03. Lo siento mucho

Allie sintió cómo sus piernas flaquearon al saber que su querida Martha había fallecido, cuando unos brazos la rodearon por la cintura.

—Lo siento mucho, Allie —Su mejor amiga, Gina, una de las paramédicos de la residencia, la abrazaba con fuerza—. Seguramente se fue en el sueño, todo parece indicar que fue su corazón —explicó, mientras no podía contener las lágrimas.

—Ayer estaba tan bien, con tanta energía. Hasta se veía diferente, ¿sabes? —Gina asintió y la llevó al comedor de empleados para darle un poco de agua con azúcar, pues Allie continuaba llorando a mares, afectada por la pérdida.

—Sé lo mucho que la querías, pero sabes que en un lugar como este, es algo que ocurre con más frecuencia de lo que nos gustaría —respondió su amiga.

—Lo sé, Gina —sollozó—. Definitivamente, no me lo esperaba.

—Tómate esto, te ayudará a calmar —Le pasó el vaso con agua, asegurándose que bebiera un poco. Le dió un beso en la frente y miró en dirección a la puerta, pues uno de los forenses la esperaba—. Te dejaré por un momento, debo ir a… —Allie asintió y su amiga salió, dejándola sola junto a sus pensamientos.

—Allie, siento mucho lo de la señora Britter —dijo Raquel, asomándose por la puerta—. Ya se le ha informado al señor Ardley, quien se encontraba fuera de la ciudad, pero ya viene en camino, así que, si no puedes con el orden de su habitación, puedes atender a la señora Chang —propuso su jefa.

—No se preocupe, Raquel. Me gustaría a mi ordenar las cosas de la señora Martha —Su jefa asintió y se retiró en silencio.

Allie bebió el resto de agua que su amiga le había preparado, se mojó el rostro y sacó fuerzas, para volver a la habitación de la señora Britter y comenzar con la limpieza.

(...)

—Lo siento mucho, Gabriel… —dijo Leonard, intentando serenarse un poco—. Me hubiese encantado que la alcanzaras a conocer, pero supongo que con las cosas del destino nadie tiene decisión —añadió. 

Gabriel no supo qué contestar ni cómo sentirse, por lo que simplemente asintió y se acercó al enorme ventanal que daba a la soleada ciudad de Cleveland.

«Me hubiese gustado conocerla en persona y saber los motivos que tuvo para abandonar a mi padre cuando apenas era un bebé»,

pensaba, mientras miraba el bonito paisaje frente a sus ojos.

El carraspeo de Leonard lo trajo de vuelta al presente, por lo que se volteó y vio que el hombre le hacía un ademán para que se acercara.

—Debo irme de inmediato a Savannah y hacerme cargo del funeral de tu abuela —explicó—. No sé si quieras irte conmigo o…

—¿Qué hay de mi motocicleta? —preguntó, interrumpiendo al abogado.

—Todo dependerá de lo que desees hacer —respondió calmado—. Puedo dejarte el dinero para que la vayas a buscar y llegues a Savannah por tus propios medios, o me encargaré de que alguien lo haga por ti —propuso. En vista de que lo vio dudar, agregó—. Por supuesto, si es que sigues interesado en la herencia.

—Pero, habías dicho que ella quería hacerlo en vida… —El abogado asintió.

—Despreocúpate de eso, Gabriel. Sólo han cambiado un poco las circunstancias y a pesar del lamentable fallecimiento de tu abuela, todo sigue en pie y tengo órdenes que seguir —contestó.

—Bien. Llegaré por mi cuenta, abogado —respondió con seguridad—. Será un bonito viaje y si hay algo que me gusta, es montar en motocicleta —Leonard asintió y comenzó a escribir algo en su celular, hasta que éste sonó.

—Disculpa —Se alejó para contestar, mientras Gabriel comenzó a desayunar, dejando de prestarle atención.

Al cabo de unos minutos, el señor Ardley volvió con su tarjeta de presentación en la mano, donde había apuntado la dirección donde se realizaría el funeral.

—Guarda mi número y déjame una llamada perdida para anotar el tuyo. No quisiera perderte el rastro una vez más —señaló, por lo que Gabriel, obediente como nunca, hizo lo que el educado hombre le pidió—. Gracias —Asintió y le entregó un sobre—. Aquí hay dinero suficiente para que puedas recuperar tu motocicleta y logres llegar a Georgia sin inconvenientes.

