haberlo abandonado cuando apenas era un bebé. Algo en su interior le decía que lo que estaba haciendo al aceptar la herencia que le ofrecía el abogado, era lo correcto y lo haría por honrar la memoria de su padre.
Gabriel se sorprendió cuando al salir de la comisaría, un lujoso coche los esperaba, así que siguiendo los pasos al señor Ardley, abordaron el vehículo.
—¿Qué pasará con mi motocicleta? —cuestionó Gabriel, preocupado por su más grande tesoro.
—Vamos a rescatarla, por supuesto —añadió el abogado—. Con respecto a tu cita en el juzgado, tienes una nueva fecha y por favor, no dejes de asistir o esta vez será con orden de arresto —explicó.
—Está bien, iré —respondió—. Siempre me entero tarde de esas cosas, ya que voy una vez al mes a buscar mi correspondencia a casa —justificó.
Llegaron a un lujoso hotel, donde el señor Ardley pidió una suite doble para los dos, ya que era de madrugada. Por la mañana retirarían la motocicleta y podrían hablar con mayor tranquilidad.
—Descansa, Gabriel. En unas horas, tendremos un largo día por delante —advirtió Leonard.
—Sí, gracias.
Por supuesto, Gabriel aprovechó de darse un relajante baño de inmersión y ya que le habían arruinado la noche, tomó una botella de Whisky del frigobar, para brindar en nombre de su padre y por los mejores tiempos que vendrán.
A la mañana siguiente, el golpeteo en la puerta lo despertó de sobresalto, recordando dónde estaba y por qué.
—Pase —La puerta se abrió y un sonriente Leonard, apareció.
—Buenos días —saludó—. Es hora de ponernos en marcha. Te esperaré en la sala, ya que está el desayuno servido —Gabriel asintió y el abogado cerró la puerta tras él.
Después de lavarse el rostro y los dientes, se vistió para ir al encuentro del abogado y escuchar, al fin, lo que tenía que decirle sobre su abuela paterna.
El sonido de una taza rompiéndose en mil pedazos, lo alertó, así que salió a la sala y se encontró con Leonard que caía abatido sobre el sillón, mientras sostenía el celular en una mano y la otra sobre su frente, negando en reiteradas ocasiones.
—No puede ser… —dijo sorprendido—. Hablé con ella hace un par de horas y estaba tan feliz… —farfulló con la voz rota.
Gabriel estaba atento a las palabras que decía el abogado, hasta que éste, sintió su presencia y abrió los ojos con sorpresa al ver que el nieto de la señora Britter, estaba escuchando.
—Viajaré de inmediato para encargarme de todo, mientras tanto, vea todos los detalles con mi asistente, quien se comunicará con ustedes en breve. Muchas gracias por avisar, señora Pierson —Colgó la llamada y miró a Gabriel, quien estaba expectante—. Gabriel…
—¿Todo bien, abogado? —preguntó, ante la cara de angustia del pobre hombre.
—Tu abuela, la señora Britter —Suspiró acongojado—. Falleció en horas de esta mañana.
