Bianca llegó a casa antes de lo esperado. Su turno había terminado más temprano, así que decidió pasar por el supermercado. Compró todo lo necesario para preparar la cena favorita de Guillermo. Quería sorprenderlo, hacer de esa noche algo especial. Después de todo, últimamente sentía que las cosas entre ellos no estaban bien, pero ella se negaba a creer que su relación estuviera en peligro.
Sacó las llaves de su bolso y abrió la puerta con una sonrisa. Sin embargo, lo que encontró al entrar la dejó inquieta. Había ropa tirada por toda la sala. Blusas, pantalones, incluso ropa interior. Algunas prendas eran de hombre, otras claramente de mujer. Su corazón se aceleró de inmediato. Su mente empezó a crear escenarios caóticos, pero se obligó a mantener la calma.
—Seguro dejó la ropa tirada, como siempre —murmuró para sí misma, intentando convencerse de que todo estaba bien.
Sin embargo, algo dentro de ella le decía que no.
Dejó las bolsas de compras sobre la mesa y caminó con pasos cuidadosos hacia las escaleras. Justo cuando pisó el primer escalón, escuchó un ruido que la dejó helada. Gemidos y jadeos entrecortados se escuchaban.
Su respiración se volvió errática, y sintió un nudo en la garganta.
—No… No puede ser…—susurro mientras que daba un paso a la vez, entonces los sonidos se volvían más claros, más evidentes. Su pecho subía y bajaba con fuerza. El sudor frío se acumulaba en su espalda. Sus dedos temblaban cuando, finalmente, llegó a la puerta de la habitación.
La empujó con fuerza.
Y lo que vio la destrozó.
Guillermo estaba en la cama. Desnudo. Con una mujer encima de él. La escena era tan clara, tan cruel, que su cerebro se negó a procesarla de inmediato.
La mujer gemía, aferrándose a él como si nada más importara. Sus caderas se movían en un vaivén que le revolvió el estómago.
Bianca sintió como si el suelo se abriera bajo sus pies. Sus manos temblaban, y sus lágrimas descendían sin control, sin permiso.
—¿Qué… qué es esto, Guillermo? —su voz salió rota, apenas en un susurro ahogado por su propio llanto.
El impacto de su presencia hizo que Guillermo empujara a la mujer a un lado con brusquedad. El cuerpo de la amante quedó expuesto, y Bianca sintió una punzada de asco al reconocerla.
Era su prima, Cristina.
El dolor se transformó en rabia.
—¡Dios mío! —llevó una mano a su boca, sintiéndose a punto de vomitar—. ¿Con mi prima? ¿Con ella, Guillermo?
Él se levantó de la cama apresuradamente, poniéndose los pantalones con torpeza.
—No es lo que parece, mi ratoncita —intentó acercarse, pero Bianca retrocedió con los ojos llenos de lágrimas y furia—. No pienses mal, amor, yo…
—¡No me llames así! —lo interrumpió ella, sintiendo que el pecho le dolía de tanto contener la respiración—. ¿Cómo puedes tener la cara de decir que no es lo que parece? ¡Te acabo de ver con ella!
Guillermo tragó saliva. Sabía que estaba en problemas, que su única oportunidad era convencerla de que todo había sido un error. No porque la amara, sino porque perderla no le convenía. Ella era quien lo mantenía. Sin Bianca, su vida se iría a la m****a.
—Fue un error… Yo… estaba confundido…
—¡No me tomes por estúpida! —gritó Bianca, sintiendo que su cuerpo se sacudía de rabia—. ¡No hay forma de justificar esto!
Cristina, envuelta apenas en una sábana, se levantó de la cama con una expresión molesta.
—Ya basta, Bianca, no hagas un drama grande de esto.
—¿Un drama? —la miró incrédula, sintiendo que la traición de su prima dolía tanto como la de Guillermo—. ¡Me estás diciendo que no haga drama cuando te acabo de ver revolcándose con mi novio!
Cristina se cruzó de brazos, su expresión completamente indiferente.
