Solo faltaba una cuadra para llegar al destino. Tuve la vista hacia el frente y no intercambié palabra alguna con mi acompañante. Tan solo me limité a morderme las uñas y ver a la distancia como si allí me esperase alguna cadena perpetua. Ya frente a la puerta de la cafetería la ansiedad me golpeó de lleno. Permanecí mirando el picaporte como si tomarlo, abrir y entrar fuera todo un desafío que poseía mucha complejidad y necesitaba bastante fuerza y valentía.Verlo a la cara después de tanto tiempo era el verdadero desafío que tendría que atravesar ese día.Si mi hermano estuviera al tanto, me habría prohibido ir. Bueno, tal vez no de tal manera, pero sí que se habría mostrado excesivamente disgustado por eso. No estaba segura, mas una parte de mí sabía que necesitaba hacerle frente a la situación de una vez por todas y terminar lo que había comenzado como una historia de amor. A lo mejor, darle un final era lo único que faltaba entre nosotros.El problema era que sabía que si me pedí
Entonces, todas las miradas, incluída la mía, se centraron en el pelinegro que me había acompañado y el que se dio el lujo (gracias a dios) de sentarse en la mesa con nosotros cuando en realidad ni siquiera le incumbía en lo más mínimo. Incluso con nuestros desacuerdos, no me había dejado sola. Cualquier otra persona en su lugar se hubiera ido afuera o hacia la barra para no involucrarse en algo que no era en lo absoluto de su importancia. Se había quedado y de los tres era quien menos incómodo parecía.Mientras que nosotros aguardamos por una explicación con respecto a lo que dijo, él se limitó a alzar la mano y llamar a un camarero.Este se acercó enseguida y lo observó con atención.—Buenas tardes. ¿Qué desean ordenar? —Sacó la libreta. —En una cuenta separada —dijo, desligándose así de los pedidos del resto—, vamos a querer café y un té con leche. Lo miré con curiosidad. Le agradecería más tarde por lo que estaba haciendo por mí.—Ella prefiere beber chocolate caliente —se adelant
Miré mi mano siendo vendada por una mucho más grande. Sí, estábamos en el baño de la cafetería, que no podía ser más pequeño para los dos.Yo estaba sentada sobre el lavabo mientras él se estaba encargando de limpiar mis heridas, ponerme crema y vendar mis manos. Durante los cinco minutos más largos de mi vida, ninguno de los dos dijo alguna palabra. Me veía como una princesa mimada y caprichosa, frágil, protegida por el legado de su familia y un hermano multimillonario. Quise negarlo, pero en un día ya había tenido dos heridas y le había demostrado a Caleb lo mucho que necesitaba tener a alguien que me protegiera.Vergüenza era un eufemismo para lo que recorría mis venas ese momento.—Perdón —dije en voz baja—. Yo pagaré los dos cafés por haberlos arruinado y también las tazas rotas.En el proceso, sin notarlo, cuando me puse de pie moví la mesa y las tazas se fueron directamente al suelo. Mi mano comenzó a temblar sostenida por las suyas mientras terminaba de ponerme el vendaje.—N
Puntualidad. Aquello resultaba tan complicado para mí, pero a pesar de ir apurada, siempre llegaba en punto. En el momento exacto en el que tenía que estar, lo estaba y eso era mucho decir. Por supuesto, dentro de un trabajo no resultaba un gran logro, puesto que todos debían ser responsables a la hora de llegada y salida. Empero, eso no quería decir que dentro de mi vida no lo fuera. El año pasado, con lo que pasó, el ataque y la separación, mi cerebro pareció tener mucha menos energía que antes, por lo que casi siempre llegaba tarde a todos lados.Hacer esto era un pequeño esfuerzo del que me enorgullecí en silencio. Esta vez no estaba mi hermano preparado para recibirme, sino que este confiaba en que había escuchado lo suficiente como para estar al día.Así que ahí estaba, vestía ropa formal: un pantalón negro, una camisa blanca, una corbata y un saco negro. Aún así, no pude evitar sentirme fuera de lugar Era igual a verme delante del espejo cuando me hacía un corte nuevo de cab
