No sabía que los ojos podían tener filo hasta que noté los suyos sobre mí. Bajé la mirada al instante y apreté un poco más el bolso en mi mano.
Repasé una y otra vez el recuerdo de su rostro en mi mente mientras que mi vista estaba fija en el suelo, presa de vergüenza y nervios. No era el momento para encontrarme un sujeto atractivo. La ansiedad por el nuevo empleo me haría jugar una mala pasada.Tenía la mandíbula marcada, era pálido y tenía el pelo más oscuro que había visto en mi vida. Una de sus cejas tenía un corte, pero no lucía como el que algunas personas se hacían intencionalmente, sino que parecía ser parte de una cicatriz que cruzaba en diagonal desde su sien hasta llegar a su mejilla. La otra mitad de su cara llamaba más la atención todavía, pues la mejilla tenía tres cortes más y lucía como si tuviera cicatrices de quemadura. Su cuello estaba lleno de tatuajes.Lo que me llevaba a preguntarme, ¿qué hacía un sujeto que parecía recién salido del ejército en un edificio como el nuestro? ¿De dónde era? ¿Hacia dónde iba?Sentía su mirada sobre mí. Me puse derecha con el ceño fruncido. No parecía el tipo de hombre que solía acosar, aunque no había uno en específico. Cualquiera era capaz de hacer eso y tal cosa era lo que volvía peligroso al mundo. Nunca sabes realmente a quién tienes al lado.Respiré hondo viéndolo de reojo. Mi mano se ciñó aún más sobre el bolso. El descarado no dejaba de verme.—¿Podría ver hacia otro lado? —pregunté, tal vez más brusca de lo que soné en mi mente.Parpadeó, desorientado. Enarcó una ceja.—No la estaba "viendo" como seguro cree, señorita —respondió agrio, desinteresado.Ay, esa voz.—¿No? —inquirí irónica, irritada, con la mandíbula apretada.Sonrió de lado.—No sé qué clase de compañeros de trabajo tiene usted, pero a mí no me interesa acosar a nadie, si es lo que insinúa. Solo iba a decirle que tiene sangre en la espalda. ¿Necesita ayuda?Alcé las cejas. ¿Sangre...? Respiré hondo.—N-no... Solo...Sangre. Sangre. Sangre.No pude pensar mucho más. Miré mis manos, pero por un instante dejé de estar ahí, en el elevador, con ese sujeto. No. Estaba, por el contrario, en otro sitio, con suelo de madera. Mis manos se vieron más delgadas, golpeadas y sangraban.Jadeé. Retrocedí, con los ojos bien abiertos.La firmeza de unas manos sobre mis hombros me sobresaltó y volteé, de vuelta a la realidad. Respiraba agitada, mi pecho subía y bajaba. Literalmente tuve que alzar la mirada para verlo a la cara.Sonrió ligeramente.—¿Doy tanto miedo? —sugirió.Retrocedí. Escuché el sonido del elevador y salí rápido de este. Caminé desorientada directamente hacia la oficina principal del lugar, en la que estaba Caleb. Abrí sin tocar.Mi hermano estaba sentado en su imponente escritorio, con su figura musculosa bajo la camisa que hacía suspirar a más de una y él lo sabía muy bien. El desgraciado parecía un modelo, lo que años anteriores me había proporcionado dolores de cabeza, todos y todas querían acercarse a mí para ir directamente hacia él.Al oír la puerta levantó la mirada.Me quedé rígida sobre mi lugar. La agitación de mi pecho todavía era evidente, así que con disimulo intenté controlar mi respiración nuevamente y sonreí.—Caleb, llegué. —Sin permiso, me limité a sentarme en el asiento libre frente a su mesa y coloqué las manos sobre esta, entrelazadas.Me vio, me midió. Estaba analizando si me encontraba bien.Bueno, no del todo, pero eso no tenía por qué impedirle trabajar. No quería estar más tiempo encerrada, cada día dentro de su casa me hacía sentir como una inútil.Así que para tranquilizarlo, a pesar de que mi vista seguía algo borrosa debido al ataque de pánico que acababa de tener segundos atrás, seguí manteniendo mi falsa y pequeña sonrisa.