Capítulo 2: Cicatrices

[Perspectiva de Nerea]. Una semana después.

Mis manos temblaron a medida que el vehículo se acercaba a la entrada del edificio.

El chófer de Caleb, mi hermano, estacionó, así que se despidió de mí y me vi obligada a salir de ese auto para hacerle frente a la vida, así que lo hice. Abracé mi bolso con ambos brazos y vi la inmensa edificación que se extendía delante de mí.

Compañía Grayson. Ahí era donde iba a trabajar.

Tenía un título en abogacía y estaba graduada con honores. Me había quemado las pestañas estudiando esa carrera, pero entonces, apenas era capaz de salir a la calle y el único trabajo que quería hacer (o que más bien me veía en la posibilidad de hacer) era detrás de una oficina con cuatro paredes y la mayor privacidad posible, por lo que Caleb tuvo la amabilidad de contratarme como su secretaria.

Se había hecho cargo de mí los dos años que había pasado bajo diferentes tratamientos, me había dejado quedarme en su casa y ofrecido su hombro cuando lo necesitaba para llorar como una desgraciada. Sabía lo mucho que me costaba salir a la calle, por ejemplo, y lo que me había dolido la separación que aún no estaba terminando de superar. Ni siquiera me atrevía a divorciarme aún. Hecho gracioso, teniendo en cuenta que todo el mundo pendiente de la vida de James lo estaba esperando. Bueno, lo era más aún cuando recordaba que en veinticuatro horas estaría a punto de concretarse.

En retrospectiva, mi hermano mayor estaba preocupado por mí, así que me permitió trabajar en su empresa a cambio de cumplir dos condiciones: tener un guardia de seguridad que me siga cada vez que lo pierda de vista e intente salir a la calle. Estaba trabajando en eso con mi psicóloga.

Concentrada en lo que pasaba por mi cabeza, los recuerdos y los momentos que me llevaron a estar de pie con mis cosas de oficina delante de ese sitio, no me di cuenta que la puerta se estaba abriendo y cuando lo hice, mi frente ya lo había notado primero.

Ir de zapatos y recibir un empujón de esa índole no iban de la mano. Chillé soltando por reflejo mi bolso y caí al suelo. Las cosas volaron por los aires. Mi cabeza fue la primera en aterrizar. Pestañeé. La vista se puso borrosa por un instante.

—Santo cielo, perdóneme. No pensé que alguien podría estar detrás de la puerta —escuché a una voz gruesa decir.

Mis manos reposaban sobre mi abdomen, ahora libres, pues ya no sostenían mi bolso, cuyas cosas se encontraban esparcidas por el suelo.

¿Y yo? Claramente reprimí el impulso de salir corriendo por la vergüenza.

Una mano apareció en mi campo de visión y la tomé, todavía un tanto aturdida por el golpe.

—Lo siento. Dios, esa caída fue muy fuerte.

Todavía podía escuchar el sonido del impacto de mi cabeza contra el piso.

Lo miré. Hasta entonces no sabía lo mucho que podía olvidarme de mi ex por un pequeño instante.

Sus ojos eran celestes, tan claros que me recordaron al hielo de un tibio invierno arropada entre las mantas mientras veía la escarcha en la ventana de mi cuarto. Ese tipo de frío.

Era alto, castaño y para mi mala suerte, lo reconocí enseguida.

Su nombre era Erick Joseph, era el director en jefe del bufete de abogados dentro de la empresa y, por supuesto, el mejor amigo de mi hermano desde que entró a la universidad. Era increíble saber lo lejos que ambos habían llegado por su propia cuenta. Lo admiraba.

Mis mejillas se pusieron rojas al instante. Era uno de los mejores abogados que conocía.

—Ah, Nerea, eres tú. Dios, perdón. Tu hermano va a matarme.

No pude evitar sonreír divertida por la dulzura que emanaba. Lo interesante era que la mayor parte del tiempo estaba serio, pero una vez me acercaba a hablarle o me veía, sonreía. Era lindo.

Se agachó rápidamente a juntar mi cosas.

—No tienes que hacer eso, yo te ayudo —balbuceé, atontada. Me agaché a juntar algunos resaltadores. Cuando todo estuvo en su lugar, nos pusimos de pie.

Lo observé a los ojos y me sonrió.

—Así que era cierto que por fin te animas a venir a trabajar con nosotros.

Sonreí de costado.

—Por supuesto y...

—Con permiso —dijo una voz masculina a mis espaldas, tan fría que me envió escalofríos a lo largo de mi cuerpo.

Olvidé que estábamos bloqueando la entrada.

Me erguí por instinto y luego me eché a un lado dejando al hombre ingresar. Lo vi avanzar, este estaba vestido con un pantalón oscuro y una chaqueta negra. Caminó con la frente en alto. No alcancé a ver su rostro.

Erick también se hizo a un lado, pero lo siguió con la mirada, extrañado.

La puerta se cerró.

—Debe ser nuevo —señaló, pensativo.

Levanté una ceja.

—No parece ser muy amable. ¿Entonces no lo conoces? —inquirí tímida. No eran muchas las veces que entablaba una conversación con él.

Rio bajo.

—No, pero me da miedo. Como dije, debe ser uno de los nuevos. Solo espero que Caleb no lo asigne como mi secretario. —Se pasó la mano por su cabello viendo aún hacia la entrada.

Recordé el grosor de su espalda y la forma en la que le quedaba a ropa. No tenía pinta de secretario.

Respiré profundamente.

—Tengo que ver a mi hermano, me está esperando —expliqué para después ingresar rápidamente.

Cerré los ojos con pesadez. Ni siquiera lo dejé despedirse. No era nada personal contra el abogado, sino que sencillamente odiaba estar en la calle más de lo necesario.

El perfume a vainilla mezclado con el aroma a café propio de ese lugar me inundó apenas crucé la sala brillante, pulcra y elegante. Ya en el elevador, presioné el botón del último piso y esperé a que me llevara a mi destino. Lo cierto es que ese sitio no se sentía precisamente como en casa, pero a esas alturas, después de pasar tanto tiempo con Caleb, era algo bastante parecido.

Antes de que las puertas se cerraran, vi una mano interponerse entre ellas y abrirlas. Eso debía requerir una gran cantidad de fuerza. Miré hacia adelante pretendiendo no observarlo demasiado, pero la curiosidad ganó. De reojo, noté la ropa que llevaba el sujeto misterioso del que había estado curioseando con Erick (vaya profesionales). Lo miré a la cara, con el impulso más fuerte que yo misma.

Me devolvió la mirada.

La palabra «salvaje» podía definir la manera en la que percibí su rostro.

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