Capítulo 4

Bianca parecía pensativa, no podía creer lo que había ocurrido en las últimas horas. Su trabajo soñado en la exportadora “Marciti” había dado un giro inesperado con la llegada de Augusto Martínez. Después del incidente con el café y el traje, aún se sentía nerviosa y confundida. 

Lo peor de todo era que debía pagar una cantidad absurda por ese traje, como si sus gastos personales no fueran nada, ahora estaría en deuda por un año.

Mientras Carlos redactaba el contrato de matrimonio, Augusto observaba con atención. Sabía que la secretaría ingenua frente a él era la candidata perfecta para cumplir con los deseos de su abuela sin comprometer su estilo de vida.

Bianca, ajena a las maquinaciones de Augusto, se esforzaba por recuperar el control de la situación. Trató de recordar todos los detalles que le había contado su padre sobre la importancia de mantener la calma en momentos de crisis.

Carlos terminó de redactar el contrato y se acercó a Bianca con una expresión seria en su rostro.

—Bianca, necesito que firmes este documento. Es una cuestión de procedimiento para solucionar el incidente de hoy —dijo Carlos, extendiéndole el contrato.

Bianca tomó el documento con manos temblorosas y comenzó a leerlo. Las palabras "contrato de matrimonio" la hicieron fruncir el ceño.

—¿Contrato de matrimonio? ¿Qué significa esto? —preguntó, con incredulidad en su voz.

Carlos sonrió, como si hubiera esperado esa pregunta.

—Es una forma simbólica de asegurar que el señor Martínez reciba la compensación adecuada por el traje. Es un acuerdo que te beneficiará también a ti, Bianca. Solo debes confiar en nosotros —respondió, con calma.

Bianca se sintió atrapada. No quería perder su trabajo, pero tampoco quería firmar algo que no entendía completamente. Miró a Augusto, quien la observaba con una expresión calculadora.

—Está bien, lo firmaré. Pero espero que todo esto sea una broma pesada —dijo, tomando la pluma y firmando el contrato.

Carlos recogió el contrato con una sonrisa de satisfacción y se lo entregó a Augusto. Bianca sintió que algo no estaba bien, pero no podía identificar qué era.

—Muy bien, señorita del Pilar González, a partir de ahora deberá cumplir con ciertas responsabilidades adicionales. Espero que esté a la altura de las circunstancias —dijo Augusto, con una sonrisa irónica.

La llevaron al registro civil para formalizar el matrimonio. Bianca estaba desconcertada, sin entender completamente lo que estaba sucediendo. Al salir, su confusión era evidente.

—¿Qué acaba de pasar? —murmuró, con la mirada perdida.

—Se que todo esto es nuevo para tí, tu necesitas pagarme por el traje y yo necesito que me ayudes con mi abuela —mencionó Augusto.

—¿Con su abuela jefecito? —preguntó Bianca inocentemente y Augusto sonrió, sin duda ella sería una buena tapadera y sabía que sería fácil de engañar para sus fines. 

—Si señorita del Pilar, mi abuela está enferma, muy enferma la pobre anciana morirá pronto, y quiero que ella muera con uno de sus sueños hechos realidad. Solo debemos fingir frente a ella que estamos casados, nada más, pero no seremos un matrimonio de verdad, tu seguirás con tu vida y yo con la mía, ¿Entiende? 

—Pobre mujer, me imagino que ha de ser muy difícil, pero engañar a una anciana....

—No lo veas como un engaño, velo como el último deseo de una pobre anciana. 

Bianca asintió ya que su corazón era de pollo y no podía imaginar a una pobre anciana sufriendo por no cumplir su último deseo. 

Augusto, con aires de superioridad por la "nieta tonta" que había conseguido para su abuela, decidió llevarla y presentarla a la anciana. Ansiaba ver el desprecio y el desdén con los que su abuela miraría a Bianca.

—Te presentaré con mi abuela, no te pongas nerviosa, todo saldrá bien, después te llevaré a tu casa.

Bianca asintió ante las palabras de Augusto.

Al llegar a la mansión Martínez, Augusto caminaba con porte altivo frente a Bianca, creyendo que tenía el mundo a sus pies. Pero no se imaginaba el significado de la sonrisa dibujada en el rostro de su secretaria-esposa.

Al llegar frente a su abuela, Augusto comenzó a hablar.

—Abuela, te traigo lo que querías. Pese a que me costó encontrar a alguien adecuada para mí, ya estoy casado —dijo, con una sonrisa triunfal.

La anciana abrió los ojos con sorpresa, pero estos estaban iluminados por la emoción y alegría de saber que su nieto por fin estaba casado.

—¿En serio? No puedo creerlo, Augusto. Esto es maravilloso —dijo la abuela, con una sonrisa radiante.

Augusto se hizo a un lado y presentó a Bianca, esperando ver su torpeza salir a relucir. Pero nada pasó como él esperaba.

Bianca se presentó cortésmente.

—Es un placer conocerla, señora Martínez. Soy Bianca del Pilar González, a su disposición —dijo, con una sonrisa educada.

La abuela de Augusto quedó impresionada por la cortesía y educación de Bianca. La mujer torpe y distraída que Augusto había conocido parecía no estar presente. En su lugar, había una joven segura y educada, lo cual enfureció a Augusto.

Mientras su abuela hablaba cómodamente con su esposa, Augusto abandonó el lugar como alma que lleva el diablo, frustrado y confundido por la situación.

¡Esa mujer lo acababa de tomar por tonto! ¿O solo era un juego para ella? ¿Cómo podría ser que de un momento a otro no fuera la torpe y tonta mujer que le derramó café encima?  

Caminó fuera del lugar una y otra vez. Su plan de enojar a la anciana no había funcionado, pero al menos tenía asegurada su herencia y todo lo que con ella venía. 

—Jefecito —escuchó la voz de esa mujer detrás de sí, por lo que; irritado, giró en esa dirección sin borrar su expresión de molestia. 

—¿Por qué demonios me llamas de esa manera? —preguntó indignado —señor Martinez para ti.

—Jefecito es más corto —respondió con una inocente sonrisa, algo que irritó mucho más al hombre frente a ella. Hace un momento era la mujer más segura y educada del mundo, ahora, frente a él, volvía a ser la tonta secretaria que conoció. 

Acercándose lentamente hasta él, Bianca se inclinó un poco y susurró unas palabras que de alguna forma, alegraron el día de Augusto.

—Jefecito ¿Usted cree que su abuela se molestara conmigo al saber que choque sin querer con el florero de la entrada? —preguntó, viendo una sonrisa divertida aparecer en el rostro del hombre. 

—No lo creo, es solo un florero —respondió, girándose decidido a abandonar la mansión.

Cada objeto que había en el lugar era muy preciado para su abuela. Como ella era amante de las plantas, su abuelo vivía regalándole uno en diferentes días y al ya no tenerlo a su lado, sabía que la anciana moriría de rabia y le pediría que se divorciara de la tonta de su secretaría. 

—Jefecito ¿A dónde vamos ahora? —continuó Bianca, alcanzandolo rápidamente. 

—Hasta aquí llegamos juntos, ahora tú ves cómo vuelves —respondió sin importancia —puedes tomarte el día si quieres, pero sé puntual mañana.

Y sin añadir más palabras, se marchó dejando a la tonta de su secretaria completamente anonadada. ¿Cómo se suponía que regresaría desde allí? Jamás estuvo en un lugar como ese y por lo que podía notar, era un barrio muy lujoso al cual seguramente no entraban los taxis.

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