—Eso veo. ¿Estás bien? Erick acaba de decirme por mensaje que te caíste accidentalmente en la entrada.Apreté los labios en línea recta.—Estoy bien, solo fue una pequeña caída. —Sonreí mostrando los dientes—. Creí que ibas a mostrarme mi oficina. ¿Vamos? —sugerí. Amagué a ponerme de pie.Rio.—Wow, vaya, tranquila. Acabas de llegar. ¿No quieres beber algo antes, agua? ¿Desayunaste?Resoplé y me acomodé otra vez sobre el asiento.Sí, era más como mi padre que mi hermano mayor. A veces, eso solía ponerme de malhumor. Claramente, por cuidarme a mí no había disfrutado del todo su adolescencia, a pesar de que durante gran parte de nuestras vidas vivimos bajo el cuidado de nuestros abuelos.—Sí —dije en voz baja—. Prometiste no tratarme como una niña aquí dentro.Entrecerró los ojos y se recostó contra el respaldo de su silla.—Y tú me prometiste que ibas a decirme cuando te encontraras mal. No solo no lo hiciste, sino que creíste que no iba a darme cuenta de que algo te pasó en el camino porque estás agitada. ¿Es por la caída?Sonaba molesto.Me encogí un poco en mi lugar. Odiaba que me conociera tanto.—Bueno, no, solo... tuve un recuerdo. Pero estoy bien, no es nada del otro mundo, ya estoy acostumbrada y...—Mañana se va a concretar el divorcio, es comprensible si no te sientes bien. Podemos dejar esto para otro día —aseguró.Negué con la cabeza.—No —dije firme—. Quiero hacer esto. No quiero que lo que pasó me arrebate un día más de mi vida. Voy a quedarme. Estaré bien, lo juro.Respiró profundamente. Dio un asentimiento.—Siendo así... —masculló no convencido del todo—Antes de ir a la oficina que tienes asignada, quisiera presentarte al guardia encargado de tu protección. Lo seleccioné yo mismo, espero que se respeten mutuamente y al mínimo conflicto, acudas a mí para solucionarlo —dijo severo.Reí bajo.—Hablando así parece que contrataste al mismo diablo para cuidar de mí —dije algo inquieta—. ¿Por qué no a una mujer?Se encogió de hombros.—No se me había ocurrido —admitió.Miró el reloj.—Debe estar a punto de venir justo...Sonaron tres golpes en la puerta.Me miró con una sonrisa.—... ahora —completó—. Es el mejor en su campo —susurró—. ¡Adelante!Bien. Mi vida era un chiste. Sí, porque al pasar el sujeto, me di la vuelta y lo vi. Era el del ascensor. ¿Lo peor de todo? Llevaba una chaqueta negra, sí, pero debajo tenía una camisa blanca... manchada de rojo. Era sangre y era la mía, por supuesto. Frenó en su sitio al reconocerme, pero fue un instante.—Él es el guardia del que te hablaba.Dios, hasta su porte era militar.—Nerea, él es el señor Nicholas Wilde. Señor Wilde, ella es Nerea, mi hermana menor.Asintió a mi dirección como saludo.—¿Está... bien? —cuestionó mi hermano, desorientado por esas manchas.Sus ojos, fríos y verdes, me miraron.—Yo sí —contestó. Percibí cierta burla en su voz. Ah. El desgraciado estaba a punto de delatarme.Así es como terminé siendo asistida en la oficina por la secretaria de mi hermano mientras los otros dos esperaban afuera. Al parecer, me había hecho un pequeño corte en la espalda tras la caída. No me había dado cuenta, tal vez por los nervios de comenzar un nuevo día. Estaba con el sujetador puesto, sentada en el escritorio mientras me limpiaba la herida y tenía la vista clavada en la pared. En mis manos sostenía mi camisa. Por lo menos estaba vestida cómodamente. —¿Te sientes bien? Clara era una mujer maravillosa. Mi hermano estaba flechado por ella. Llevaba el cabello corto y castaño, tenía una mirada tierna y su familia era tan influyente cómo alguna vez lo había sido la nuestra. Estaba a nada de recibirse de su carrera. Era admirable. —Más allá de la vergüenza, sí.