Capítulo 3

Bianca, después de calmarse, se fue a casa de su madre. Sabía que iba a llenarla de interrogantes, pero de nada servía mentirle a su madre. Nunca lo había hecho.

Se arrepintió de no haberle hecho caso cuando le advirtió que no le gustaba Guillermo para ella. Su instinto de madre no fallaba, pero como nadie aprende por cuero ajeno, la dejó irse de casa para vivir con ese hombre.

Bianca siempre fue rebelde, hacía lo que quería, y si alguien le decía que no, ella con mayor razón decía que sí. Aunque aparenta ser débil y distraída, es terca como una mula. De pequeña se metía en problemas cada vez que podía, y su madre Maite debía ir a abogar por su hija. La mujer no sabía qué hacer con ella, además era maní pesada, todo lo que tocaba lo dañaba. Tuvo que pagar varias pipetas del laboratorio de química, además de que se le cayó de las manos el costoso microscopio de la clase de ciencias.

Bianca llegó con pasos cansados hasta la pequeña casa, tocó la puerta algo dudosa. Un rato después, su mamá abrió y cuando la vio, sospechó que algo le había pasado a su niña.

—Bia, mi preciosa. ¿Qué te pasó? —preguntó preocupada. 

—Mamá, no quiero hablar de eso. ¿Mañana, sí? —respondió con un hilo de voz. 

—Está bien. Ve a tu habitación, te pones tu pijama de unicornios y ya te llevo un té para que te sientas mejor. ¿Te parece? —Nada mejor que los mimos de mamá, y Maite sí que ha mimado a Bianca.

Al día siguiente hablarían. Pero Bianca se despertó más tarde que nunca, su despertador no sonó o, dormida, lo apagó. Estaba segura de que su mamá le puso algo a su famoso: “té borra penas”, y por eso no despertó. Llegaría tarde, pero eso no la preocupaba. ¿Acaso quién la iba a regañar? 

Ya llevaba un año trabajando en la exportadora “Marciti”. Es el trabajo soñado de toda secretaria. No tiene jefe. ¡Genial! No hay ningún tipo gruñón, apático y dictador gritando a sus pobres empleados para que hagan el trabajo. Ella básicamente hace lo mismo todos los días y las decisiones las toman los socios de la exportadora a la cabeza de la señora Dione Martínez una vez al mes. 

Pero ese día le pasaría de todo a la inocente e ingenua Bianca del Pilar. Apenas entró con su café caliente en la mano al imponente edificio, sintió un aura distinta.

Recogió la correspondencia, que ni tenía a quien entregar; sin embargo, cada día se la recibía a Rita, la recepcionista. Se subió al ascensor de presidencia, aquel que siempre usa y apretó el botón del piso trece donde quedaban las oficinas de presidencia, pero nada la preparó para lo que sucedió al abrirse la puerta del ascensor. 

Una imponente figura la esperaba afuera del ascensor, y la aún dormida Bianca gritó de la impresión, soltando como proyectil el café y la correspondencia que tenía en la mano, cayendo todo en la humanidad de Augusto Martínez. 

—¡Santa virgen de la papaya! ¡Qué susto de los mil demonios me ha dado! —La pobre Bianca se manda la mano al pecho tratando de contener su desbocado corazón y detrás de Augusto, un muy divertido Carlos se reía de lo chistoso de la situación. Hasta que la mirada de asesino serial de su jefe lo cayó de inmediato. 

—¡Recoge todo, has que limpien este desastre, y tráeme un traje nuevo! —Augusto gritaba fuera de sí, y Carlos y Bianca solo corrían como gallinas sin cabeza sin saber qué hacer primero. —¡Ahora! 

Se dirigió a pasos largos hasta su oficina y Bianca, detrás de él, le decía inocente sin saber quién es en realidad. 

—Señor, ¡no puede entrar ahí! ¿Tienes una cita? Oiga, ¡no se haga el sordo! ¿Quién es usted y qué hace aquí? —Augusto frenó en seco, desquiciado por la voz chillona de la tonta secretaria que le tocó. Y una distraída Bianca, que por estar alegando con él, no se fijó en que paró sin poner las luces estacionarias y chocó de narices con la ancha espalda de su desconocido jefe, cayendo de nalgas. 