Me sentí tensa. No quería volver a verlo, pero no podía negar que estaba inquieta. —¿Señor...? —Me incliné para ver al chofer—¿Está todo en orden? ¿Sucede algo? —Un semáforo, tal vez —soltó irónico el guardaespaldas. Giré con una ceja levantada, solo para verlo concentrado en el celular. Ni siquiera había levantado la mirada. Genial.—Parece que algo anda mal con el auto, señorita Grayson —respondió el hombre con amabilidad—. Saldré a revisar. —Abrió la puerta y se fue del vehículo.De reojo, vi a los otros autos seguir de largo. Afortunadamente antes de detenerse, había atinado a colocarse a un costado. Respiré hondo y miré hacia el techo, impaciente.Apreté las manos a los costados de mi cuerpo tratando de calmar el pánico que al parecer se acrecentaba en mí. A menudo, había tenido pesadillas similares días antes de empezar a trabajar, en las que llegaban ellos, los que perseguían a James por haber testificado en su contra tiempo atrás. —¿Podrías dejar ese teléfono y concentrar
[Perspectiva de Nicholas]Mis párpados se abrieron más de la cuenta. El ser que tenía delante de mis ojos era por mucho el más valiente con el que me había cruzado. Nadie se había atrevido a hacerme una pregunta semejante por mi aspecto imponente y la verdad, lo prefería así.Lo hacía, porque en ese momento las imágenes violentas que había tenido retenidas en mi psique ahora volvieron y me golpearon con fuerza. Miré la mesa con fijeza y al mismo tiempo, no estaba viendo nada más que a mis recuerdos. Oí el sonido de la explosión, luego el griterío que me despertó, los paramédicos vomitando. A mi compañero... destruido. —No es algo que le incumba —contesté, quizá más arisco de lo que había pretendido.La señorita me incomodaba. Era charlatana incluso cuando no quería serlo, tenía problemas y era evidente que yo no le agradaba para nada. Sin embargo, ahí estaba. Apretó los labios en una línea recta y asintió con la cabeza. Por alguna razón, sus mejillas se pusieron rojas.—¿Por qué l
[Perspectiva de Nerea Grayson]Comprender a Nicholas Wilde era complejo para mí. Lo usual considerando que lo conocí hace apenas unos días. Pero entonces, tenerlo tan cerca de mí invadiendo mi espacio personal de manera impulsiva y congelándose de la misma manera en que lo hice yo tras ser consciente de nuestra cercanía, sin duda tenía que ser incomprensible para cualquiera.—¿Está bien señor Wilde? —inquirí con las leves fuerzas que aún poseía, a pesar de lo rojo de mi rostro.Lo detestaba, era tan indiferente y a menudo grosero,que se convertía en lo que yo consideraba lo opuesto al tipo de persona que realmente disfrutaba conocer. No me agradaba. Mas eso no era ni siquiera lo peor que podía tener, no. Lo más catastrófico de todo era que, incluso con esa personalidad, no podía sacar de mi cabeza la sensación que tuve tras despertar luego de haber soñado con él. Estaba loca. Definitivamente.Estiré mi mano y tomé el pañuelo que sostenía para limpiarme y lo hice yo en su lugar.—Graci
[Perspectiva de Nicholas Wilde]—Muchas gracias. Buenas noches —saludé al chófer. Salí del auto y vi la casa. Las luces estaban encendidas todavía. Suspiré con alivio. La niñera seguía ahí, ya que de lo contrario, todo estaría apagado y tanto Olivia como Agatha estarían durmiendo. Abrí la puerta.El departamento que alquilamos no era ni de cerca como la casa en la que vivía la querida señorita Nerea. Por eso su perspectiva estaba distorsionada por su manera de vivir. Quizás para ella el dinero no lo era todo. Para mí, era una de las cosas más importantes y que necesitaba con urgencia. Era una buena fortuna el hecho de que Caleb fuera generoso, más de lo que correspondía en cuanto a mí salario. Pagaba el doble. Me saqué los zapatos, porque sé cuánto detesta Agatha que entre con ellos. Acomodo mi cabello, aflojo mi corbata y dejo mi maletín junto a los zapatos. Voy hacia la sala. Las tres, Agatha y Mía, la niñera, estaban sentadas viendo televisión en el sofá envueltas en una manta