—Te vi entrar hace un rato, parecías asustada —reconoció.De a poco, mis mejillas pasaron a estar rosadas y quise pegarme en la frente. Tapé mi cara con las dos manos y gimotee.—¡Perdón! No te vi.Rio.—Tranquila
Lo que sea que discutieron mi hermano y Nicholas Wilde en mi presencia, no le presté atención en lo más mínimo. No, estaba ocupada recordando la manera en la que me miró al escucharme.Me lo merecía por lo que había dicho, ya estaba siendo una prejuiciosa sin siquiera tomarme la molestia de esperar a conocerlo. Para ser honesta, no se había comportado de la manera más amable posible tampoco. No había sido bueno conmigo, como yo no lo fui con él.Tal vez me avisó lo de la espalda, pero el resto del tiempo se comportó como un patán. ¿O solo seguía siendo una prejuiciosa?Estaba segura de que no iba a volver a dirigirme la palabra a no ser que sea estrictamente necesario. Podía esperar lo mismo de mí, ya que no haría más que eso tampoco. Le hablaría por educación y...—¿No es así, Nerea?Levanté la mirada. Me encontré con dos pares de ojos expectantes.—¿Uhmm? —inquirí desorientada.—Que si ya estás lista para ir a ver la que va a ser tu oficina a partir de ahora, así ya van y se quedan
Ignoré su comentario y opté por colocarme los auriculares. Puse música clásica para relajarme, vieja costumbre aprendida debido a mis abuelos, y comencé a sacar y ordenar las cosas que había traído para decorar el escritorio. No iba a concentrarme todo el rato en el guardia, o más bien no debía hacerlo. Incluso con la melodía sinfónica presente, no podía dejar de imaginarlo detrás de mí con esa mirada fría y meticulosa analizando cada aspecto de mis movimientos. Por lo que aun después de la aparición de Clara con mi material de trabajo y luego con la silla para Nocholas, mi mente no dejaba de dar vueltas en lo sucedido. Estaba segura de que por fuera me veía profesional, pero por dentro había un montón de pequeñas Nereas corriendo y lanzando cosas sin saber qué hacer a parte de entrar en pánico. Una parte mía se estaba esforzando en concentrarse. Era mi primer día de trabajo en un área a la que no estaba acostumbrada, pero que me interesaba en demasía. Después de todo, la carrera de
—Claro, y luego soy yo la niña rica y mimada que es una egocéntrica —ironicé.—Es un hecho que es rica y mimada. Ha conseguido este puesto que probablemente ni siquiera exista y está bajo el ala protectora de su hermano. Eso no es algo malo, pero no es mi tipo de persona. Cerré los puños con fuerza.—Entonces absténgase de traer café, no me gusta, ni se moleste en charlar con una persona tan vacía de esfuerzo. El egocéntrico para ser otro, no yo. ¿Crees que tuviste una vida difícil? Despierta, todo el mundo tiene sus propias batallas, no por eso tienes que mirarlos por encima del hombro como si fueras superior solo porque lo tienes todo para cuidar de ti mismo e incluso de otras personas. Si vas a trabajar como mi guardaespaldas, al menos finge que el trabajo de cuidar a alguien tan débil y mimada no es una molestia. Seguro que usas el dinero para cosas exitosas ¿No? Puedo despedirte si me apetece.Se puso de pie y soltó un suspiro.—No se preocupe, no me disgusta trabajar para esto.