—Parece que te pagaba bien… —murmuró el joven, ganándose una mala mirada de Leonard.

—Que disfrutes el desayuno, Gabriel —Le hizo un ademán en despedida y salió de la habitación, dejándolo con varias interrogantes en la punta de la lengua.

Por supuesto, Leonard no podía juzgar el comportamiento y las palabras tan frívolas de Gabriel, ya que al ser abogado debía mantenerse en una posición neutra, así que, por mucho cariño que le tuviera a la señora Britter, sobre todo, al no conocer los motivos por los que el joven manifestara tal rechazo por su abuela, se mantendría solemne, aunque algo podía intuir al saber la verdad de los hechos.

Abordó el coche que lo esperaba en la entrada del hotel y se dirigió al aeropuerto, donde un vuelo privado lo esperaba. En el avión, se permitió llorar la pérdida de quien fue casi una madre para él, pues el matrimonio de los señores Britter, sus padrinos, fue de quién más apoyo recibió cuando sus padres fallecieron hace unos años atrás, además de que estuvieron presentes a lo largo de toda su vida. Aunque, desde que Martha enviudó, su relación cambió, al convertirse además, en la mano derecha y confidente de su acaudalada madrina.

Tres horas y media después, el señor Ardley llegaba a Savannah, donde lo esperaba un coche que lo llevaría directamente a “Concordia Village”, la residencia donde vivió la señora Britter, estos últimos tres años.

(...)

Allie se había tomado su tiempo haciendo la limpieza en la habitación de Martha, pues cada objeto que movía le traía recuerdos de la mujer mayor, quien logró robarse su corazón y a quién sabía extrañaría mucho a partir de ahora. 

Guardó todas las pertenencias con cariño en contenedores plásticos, los cuales entregaría al señor Ardley cuando viniera por ellos. Deshizo la cama, sacó las sábanas, las cortinas y desarmó la habitación completa, pues era el protocolo que se debía seguir tras el fallecimiento de uno de sus miembros, para que esa habitación en un futuro próximo, sea otorgada a un nuevo residente.

—Sólo espero que quién ocupe esta habitación, sea digno de ella, pues Martha dejó una vara muy alta, en cuanto a calidad humana —murmuró, cuando finalmente terminó de ordenar. 

Le dio un último vistazo a la habitación y tras un sonoro suspiro, caminó hacia la lavandería, para dejar todas las prendas que había retirado minutos atrás.

—¡Allie! —La voz de Fanny, una de sus compañeras, la hizo detenerse y voltear a mirar—. Ya está aquí, el hombre que venía siempre a visitar a la señora Britter —La piel se le erizó y asintió, pues deseaba preguntar dónde se realizarán los servicios y poder despedirla como ella lo merecía. 

—Gracias, Fanny —respondió, dejando rápidamente las cosas en la lavandería y acercándose a la zona de administración, por si veía al señor Ardley.

Se dio un par de vueltas sin éxito, pues no había señales del hombre y mucho menos de la señora Pierson, la administradora. Así que cabizbaja y esperando encontrar la información de algún otro modo, fue hacia los vestidores, para darse una ducha rápida y cambiarse de ropa, ya que su turno había acabado.

Tomó su bolsa del casillero y decidió dar una última mirada en la habitación de Martha. No podía dejar de pensar que tan sólo hace unas horas, las dos compartían risas y una grata conversación. 

—La estaba esperando, señorita Curtis —dijo Leonard, cuando la sintió entrar a la habitación.

—Y yo lo estaba buscando —respondió—. Siento mucho su pérdida, señor Ardley —agregó, queriendo decirle muchas palabras bonitas sobre Martha, pero el nudo en su garganta se lo impidió

—Creo que no nos hemos presentado como corresponde —mencionó el hombre—. Soy Leonard Ardley, abogado, mano derecha y lo más importante, ahijado de Martha —Le extendió la mano, la cual Allie estrechó con sorpresa ante la presentación.

—Bueno, yo soy Allie Curtis, enfermera auxiliar y amiga de la señora Britter —respondió, torciendo una sonrisa.

—Sé mucho sobre ti, a través de Martha. Te quería muchísimo —comentó.