El día para Allie comenzó como cualquier otro, llegó a su trabajo puntual como siempre y su sonrisa inundó el lugar apenas entró. —Buenos días, Martha —saludó con entusiasmo a su residente favorita. —Buenos días, Allie —respondió la mujer un poco somnolienta. —Es hora de tu ducha —Le recordó. —¿No debería ducharme solo una vez a la semana? —bromeó Martha y Allie no logró cubrir su boca a tiempo, para ahogar una sonora carcajada, que seguramente se escuchó por los pasillos de la estancia. —Vamos a ponerte muy guapa y te llevaré a tomar el desayuno al jardín, el sol está maravilloso —propuso la joven, con entusiasmo. —Parece que ya me convenciste —respondió la mujer mayor, poniéndose de pie para ir a la ducha con la ayuda de Allie—. ¿Cómo está el pequeño Timothy? —preguntó por su hermano, mientras preparaban todo en el baño. —Aburrido. Desea tener una vida normal, y aunque ahora tenemos la opción de darle un nuevo medicamento que podría ayudarlo, su seguro de salud no lo cubre
Allie sintió cómo sus piernas flaquearon al saber que su querida Martha había fallecido, cuando unos brazos la rodearon por la cintura. —Lo siento mucho, Allie —Su mejor amiga, Gina, una de las paramédicos de la residencia, la abrazaba con fuerza—. Seguramente se fue en el sueño, todo parece indicar que fue su corazón —explicó, mientras no podía contener las lágrimas. —Ayer estaba tan bien, con tanta energía. Hasta se veía diferente, ¿sabes? —Gina asintió y la llevó al comedor de empleados para darle un poco de agua con azúcar, pues Allie continuaba llorando a mares, afectada por la pérdida. —Sé lo mucho que la querías, pero sabes que en un lugar como este, es algo que ocurre con más frecuencia de lo que nos gustaría —respondió su amiga. —Lo sé, Gina —sollozó—. Definitivamente, no me lo esperaba. —Tómate esto, te ayudará a calmar —Le pasó el vaso con agua, asegurándose que bebiera un poco. Le dió un beso en la frente y miró en dirección a la puerta, pues uno de los forenses la esp
Mientras Allie y Gabriel seguían tomados de la mano, mirándose fijamente, el abogado suspiró pesado, imaginando lo que se aproximaba. —Necesito que me acompañen a la casa de Martha, tenemos mucho de qué hablar —espetó Leonard, llamando la atención de ambos, por lo que soltaron sus manos y lo miraron. —¿Ahora? —cuestionó Allie. —Mejor ahora, que mañana —bufó Gabriel, ganándose una mirada molesta de la joven. —Allá les explicaré todo con calma —aseguró el señor Ardley y ambos asintieron—. Les enviaré la dirección en un mensaje. Gabriel sin decir nada, caminó hacia su motocicleta y antes de montarse, revisó el mensaje con la dirección que le envió el abogado, quedando un poco sorprendido al mirar hacia donde se debía dirigir. «Parece que después de todo, la “abuela” tenía más dinero del que me hubiera imaginado», pensó al revisar la zona tan exclusiva en la que vivía su abuela. Se montó en su moto sin mirar atrás y salió con prisa del cementerio. Por otra parte, Allie se sent
Su teléfono sonó y sonrió al ver que era Neil, uno de sus mejores amigos, quien lo llamaba. —¿En qué lío estás metido, que necesitas un abogado, chico rudo? —preguntó Neil, haciéndose el gracioso. —¿¡Con quién crees que estás hablando!? —Ambos se rieron a carcajadas—. ¿Cómo estás, idiota? —Cansado. Creo que Becky y yo necesitamos vacaciones —Se quejó su amigo—. Pero no me cambies el tema, greñudo ¿Por qué necesitas un defensor de la justicia? ¿Estás bien? —preguntó con preocupación. —Estoy bien, aunque con muchas novedades —contestó Gabriel. —¡Gabooooo! —La voz de Rebecca, esposa de Niel y su mejor amiga, lo hizo sonreír—. ¿Necesitas un abogado? ¿Por qué? —Gabriel sonrió y se dispuso a contarles todo lo que ha ocurrido en estas últimas horas. —¡Wooow! Qué suerte tienen algunos —Protestó Neil. —No me siento tan afortunado. Me imponen unas estúpidas cláusulas que se pasan de absurdas, además de tener que compartir lo que por derecho me corresponde, con una aparecida que nada tiene