—Guillermo y yo siempre tuvimos química, pero tú estabas ahí, tan metida en esta relación absurda, que él nunca se atrevió a dejarte.
Las palabras la golpearon con la fuerza de una tormenta.
—¿Desde cuándo?
—Eso no importa —respondió Cristina con una sonrisa burlona—. Lo importante es que ya lo sabes.
Bianca sintió que su corazón se hacía pedazos. La rabia y el dolor la invadieron al mismo tiempo.
—Te juro que nunca en mi vida me sentí tan traicionada —murmuró, con la voz llena de veneno—. Pero no me voy a quedar aquí llorando como una tonta.
Guillermo se acercó apresurado cuando la vio girar sobre sus talones.
—¡Bianca, espera!
La siguió hasta las escaleras y la tomó del brazo con fuerza.
—¡Suéltame! —intentó zafarse, pero él no la soltó.
—Escúchame, amor, podemos arreglar esto.
Bianca se cruzó de brazos, con una mirada llena de desprecio.
—Te escucho. Pero que te quede claro que no te voy a perdonar.
Guillermo tragó saliva.
—Fue un error, un momento de debilidad… Yo te amo.
La risa de Bianca fue fría.
—¿Me amas? —lo miró fijamente—. No, Guillermo. Tú no me amas. Si me amaras, no estarías acostándose con mi prima en la cama donde se supone que dormimos juntos.
Él intentó tocar su rostro, pero Bianca lo apartó con un manotazo.
—Yo… Bianca, no me dejes. Sabes que sin ti…
—¿Sin mí qué? —lo desafió—. ¿Sin mí no tienes quién te mantenga? ¿Eso es lo que te preocupa?
Guillermo se quedó en silencio.
—Eres patético —susurró Bianca, con el alma destrozada—. Y tú… —volteó hacia Cristina—, me das asco.
Cristina solo sonrió con burla.
—Supéralo, Bianca.
—Créeme, lo haré. Pero ustedes dos se van a arrepentir.
Se giró y salió de la casa con el corazón hecho trizas, pero con la determinación de no permitir que esa traición la destruyera.
Afuera, la noche era fría, pero su interior ardía de dolor. Sin embargo, prometió que no derramaría una sola lágrima más por un hombre que no la merecía.
—No soy tonta, tampoco estúpida. Una cosa es que aparente ser lo que no soy… —susurró Bianca con la voz entrecortada, sintiendo cómo la rabia y el dolor se enredaban en su pecho.
Limpió sus lágrimas con la manga de su chaqueta, como si con ese simple gesto pudiera borrar el nudo de angustia que le oprimía la garganta. Sus ojos, enrojecidos por el llanto, reflejaban el peso de tantas decepciones, tantas veces en las que confió en las personas equivocadas, en las que esperó amor y solo recibió migajas.
Respiró hondo, tratando de calmarse. Su corazón latía con fuerza, impulsado por la mezcla de dolor y determinación que la invadía. Dio un par de pasos, como si moverse pudiera ayudarle a ordenar el caos en su mente.
"Mañana será otro día", se dijo a sí misma, aferrándose a esa promesa como a un salvavidas en medio de la tormenta.
Se abrazó a sí misma, buscando un consuelo que nadie más podía darle. Sentía el frío de la noche filtrarse a través de su ropa, pero el verdadero frío venía de adentro, de las heridas invisibles que la vida le había dejado.
—Tú, Bianca del Pilar González… —murmuró con voz temblorosa, alzando el rostro al cielo, como si buscara respuestas en las estrellas—. Eres una mujer fuerte, guerrera… Siempre has salido adelante sin mirar atrás.
Lo decía para convencerse, para recordarse a sí misma que no importaba cuántas veces la vida la derrumbara, siempre se levantaría. Porque ella no era una víctima, no era alguien que se dejaba vencer.
Se secó las últimas lágrimas y sonrió con tri
steza, pero también con determinación. No sabía qué le esperaba el futuro, pero una cosa era segura: no se rendiría jamás.