Solo faltaba una cuadra para llegar al destino. Tuve la vista hacia el frente y no intercambié palabra alguna con mi acompañante. Tan solo me limité a morderme las uñas y ver a la distancia como si allí me esperase alguna cadena perpetua. Ya frente a la puerta de la cafetería la ansiedad me golpeó de lleno. Permanecí mirando el picaporte como si tomarlo, abrir y entrar fuera todo un desafío que poseía mucha complejidad y necesitaba bastante fuerza y valentía.Verlo a la cara después de tanto tiempo era el verdadero desafío que tendría que atravesar ese día.Si mi hermano estuviera al tanto, me habría prohibido ir. Bueno, tal vez no de tal manera, pero sí que se habría mostrado excesivamente disgustado por eso. No estaba segura, mas una parte de mí sabía que necesitaba hacerle frente a la situación de una vez por todas y terminar lo que había comenzado como una historia de amor. A lo mejor, darle un final era lo único que faltaba entre nosotros.El problema era que sabía que si me pedí
Entonces, todas las miradas, incluída la mía, se centraron en el pelinegro que me había acompañado y el que se dio el lujo (gracias a dios) de sentarse en la mesa con nosotros cuando en realidad ni siquiera le incumbía en lo más mínimo. Incluso con nuestros desacuerdos, no me había dejado sola. Cualquier otra persona en su lugar se hubiera ido afuera o hacia la barra para no involucrarse en algo que no era en lo absoluto de su importancia. Se había quedado y de los tres era quien menos incómodo parecía.Mientras que nosotros aguardamos por una explicación con respecto a lo que dijo, él se limitó a alzar la mano y llamar a un camarero.Este se acercó enseguida y lo observó con atención.—Buenas tardes. ¿Qué desean ordenar? —Sacó la libreta. —En una cuenta separada —dijo, desligándose así de los pedidos del resto—, vamos a querer café y un té con leche. Lo miré con curiosidad. Le agradecería más tarde por lo que estaba haciendo por mí.—Ella prefiere beber chocolate caliente —se adelant
Miré mi mano siendo vendada por una mucho más grande. Sí, estábamos en el baño de la cafetería, que no podía ser más pequeño para los dos.Yo estaba sentada sobre el lavabo mientras él se estaba encargando de limpiar mis heridas, ponerme crema y vendar mis manos. Durante los cinco minutos más largos de mi vida, ninguno de los dos dijo alguna palabra. Me veía como una princesa mimada y caprichosa, frágil, protegida por el legado de su familia y un hermano multimillonario. Quise negarlo, pero en un día ya había tenido dos heridas y le había demostrado a Caleb lo mucho que necesitaba tener a alguien que me protegiera.Vergüenza era un eufemismo para lo que recorría mis venas ese momento.—Perdón —dije en voz baja—. Yo pagaré los dos cafés por haberlos arruinado y también las tazas rotas.En el proceso, sin notarlo, cuando me puse de pie moví la mesa y las tazas se fueron directamente al suelo. Mi mano comenzó a temblar sostenida por las suyas mientras terminaba de ponerme el vendaje.—N
Puntualidad. Aquello resultaba tan complicado para mí, pero a pesar de ir apurada, siempre llegaba en punto. En el momento exacto en el que tenía que estar, lo estaba y eso era mucho decir. Por supuesto, dentro de un trabajo no resultaba un gran logro, puesto que todos debían ser responsables a la hora de llegada y salida. Empero, eso no quería decir que dentro de mi vida no lo fuera. El año pasado, con lo que pasó, el ataque y la separación, mi cerebro pareció tener mucha menos energía que antes, por lo que casi siempre llegaba tarde a todos lados.Hacer esto era un pequeño esfuerzo del que me enorgullecí en silencio. Esta vez no estaba mi hermano preparado para recibirme, sino que este confiaba en que había escuchado lo suficiente como para estar al día.Así que ahí estaba, vestía ropa formal: un pantalón negro, una camisa blanca, una corbata y un saco negro. Aún así, no pude evitar sentirme fuera de lugar Era igual a verme delante del espejo cuando me hacía un corte nuevo de cab