Bianca parecía pensativa, no podía creer lo que había ocurrido en las últimas horas. Su trabajo soñado en la exportadora “Marciti” había dado un giro inesperado con la llegada de Augusto Martínez. Después del incidente con el café y el traje, aún se sentía nerviosa y confundida.
Lo peor de todo era que debía pagar una cantidad absurda por ese traje, como si sus gastos personales no fueran nada, ahora estaría en deuda por un año.
Mientras Carlos redactaba el contrato de matrimonio, Augusto observaba con atención. Sabía que la secretaría ingenua frente a él era la candidata perfecta para cumplir con los deseos de su abuela sin comprometer su estilo de vida.
Bianca, ajena a las maquinaciones de Augusto, se esforzaba por recuperar el control de la situación. Trató de recordar todos los detalles que le había contado su padre sobre la importancia de mantener la calma en momentos de crisis.
Carlos terminó de redactar el contrato y se acercó a Bianca con una expresión seria en su rostro.
—Bianca, necesito que firmes este documento. Es una cuestión de procedimiento para solucionar el incidente de hoy —dijo Carlos, extendiéndole el contrato.
Bianca tomó el documento con manos temblorosas y comenzó a leerlo. Las palabras "contrato de matrimonio" la hicieron fruncir el ceño.
—¿Contrato de matrimonio? ¿Qué significa esto? —preguntó, con incredulidad en su voz.
Carlos sonrió, como si hubiera esperado esa pregunta.
—Es una forma simbólica de asegurar que el señor Martínez reciba la compensación adecuada por el traje. Es un acuerdo que te beneficiará también a ti, Bianca. Solo debes confiar en nosotros —respondió, con calma.
Bianca se sintió atrapada. No quería perder su trabajo, pero tampoco quería firmar algo que no entendía completamente. Miró a Augusto, quien la observaba con una expresión calculadora.
—Está bien, lo firmaré. Pero espero que todo esto sea una broma pesada —dijo, tomando la pluma y firmando el contrato.
Carlos recogió el contrato con una sonrisa de satisfacción y se lo entregó a Augusto. Bianca sintió que algo no estaba bien, pero no podía identificar qué era.
—Muy bien, señorita del Pilar González, a partir de ahora deberá cumplir con ciertas responsabilidades adicionales. Espero que esté a la altura de las circunstancias —dijo Augusto, con una sonrisa irónica.
La llevaron al registro civil para formalizar el matrimonio. Bianca estaba desconcertada, sin entender completamente lo que estaba sucediendo. Al salir, su confusión era evidente.
—¿Qué acaba de pasar? —murmuró, con la mirada perdida.
—Se que todo esto es nuevo para tí, tu necesitas pagarme por el traje y yo necesito que me ayudes con mi abuela —mencionó Augusto.
—¿Con su abuela jefecito? —preguntó Bianca inocentemente y Augusto sonrió, sin duda ella sería una buena tapadera y sabía que sería fácil de engañar para sus fines.
—Si señorita del Pilar, mi abuela está enferma, muy enferma la pobre anciana morirá pronto, y quiero que ella muera con uno de sus sueños hechos realidad. Solo debemos fingir frente a ella que estamos casados, nada más, pero no seremos un matrimonio de verdad, tu seguirás con tu vida y yo con la mía, ¿Entiende?
—Pobre mujer, me imagino que ha de ser muy difícil, pero engañar a una anciana....
—No lo veas como un engaño, velo como el último deseo de una pobre anciana.
Bianca asintió ya que su corazón era de pollo y no podía imaginar a una pobre anciana sufriendo por no cumplir su último deseo.
Augusto, con aires de superioridad por la "nieta tonta" que había conseguido para su abuela, decidió llevarla y presentarla a la anciana. Ansiaba ver el desprecio y el desdén con los que su abuela miraría a Bianca.
—Te presentaré con mi abuela, no te pongas nerviosa, todo saldrá bien, después te llevaré a tu casa.
