TODOS TENEMOS PENAS

Al siguiente día me levanté a la hora de costumbre y luego de dejar a Emilio en la guardería me fui para el despacho a revisar unos pendientes y estuve ahí hasta eso de las once de la mañana, hora en que salí para ir a la universidad. Corrí con suerte de que no había mucho tráfico y de que había un espacio cerca para estacionarme, lo tomé y bajé solo la carriola para ir a buscar a la chica. La miré en una de las jardineras, estaba sentada en el pasto con su bebé acostado en unas cobijas mientras ella hacía algún trabajo en su cuaderno, me acerqué despacio para hablarle y ni siquiera sabía su nombre.

—Hola —volteó a mirarme y enseguida se puso de pie.

—Licenciada, que gusto verla —se acercó y me dio un cálido abrazo.

—¿Cómo estás? ¿Cómo va ese bebé? 

Se giró para mirarlo y sonrió feliz  —Estamos bien, dentro de lo que cabe, y Ulises pues va creciendo a montones.

—Ya lo veo —me le quedé mirando al pequeño que jugueteaba con sus manitas y sonreía sin motivo aparente mientras seguía acostadito en el jardín. —Quiero disculparme porque pasó tanto tiempo hasta que volví, traigo las cosas que te dije la vez que nos conocimos —le señalé la carriola y ella sonrió con un atisbo de tristeza —en el auto traigo una maleta con ropa y una sillita mecedora.

—Gracias, licenciada y en verdad no tiene porque disculparse, se perfectamente cómo debe sentirse y créame que en ningún momento he dejado de pensar en lo mal que la debió pasar y que muy probablemente aún esté abatida.

Sus palabras bastaron para que las emociones desbordaran por mis ojos, todas dolían y ella me abrazó en un gesto de absoluta empatía —lo siento mucho, nosotros que solo éramos sus alumnos lo extrañamos demasiado, no quiero ni imaginar lo que usted ha pasado.

Sus manos me daban un ligero apapacho en mi espalda y se sentía bien, no era la sonrisa de compromiso  y el “lo siento” flojo que daba cualquier persona —Gracias, me hacía falta escuchar eso.

El bebé empezó a llorar y ella fue por él para abrazarlo, le hablé y le hice cariñitos y me sonrió, había subido unos kilos y la pobre chica estaba mas delgada y ojerosa.

—Julián me dijo que estabas algo complicada con aquello de la vivienda ¿Tienes un sitio seguro?

Se apenó un poco y lo mostró desviando la mirada, sus ojos se volvieron acuosos y su voz se quebró un poco.

—No, la verdad es que hace una semana tuve que salirme de la casa donde vivía con una chica de mi pueblo, es que Ulises se me enfermó y tuve que pagar sus medicinas, era eso o dar mi parte de la renta y pues me echó.

—¿Dónde estás ahora?

—He dormido dentro de un estacionamiento.

—¡Por Dios!  —Me lamento por ella, porque me dejé sumir en mi dolor y olvidé que hay personas que también lo pasan mal, cuando le dije a Julián que la ayudaría le dio gusto saberlo, se que él a su modo lo hacía y sin embargo pasaron meses en que no se qué tanto tuvo que pasar esta chica con su hijo por estar sola —no volverás ahí ¿de acuerdo? Hoy que salgas de tus clases ve a mi casa, tengo un sitio para ti y tu hijo.

—¿De verdad, licenciada?

—Claro que sí, y deja de llamarme así, soy Amanda —le extendí la mano y ella la tomó al momento —pero todos me llaman Mandy.

—Fátima González.

—Bien, Fátima, te anoto mi número para que me llames y decirte si estoy en casa o en el despacho.

—No tengo teléfono —admitió con pena.

—Ok. No pasa nada, mira, trataré de desocuparme cuanto antes en el despacho para ir a casa, si a caso llegas y no estoy solo esperas y ahí llegaré, por  tarde estoy a las tres —tomé una de mis tarjetas y le anoté al reverso mi dirección —aquí vivo, es fácil de ubicar, pleno centro apenas a unas cuadras de aquí.

—Se donde es, ahí estaré. Nuevamente muchas gracias.

Le dejé la carriola para que se le facilitara trasladarse con Ulises y yo volví a la oficina, me apresuré a terminar mis pendientes, pero justo antes de salir recibí una llamada, una persona requería de asesoría y acepté verle. Antes de que llegara llamé a Andrés, el dueño de la fondita de cerca de la casa y le pedí que viera si había alguien afuera con un bebé, de ser así que por favor le diera comida y alojo de momento en lo que yo llegaba y mas tarde pasaría a hacerme cargo de los gastos.

Salí poco después de las tres y me fui a prisa porque además de Fátima, también Emilio me esperaba en la guardería para ir a casa. Llegué por él y fui con Andrés por comida y por Fátima, quien se veía contenta de saber que tendría un techo seguro.

—Pasa —le invité apenas abrí la puerta y entró dejando la carriola para tomar al bebé en sus brazos.

—Tiene una casa hermosa —dijo embelesada al ver el lugar —es tan fresca y pintoresca, pero muy acogedora.

Subimos y yo entré a la cocina para servirle la comida a Emilio, ella solo tomó un poco de agua porque ya había comido con Andrés.

—Con tu perdón, pero muero de hambre.

—No se disculpe, adelante que nosotros comimos ya, gracias por eso también.

Tomé otro plato para servir la sopa tarasca y me senté frente a ella. —No tienes nada que agradecer, lo hago de corazón.

Me contó un poco sobre su difícil situación, a la cual ya le había encontrado solución.

—En la calle de abajo hay unos departamentos, la dueña murió hace poco y quedaron para dos de sus hijas, pero ellas viven en Querétaro y buscan a alguien que administre. Ofrecen un departamento pequeño, es una recamara con su cocina y su baño propio, además de un pago mensual, no es mucho, apenas ocho mil pesos, pero te exenta de pagar renta y puedes trabajar en tus tiempos libres en el despacho.

Su cara de asombro era un poema.

—Ya se porque usted y el doctor estaban juntos, ambos son muy buenos. Encantada de la vida acepto, es mucho mas de lo que puedo recibir en un trabajo de medio tiempo.

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