6.

Extraño.

Le dije que nos sentáramos en el patio porque me parece que es el lugar más agradable para beber una cerveza y conversar, aunque dudaba que pudiera tener una conversación amena con él. Me senté sobre el césped, estaba frío. Aquí muy poco entra el sol porque lo tapa los dos grandes árboles y por eso, siempre hay una temperatura fresca y agradable. Abrí una lata y bebí.

Unos minutos después vi a Roman acercarse y sentarse en frente de mí. No lo hizo tan cerca, mantuvo una distancia prudente. Lo observé mientras abrió su lata y dio el primer sorbo, no arrugó la cara ni nada. No lo entiendo, ¿por qué cambió su actitud de la noche a la mañana? Lleva casi un mes entero sin hablarme y ahora sin motivo quiere beber una cerveza conmigo. ¡Ha hablado más conmigo en el trayecto a comprarlas que lo que hemos hablado en treinta días!

-Esto no sabe muy bien. –Admitió.

-La primera nunca te sabe bien, con el tiempo le agarras el gusto.

Guardó silencio unos segundos.

-Roman.

-¿Qué?

-¿Por qué estás hablándome? Creí que no me hablarías en todo el año.

-Podría decirte porqué estoy hablándote, pero eso implicaría tener que contar muchas cosas que no estoy dispuesto a decir, así que no.

-¿Así que básicamente dirás que tienes motivos ocultos para hablarme y que no piensas decirme?

-Algo así, pillas rápido. –Se encogió de hombros. –Es bueno que pilles rápido las cosas, así se puede decir que al menos tienes una cosa buena.

-Tengo muchas cosas buenas, pero no tú me conoces.

-Es cierto, no te conozco. –Bebió un sorbo más largo esta vez. –Pero lo poco que he visto estos años me ha dado una muy mala impresión.

-Roman, quiero que entiendas algo. Que una persona no sea como tú, no quiere decir que esa persona esté mal. No podemos ser iguales todos, no tiene sentido.

-No entiendo por qué dices eso.

-Sé que piensas que soy lo más malo del mundo, más malo que ver telecaribe un lunes al mediodía, pero piensas que soy lo peor porque no soy como tú, porque uso productos comerciales, porque no organizo como tú, porque no me gusta tanto la física como a ti.

-Eso no tiene sentido. –Dijo estupefacto.

-Claro que lo tiene.

-¡Claro que no! ¡Todo aquel al que no le gusta la física está mal! ¿Cómo puedes siquiera insinuar lo contrario?

-Roman, que tonto lo que dices. Cuando me conociste no tenías idea si me gustaba o no y empezaste insultándome adrede.

-Ah pero eso era por otros motivos. –Acabó su cerveza y agarró otra, será interesante verlo más tomado.

-Dime, quisiera saber tus ridículos motivos.

-Me asombró lo fea que eras. –Rodé los ojos y me puse de pie.

-Eres un imbécil. –Dejé la lata en el piso y fui hasta mi habitación, cerré la puerta. Yo siempre supe que él era fastidioso, pero está llegando a niveles inconmensurables. No entiendo por qué tiene que ser tan irritante, no lo soporto y en verdad trato de hacerlo, de verdad, pero él no hace posible que podamos conversar civilizadamente, creo que me agrada más callado.

Agarré las llaves del auto porque debía ir a recoger unos listados que quedé en ir a buscar ayer, pero no lo hice, en casa de la señora Martha, la directora. Ella es una bella mujer que ronda los sesenta, es agradable y se puede decir que somos casi amigas, aunque falta tiempo aún para eso. Recogí los listados y conversé un rato con ella, me quedé alrededor de dos horas.

Regresé a eso de las cuatro y media, entré a mi habitación de nuevo, cerré la puerta y guardé todo en mi carpeta. Me senté en la cama, encendí la televisión y casi me da un infarto al ver a Roman saltar por la ventana. Maldición, me asustó de verdad. Mi corazón latía fuerte, creí que era un ladrón.

-¿Qué demonios te sucede? –Grité, pero me ignoró. Se acostó bocarriba sobre mi cama y lo miré unos segundos analizando la situación. O ya terminó de perder la cabeza por completo o se embriagó, creo que la segunda opción es la correcta porque huele a alcohol. –Oye, ¿qué tanto bebiste?

-Podría calcularlas, pero mejor las señalaré con la mano. –Me mostró su mano extendida con una expresión divertida. ¿Con tan solo cinco cervezas te embriagaste? Es entendible, nunca has bebido antes niño tonto. Lucila y Mateo morirían si lo vieran así, cada vez que vienen se quedan mirándolo y mueren por hablar con él, pero no ha sido posible. Cerró los ojos y reí al verlo así, es extraño verlo sin el ceño fruncido, es extraño verlo alegre, no parece la misma persona.