—Y yo a ella.

—Lo sé, Allie —respondió—. Es por eso que quiero hablar contigo.

—Quería saber, si es posible que pueda asistir…

—De eso mismo quería hablarte —La interrumpió—. Me tomé el atrevimiento con la señora Pierse, para que puedas asistir al servicio fúnebre de Martha. Es algo que a ella le hubiese gustado —explicó.

—Por supuesto. Muchas gracias, señor Ardley —Leonard asintió y sonrió.

—Además, Martha me dejó algunas instrucciones y una de ellas, es comentarte que te consideró como heredera, Allie.

—¿Heredera? —preguntó confundida, ya que no se imagina qué pueda heredar de Martha, pues ahora le hacía mucho sentido que ella residiera en ese lugar, al saber que Leonard era su ahijado.

—Así es. Después del funeral, nos reuniremos y conversaremos de ello, siempre y cuando estés de acuerdo —mencionó.

«¿Qué me podría haber dejado Martha? Sea lo que sea, lo guardaré con todo el cariño que nos teníamos y me sentiré honrada por aceptar», pensó.

—Si era su voluntad, aceptaré —contestó segura.

—Gracias, Allie —rebatió Leonard—. Sé lo mucho que la querías y lo bien que le hacían tus cuidados y cariño —Le apretó suavemente el hombro, ya que estaba conteniendo las lágrimas.

—Fue un placer cuidar de ella.

—Toma, aquí está mi número de teléfono —Allie guardó el contacto de inmediato en su celular, dejándole una llamada perdida, por lo que Leonard asintió y le sonrió—. Nos vemos el martes —Se despidieron de la mano y salieron de la que fue por tres años, la habitación de una gran mujer.

(...)

Apenas salió del hotel, Gabriel tomó un taxi hacia el corral de la policía, donde se encontraba retenida su motocicleta. Tras pagar, revisó sus pertenencias y partió rumbo hacia Savannah, Georgia, haciendo una que otra parada para descansar o comer algo, y aunque estuvo tentado de llevarse a la camarera del restaurant para quitarse las ganas, no se sentía de ánimos. 

«Parece que mi “abuela” además de aparecer repentinamente y dejarme una supuesta herencia, me ha arruinado dos noches muy prometedoras», pensó con molestia.

Durante el trayecto, no pudo evitar pensar en que quizás las cosas podrían haber sido de otra forma si su “abuela” no hubiese abandonado a su padre y por mucho que intentara ponerse en su lugar, no lo conseguía, ya que, por último, de no haberse podido hacer cargo, cómo no buscarlo o querer saber algo sobre él y su familia. 

Algo de cierto debe ser lo que su padre le decía y eso quedaría pendiente para cuando volviera a Massachusetts. Así podría revisar los documentos que su padre guardaba con sigilo y que él tenía hace tanto tiempo en una caja.

(...)

El día del funeral llegó y aunque Allie no podía ocultar las lágrimas por lo triste del servicio, se sorprendió al ver a tanta gente despidiendo a la solitaria Martha. Lo más increíble, es que quienes merodeaban el cortejo, eran personas de la alta sociedad, quienes estaban asombradas por la repentina muerte de la señora Britter, pues según los comentarios que más se escuchaban, llevaba tiempo desaparecida.

El señor Ardley tampoco disimuló la tristeza que le provocaba la partida de Martha, pero de entre los asistentes, un apuesto joven de brazos cruzados y ceño fruncido, fue quien más llamó su atención, no solo por su aspecto, sino porque este no le quitaba los ojos de encima, consiguiendo ruborizarse, incluso, a pesar de estar en estas circunstancias.

Tal y como se lo había pedido el señor Ardley, Allie aguardó a que la gente comenzara a retirarse, cuando Leonard se acercó a ella, acompañado del joven que seguía sin quitarle los ojos de encima.

—Allie, te presento a Gabriel Lester —La joven le extendió una temblorosa mano, la cual él no dudó en estrechar, sintiendo como una corriente eléctrica le recorría la columna y cada terminal nervioso de su cuerpo, casi como si se quemara.

—Es un gusto, Allie —Los verdes ojos de la joven, capturaron los de Gabriel, que aunque nervioso, supo disimular muy bien lo mucho que ella le provocaba.

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