Apenas se estaba recuperando del golpe cuando sintió un grito que la dejó helada. 

—¡Soy tu jefe, m*****a niña! ¿Qué hace ahí, aplastada en el piso como cucaracha? ¡Necesito para ayer todo lo que le pedí! —Augusto entró a la oficina, seguido de Carlos, y se sentó imponente en su silla presidencial, después de quitarse la chaqueta de su malogrado traje.

—Es bien tonta la secretaria que dejó tu papá antes de morir. Ni me quiero imaginar de dónde se la sacó. —Carlos se reía divertido al ver la situación. 

Augusto estaba indignado. Por eso no le gusta relacionarse con nadie, ni asistir a la empresa a hacer acto de presencia, precisamente para evitar estas situaciones. Para él es más fácil cada mes recibir en su cuenta los millones que le dan por ser nieto de Dione Martínez. Pero ese privilegio ya lo iba a perder, y su abuela ya lo tenía sentenciado. Debía cumplir su petición, pero él no quería una esposa que lo privara de la vida libertina a la que estaba acostumbrado. Debe de conseguir una esposa como a lo Shakira: ciega, sorda y muda. Una tonta…

—Tonta. ¡Eso es! —Carlos se ríe de la actitud de su jefe. 

—Sí, sí, tonta. Es bien tonta. —Carlos repetía lo que ya sabía. 

—Carlos, redacta un contrato de matrimonio. ¡Lo necesito ya mismo! —su asistente acató su orden y se puso manos a la obra. 

—¿Y cuál es el nombre de la desafortunada novia? —pregunta Carlos, al momento de abrir el formato de contrato de matrimonio en su PC. 

—Toca preguntarle a la tonta de la secretaria cómo se llama. —Carlos abre su boca, pero cuando iba a decir algo entra Bianca, que traía en una funda un traje que para nada era de diseñador. Lo sacó lo más rápido que pudo de las dotaciones que le dan al personal. 

—Jefesito, su traje —se acercó para entregárselo y cuando Augusto lo sacó de la funda, su cara se puso roja y Carlos estaba seguro de que de sus orejas salía vapor.

—¿Eres idiota? ¿Cómo me traes un traje como para un Mickey Mouse? ¿Acaso piensa que soy un duende o un elfo? —Augusto tiró el traje con gancho y funda contra la puerta de la oficina, haciendo que Bianca se agache del susto que le dio su energúmeno jefe. 

—¿Por qué no preguntaste la talla? ¿Señorita? —Carlos se porta formal, si va a ser la esposa de su jefe, la debe tratar bien. 

—Bianca, Bianca, del Pilar González a sus órdenes. —A Bianca le temblaba todo. Jamás había sentido tanto pánico en su vida. Su jefe era un monstruo. Tan bueno que trabajaba solita, sin que nadie la molestara. 

Augusto se sentó nuevamente en su silla y dejó que Carlos manejara la situación. Él sabía qué hacer, ya lo había sacado de muchos aprietos en el pasado. No en vano es un excelente abogado, que no duda en torcerse por su amigo. 

—Bianca, es mejor que le pagues el traje al señor Martínez. Se te va a descontar del salario, pero para eso debes de firmar esta factura. —Augusto miraba con cautela qué era lo que iba a hacer Carlos. Estaba seguro de que la iba a convencer. 

—¿De mi sueldo? Pero esos trajes son muy caros. ¿Y si lo hacemos en varias cuotas? —Bianca se creía muy lista y trató de negociar. 

—Está bien, ¿qué tal a un año? —Carlos sabía que un año era el plazo del supuesto matrimonio. 

—Perfecto. A un año. —Carlos le mostró de qué fecha, a qué fecha y el monto, que no era más que una mínima e irrisoria compensación al año de matrimonio. Y Bianca, convencida de que había hecho el negocio de su vida, firmó su sentencia sin saberlo. 

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