-Deberías traerme una cerveza. –Le dije, asintió y de inmediato se levantó. Esto será más divertido de lo que creí, ¡el en su sano juicio jamás me haría un favor! Lo hice solo para probarlo, ¡no creí que lo haría!

Regresó un minuto después con dos latas y se las quité las dos.

-¡Tú ya no beberás! Estás ebrio y si bebes más, estarás vomitando mañana.

-Creo que tienes razón.

-¡No! Es broma, toma. –Esto sería perfecto, con esto obtendría mi venganza. Se ha pasado demasiado con sus comentarios, quiero verlo sufrir también.

-¿Me puedo sentar? –Preguntó mientras se acostaba en mi cama.

-¿Para qué preguntas? Ya te acostaste.

-¿Quieres que me baje? –Me miró de reojo y lo pensé unos segundos. Está ebrio, podría fácilmente patearlo y caería en el piso, podría tomarle fotos para avergonzarlo después, podría maquillarlo, podría hacerle el peinado de Shakira, podría… no, podría averiguar muchas cosas sobre él para mi teoría.

-No, está bien. –Me recosté a su lado, miré el ventilador del techo. –Roman, ¿qué es lo que más odias en el mundo?

-Muchas cosas… El azúcar, el tráfico, a mis compañeros de clases. –Su tono de voz disminuyó al mencionarlos a ellos. Lo miré, se veía pensativo.

-¿Hace cuánto estás consciente de que los odias?

-¿Siempre puede ser una respuesta correcta? –Asentí. –Entonces sí, siempre. No son precisamente las personas más amables del mundo.

-No creo que ellos quieran ser amables contigo si tú no lo eres con ellos…

-No lo sé Urania. –Se oía triste esta vez, cuando habla en serio siempre me llama por mi nombre, así lo hacía de niño. –Yo simplemente no les he hablado nunca, siempre pienso en otras cosas, pero ellos me molestan sin motivo, por eso les respondo mal. ¿Quieres ver algo curioso?

-A ver. –Me enseñó una cicatriz en los dedos de sus nudillos de la mano derecha.

-Me la hice a los nueve cuando me encerraron en los casilleros de las prácticas, golpeé la puerta hasta que sangré, pero no logré salir.

Me di la vuelta sobre mis codos y lo miré a los ojos, era la primera vez que estábamos tan cerca. Me miró un momento y desvió la mirada, creo que se sintió nervioso, no lo sé.

-No permitiré que te hagan daño Roman.

-¿Por qué te importa?

-Tú me importas. –Estuvo pensativo unos instantes.

-Quisiera dormir un rato.

-Está bien, ¿te ayudo a ir a tu habitación?

-Creo que puedo ir solo. –Se puso de pie, caminó dos pasos de forma muy torpe y luego me miró. –Tal vez estoy un poco mareado.

-¿Y eso quiere decir que…?

-Tú sabes Urano.

-Quiero que lo digas.

-Necesito tu ayuda. –Admitió a regañadientes y sonreí. Debía aprender a hablar, a decir lo que necesita. Me puse de pie y agarré su brazo, lo ayudé a caminar hasta su habitación. Se desplomó sobre la cama, bocabajo y cerró los ojos de inmediato. Lo miré unos segundos, pero luego al ver que él los abrió y me miró a los ojos, me di la vuelta de inmediato, avergonzada. –Puedes acompañarme un rato si quieres.

Lo pensé unos instantes, pero no sé qué me llevó a acostarme junto a él mientras dormía. El yacía bocabajo y tenía los ojos cerrados, creo que ya se había quedado dormido. Me acerqué un poco, pero cuidando de no tocarlo ni un poco y simplemente lo observé. Analicé detalles en su rostro que no había podido detallar antes. Miré bien la forma de sus cejas, cambiaron mucho desde que lo conocí. Ahora se veían más definidas y pobladas, resaltaban el tono blanco de su piel y también su cabellera negra que caía por su frente, no sé hace cuánto este chico no se corta el cabello, pero creo que no necesita hacerlo. Miré sus pestañas, su nariz puntiaguda, tiene un pequeño lunar en ella que solo es perceptible si estás muy cerca. Su nariz es muy bonita. Por último miré sus labios, creo que estos fueron lo que más miré en su rostro, no sé por cuánto tiempo lo hice, pero había algo en ellos que me causaba fascinación. Me gustaba su color rosado, su forma delicada, era la primera vez que me daba cuenta de lo mucho que me gustaba su rostro.

En un arrebato de locura, acerqué mis dedos a su rostro y pasé mi dedo índice por su nariz, lentamente, pero me detuve antes de llegar a sus labios porque reaccioné. ¿Qué demonios estaba haciendo? Por dios. Me levanté de inmediato y caminé con pánico hasta mi habitación.

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