Para Gabriel, su día empezó con un delicioso y completo desayuno en la habitación, el cual se permitió disfrutar sin prisas. La noche anterior había logrado comunicarse con el fiscal, amigo de Rebecca y consiguió el contacto de un muy buen abogado local, que estaba seguro que podría ayudarlo, ya que al parecer era uno de los mejores. Unas horas después, se dispuso a tomar sus cosas para dirigirse a la oficina en la que se reunirían. Al entrar se encontró con la recepcionista, quién lo recibió con una luminosa sonrisa. —Buenos días —saludó—. Tengo una cita con el señor Sumner. —Buenos días —respondió la chica—. ¿Cuál es su nombre? —Gabriel Lester. —Si gusta sentarse, el abogado lo atenderá en unos minutos —Asintió y se dirigió a la sala de espera, donde se encontraba una mujer, un poco mayor que él, de unos cuarenta y cinco años, muy elegante y guapa. Miró a Gabriel y sonrió, cruzando sus piernas deliberadamente, logrando que su falda se subiera lo suficiente para exponer la m
Al llegar a Massachusetts, lo primero que hizo Gabriel fue llamar a la oficina de Leonard para solicitar el documento que le pidió el señor Sumner, el cual le enviarán en breve a su correo, así podría mandar lo antes posible los papeles a su abogado y saber si sus posibilidades de quedarse con toda la fortuna eran positivas o tendría que ceder al capricho de su “abuela” y tener que convivir con Allie, siguiendo esas absurdas cláusulas. Contento con lo bien que estaban saliendo las cosas, abrió la puerta corredera de la bodega y comenzó a buscar entre las pocas cosas que tenía guardadas, las cajas de su padre, donde está la información que necesita. —¡Aquí estás! —exclamó emocionado, cuando encontró la caja. La abrió y comenzó a revisar los documentos en su interior, los cuales escaneó con el celular y envió al correo de su abogado, ya que se sentía ansioso y necesitaba tener la seguridad de que sus planes iban viento en popa. Guardó los documentos en una de sus carpetas y decidió
Las conversaciones sobre la herencia se alargaron más de lo que hubieran imaginado, ya que Neil y Rebecca intentaban hacer entrar en razón a un muy terco Gabriel. —Creo que es hora de irme —dijo Gabriel, poniéndose de pie. —No, nada de eso, quédate aquí —Le exigió su amiga. —No quiero molestar. —Sabes que no lo haces —respondió Neil—. Esta es tu casa, aunque no sé si quieras seguir visitándonos, después de que seas un multimillonario —bromeó y todos se rieron. —Ya les dije que en cuanto tenga oportunidad, los invitaré a pasar una temporada en la mansión de la abuela, está en un lugar increíble —murmuró, recordando el lugar e imaginando cómo sería vivir ahí, con todas las comodidades, pero claramente sin Allie, ya que eso arruinaría sus planes. —Me parece una buena idea, así conoceremos a la enfermera —agregó Rebecca. —Ella aseguró que no aceptaría la herencia, espero que siga firme en su decisión —bufó Gabriel molesto, por lo que Rebecca y Neil se miraron negando con la cab
Que Leonard la citara a medio día no le resultó para nada conveniente a Allie, pues le cortaba toda la mañana, ya que tendría que hacer el turno de tarde y probablemente el de la noche. Pero con su optimismo de siempre, decidió ver el vaso medio lleno, ya que todo lo que estaba haciendo era por su hermano y su pronta recuperación, y saber eso, la llenaba de ilusión. Se vistió con un fresco vestido verde olivo, unas cómodas sandalias, se recogió el cabello y se maquilló un poco. Tomó desayuno rápidamente y salió rumbo al hospital para llevar una muda a su madre, quien insistió en que se quedaría a pasar la noche con Timmy. Al llegar, se dirigió de inmediato a la habitación, donde se encontró a su madre sola. —Buenos días, mamá —Saludó con un abrazo y un beso—. Te ves muy cansada ¿pasaron buena noche? —No te preocupes, Allie. Timmy durmió como un bebé y ahora lo llevaron para hacer la ecocardiografía doppler. Yo dormí muy bien en este cómodo sofá y una de las enfermeras me arropó du