Bianca, después de calmarse, se fue a casa de su madre. Sabía que iba a llenarla de interrogantes, pero de nada servía mentirle a su madre. Nunca lo había hecho.Se arrepintió de no haberle hecho caso cuando le advirtió que no le gustaba Guillermo para ella. Su instinto de madre no fallaba, pero como nadie aprende por cuero ajeno, la dejó irse de casa para vivir con ese hombre.Bianca siempre fue rebelde, hacía lo que quería, y si alguien le decía que no, ella con mayor razón decía que sí. Aunque aparenta ser débil y distraída, es terca como una mula. De pequeña se metía en problemas cada vez que podía, y su madre Maite debía ir a abogar por su hija. La mujer no sabía qué hacer con ella, además era maní pesada, todo lo que tocaba lo dañaba. Tuvo que pagar varias pipetas del laboratorio de química, además de que se le cayó de las manos el costoso microscopio de la clase de ciencias.Bianca llegó con pasos cansados hasta la pequeña casa, tocó la puerta algo dudosa. Un rato después, su m
Bianca parecía pensativa, no podía creer lo que había ocurrido en las últimas horas. Su trabajo soñado en la exportadora “Marciti” había dado un giro inesperado con la llegada de Augusto Martínez. Después del incidente con el café y el traje, aún se sentía nerviosa y confundida. Lo peor de todo era que debía pagar una cantidad absurda por ese traje, como si sus gastos personales no fueran nada, ahora estaría en deuda por un año.Mientras Carlos redactaba el contrato de matrimonio, Augusto observaba con atención. Sabía que la secretaría ingenua frente a él era la candidata perfecta para cumplir con los deseos de su abuela sin comprometer su estilo de vida.Bianca, ajena a las maquinaciones de Augusto, se esforzaba por recuperar el control de la situación. Trató de recordar todos los detalles que le había contado su padre sobre la importancia de mantener la calma en momentos de crisis.Carlos terminó de redactar el contrato y se acercó a Bianca con una expresión seria en su rostro.—Bi
Bianca se quedó de pie frente a la mansión, viendo cómo el auto de su jefe se alejaba con él dentro. Maldijo para sus adentros cuando escuchó la voz de la abuela de su jefecito detrás de ella.—¿Quién rompió mi florero? —habló en tono fuerte y autoritario la abuela de Augusto.Bianca volteó a ver a la señora y se le ocurrió un plan de venganza contra su jefecito por haberla abandonado ahí.—Ay, abuela, fue Augusto. Por eso el pobre salió tan asustado y tan deprisa que me dejó aquí sola —fingió inocencia, aunque en ese momento no la tenía.—A ese nieto mío le hicieron falta un par de nalgadas. Mira que abandonarte aquí sola por el simple hecho de haber roto mi florero… Después lo haré pagar muy caro. Ahora comamos un postre y te enviaré con el chofer a donde tú quieras ir.Bianca, feliz porque se salió con la suya, entró nuevamente a la mansión de la mano de la abuela de su jefecito.—Abuela, ¿puedo pedirle un favor? —indaga Bianca, sabiendo que debe cubrirse las espaldas para salvarse
Augusto se despertó con pesar con una ligera presión en la cabeza, siendo un residuo más de la noche anterior. Miró a su alrededor: la luz suave de la mañana se filtraba por las cortinas de la lujosa suite de hotel. La mujer que había pasado la noche a su lado seguía dormida, desnuda y envuelta en las sábanas arrugadas. La observó por un momento, sin una pizca de remordimiento en su mirada. Para él, era solo una más, un pasatiempo, nada más. Nunca las mujeres significaban algo más para él, solo un acoston de una noche y nomás. Se incorporó de la cama sin hacer ruido, tomando una rápida mirada al reloj de su muñeca. Las diez de la mañana. No era extraño para el dormir hasta tarde, había días en los que despertaba a más de medio día.Pero aún así había cosas que hacer, y esa mujer era solo una distracción momentánea, una que ya no le interesaba, en los más minimo.Tomó su camisa del suelo, la sacudió y la puso sobre su cuerpo de manera mecánica. Al salir de la habitación, cerró la pue