Bianca asintió ante las palabras de Augusto.
Al llegar a la mansión Martínez, Augusto caminaba con porte altivo frente a Bianca, creyendo que tenía el mundo a sus pies. Pero no se imaginaba el significado de la sonrisa dibujada en el rostro de su secretaria-esposa.
Al llegar frente a su abuela, Augusto comenzó a hablar.
—Abuela, te traigo lo que querías. Pese a que me costó encontrar a alguien adecuada para mí, ya estoy casado —dijo, con una sonrisa triunfal.
La anciana abrió los ojos con sorpresa, pero estos estaban iluminados por la emoción y alegría de saber que su nieto por fin estaba casado.
—¿En serio? No puedo creerlo, Augusto. Esto es maravilloso —dijo la abuela, con una sonrisa radiante.
Augusto se hizo a un lado y presentó a Bianca, esperando ver su torpeza salir a relucir. Pero nada pasó como él esperaba.
Bianca se presentó cortésmente.
—Es un placer conocerla, señora Martínez. Soy Bianca del Pilar González, a su disposición —dijo, con una sonrisa educada.
La abuela de Augusto quedó impresionada por la cortesía y educación de Bianca. La mujer torpe y distraída que Augusto había conocido parecía no estar presente. En su lugar, había una joven segura y educada, lo cual enfureció a Augusto.
Mientras su abuela hablaba cómodamente con su esposa, Augusto abandonó el lugar como alma que lleva el diablo, frustrado y confundido por la situación.
¡Esa mujer lo acababa de tomar por tonto! ¿O solo era un juego para ella? ¿Cómo podría ser que de un momento a otro no fuera la torpe y tonta mujer que le derramó café encima?
Caminó fuera del lugar una y otra vez. Su plan de enojar a la anciana no había funcionado, pero al menos tenía asegurada su herencia y todo lo que con ella venía.
—Jefecito —escuchó la voz de esa mujer detrás de sí, por lo que; irritado, giró en esa dirección sin borrar su expresión de molestia.
—¿Por qué demonios me llamas de esa manera? —preguntó indignado —señor Martinez para ti.
—Jefecito es más corto —respondió con una inocente sonrisa, algo que irritó mucho más al hombre frente a ella. Hace un momento era la mujer más segura y educada del mundo, ahora, frente a él, volvía a ser la tonta secretaria que conoció.
Acercándose lentamente hasta él, Bianca se inclinó un poco y susurró unas palabras que de alguna forma, alegraron el día de Augusto.
—Jefecito ¿Usted cree que su abuela se molestara conmigo al saber que choque sin querer con el florero de la entrada? —preguntó, viendo una sonrisa divertida aparecer en el rostro del hombre.
—No lo creo, es solo un florero —respondió, girándose decidido a abandonar la mansión.
Cada objeto que había en el lugar era muy preciado para su abuela. Como ella era amante de las plantas, su abuelo vivía regalándole uno en diferentes días y al ya no tenerlo a su lado, sabía que la anciana moriría de rabia y le pediría que se divorciara de la tonta de su secretaría.
—Jefecito ¿A dónde vamos ahora? —continuó Bianca, alcanzandolo rápidamente.
—Hasta aquí llegamos juntos, ahora tú ves cómo vuelves —respondió sin importancia —puedes tomarte el día si quieres, pero sé puntual mañana.
Y sin añadir más palabras, se marchó dejando a la tonta de su secretaria completamente anonadada. ¿Cómo se suponía que regresaría desde allí? Jamás estuvo en un lugar como ese y por lo que podía notar, era un barrio muy lujoso al cual seguramente no entraban los taxis.
