Capítulo 4: Vendaje

Así es como terminé siendo asistida en la oficina por la secretaria de mi hermano mientras los otros dos esperaban afuera. Al parecer, me había hecho un pequeño corte en la espalda tras la caída. No me había dado cuenta, tal vez por los nervios de comenzar un nuevo día. 

Estaba con el sujetador puesto, sentada en el escritorio mientras me limpiaba la herida y tenía la vista clavada en la pared. En mis manos sostenía mi camisa. Por lo menos estaba vestida cómodamente. 

—¿Te sientes bien? 

Clara era una mujer maravillosa. Mi hermano estaba flechado por ella. Llevaba el cabello corto y castaño, tenía una mirada tierna y su familia era tan influyente cómo alguna vez lo había sido la nuestra. Estaba a nada de recibirse de su carrera. Era admirable. 

—Más allá de la vergüenza, sí.

—Te vi entrar hace un rato, parecías asustada —reconoció.

De a poco, mis mejillas pasaron a estar rosadas y quise pegarme en la frente. Tapé mi cara con las dos manos y gimotee.

—¡Perdón! No te vi.

Rio.

—Tranquila, Nerea, todo está bien, no tienes que disculparte. Solo quería saber si estabas bien, no lo sé.

—Tuve un recuerdo que no me gustó, invadió mi mente por un segundo —susurré.

Tiempo atrás, si esas memorias llegaban a mi mente, era muy difícil que saliera del estado de susto y pánico, que me desconectara de esos recuerdos en los que terminaba inmersa. No los había vuelto a tener en un buen tiempo, aunque lo más impresionante fue la facilidad con la que mi guardia me había traído a la realidad tan solo tocando mis hombros. 

Para colmo, no solo le había hablado mal cuando trataba de ser amable, sino que había manchado su camisa con mi propia sangre. 

Bueno, había tomado venganza al delatarme con mi hermano.

—Caleb no se veía muy contento —reconoció.

Hice una mueca.

—Es tan molesto, a veces parece mi padre, pero no puedo hacer mucho al respecto.

Suspiró.

—Te cuida porque te ama, lo sabes. Solo... a veces necesita que le pongas límites, no sabe medirse, no le enseñaron cómo cuidar a alguien. Lo que quiero decir es que sí, te da consejos y te protege porque quiere hacerlo, lo intenta, intenta cuidarte, pero no sabe cuándo parar y tú debes marcar el límite que te parezca.

Mordisqueé mi labio.

Era un buen punto. Yo tampoco sabía hasta dónde era sano y dónde no lo era el trato que teníamos entre nosotros. 

—Y ahora tengo un guardia —mascullé.

Soltó una risa baja.

—Rechazó a diez personas antes de elegirlo a él.

Parpadee.

—¿Qué? —Reí bajo. Miré hacia la salida, consciente de que debían estar sentados afuera esperando entrar y charlando entre ellos.

—Sí. 

La sentí colocar algo en las lastimaduras y palmeó mi hombro como señal de que me vista.

—Es el que más impresionado lo dejó, dice que su personalidad y antecedentes van perfectos para el puesto.

Relamí mis labios, incrédula y negué con la cabeza.

—Es de no creer. No tengo idea de quién es —reconocí.

Me miró a los ojos.

—Mejor así. —Dio una leve sonrisa—. Mantente distanciada, así ambos podrán hacer sus trabajos con tranquilidad. No te recomiendo investigar mucho. Sé que eres curiosa, a veces... demasiado, pero lo mejor es que mantengan una distancia profesional, te lo digo por experiencia.

La vi con curiosidad. Rio.

—No te lo voy a contar a ti, querida. 

Sí, bueno, era la única amiga que me había animado a hacer en ese lugar y a veces le hacía preguntas que causaban que al día siguiente no pudiera verla a la cara. 

Hice un puchero. 

Acomodó mi cabello.

—Bien, listo. Estás bonita. Solo falta vestirte —bromeó.

Sonreí.

Aunque quisiera buscar algo, no lo intentaría con mi propio guardia y si alguna vez se me ocurriera hacerlo, estaba segura de que eso no iría lejos.

Yo no podía enamorarme de nadie, puesto que ya lo estaba, de la persona que quería divorciarse de mí. La que me estaba abandonando de a poco.

James. El amor de mi vida, mi primer amor, mi alma gemela. 

Dolía como el demonio estar lejos. Habíamos quedado como amigos, le rogué que quedáramos de esa manera hasta que estuviera lista.

Pero él se enamoró, lo que yo aún dos años después no podía superar, ya lo hizo. Estaba a punto de formalizar una relación y es por eso que solicitó el divorcio. Y por lo que también no contestaba mis mensajes.

Mi dignidad parecía haberse ido de vacaciones, es cierto. En mi defensa, me había mostrado buena parte de las ventajas que tenía la vida. Y tal vez me había obsesionado un poquito con el que pensaba que era mi alma gemela, pues hacíamos todo juntos y teníamos varias cosas en común. 

Creí que él sentía lo mismo, pero luego del incidente yo me quebré por dentro. Me perdí en mí misma y él se asustó. Se alejó y no pude culparlo por hacerlo. Yo no sabría qué hacer si hubiera estado en su lugar. Debió de ser difícil los primeros meses en los que quise dejar de existir. Tratar con una persona que no quería ni aceptaba la vida debió ser aterrador. 

Así que un día me desperté y las cosas estaban empacadas. Me dijo que me llevaba con Caleb, que ya no podía seguir así, ninguno de los dos estaba apto para una relación. 

Entonces se fue, pero seguíamos en contacto. Fue un noviazgo de años. No era sencillo cortar de raíz una relación de esa índole, ya que después de todo nos habíamos convertido en el mejor amigo del otro. 

Hasta un tiempo atrás. Él quería divorciarse y yo no tenía que seguir esperando un cambio, no cuando había encontrado a una persona que no estaba rota, que no tenía pedazos de sí misma incrustados o perdidos. 

Así que no, no me preocupaba enamorarme del guardia. Era casi imposible. Además, me caía mal. Tenía una mirada soberbia que me recordaba a mi abuelo, que también me desagradaba casi siempre que lo veía. 

—No te preocupes —dije poniéndome la camisa que me prestó mi hermano, puesto que la mía se había manchado con la sangre—. No creo que pueda enamorarme de alguien tan tenebroso como el guardia de Caleb— Giré a verla cuando escuché la puerta.

Sí, Clara estaba a punto de salir, pero él estaba a punto de entrar. Enarcó una ceja y se limitó a ingresar. No dijo ni una palabra. Colocó sus manos sobre su espalda.

—Lamento lo de la camisa, te daré una compensación para que te compres otra —dijo Caleb caminando a sentarse. Estaba mordiendo su mejilla. Había escuchado lo que dije y probablemente yo era un tomate.

¿Acaso no podía hacer nada bien?

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