Bianca se quedó de pie frente a la mansión, viendo cómo el auto de su jefe se alejaba con él dentro. Maldijo para sus adentros cuando escuchó la voz de la abuela de su jefecito detrás de ella.—¿Quién rompió mi florero? —habló en tono fuerte y autoritario la abuela de Augusto.Bianca volteó a ver a la señora y se le ocurrió un plan de venganza contra su jefecito por haberla abandonado ahí.—Ay, abuela, fue Augusto. Por eso el pobre salió tan asustado y tan deprisa que me dejó aquí sola —fingió inocencia, aunque en ese momento no la tenía.—A ese nieto mío le hicieron falta un par de nalgadas. Mira que abandonarte aquí sola por el simple hecho de haber roto mi florero… Después lo haré pagar muy caro. Ahora comamos un postre y te enviaré con el chofer a donde tú quieras ir.Bianca, feliz porque se salió con la suya, entró nuevamente a la mansión de la mano de la abuela de su jefecito.—Abuela, ¿puedo pedirle un favor? —indaga Bianca, sabiendo que debe cubrirse las espaldas para salvarse
Augusto se despertó con pesar con una ligera presión en la cabeza, siendo un residuo más de la noche anterior. Miró a su alrededor: la luz suave de la mañana se filtraba por las cortinas de la lujosa suite de hotel. La mujer que había pasado la noche a su lado seguía dormida, desnuda y envuelta en las sábanas arrugadas. La observó por un momento, sin una pizca de remordimiento en su mirada. Para él, era solo una más, un pasatiempo, nada más. Nunca las mujeres significaban algo más para él, solo un acoston de una noche y nomás. Se incorporó de la cama sin hacer ruido, tomando una rápida mirada al reloj de su muñeca. Las diez de la mañana. No era extraño para el dormir hasta tarde, había días en los que despertaba a más de medio día.Pero aún así había cosas que hacer, y esa mujer era solo una distracción momentánea, una que ya no le interesaba, en los más minimo.Tomó su camisa del suelo, la sacudió y la puso sobre su cuerpo de manera mecánica. Al salir de la habitación, cerró la pue
Bianca llegó a casa antes de lo esperado. Su turno había terminado más temprano, así que decidió pasar por el supermercado. Compró todo lo necesario para preparar la cena favorita de Guillermo. Quería sorprenderlo, hacer de esa noche algo especial. Después de todo, últimamente sentía que las cosas entre ellos no estaban bien, pero ella se negaba a creer que su relación estuviera en peligro.Sacó las llaves de su bolso y abrió la puerta con una sonrisa. Sin embargo, lo que encontró al entrar la dejó inquieta. Había ropa tirada por toda la sala. Blusas, pantalones, incluso ropa interior. Algunas prendas eran de hombre, otras claramente de mujer. Su corazón se aceleró de inmediato. Su mente empezó a crear escenarios caóticos, pero se obligó a mantener la calma.—Seguro dejó la ropa tirada, como siempre —murmuró para sí misma, intentando convencerse de que todo estaba bien.Sin embargo, algo dentro de ella le decía que no.Dejó las bolsas de compras sobre la mesa y caminó con pasos cuidad
Bianca, después de calmarse, se fue a casa de su madre. Sabía que iba a llenarla de interrogantes, pero de nada servía mentirle a su madre. Nunca lo había hecho.Se arrepintió de no haberle hecho caso cuando le advirtió que no le gustaba Guillermo para ella. Su instinto de madre no fallaba, pero como nadie aprende por cuero ajeno, la dejó irse de casa para vivir con ese hombre.Bianca siempre fue rebelde, hacía lo que quería, y si alguien le decía que no, ella con mayor razón decía que sí. Aunque aparenta ser débil y distraída, es terca como una mula. De pequeña se metía en problemas cada vez que podía, y su madre Maite debía ir a abogar por su hija. La mujer no sabía qué hacer con ella, además era maní pesada, todo lo que tocaba lo dañaba. Tuvo que pagar varias pipetas del laboratorio de química, además de que se le cayó de las manos el costoso microscopio de la clase de ciencias.Bianca llegó con pasos cansados hasta la pequeña casa, tocó la puerta algo dudosa. Un rato después, su m